Aumento de la inseguridad alimentaria en los Andes

Tras el aumento de los precios de los alimentos, los pequeños agricultores del sur de Perú dependen de los sistemas alimentarios tradicionales para afrontar la crisis alimentaria.

September 26, 2022

En los años en que hay una buena cosecha la quinua puede proporcionar una fuente importante de nutrición e ingresos adicionales para cubrir los gastos del hogar. (Hilda B. Manzano Chura)

En un frío día de junio, María, una joven madre que viven en un pueblo rural del sur de Perú, salió a comprar pan. “Pero al llegar a la tienda me dí con la sorpresa que el pan había variado el precio. Volvimos a casa con 7 panes, cuando antes este monto alcanzaba para 14 panes.”

En el distrito de Pichacani en la provincia de Puno, al sur del Perú, muchos están luchando con el aumento del costo de vida. Ubicado a 3.900 metros sobre el nivel del mar, el clima de Pichacani se caracteriza por bajas temperaturas, fuertes vientos e intensas precipitaciones. Estas condiciones plantean un desafío para la agricultura a pequeña escala que, junto con la ganadería, contribuye al sustento de las personas. El aumento del costo de vida representa un estrés adicional para las familias que recién salen de las penurias de la pandemia, lo que hace necesario adoptar estrategias para mitigar el hambre en medio de una crisis económica y política en el país.

Los esfuerzos para abordar las altas tasas de anemia y desnutrición infantil en la provincia de Puno se han estancado debido a la pandemia y podrían verse dificultados por el elevado costo de los alimentos. Ante la incertidumbre económica, la noticia de la llegada de la viruela del simio y la cuarta ola del Covid-19 ya no fue motivo de sorpresa ni de preocupación, porque lo único que anhelaban las familias era abastecer la canasta familiar y satisfacer sus necesidades básicas.

A principios de este año conversamos con pequeños agricultores en Puno sobre cómo las familias están lidiando con el aumento del costo de vida y la inseguridad alimentaria en la región. Al término de la cosecha el mes de mayo, los productores campesinos tuvieron que gastar más en alimentos que estaban acostumbrados a compartir en la mesa familiar. El alto costo de los productos agrícolas afectó la economía familiar, mientras que las alzas en el costo de los combustibles trajeron consigo un aumento en las tarifas de autobuses, fletes para el transporte de mercancías, alquiler de tractores y equipos utilizados en la actividad agrícola. Estos costos se duplicaron y las familias rurales tuvieron que absorber gastos de producción que no habían sido previstos en la campaña agrícola anterior.

Desafíos para los sistemas alimentarios tradicionales

La crisis alimentaria en el primer trimestre de 2022 interrumpió los sistemas alimentarios ya vulnerables en las tierras altas. Se hizo más evidente la falta de maquinaria y equipo para la transformación de productos agrícolas, los efectos del cambio climático y la inadecuada gestión de recursos del sector agropecuario por parte del gobierno. Cuando los precios de los alimentos aumentaron, la gente volvió a sus hogares decepcionada porque el salario del día solo alcanzaba para comprar algunos productos. Las familias estaban preocupadas por tener que hacer frente a la amenaza de la hambruna y otras dificultades económicas. En la escuela primaria local, los maestros pedían a los estudiantes que trajeran fruta para la merienda, pero no todos tenían los medios para llevar algo para comer. En sus hogares, hubo días en que los alimentos esenciales para el desarrollo y la nutrición de los niños estaban fuera del alcance de muchas familias. Para mantener la salud de todos los miembros del hogar, era necesario obtener un ingreso adicional para cubrir los crecientes gastos de la canasta familiar.

A los desafíos de la temporada agrícola 2022 se sumaron las inclemencias del tiempo (incluyendo heladas y granizadas) que afectaron los cultivos de papa, oca (una variedad de tubérculo andino) y quinua. La producción de papa no fue óptima y la mayoría de los agricultores cosecharon papas de tamaño mediano y pequeño. En años anteriores la cosecha de oca fue buena y hubo papa de gran tamaño para el consumo. Estas papas eran de gran utilidad para las familias agrícolas porque solían realizar el trueque (intercambio de productos) con carne, fibra de alpaca o algunos productos lácteos. Pero con papas más pequeñas, la única alternativa era hacer chuño, proceso que consiste en deshidratar las papas para conservarlas. Este alimento milenario que aún se consume en los Andes permite a las familias mitigar el impacto de la crisis alimentaria. Tanto el chuño como la papa están presentes en diversos platos como: sopas (chairo), guisos y otros platos típicos. Las bajas temperaturas nocturnas del altiplano, seguidas de la intensa luz solar durante el día, permiten la elaboración de este producto en sus diversas presentaciones, como la tunta o moraya—el chuño blanco o el chuño negro. Con la oportunidad de realizar el chuño, se podría conservar una parte de la cosecha para el consumo futuro.

 Luego de un proceso de deshidratación, el chuño puede almacenarse por más de una década, lo que lo convierte en un alimento importante en épocas de escasez. (Hilda B. Manzano Chura)

Los alimentos producidos localmente, como la quinua, la cañihua, el trigo, la papa y la oca son ricos en nutrientes. Estos alimentos forman parte del sistema tradicional de producción agrícola, y pueden complementarse con lácteos y vegetales, generalmente adquiridos en los mercados locales. Con el apoyo de FONCODES (Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social), los biohuertos brindaron una alternativa para que las familias cultivaran sus propios alimentos. Este proyecto se suspendió debido a problemas con la gestión del proyecto, pero algunas familias continúan manteniendo los biohuertos por su cuenta.

