Este artículo fue publicado originalmente en el ejemplar de verano de 2023 del NACLA Report, nuestra revista trimestral.
Cuando me quedé atorado en Bogotá, una urbe de 8 millones de habitantes, desde que la alcaldesa Claudia López decretó el “Simulacro Vital” el 19 de marzo de 2020, que se convirtió en una cuarentena permanente, empecé a notar los cambios que se habían dado en poco más de tres décadas y que se me habían escapado por haber vivido Leticia, en el corazón de la Amazonia, en la Triple Frontera de Colombia, Brasil y Perú. Varios de esos cambios tenían que ver con la consolidación de una visión que se suele denominar como “animalista” principalmente asociada al afecto a perros, gatos y otros animales, domésticos o domesticados, entre ellos, y al desafecto a las corridas de toros, que tienen una larga trayectoria cultural en el país. El decreto de cuarentena se refería a perros y a ancianos, los cuales no todos éramos mascotas, prescribía que los primeros podían salir acompañados de sus dueños, por 20 minutos, pero l@s ancian@s no lo podían hacer.
Otros cambios culturales urbanos, a contrapelo, también tenían que ver con el impresionante aumento del consumo urbano, inclusive de autos que hasta hacía poco consideraba de lujo. Evidentemente, la apuesta por un transporte que incluya la bicicleta hace parte de este panorama. De hecho, en mi opinión, unos de los más importantes trabajadores que hicieron factible lidiar con la pandemia, fuera de los productores de alimentos, fueron también los transportadores de alimentos, los trabajadores domiciliarios con trabajos precarios, proletarios del siglo XXI, que nos allegaron la comida en bicicletas. En la realidad postpandemia, igualmente, se han hecho muy notables los happenings musicales, la proliferación de conciertos.
En el mismo sentido, particularmente desde la elección del nuevo gobierno progresista de la Colombia Humana o del Pacto Histórico, en 2022, se notaba el reverdecer de una cierta pasión por la Amazonia que no se había visto, desde la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992. Se trataba del interés de nuevas autoridades que trataban de interpretar el despertar de una pasión utópica y romántica, particularmente en los jóvenes. El interés ambiental y amazónico que animado desde los años 1990s se desinfló a comienzos del siglo XXI con la discutida victoria electoral de George Bush, abanderado de los grandes intereses petroleros y con la irrupción del terrorismo. Si en los años 1990s esa pasión se asociaba a la bandera de la biodiversidad, la de la década de 2010 se asoció a otro sintagma, pero relacionado con cambio climático.
Para quien vive en la Amazonia podría resultar un poco curioso que hoy en día se haya hecho popular la idea de que, si se habla de la Amazonia, inmediatamente se entienda que se trata de un asunto ecológico por naturaleza, lo cual es un estereotipo poderoso. Como todo estereotipo, se funda en una realidad, pero somete la complejidad y la vuelve unidimensional: faltan allí campesinos y caboclos; faltan los guerrilleros y narcotraficantes; faltan los mineros y pescadores, pero sobre todo, faltan las urbes.
Por eso, si se trata de un habitante común de las deterioradas ciudades amazónicas manejadas por políticos y dirigentes corruptos este estereotipo, es como un mensaje fantasmagórico y contraevidente en medio de la basura, la falta de servicios públicos básicos y plásticos regados en aguas aledañas, plena de poblaciones en el borde entre la pobreza y la miseria, particularmente, después del azote de la cuarentena que echó al piso, no sólo la precaria economía formal, sino la informal, la de los pobres, la del “rebusque”. Por supuesto, debido al estereotipo ya mencionado, puede ser también que para quien vive en la Amazonia no le sorprenda el asunto ya que llevamos casi medio siglo asumiendo esto como una verdad incontestable por los discursos internacionales y nacionales.
A veces pareciera que los dramáticos deterioros ambientales de las ciudades, no sólo amazónicas, no tuvieran exactamente el mismo rango de preocupación y un país no tuviera que dedicarse a combatir la contaminación, ni los desastres de las zonas costeras o los campos, por ejemplo, pero sí, el de cuidar la Amazonia, queriendo decir el bosque. En efecto, llegó el momento en que el aparato publicitario global nos empuja a luchar contra el cambio climático perdiendo de vista los graves deterioros ambientales locales y con menos alcurnia o prestigio discursivo que el cambio climático.
