Lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer

En medio del proceso de cambio en curso, un analista de los movimientos sociales chilenos reflexiona sobre las múltiples izquierdas y las relaciones de poder que existen hoy en Chile.

December 27, 2022

Gotas de pintura roja cubren los rostros del general Augusto Pinochet y el presidente Sebastián Piñera en un grafiti en Santiago, 4 de noviembre de 2019. (Paulo Slachevsky / CC BY-NC-SA )


Este artículo fue publicado originalmente en el ejemplar de invierno 2022 del NACLA Report, nuestra revista trimestral.


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El 17 de agosto de 2022, apenas unas semanas antes del plebiscito del 4 de septiembre en Chile sobre el borrador constitucional, me reuní con el académico y activista Mario Garcés Durán para hablar sobre el proceso de la asamblea constituyente. Garcés Durán es historiador de la Universidad de Santiago y director de Educación y Comunicaciones (ECO), una organización sin fines de lucro centrada en los movimientos sociales y la educación popular. Durante mucho tiempo su trabajo se ha centrado en temas de memoria histórica, educación popular y análisis de movimientos sociales.

Si bien los votantes chilenos finalmente rechazaron el borrador constitucional, el comentario de Garcés Durán ayuda a entender el papel de los movimientos sociales y los nuevos movimientos políticos de izquierda en el proceso de llevar a Chile a esta coyuntura histórica. Pero como señala Garcés Durán, y como lo confirman los resultados del 4 de septiembre, queda mucho trabajo por hacer.

Nuestra conversación ha sido editada por su extensión y claridad.


Marian Schlotterbeck: ¿Desde una perspectiva histórica, qué significa este plebiscito para la democracia en Chile? ¿Y cómo están interpeladas las demandas sociales en el texto?

Mario Garcés Durán: Los derechos sociales están consagrados en la nueva constitución, que es además un lindo texto en el sentido estético y narrativo. Se lee bien, es sencillo y claro y acoge demandas fundamentales, particularmente del feminismo, del ambientalismo, y de los Mapuches. Es la constitución más garantista que hemos tenido en la historia de Chile.

Pero es más débil de punto de vista de la forma de participación política. Es un tema que me ha preocupado desde el principio. Sobre todo, en el campo territorial, no hay una propuesta para una asamblea de vecinos o de movimientos sociales para que la comuna alcance una autonomía suficiente y que pueda incidir de modo vinculante en el gobierno local. Esto se supondría alguna forma de asamblea con efecto vinculante o un parlamento local pero no alcanza a constituirse.

La constitución es muy progresista en el campo de los derechos y es relativamente débil en el campo de las modificaciones en relación con el poder. Y las pocas modificaciones que hace son la base de la resistencia que ha encontrado esta constitución en la clase política más tradicional. Es tan preocupante que existe un riesgo que ganara el rechazo. Y a mí, eso sí me preocupa porque el poder del estado en Chile es fuerte y la capacidad del Estado Chileno de ignorar a la sociedad es muy alta. Y por lo tanto esta inercia histórica va a seguir operando.

La ventaja quizás es que la constitución genera un marco de acción más democrático y genera algunas instancias de mayor participación. Pero la constitución no es la revolución. No es un cambio radical en la relación del estado con la sociedad. Pone un marco distinto, un horizonte distinto. Es un proceso de cambio que está abierto y que puede ser regresivo mañana.

MS: ¿Hay un proyecto político en la izquierda chilena hoy, más allá de la Nueva Constitución?

MGD: Puede ser un poco categórico, pero yo diría en sentido estricto, no. Es un campo un poco ambiguo. Hay un proyecto político asociado al Frente Amplio que es un proyecto bastante coherente con esta propuesta constitucional. Es un proyecto que está centrado en la configuración de derechos fundamentales: derechos provisionales, derecho a la educación, derecho a la salud y reconocimiento de áreas de conflicto como la relación de género y la relación con los indígenas.