Los pequeños agricultores, los trabajadores del desarrollo y los agrónomos con los que hablamos a menudo atribuyeron los problemas de la producción agrícola a la falta de inversión del gobierno a nivel central, regional y local. El inadecuado apoyo del gobierno desilusionó especialmente a quienes votaron por Pedro Castillo en las últimas elecciones presidenciales. Castillo, ex-maestro de escuela y líder sindical de origen rural, prometió una “Segunda Reforma Agraria” que beneficiaría a los pequeños productores. Pero según nos comenta un poblador, “Para la agricultura solo [han sido] promesas falsas, todo ha subido, no hay apoyo para Puno que le apoyó… Debería apoyar al campo con proyectos.” Desde el inicio de su presidencia en julio de 2021, los constantes cambios en su gabinete (incluidos cinco ministros de agricultura en 10 meses), así como las denuncias de corrupción y los continuos esfuerzos de la oposición para destituirlo, han creado inestabilidad social y política en un momento en que las comunidades de zonas rurales son las que más necesitan ayuda.

Una de las pocas fuentes de apoyo del gobierno durante la pandemia fueron los “bonos” (transferencias en efectivo de entre S/350 y S/700, o $90 a $180) entregados a familias de bajos ingresos. Algunos de estos pagos continuaron hasta 2022, y el gobierno también comenzó a entregar un bono alimentario de S/270 ($70) en agosto de 2022 para compensar los altos precios de los alimentos. Según nos cuentan, estos bonos han ayudado a cubrir algunos gastos (como celular, materiales escolares, agua y luz). Mientras que familias se esforzaban por aprovechar al máximo sus ahorros, otros se han beneficiado del aumento de precios, como relató el Sr. Angelino: “Los únicos que se han beneficiado son los comerciantes que han impuesto sus precios sin control alguno.”

Otro desafío para las familias rurales en tiempos posteriores a la pandemia ha sido el aumento del costo del gas, con el aumento del precio de un balón de gas de S/30 a alrededor de S/60 soles ($15,50). Por ello, algunas familias de las zonas rurales volvieron a cocinar con estiércol de vaca (bosta) y leña. Incluso en las ciudades se vislumbraba a lo lejos el humo que salía de las casas, señal de que estaban preparando los alimentos. Esto ya no se veía, porque las familias solo usaban gas; nadie recogía estiércol y se olvidaba cocinar con un fogón tradicional de barro. Pero ahora, incluso en ciudades como Puno y Juliaca, el estiércol se ha vuelto a comercializar y la gente prepara sus fogones de leña en las terrazas, en las calles o en sus patios para poder preparar sus alimentos.

Entre el campo y la ciudad

Para muchas personas que se esfuerzan por poner pan en la mesa, la única opción es reducir la ración de alimentos. Al comienzo de la pandemia a principios de 2020, algunas personas decidieron regresar a las zonas rurales. En un principio, vivir en el campo era una estrategia de supervivencia. Sin embargo, esto resultó complicado para aquellas personas que hacían su vida en las grandes ciudades, donde tenían acceso a los servicios básicos. Los niños que estaban en la escuela requerían servicios de internet, electricidad, medios de comunicación y teléfono. Estas brechas y barreras de comunicación dificultaron la permanencia en las áreas rurales.

Para los abuelos, el regreso de los miembros de la familia al campo fue un sueño hecho realidad. Por otro lado, presentó un dilema para los jefes de hogar que se encontraban en el desempleo, lo que obligó a regresar a la ciudad en busca de nuevas oportunidades laborales. Estos hijos son el sustento de su familia y ayudan a sus padres que viven en el ámbito rural quienes en su mayoría son de la tercera edad. Los ancianos aun trabajan la tierra para producir alimentos y mantener nuestras semillas.

Para las familias del altiplano, la agricultura es fundamental. En la tradición aymara, los agricultores realizan ofrendas rituales a la Pachamama como agradecimiento por protegerlos del hambre y brindarles alimentos nutritivos. Ante las circunstancias por las que atraviesa el mundo, desde el cambio climático hasta la guerra en Ucrania, la agricultura familiar, la crianza de ovejas y alpacas, la venta de leche de vaca y la elaboración de artesanías representan formas importantes de asegurar las necesidades de la vida en zonas rurales.

La agricultura tradicional, incluyendo los alimentos producidos localmente que componen la dieta andina, han mitigado estos últimos desafíos y han contribuido a la seguridad alimentaria familiar en tiempos difíciles. Sin embargo, el descuido del sector agrícola por parte del gobierno, los bajos rendimientos de los productos agrícolas junto con los crecientes costos de producción y el atractivo de las oportunidades de empleo en la ciudad, ponen en duda la viabilidad de la agricultura a pequeña escala y las formas de vida en el campo.


Hilda Beatriz Manzano Chura, de origen Aymara, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social y Administración graduada en la Universidad Nacional del Altiplano-Puno; ha representado al Perú en eventos internacionales en Colombia, Chile y Bolivia, sensibilizando sobre diversas estrategias utilizadas en la gestión comunitaria del riesgo de desastres con un enfoque de interculturalidad y salvaguarda los saberes ancestrales de las comunidades aymaras.

Fabiana Li es Profesora Asociada de Antropología en la Universidad de Manitoba, Canadá. Su investigación se centra en los conflictos ambientales, la extracción de recursos, las políticas alimentarias y la expansión global de la producción de quinua.

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