Este artículo fue publicado en inglés en la edición de primavera de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.
De manera semejante a otras regiones del mundo y América Latina, Brasil experimentó recientemente un giro de derecha que ha producido serias implicaciones políticas y sociales. Sin embargo, en el caso de este país ha llamado la atención el papel desempeñado por la extrema derecha autoritaria y el anticomunismo, que desde el final del primer mandato de la presidenta Dilma Rousseff han vuelto a ocupar lugar central en la escena política. Los discursos anticomunistas ampliaron su presencia en el espacio público durante las elecciones de 2014 y en el proceso de impeachment de 2016, al tiempo que contribuyeron a dar forma e impulsar el liderazgo de Jair Bolsonaro, elegido presidente en 2018.
“Esta peste solo genera desgracias para el pueblo brasileño”, dijo Bolsonaro en un discurso en el estado de Tocantins en 2022, cara a las elecciones presidenciales. Hablaba del Partido de Trabajadores (PT), cuyos senadores habían votado contra una rebaja del impuesto al consumo al nivel estatal, una medida que según Bolsonaro bajaría el precio de combustible. “Con nuestra reelección, pueden estar seguros, arrastraremos a este partido al basurero de la historia”. Sus palabras recalcaron un discurso que había mantenido cuatro años antes, en su primera campaña a la presidencia, cuando también promovía la erradicación de la izquierda. “Este grupo, si quiere quedarse aquí, tendrá que someterse a la ley de todos nosotros”, dijo en un video difundido a activistas, una semana antes del balotaje contra Fernando Haddad en octubre del 2018. “O se van al extranjero o van a la cárcel. Estos criminales rojos serán desterrados de nuestra patria”.
Desde 2014, la ola o giro a la derecha en Brasil ha alimentado, y fue alimentado por, un movimiento de reapropiación de la tradición anticomunista, que se ha fusionado con el emergente antipetismo evidente en los discursos de Bolsonaro. Según los publicistas de la derecha radical, el petismo sería la última encarnación de la amenaza comunista: de ahí el uso de la expresión “comunopetismo”. Como en contextos históricos anteriores, esta vez puede identificarse una manipulación similar del peligro rojo, es decir, una apropiación del tema que representa una mezcla entre oportunismo y convicciones políticas.
Antes de entrar en las comparaciones entre el actual fenómeno antipetista y la tradición histórica anticomunista, vale la pena aclarar el significado de los movimientos “anti”, que va más allá de la mera oposición a ciertas ideas o proyectos. Ellos configuran fenómenos de contenido más visceral, marcados por el rechazo integral y la repulsión sin mediaciones ni posibilidad de convivencia. Ser anti significa combatir al enemigo sin tregua, hasta su total eliminación política, aunque a veces también se trata de eliminación física. Hay movimientos “anti” tanto de derecha como de izquierda, e históricamente ha habido movimientos de izquierda que se han acercado al anticomunismo. En cualquier caso, en este análisis nos centraremos únicamente en el anticomunismo y el antipetismo de derecha, que generalmente movilizan valores liberales, conservadores y fascistas.
Discursos genéricamente antiizquierdistas circularon en Brasil ya en el siglo XIX, pero dos eventos en el siglo siguiente consolidarían el anticomunismo: la Revolución Rusa de 1917 y el levantamiento revolucionario de 1935 en Brasil dirigido por la Aliança Nacional Libertadora, un frente de izquierda hegemonizado por los comunistas. En respuesta a ese episodio, las acciones y objetivos de los revolucionarios fueron manipulados para aumentar el impacto de la propaganda que inflaba el miedo hacia los “rojos”, llevando a la construcción de un imaginario anticomunista y de celebraciones ritualizadas y sistemáticas, con monumentos y desfiles cívicos de carácter militar.
Por lo tanto, desde la década de 1930 el anticomunismo se ha convertido en un tema marcante en la escena pública brasileña, a veces sirviendo de inspiración para movilizaciones de derecha de graves consecuencias. En otro trabajo argumentamos que las representaciones y valores anticomunistas se inspiraron básicamente en tres matrices ideológicas y culturales: el cristianismo, el nacionalismo y el liberalismo. Aunque esas matrices tienen peculiaridades que las distinguen claramente, a menudo ha ocurrido que las campañas anticomunistas las han movilizado de manera combinada.