Ahora, cómo se materializa esto desde el Frente Amplio es re complicado. El proyecto ha sido muy lento. El proceso de cambio que habla el Frente Amplio genera más expectativas que un proyecto específico. En marzo y abril de 2022, hablaron de que estamos en una etapa de instalación y que después vendrán los llamados proyectos de cambio estructural. Sería por ejemplo el cambio en el sistema previsional de las pensiones y un cambio importante en el sistema tributario, que permite al estado a recaudar más para atender la instalación de estos derechos. El cambio estructural sería en el fondo la puesta en práctica de algunos componentes de un proyecto social demócrata.

Ampliando el concepto de la izquierda, hay una izquierda más social. Es una izquierda que se va configurando culturalmente desde los movimientos sociales, donde sí hay más componentes de proyecto como un horizonte estratégico, por ejemplo, en el campo ambiental. De hecho, los grupos socioambientales finalmente en la Convención constituyente configuraron una especie de grupo transversal, y en la última etapa de la convención, prácticamente eran mayoría.

"Chile se despertó. A repartir la torta," el 4 de noviembre del 2019. (Paulo Slachevsky / CC BY-NC-SA )

Es interesante porque si uno va desde el tema del agua como bien inapropiable hasta la crítica de extractivismo, en el caso chileno, decir extractivismo es decir la columna vertebral de la economía chilena que produce minerales, arboles, y pescado. Esto implica revisión completa y, por lo tanto, un horizonte anticapitalista en algunos sectores más progresistas o una crítica radical al capitalismo. Entonces, en este sentido, hay elementos mucho más novedosos. Por otro lado, del punto de vista de los Mapuches o los pueblos originarios, también, hay propuestas interesantes, sobre todo del ejercicio de la soberanía territorial.

El movimiento feminista también instala horizontes de cambio que son fundamentales, por ejemplo, el tema de la configuración paritaria. La nueva constitución establece la idea de la configuración paritaria en todos los organismos colegiados. Es un tema que todavía no está consolidado en la sociedad civil. El día que esto se expanda a la sociedad civil y empecemos a pensarnos, hombres y mujeres en igualdad de derechos y de representaciones, yo creo que sí hay cambios relevantes porque implica que las relaciones de poder empiezan a ser reconfiguradas.

También el tema de la educación no sexista, de una educación no patriarcal, es un tema clave que se interroga a la familia y la formación de la personalidad de nuestros hijos. Estamos interviniendo en un campo de relaciones de poder y de cultura muy relevante. Un sistema educativo no sexista requería que se democratice la educación. Por eso hay que pensar en cómo se gestiona la educación en Chile. Hasta ahora tenemos un sistema en que la educación se privatizó por vía estatal. Tenemos educación privada-privada y otra educación subvencionada con voucher del estado, que representa hoy más del 50 por ciento del sistema nacional. Son los privados sostenedores quienes definen hacia dónde camina la escuela, y cuán democrática es la gestión. Por lo tanto, no hay ninguna noción de acto educativo en que podría incluir los estudiantes, los apoderados, los profesores, en fin, que puede influir el proyecto educativo. Entonces, estos campos están abiertos. Hay gente que ha estado trabajando, por ejemplo, en la llamada gestión comunitario estatal para que la escuela pueda ser una síntesis donde concurren la comunidad local y el estado. Allí podríamos hablar de un nuevo contrato social.

En este sentido pienso que los movimientos son más creativos, son más progresistas, tienen más visión estratégica que el Frente Amplio e incluso que la Convención Constitucional. Y parte de la gran ventaja de la convención es que fue alimentada por los movimientos sociales. Yo tengo una hipótesis que la mayor novedad de la convención es la presencia de la sociedad. Cómo los movimientos hacen visibles la sociedad en la convención y colocan programas a discutir por la convención.

Por otro lado, hay un tercer actor, que es mucho más débil que es la izquierda más tradicional, que está descontenta con todo, yo tiendo llamarlo la izquierda impotente. No ha sido capaz de reformular el proceso revolucionario en los códigos de hoy. Sigue pensando en los mismos códigos de la vieja izquierda del Siglo XX: un pueblo organizado que ejerce el poder y controla del estado, y tiene un partido que es capaz de conducir.

