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Traducido por Laura V. Alvarado Aizpuru
La noche del tres de mayo, Carlos Zoe volvía a casa después de una larga jornada laboral en un call center de la Ciudad de México. Al llegar a la estación Zapata, Carlos corrió para trasbordar a la Línea 12 que lo llevaría a Metro Olivos, a tan sólo dos cuadras de su casa en la periferia de la ciudad. Carlos perdió el tren por poco margen, alcanzando a ver las puertas cerrarse y dejar la estación sin él a bordo.
Mientras esperaba impacientemente el siguiente tren, Carlos desconocía lo afortunado que era. Tan solo media hora más tarde, a las 10:22 P.M., justo cuando el Metro llegó a la estación Olivos, una sección elevada de las vías colapsó, causando que el vagón se desplomara 15 metros, provocando el fallecimiento de 26 personas y 80 heridos de gravedad.
Carlos vive en Buena Suerte, una comunidad autónoma construida en una fábrica abandonda ubicada a unas cuadras de Metro Olivos. Para los habitantes de la comunidad, esta tragedia no fue un accidente. Los habitantes piensan que el colapso no es solo la falla estructural de las vías elevadas, sino la consecuencia de las fallas estructurales que generan el desarrollo capitalista, la desigualdad urbana y la corrupción de la clase política, fuerzas contra las que han luchado durante mucho tiempo.
Fundada en 2011, un año antes de la inauguración de la Línea 12 del Metro, Buena Suerte es una de las ocho comunidades de la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente, una organización de izquierda radical con presencia en el área desde la década 1980. Esta organización por la vivienda emergió del ala militante del Movimiento Urbano Popular en México. Los Panchos, como se denominan a sí mismos, no solo buscan asegurar el acceso a la vivienda para los pobres urbanos sino construir comunidades autónomas y autoorganizadas, enraizadas en prácticas como la toma colectiva de decisiones, el apoyo mutuo y la solidaridad.
Desde el 2006, cuando se planteó el proyecto de la Línea 12 del Metro, los Panchos fueron abiertamente críticos del megaproyecto, cuestionando el despojo que implicaba y la corrupción de los políticos y desarrolladores involucrados en su realización. Las comunidades opositoras no fueron capaces de detener la construcción de la Línea 12, y el colapso del pasado 3 de mayo refuerza cómo este megaproyecto ha afectado a los pobres urbanos y los trabajadores de la periferia. Alejandro Gómez López, un obrero de la construcción que ha vivido en Buena Suerte desde el 2012, lo plantea de la siguiente forma: “desafortunadamente, los que menos tenemos, los que más trabajamos, los que más batallamos, somos siempre los que pagamos los errores, malas decisiones y malas trabajos de los otros.”
La noche del accidente
La noche del 3 de mayo la madre de Carlos, Elizabeth Torres, se preparaba para irse a dormir en su casa en Buena Suerte, cuando la luz de la comunidad, tomada de un transformador aledaño, se apagó. Durante los siguientes minutos, conforme los sonidos de sirenas y helicópteros se hacían más frecuentes, se hizo evidente que un desastre había ocurrido justo afuera del predio. Elizabeth comprendió la naturaleza exacta del accidente cuando su hijo le llamó para avisarle que llegaría tarde a casa.
A Carlos le habían ordenado bajar del Metro una estación antes de Olivos y tenía que atravesar avenida Tláhuac en medio del caos para volver a casa. Por teléfono, Elizabeth escuchó la tragedia desenvolverse, “fue realmente horrible cuando me llamó porque yo podía escuchar a la gente que estaba gritando y llorando, pidiendo ayuda. Los lamentos eran tan tristes y desesperados que me sentí impotente”. Carlos atravesó un centro de primeros auxilios que se improvisó a las afueras de un McDonald’s, repleto de heridos rescatados de los escombros, y tuvo que tomar calles aledañas para evitar el cerco que la policía había levantado para evitar que la creciente multitud intentara sacar a las víctimas del sitio del derrumbe.
Conforme las noticias sobre el accidente se extendían en Buena Suerte, la gente salió de sus pequeñas casas de tabique con techos de lámina, y se dirigió hacia las áreas comunes. Se extendieron rumores de que el ejército estaba atacando a las aglomeraciones, y que había robos a mano armada ocurriendo en medio de la confusión, por lo que la comunidad entró en acción. Decidieron colectivamente que nadie se iría de la comunidad. Se realizó un censo casa por casa para asegurarse de que ningún vecino viajaba en el vagón que colapsó. Durante la siguiente hora, la gente llamaba a sus seres queridos y merodeaba ansiosamente de un lado a otro mientras esperaban a que el resto de los habitantes de la comunidad volvieran a casa. Todo el mundo esperaba lo peor, pero en un lapso de una hora fue evidente que nadie de Buena Suerte había estado en el vagón.