Esto me permite entrar a una afirmación bizarra para algunos: creo que vivimos una época de sobre-ambientalización de la Amazonia y de sub-ambientalización de otros ecosistemas, al tiempo que existe una fuerte globalización de la Amazonia y regionalización de otros ecosistemas. Por ejemplo, en Brasil, ¿por qué la Amazonia requiere tanta preocupación ambiental y el Cerrado no, siendo un ecosistema donde se desarrolló de manera asombrosa el milagro agroindustrial brasilero del siglo XXI? ¿Por qué en Colombia la Amazonia requiere mucha atención y la Orinoquia, o la gran sabana, como se dice en Venezuela, ¿no?
No está mal preocuparse por la Amazonia, pero no a costa de otros ecosistemas. Está mal que no nos preocupemos por el bosque, pero no suena muy bien enfocado que no nos preocupemos por los lugares donde está ubicada la mayor parte de la población, aunque algunos podrían decir que ya nos hemos preocupado por esos lugares y esta es la hora de la Amazonia. Aquí proporciono unas pistas para que el público en general, particularmente, aquellos que están interesados en “salvar” la Amazonia tengan más elementos para llevar a cabo esa filantrópica tarea.
La invención de la Amazonia y la Panamazonia
Frecuentemente no se precisa la diferencia entre el río Amazonas, y la región amazónica. Pero la Amazonia, como región, más que un río, es una invención reciente. Mientras el río más grande del mundo tenía unos nombres de origen nativo de pueblos amazónicos tales como Pará, un nombre Tupí, o Imani, un nombre Murui, el nombre actual de este río se atribuye a Gaspar de Carvajal, el cronista del viaje de Francisco de Orellana de 1541-1542 en representación de la corona española.
Quien se refiera a la Amazonia, debe referirse a una región que está asociada a la cuenca del río Amazonas, pero su contorno preciso puede ser motivo de discrepancias. Esas discrepancias pueden provenir de definiciones asociadas a la cuenca hidrográfica; o a su carácter de bosque húmedo tropical contiguo más grande del mundo; puede estar sesgado por razones político-territoriales de Estados naciones que reclaman ser parte o poseer parte de esa gran región. De hecho, los brasileros no llamaban Amazonas a todo el río sino sólo al segmento que empieza en Manaos en el punto de encuentro entre lo que ellos llaman Solimões y el Rionegro, que nace en Colombia, se forma en el “Encuentro de Dos Aguas”, hasta la desembocadura en el Atlántico, cerca de Belem do Pará.
En ese contexto, la idea de complejidad es clave para comprender las Amazonias. Deberíamos entender que la Pan-Amazonia podría estar dividida en cuatro grandes sub-regiones en términos ecológicos: a) la llanura amazónica, buena parte de la cual es localizada en territorio brasilero, pero no exclusivamente; b) la parte andino-amazónica, que puede ser considerada como colombiana, peruana, ecuatoriana y boliviana; la parte amazorinocense, venezolana y colombiana; y la parte guyanesa-caribeña, es, decir las guyanas.
Si el nombre Amazonas se remonta a casi 5 siglos, la denominación de Amazonia, como una mega región, es reciente, medio siglo, quizás. Hace más de medio siglo la región todavía tenía nombres dispares provenientes del período colonial. En Brasil se llamó Pará y Marahnão; en Colombia, territorio del Caquetá; en Perú, Bolivia y Ecuador se llamó Oriente. Decir que existe una Amazonia caribeña, como en el caso guyanés, puede sonar para muchos, un poco extraño. De hecho, Amazonia empezó a usarse en Brasil con los proyectos de desarrollo del período del régimen militar de la década de 1960 que acuñó un concepto institucional de “Amazonia Legal”; o en al caso colombiano que llamó, a fines de los años 1950s, la reserva Forestal de la Amazonia, es decir, los primeros soportes retóricos e institucionales de la Conservación.
Se trata de un tránsito de Amazonas, a Amazonia (como parte de espacios nacionales) y a Panamazonia, como territorio regional supranacional y como espacio global. Este tránsito proviene de procesos de arriba abajo, pero también de abajo a arriba. Tiene expresiones institucionales de Estados nacionales como en la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, OTCA; también se expresa como la Iniciativa de Integración Regional Suramericana, IIRSA, que retoma a la Amazonia como territorios para el Desarrollo; desde el punto de vista global, sobre la cual nos expandiremos más abajo, reflejan una figura jurídica del Derecho Internacional conocida como Patrimonio Común de la Humanidad que tiende a ser dominada por las fuerzas internacionales de la Conservación, aunque su uso se expandió en discusiones sobre océanos y mares. Desde abajo, es decir desde los movimientos sociales, en contraste, se asocia con el Foro Social Panamazónico que involucra las organizaciones indígenas, campesinas y populares en la Amazonia. También con la COICA, Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica.