Pero hay dos matices que quiero hacer en este campo. Uno: yo creo que, en esa izquierda, hay una voluntad de participación radical que es muy importante y tiene que estar presente en la propuesta de los movimientos sociales. El protagonismo popular directo que en el estallido social fue muy visible y se hizo visible no solo en la calle sino en las asambleas territoriales. Pero ese protagonismo es difícil de sostener. Y, de hecho, en el caso del estallido social hubo un par de meses  activos y después se debilitó. Nadie pudo prever la pandemia que fue un golpe muy duro a este proceso de participación popular.

Tenemos una cierta nostalgia del poder popular, o lo que concebía en una etapa como ejercicio de protagonismo popular en la idea de que el pueblo es capaz de tomar la historia en sus manos, de decidir sobre sí mismo, de hacerlo en forma democrática. Yo diría, este complemento está en la vieja izquierda y hay que reconocerlo.

El segundo matiz tiene que ver con el movimiento Mapuche que ha adquirido mucha más presencia en la sociedad chilena. Conviven dos corrientes en el movimiento Mapuche: una corriente política más confrontacional asociada con la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) y su dirigente Héctor Llaitul y la corriente institucional representada, entre otros, por la figura de Fernando Pairican.  Ambas tendencias dan cuenta de un proceso y de demandas legítimas.

El tema del lado más confrontacional es que pone en cuestión la reestructuración de tierras. Y de hecho sus prácticas han sido unas prácticas de control territorial y expulsión de las forestales. Y evidentemente, los Mapuche tienen toda la razón que hay que expulsar a las forestales y que gran parte de los territorios se deben devolver al pueblo Mapuche. Lo que dice Llaitul y la CAM es que, por vía institucional, es un camino eterno y se logra un mínimo. Y la otra corriente, la política institucional no tiene instrumento político. Entonces si bien logró tener una buena presencia en la convención, no tiene ninguna instancia a través de la cual puede expresar su punta de vista.  No tiene una vocería nacional, entonces, hay una debilidad política también.

Entonces, hay una izquierda social demócrata en el Frente Amplio. Hay una izquierda más social en los movimientos sociales, y hay también segmentos de una izquierda más de base, más social que en algunos ámbitos, como el pueblo Mapuche, que tienen expresiones más radicales.

MS: ¿Más allá de la Nueva Constitución, qué capacidad tiene el gobierno de Boric para dar respuesta a las demandas sociales y los problemas fundamentales que provocó el estallido social? ¿Cuáles son los desafíos para realizar su programa? ¿y qué tipo de oposición están enfrentando?

MGD: Yo pensaba originalmente que este gobierno partiría con gran iniciativa, tomando medidas importantes, anunciando cambios legislativos, ¡y la verdad que fue al revés! El gobierno partió muy débil, con mucho cuidado, y prácticamente esperando el resultado del próximo plebiscito.

Cuando ganó Boric en diciembre, escribí un texto diciendo que hay creo tres problemas sociales relevantes: la vivienda, la economía informal, y la migración.

Todos estos problemas sociales de la organización de la pobreza tienen otro efecto sociocultural que tiene que ver con el narcotráfico que crece igual que la delincuencia juvenil. Y los medios de comunicación se han centrado en cuántos delitos, cuántos asesinatos, cuántos robos. Entonces, hay una tendencia fuerte que reclama para más policías en las calles, más cárceles, y más jueces, y más represión. Por ejemplo, en la zona de Araucanía, el control de la república ya no podía mantenerse por mecanismos regulares, entonces hubo últimamente un estado de excepción. Y en la zona norte, donde hay un problema con la migración, están pidiendo que la manera de resolverlo es: estado de excepción. Entonces, hay una tendencia a reforzar los componentes coercitivos del estado como forma de contención de la crisis social que estamos viviendo en nuestro país.