A partir de esas matrices, que dialogan con fuentes transnacionales, pero simultáneamente tienen características originales, se organizaron movimientos políticos de gran repercusión. Surgió una tradición bien arraigada que permitió nuevas apropiaciones en momentos posteriores, como en la actualidad. El impacto de las campañas anticomunistas estuvo presente principalmente en las justificaciones de los golpes de Estado de 1937 y 1964, así como en las dictaduras que les siguieron, el Estado Novo comandado por Getúlio Vargas entre 1937 y 1945, y la dictadura liderada por los militares entre 1964 y 1985. Significativamente, el tema apareció de manera prominente en los documentos fundacionales de estos regímenes dictatoriales: en el preámbulo de la Constitución de 1937 está escrito que la extensión de la infiltración comunista en Brasil requería un remedio radical, es decir, la dictadura, mientras que el Acto Institucional del 9 de abril de 1964 prometía drenar la “infección bolchevique” y “despedir al gobierno [de João Goulart] que estaba dispuesto a bolchevizar el país”.
A pesar del impacto del episodio de 1937, es importante destacar la significación especial del golpe de 1964. Otros temas influyeron en el golpe de 1964, como la crisis económica, que se manifestó en una inflación descontrolada y tasas de crecimiento reducidas, así como acusaciones de corrupción contra el gobierno de Goulart. Sin embargo, el “peligro rojo” fue el tema más importante en la movilización golpista, especialmente en la “Marcha de la Familia con Dios por la Libertad”, que al llevar a las calles de San Pablo el 19 de marzo de 1964, cerca de 500 mil personas abrió camino al golpe militar. Los argumentos anticomunistas fueron especialmente centrales en 1964 para unir a grupos que tenían diferencias sobre otros temas, por ejemplo, liberales y fascistas, así como también para inscribir los conflictos en Brasil en los marcos de la Guerra Fría.
Del anticomunismo al antipetismo
Pasando al panorama actual, la comparación entre el anticomunismo histórico y el antipetismo se nota en los discursos de algunos publicistas que se destacaron en la reciente movilización de derecha, sobre todo Olavo de Carvalho. Periodista, astrólogo y filósofo autoproclamado, Carvalho empezó a actuar en la prensa y las redes sociales a finales de los años noventa, y se tornó influyente entre los grupos derechistas al punto de convertirse en una especie de gurú de Bolsonaro. Carvalho y otros publicistas, muchos de los cuales buscaron emularlo, presentaban gradaciones entre el conservadurismo y el neoliberalismo de derecha. Cabe aclarar que discursos contra PT circulan desde los años ochenta, cuando fue creado el partido, pero se volvieron más frecuentes y agresivos después de que llegó al poder, y con más intensidad en los gobiernos de Rousseff, contribuyendo a inspirar y aportar argumentos al giro derechista que se produjo a partir de 2014-15.
La retórica antipetista se acerca a las tradiciones anticomunistas tanto por el rechazo visceral a sus oponentes como por la apropiación de las tres matrices ya comentadas (el cristianismo, el nacionalismo y el liberalismo). Así, los publicistas de extrema derecha a menudo recurrieron a la estrategia de conectar los gobiernos liderados por el PT a Estados inspirados en la matriz soviética (especialmente Cuba), como si hubiera una fuerte línea de continuidad. Otro punto central es la movilización del anticomunismo y del antipetismo para atacar las políticas estatales intervencionistas, ensalzando, por el contrario, las ventajas de la economía liberal. Por cierto, es notable la influencia del modelo estadounidense en tales discursos de derecha, que combinan su disposición antiizquierdista con entusiasmo hacia los Estados Unidos.
También conectado con el anticomunismo tradicional, otro punto relevante han sido los ataques a la supuesta intención del PT de establecer una dictadura. Según este punto de vista, cualquier forma de socialismo conduciría al autoritarismo, porque su realización requeriría la concentración total del poder en el Estado y la cancelación de la libertad de los ciudadanos. En esta línea, en algunos discursos el PT es asociado con el leninismo, lo que supuestamente lo habría inspirado a socavar las instituciones representativas para instituir la dictadura. Carvalho y más tarde el periodista y columnista Reinaldo Azevedo difundieron la tesis de que desde la década de 1970 la izquierda venía desarrollando una estrategia gramsciana de guerra de posiciones, que implicaba la búsqueda de la hegemonía a través del control de las universidades y la prensa. En su opinión, los efectos de tal estrategia fueron visibles en las décadas de 1990 y 2000, cuando la izquierda había liderado el debate político y cultural y, por lo tanto, allanado el camino para el poder.