Como se observa, la apropiación contemporánea de la Amazonia es fuertemente contestada y, desde arriba, trata de articular funcionalmente a los actores sociales, pero desde abajo, los actores apuestan a ofrecer resistencia y a inventar re-existencias en medio de proyectos de desarrollo, de conservación y de dominio territorial del Estado- Nación.
Lo cierto es que buena parte de este tránsito de Amazonias a Amazonia y a Panamazonia está asociada a los procesos de cambio global provenientes de las preocupaciones ambientales de la década de 1980, consolidadas con la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992. Este tránsito nos condujo a una variación específica con respecto a la Amazonia: de la globalización en la Amazonia pasamos a la Globalización de la Amazonia, lo que quiere decir es que una región del planeta que se redefine en términos particularmente ecológicos se convirtió en un objeto global. Esta situación está generando una potente transformación jurídica.
Derechos de Naturaleza y Ecología Política de la Religión
La dualidad moderna cartesiana o kantiana que tiene como punto de partida la separación entre Naturaleza y Sociedad, así como la separación ontológica y metodológica entre Ciencias Naturales, de un lado, y Ciencias Sociales y Humanidades, de otro, empieza a ser colocada bajo creciente escrutinio desde mediados de los años 1970s.
El derecho moderno, marcado por esa dualidad se refleja bien en el Derecho Civil de origen romano y hace parte de la tradición jurídica latinoamericana, que bebió de la influencia francesa napoleónica. Se construyó a través de una dicotomía entre sujetos de derechos, de un lado, y objetos, de otro, que son despojados de derechos y pensados como bienes o cosas. Esas cosas o bienes tienen propietarios, quienes pueden reclamar una violación de su derecho. Así, la fauna y la flora u otras entidades de la naturaleza, por ejemplo, el mar, un río, el planeta Tierra están despojados de derechos hasta hace poco; como se dijo, no podían ser sujetos de derechos. Por eso la pregunta sobre los derechos de los NO Humanos se ha traído a la discusión desde fines del siglo XX, socavando la legitimidad y sentido de la diferenciación entre sujetos humanos con derechos y objetos no humanos sin derechos.
La Amazonia juega un papel importante en este debate. El cambio jurídico más publicitado tiene que ver con transformaciones constitucionales en la primera década del siglo XXI en Ecuador y Bolivia, dos países que forman parte de la Amazonia y que tienen importantes poblaciones indígenas. En Ecuador, la Constitución del 2008 reconoce los derechos de la naturaleza y en Bolivia la Constitución del 2009 establece el derecho a “un medio ambiente saludable, protegido y equilibrado”. Dos leyes bolivianos, promulgadas respectivamente en 2010 y 2012, codificaron los derechos de la naturaleza, conocida también como la Pachamama. Este proceso fue anticipado de manera importante en Constituciones Políticas como las de Colombia y Brasil, que recibieron a veces el nombre de constituciones ecológicas, en el cambio de década hacia 1990, pero realmente no dieron el salto hacia la superación de la dicotomía entre naturaleza y sociedad.
En ese contexto, el papel de los jueces ha sido importante desde la segunda década del siglo XXI. En Colombia, por ejemplo, han empezado a expedirse fallos, que otorgan derechos a entidades no humanas, entre ellas, a la Amazonia. Este fallo tiene una importancia simbólica, pero dista mucho de poder ser ejecutable, aunque existen entidades oficiales con la obligación de ofrecer la manera de implementar estos fallos.
Igualmente, la Encíclica Laudato Sí del Papa Francisco, lanzado en 2015, empuja en dirección similar, particularmente cuando se resaltan dos regiones en este texto, una suramericana y otra africana: la Amazonia y el Congo. El caso del texto del shaman yanomami Davi Kopenawa y el etnólogo Bruce Albert, A queda do Ceu, es particularmente significativo cuando Davi Kopenawa le cuenta al público poéticamente que la tierra tiene corazón y respira. La propuesta perspectivista del antropólogo brasileño Eduardo Viveiros de Castro relacionada con su conocimiento de indígenas amazónicos argumenta que, en el pensamiento amerindio los animales son personas y como tal se ven a sí mismos. La idea de Gaia del química y ecóloga británica James Lovelock, en una lógica no distante de lo anterior, aunque provenga de otra tradición científica, se orienta en la misma dirección. SE podría decir que estamos frente a una Ecología Política de la Religión y, por tanto, frente a una gran disputa por la construcción de un nuevo sentido común ético con la Tierra en medio de la crisis ambiental.