El presidente Gabriel Boric se dirige a la nación después de la entrega oficial del borrador constitucional, el 4 de julio de 2022. (Sebastián Rodríguez / Gobierno de Chile / CC BY 3.0 CL)

Y por otra parte tenemos la otra cara de esta historia: mayor desigualdad. En medio de la pandemia, mientras la población se empobreció, la clase media usaron sus ahorros provisionales, los grandes grupos económicos chilenos incrementaron el 30-40 por ciento su riqueza. Tenemos un país donde en uno o dos por ciento de la población es dueño del país. Y las famosas tres comunas de Santiago, Las Condes, Vitacura, y Lo Barnechea, [donde se concentra gran parte de la riqueza y el poder político del país] son las que deciden las orientaciones políticas. Es desastroso.

¿Qué hace Boric frente a todo esto? Está complicado. Tiene que poner a pruebas su capacidad de producir cambios. Y me parece que el cambio principal, la primera prioridad va a estar en la reforma tributaria, que le permita poner una operación de otros programas sociales. Hay que poner miles de viviendas, hay que atender al mercado informal, hay que mejorar el sistema de salud. Sí o sí, Boric tiene que hacerse cargo de ésta.

Y si no, va a ser un gobierno que va a prolongar los gobiernos de la Concertación. Y es un gobierno que va a generar una alta frustración. La frustración siempre puede tomar dos formas: puede tomar la forma de estallido o puede tomar la forma de desesperanza, de desafiliación de la política.

MS: Si bien el proceso constituyente actual tiene su origen en el estallido social, el problema del Estado y la necesidad de transformarlo no es nuevo en la historia de Chile. ¿Cómo entendemos esta dificultad de transformar la organización del estado y sus instituciones? 

MGD: Hay que admitir que el estado chileno y la clase política profesional que administra el estado han tenido una enorme capacidad de adaptación, contención de la demanda socio-popular, y por lo tanto de dar continuidad en la forma del estado un poco elitista o lo más sensible a la clase media, pero con capacidad de contener demandas populares fundamentales o postergarlas en el tiempo, de administrar un poco el conflicto social. Esto no se puede descartar completamente.

La otra manera de responder es según las capacidades que genera el pueblo para ser sujeto político. Y yo creo que, en ese campo, estamos en un tiempo de transformación.  Como hipótesis, creo que vivimos en un tiempo, para citar a Gramsci, en que “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer” ¿Qué es lo viejo que no termina de morir? Lo viejo es el sistema de partidos políticos, esa estructura tradicional, vertical, jerárquica de la política organizada por los partidos y sus jefes. Y, por tanto, en este esquema, una política orientada al estado y administrada por los partidos, me parece que es un sistema que ha colapsado, que ha hecho crisis, que ha hecho manifiesto todos sus límites pero que resiste, se niega desaparecer. Tiene una capacidad de auto reproducción no solo de la derecha sino también de la izquierda.

¿Y qué es lo nuevo? Lo nuevo de hoy son los movimientos sociales en el sentido que están implicado, por lo menos, dos campos que creo que son novedosos. Uno en el campo diría de la producción de nuevos saberes. Hay que poner el acento en esa producción de saberes porque la producción de saberes conlleva a cambios culturales. Cuando las mujeres en las universidades piden fin al abuso sexual, o al acoso, no solo piden eso, sino al mismo tiempo dicen, “miren, nosotras representamos la otra parte de la humanidad y tenemos los mismos derechos. Y por lo tanto, pensemos como se organizan nuestros relaciones de poder en el ámbito académico”. Hay una invitación y hay un campo especifico completo que obliga a reconstruir y deconstruir las cuestiones más tradicionales de género que se han dado en el ámbito académico. Esto es muy poderoso, es muy potente como ha ampliado una sociedad. Cuando los Mapuches dicen, “hemos sido inferiorizados por ser indios, racializados en nuestra condición, y esto legitima el despojo, la explotación”, en fin, están marcando un tema fuerte. En América Latina el indígena no es solo la etnia sino también el mestizaje. En el caso del mestizaje chileno, somos una media de la población —la mayoría de los pobres y la clase media son mestizos. En fin, hay un campo de contenidos, de saberes, valores, enfoques, y formas de vida social que van ganando forma y desarrollo.  