Otro punto muy atacado fueran las alianzas de la dirección del PT con grupos de izquierda en América Latina, en que el Foro de São Paulo aparece como un tema clave. En palabras de Azevedo en su libro O País dos Petralhas, publicado en 2008, el Foro de São Paulo sería una especie de “mini-internacional comunista de América Latina”. Para Carvalho, por su parte, la entidad representaba una acción del movimiento comunista internacional para compensar sus pérdidas en Europa del Este en la década de 1990. Para esos publicistas de derecha, el Foro de São Paulo fue una conspiración internacional para establecer dictaduras comunistas en América Latina, y de esto derivó el surgimiento de gobiernos de izquierda en la década de 2000. El aspecto más agudo de este ataque fue asociar al PT con “narcotraficantes de las FARC” y los bolivarianos liderados por Hugo Chávez.
Como el PT no aplicó políticas característicamente socialistas, el ataque de los opositores se centró en denunciar la retórica socialista de algunos miembros del partido (expresada por el ala izquierda del PT en los congresos partidarios), como si estuvieran esperando el momento adecuado para lanzar un golpe comunista. A falta de algo más concreto que justificara los ataques anticomunistas contra el PT, una de las estrategias fue acusar a sus intelectuales de no denunciar los crímenes del comunismo histórico y sus dictadores, lo que a los ojos de los propagandistas de derecha sería una prueba de asociación culpable.
Para superar la fragilidad de los ataques antisocialistas y anticomunistas contra el PT, dada la naturaleza moderada de su acción al frente del gobierno brasileño, los propagandistas construyeron dispositivos sofísticos como intento de salvar el argumento. Carvalho, por ejemplo, buscó resolver las incongruencias de tales discursos recurriendo a la tradición anticomunista, a veces desafiando incluso la lógica. Llamó tontos a los que, en vista de las buenas relaciones entre los gobiernos del PT y grandes capitalistas, habían concluido que “los comunistas han cambiado, se aburguesaron, solo piensan en el dinero y ya no quieren saber de revoluciones”. Carvalho afirmó que Luiz Inácio Lula da Silva seria como Lenin, porque adoptaba una moral cínica para mejor lograr sus objetivos. A juicio del gurú de los Bolsonaro, el PT tendría dos caras para engañar mejor: con una cara complacía a los capitalistas, especialmente a los banqueros, y con la otra seguía la línea comunista del Foro de São Paulo. Además, el autor recurrió al imaginario cristiano tradicional, argumentando que los bancos y las finanzas internacionales serian socios del comunismo en el mismo proyecto de destruir la moral judeocristiana. Los banqueros y los comunistas estarían de acuerdo en aumentar la concentración del capital y del poder político, siendo la libertad individual, la economía liberal genuina y la religión las víctimas de esta alianza. Desde este punto de vista, cercano a la imagen religiosa del comunismo como mal absoluto, la verdadera intención no sería necesariamente construir el socialismo, sino destruir el cristianismo y concentrar las riquezas en manos del partido y sus aliados.
A propósito de la sensibilidad moral de origen cristiano, los ataques a la izquierda actual motivados por el tema de la corrupción traen novedades en relación con la tradición anticomunista. Pues los comunistas nunca llegaron efectivamente al poder en Brasil, mientras que la gestión de la maquinaria pública por parte del PT generó oportunidades para la corrupción administrativa y, principalmente, para su manipulación por los opositores. Los gobiernos del PT fueron muy atacados en esta área, especialmente durante la operación Lava Jato de 2014, que incrementó muchos escándalos para desestabilizar a los gobiernos de izquierda.
En los textos de Carvalho encontramos alusiones más agudas a la supuesta influencia de la moral comunista sobre los dirigentes del PT, que los llevaría a la corrupción. En su opinión, el PT aprendió de Lenin a mentir, fomentar la corrupción y robar protegido por la ética del partido, a destruir las estructuras tradicionales y la buena sociedad, con el objetivo de permanecer eternamente en el poder. El mismo autor utilizó la estrategia de mostrar a los líderes de la izquierda como inmorales. En su libro, O mínimo que você precsa saber para não ser um idiota, publicado en 2013, describe a los líderes izquierdistas (una colección amplia de blancos que va desde J.J. Rousseau a Karl Marx) como “violadores o explotadores de mujeres, viles opresores de sus empleados, agresores de sus esposas e hijos” y comenta que “el panteón de los ídolos del izquierdismo universal era una galería de deformidades morales”. Mientras tanto, para él “los representantes de las corrientes opositoras, conservadoras o reaccionarias... eran casi invariablemente seres humanos de alta calidad moral”.