Sin embargo, la dualidad entre humanos y no humanos se mantiene, en varios casos, pero lo que cambia es el hecho de que ya no es tan claro que la Naturaleza esté desprovista de derechos, al tiempo que se atribuye a la acción humana por completo la responsabilidad de los daños ecológicos, como si los humanos no fueran parte constitutiva de la naturaleza. Debemos avanzar en el sentido de superar la división analítica tajante entre el concepto de naturaleza y el de sociedad. Los humanos son parte de la naturaleza, ella no es estática, el mundo se transforma y, como tal, el concepto de naturaleza debe colapsar porque está basada en la separación ontológica entre naturaleza y sociedad. La vida humana es parte de la trama compleja de la vida en general, que trasciende a los humanos.
Esto permite, esperamos, concluir que la disputa sobre la redefinición del significado de la Amazonia, no se debe quedar anclada en la idea de la defensa de una entidad “natural” frente a la acción perversa o perturbadora de los seres humanos. La Amazonia, se ha demostrado recurrentemente, ha sido transformada por seres humanos desde hace más de 12.000 años, y, si hoy se pretende “defender” la Amazonia es la Amazonia que socio-ecológicamente conocemos hoy, la cual ha sido milenariamente transformada, por lo que actualmente, la humanidad se beneficia del trabajo y conocimiento de las poblaciones que viven ancestralmente en el bosque. Igualmente nos debe llevar repensar la relación entre pensamiento científico y conocimiento o saber local o indígena que dejó de ser local en la actualidad con la globalización y el cambio global y se convirtió en g-local.
Direcciones para el futuro
Aunque se puede celebrar que estemos viviendo una época de redefinición de las relaciones entre humanos y el resto de la naturaleza, el decreto de la alcaldesa sobre perros y ancianos, mencionado al principio de este artículo, prende las alarmas sobre un cambio que debe ser mejor y más profundamente entendido, para evitar llegar a extremos indeseables, basados en propósitos que se autodefinen como nobles. Como reza un dicho popular, el camino hacia el infierno casi siempre está pavimentado con buenas intenciones.
Se trata de que vivimos una época en que crecen los llamados a proteger a la Amazonia, sin asumir que debería consultársele a los pobladores de la Amazonia también: tanto a bosquesinos como a ciudadanos de las desordenadas urbes amazónicas. Esta falta de conexión entre propósitos altruistas que provienen del exterior de la Amazonia y la invisibilidad de sus pobladores la he llamado la “paradoja ecopolítica de la Amazonia”. Como la democracia se basa en la regla de la mayoría y como entendemos que en la Amazonia no debería crecer la población, evidentemente los pobladores amazónicos poco podrán participar decisoriamente en los temas que definan su futuro.
Para avanzar en el propósito de superar las pulsiones altruistas, dándoles más contenido socioambiental, no sobra postular que los estudios Amazónicos, como estudios de Área, requieren mayor atención. Existen numerosos centros y programas que se han enfocado en América Latina, pero son muy pocos los que se concentran en la Amazonia. Si se cuestiona la separación entre “estudios” y “ciencias”, se trata también de empezar a desdibujar las separaciones tajantes. Precisamente esta división es la que se está cuestionando.
Por ello, esos estudios de área deben incorporar científicos naturales e ingenieros, así como actores de las ciencias de la salud con investigadores sociales, y académicos que se dedican a las humanidades. Si el rango multidisciplinario debe ser lo más amplio posible, se requiere de espacios de reflexión interdisciplinaria e investigaciones y metodologías participativas y transdisciplinarias, buscando que los mismos pobladores amazónicos hagan parte de esta agenda de investigación. Los precipicios y acantilados que distancian las ciencias naturales, sociales y las humanidades deben ser superados. Ese es el rumbo, pero las rutas son variadas y no se han inventado caminos seguros que nos hagan creer que el proceso está libre de accidentes.
German A. Palacio es Profesor Titular en la Universidad Nacional de Colombia y Director del Centro de Pensamiento Amazonias.