Y por otro lado, junto con los saberes y los valores, también emergen los sujetos. Hay otros sujetos que empiezan a reconocerse socialmente.  Y la forma en que se expresan estos sectores no necesariamente es partidos, pueden ser asociaciones, revistas, iglesias. Pueden tomar formas distintas y todas esas formas tienen efecto político.

Pero, yo insisto, creo que estamos en esta etapa intermedia en que convivimos por un lado con esas formas más tradicionales, con medios de comunicación perversos, que tienden a reforzar la tradición. Y una sociedad que busca configurar nuevos valores, nuevos saberes, nuevas formas de expresión, nuevos sujetos con mucha dificultad. Pero que deja de creer en las formas tradicionales de la política y por eso se va desafiliando. También la sociedad está reaccionando frente a las formas masivas de manipulación de los medios de comunicación de una manera más significativa.

Entonces, el tema de modificar las relaciones entre el estado y la sociedad a mi juicio pasa en América Latina por reforzar las capacidades de acción de la sociedad. En una sociedad que tiene más capacidad de expresión, configura más sujetos, produce más saberes, es el único horizonte estratégico del cambio. Estas cosas toman tiempo.

Me hace recordar la tesis de Frederic Jameson que el cambio más radical de una sociedad se produce cuando sectores de esa sociedad se desafilian del orden y construyen sus propios modos de vida u otra forma de socialización autónoma. Es una hipótesis interesante porque en el fondo, solo desafiliándote del orden dominante, no puede desafiliarte por completo, pero en este acto de desafiliación generas alternativas. Y creo que en muchos casos en los movimientos sociales van en esa dirección. 

MS: El 4 de julio, cuando se entregó la Nueva Constitución, el Presidente Boric celebró “que en el momento de la crisis más profunda política, institucional y social que ha vivido nuestra patria en décadas, los chilenos y chilenas optamos por más democracia y no por menos.”  Dado que estamos ante un momento cuando la democracia se ve amenazada o por lo menos cuestionada seriamente a nivel mundial, ¿Qué lecciones ofrece Chile?

MGD: La experiencia de la convención tiene grandes méritos en la forma en que se eligieron los convencionales, con paridad de género, con los escaños reservados, con toda esa gente independiente. Y tal vez eso podría ser una buena experiencia. No una lección, pero un ejemplo no sé si alcance, pero una buena experiencia.

Lo que esa convención no resolvió bien fue su vínculo con la sociedad civil. La convención tomo como 2-3 meses en elaborar reglamentos para el funcionamiento, pero muy poco para definir cómo iba a ser su relación con la sociedad. Y en ese sentido, la convención, por más progresista que sea en su contenido de posiciones, reproduce la forma del estado más tradicional. En el fondo es lo que llamé en un artículo soberanía limitada. Es decir, el ejercicio de la soberanía no proviene de formas de democracia directa si no de formas de representación. La democracia como un proceso representativo siempre tiene límite. Por lo tanto, la democracia solo se enriquece cuando es capaz de incorporar formas de democracia directa y ciudadanía popular directa. Este tema no lo resuelve la convención porque ese implica otra forma de hacer política. Es probablemente el mayor límite que hemos enfrentado en este tiempo. A Boric, yo creo que le cuesta reconocerla porque confía mucho en la democracia representativa y mucho en la configuración de derechos. Pero tiene menos consideración política de las formas de participación popular.


Marian Schlotterbeck es profesora asociada de Historia en la Universidad de California, Davis, y autora de Beyond the Vanguard: Everyday Revolutionaries in Allende’s Chile (Oakland: University of California Press, 2018).

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