Hubo ataques muy violentos también contra la política de derechos humanos de los gobiernos de Lula y de Rousseff, muy criticada con el argumento de que sería un estímulo a la delincuencia. Además, los gobiernos del PT han sido acusados de estimular las demandas de minorías que los propagandistas de derecha ven como artificiales o incluso peligrosas, sobre todo el feminismo y los movimientos LGBTQIA+. Carvalho más de una vez se destacó en ese campo, porque además de las feministas atacó con frecuencia a los movimientos en defensa de las comunidades LGBTQIA+. En su libro, afirma: “Una cosa es el homosexualismo, otra es el movimiento gay. El primero es un pecado de la carne, el segundo es el desafío organizado, políticamente armado, feroz y sistemático, a la dignidad de la Iglesia y de Dios mismo”. En cuanto a las acciones dirigidas a la igualdad racial, acusó a la izquierda de estimular un conflicto social que dividiría a los brasileños, una estrategia que en su opinión reproducía las propuestas de Stalin.
Similitudes y diferencias
En resumen, muchos publicistas e intelectuales públicos, (los citados aquí y varios otros) trabajaron para un despertar derechista similar a lo que ocurrió en otros contextos históricos, especialmente en los períodos 1935 a 1937 y 1961 a 1964. Buscaban señalar el peligro izquierdista y manifestaban su molestia con los liberales y conservadores que en su opinión no lo entendían, un grupo al que a Carvalho le gustaba llamar “idiotas”. Pero los peores adjetivos se dirigieron a la izquierda, dando lugar a la construcción de expresiones populares en las redes sociales de derecha como “petralhas” (con el sentido de petistas ladrones), “izquierdopatas”, “izquierdiotas”, “izquierdofrénicos,” así como “lulopetismo”, “lulocomunismo” y “comunopetismo”.
Importante agregar que tales argumentos fueron divulgados por millones de seguidores en las redes sociales, proceso que se ha incrementado durante el impeachment de Rousseff. Esa intensa movilización en el mundo virtual contribuyó también a la ascensión del bolsonarismo, que se alimentó del proceso de expansión de las sensibilidades de derecha, y también del hecho que las derechas tradicionales entraron en crisis debido al impacto de las campañas contra la corrupción, que afectaran a todos los partidos. Otro dato relevante para comprender ese contexto es que la derechización de sectores de la opinión pública implicó el retorno de los militares al escenario público, de que estaban relativamente alejados desde el fin de la dictadura en mediados de los 1980. Los militares y sus aliados aprovecharon el contexto para hacer la defensa de una memoria positiva de la dictadura, utilizada para atacar las políticas de derechos humanos y de reparación de las víctimas, lo que contribuyo también para el ascenso del excapitán de Ejército Bolsonaro, cuyo origen militar fue exaltado en favor de su éxito electoral.
En cuanto a la reflexión comparativa entre el antipetismo y el anticomunismo, como ya se comentó el primero se inspira en las mismas matrices del anticomunismo tradicional: cristianismo conservador, nacionalismo/patriotismo y liberalismo. El fundamento religioso del rechazo a la izquierda es básicamente el mismo, al igual que la necesidad de asociar el peligro rojo con algún tipo de amenaza extranjera a la patria. El tema de la libertad amenazada por el autoritarismo socialista tiene raíces similares, con igual defensa de las virtudes del mercado y el individualismo contra los males de la intervención estatal. También sigue la estrategia típica de la Guerra Fría de asociar a los comunistas con el fascismo (Hitler sería de izquierdas, según el Sr. Carvalho), así como el énfasis en revelar números superlativos de violencia en los Estados comunistas, presentándolos como sí eso implicara alguna responsabilidad del PT.
Sin embargo, también hay diferencias entre el antipetismo y el anticomunismo tradicional, como algunos cambios en la figura del peligro extranjero. El Foro del São Paulo y los bolivarianos ocuparon el lugar de la URSS, aunque Cuba y China siguen presentes en el discurso de la derecha. En el ámbito religioso, los evangélicos de derecha han tomado la delantera en las principales acciones, mientras que las amenazas morales que afectan a la sensibilidad conservadora actual presentan nuevos temas en relación con contextos anteriores, como las demandas de igualdad de género y diversidad sexual. En el ámbito de la moral, otra novedad es la centralidad que asumieron los discursos en contra de la corrupción, en el sentido de desviación de recursos públicos, como práctica asociada a la izquierda.
Un tema nuevo también, al menos en la intensidad de su presencia en los discursos de derecha es la (in)seguridad y el miedo a la delincuencia común. El PT ha sido muy atacado con la acusación de haber contribuido al aumento de la inseguridad, lo que en muchos casos sirve de justificación para la nostalgia de la dictadura militar, cuando, según sus defensores, el país estaba a salvo del comunismo y la delincuencia común. Con respecto al liberalismo, en el marco actual las ideas mercadistas son más fuertes que en contextos anteriores, incluso en comparación con la dictadura militar.
Entre los objetivos de los liderazgos de la derecha radical de marcar el petismo como una amenaza comunista, cabe destacar dos puntos. En primer lugar, la propagación del pánico en relación con el peligro rojo facilita la formación de frentes que reúnen las diferentes tendencias que conforman las derechas. Segundo, la imagen superlativa de la amenaza comunista favorece la lucha contra cualquier política orientada a la izquierda, incluso las más moderadas. En el mismo sentido, la movilización antiizquierdista opera en defensa de las agendas conservadoras en el ámbito social y moral, y en favor de las políticas neoliberales. Sobre todo, expresa la repulsión de las clases altas contra las políticas que permitirían el ascenso social de las capas excluidas, pobres y negras en particular.
En síntesis, esta amalgama entre anticomunismo y antipetismo contribuyó de manera destacada a la formación de la reciente ola de derecha que, además de tener un papel protagónico en la destitución de la presidenta Rousseff, estimuló la constitución de una candidatura presidencial de extrema derecha—Jair Bolsonaro—viable electoralmente por primera vez en la historia de Brasil.
Vuelta del PT
Tras el impeachment de 2016 y el ascenso de las derechas autoritarias al mando del Estado brasileño, el antipetismo se consolidó como fuerza electoral, hasta el punto de que fue disputado por diferentes candidatos. Sin embargo, con el paso del tiempo y con el agravamiento de los problemas sociales, el antipetismo ha perdido parte de su fuerza. Respecto al tema de la corrupción, los escándalos que involucraran a los gobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro hicieron menos impactantes las acusaciones contra los dirigentes del PT, sobre todo después de que se revelaran las prácticas turbias de la operación Lava Jato, que corrompió el sistema judicial y casi destruyó el sistema político en nombre de la limpieza de las instituciones.
Además, el desastre representado por el gobierno Bolsonaro generó un movimiento de nostalgia por el período de Lula, que fue una época de desarrollo económico y logros sociales. De ahí el crecimiento de la intención de voto de Lula para las elecciones de octubre de 2022, que a pesar de una disputa feroz y amenazas golpistas de Bolsonaro ganó las elecciones, derrotando al excapitán por estrecha margen de votos, para desesperación de la derecha radical. A ese cuadro ha contribuido no solo el desastre que ha sido el bolsonarismo en el poder, que perdió el apoyo de parte importante de la derecha moderada y liberal que se le unió para derrotar a la izquierda, sino también la estrategia de la dirección del PT para buscar una alianza con sectores de centroderecha. Vale la pena mencionar que en el principio de su nuevo (tercero) gobierno Lula está actuando como antes, con acciones moderadas y evitando el radicalismo, contradiciendo más de una vez las acusaciones de que sería comunista o socialista.
A pesar de su recién derrota electoral, el bolsonarismo mantiene parte importante del electorado fiel a sus ideas. Por lo tanto, probablemente la derecha radical se mantendrá como un actor político importante en los próximos años. En este caso, la duda es cuál será el tamaño de su expresión política, y si Bolsonaro logrará mantenerse como su principal líder.
Rodrigo Patto Sá Motta es historiador y profesor titular de la Universidad Federal de Minas Gerais. Es autor, entre otros trabajos, de A Present Past: The Brazilian Military Dictatorship and the 1964 Coup (Liverpool University Press, 2022).