Al día siguiente Viridiana Pastrana, una estudiante de preparatoria que tiene 18 años, vio en sus redes sociales que uno de sus compañeros de curso, Eduardo, había sido gravemente herido y estaba recibiendo atención médica en un hospital cercano. “Ha sido sumamente traumático porque nunca piensas que estas cosas van a suceder, y suceden cuando menos las esperas” dijo.
Para los residentes de Buena Suerte, los eventos traumáticos del 3 de mayo fueron solo el inicio del calvario. Aún necesitaban llegar al trabajo al día siguiente, incluso si no podían usar el metro.
Los que pagan el precio
Los habitantes de Buena Suerte no son ajenos a las dificultades; provienen de una de las zonas más pobres de la Ciudad de México y se desempeñan como comerciantes informales, trabajadoras domésticas, empleados en call centers, vigilantes privados, obreros de la construcción, y otros empleos precarios y mal pagados. En este sentido, el predio es representativa del resto de Tláhuac, que es la tercera alcaldía más pobre de la Ciudad de México, con 39% de su población (más de 150,000 personas) viviendo en condiciones de pobreza según las estadísticas oficiales. Como Carlos, la mayor parte de los habitantes de Buena Suerte están empleados en las zonas centrales de la ciudad, y hasta el 3 de mayo se contaban entre los 200,000 pasajeros que diariamente dependían de la Línea 12 para transportarse al trabajo, un trayecto que implicaba pasar más de dos horas diarias en transporte público.
“El Metro era muy importante” menciona Alejandro Gómez López. “Es la forma en que nosotros, como clase obrera, llegamos a nuestros trabajos. Ahora sin el Metro nuestros traslados se han vuelto muy complicados.” Un trayecto que tomaba una hora ahora lleva dos o más, lo que significa que los habitantes de Buena Suerte ahora deben destinar cuatro horas al día, o más, a sus tiempos de traslado. Son múltiples los impactos de esto en la vida cotidiana, afectando el tiempo que la gente tiene para pasar con sus seres queridos, participar en las actividades de la comunidad, y descansar. Como Alejandro plantea “te levantas más temprano para ir a trabajar, y llegas más tarde a dormir a tu casa.”
Aunque las clases son a distancia, Viridiana ha atestiguado en sus padres los impactos de los traslados prolongados. Su padre, que trabaja turnos de 24 horas como guardia de seguridad, ahora se despierta a las cinco de la mañana para ir a un trabajo del que no vuelve sino hasta las 10 de la mañana del día siguiente. Su madre es una trabajadora del hogar empleada en una casa cerca del Ángel de la Independencia, en la zona céntrica de la ciudad, la familia que la emplea le dijo que sería despedida si volvía a presentarse tarde. Para Viridiana, este es un rasgo característico de la desigualdad en México. “Los patrones de mi madre no se detienen a pensar en lo que estamos pasando,” dice. “Los políticos que se hicieron ricos robándose el dinero de la construcción del Metro hoy manejan carros del ultimo año y no les importa el transporte público.”
Además de los extendidos tiempos de traslado, el costo de tomar rutas alternativas generalmente es dos veces más elevado de lo que las personas pagaban antes del accidente. “Es completamente excesivo,” dice Carlos, explicando cómo el nuevo costo del transporte reduce el dinero que tiene para llevar a casa al final del día. En respuesta al aumento de gastos en traslado, el 27 de mayo el gobierno de la ciudad estableció una ruta gratuita del Metrobús con las principales paradas de la Línea 12. Aunque este transporte gratuito es un alivio para quienes viven en Buena Suerte, requiere de una larga caminata hasta las estaciones de Nopalera o Tezonco.
Resistiendo a las estructuras de desigualdad urbana
Al facilitar el traslado de los pobres urbanos de las periferias en el oriente hacia el centro de la ciudad, la Línea 12 es una solución de infraestructura a los retos espaciales que engendra la desigualdad urbana. La construcción de la Línea mantiene una división socio-especial que relega a los pobres urbanos a la periferia de la ciudad al tiempo que permite que las zonas más afluentes de se beneficien de su fuerza de trabajo.
Gerardo Meza, miembro de la coordinación política de la OPFVII lo pone de la siguiente manera: “la Línea 12 es parte de una estrategia urbana de desarrollo capitalista para conectar a la periferia con el centro urbano, y mediante la expropiación y el despojo de la tierra, convertir estas comunidades en ciudades dormitorio.”
Cuando Marcelo Ebrard, ex jefe de gobierno de la ciudad de México propuso la Línea 12 en 2006, era evidente que la construcción implicaría la expropiación de tierras comunales cultivables de la zona periurbana. Los campesinos cuyo ejido comunal sería expropiado para la construcción del Metro formaron una organización llamada Frente de Pueblos del Anáhuac (FPA) para defender su territorio en contra del megaproyecto. Los Panchos se sumaron en solidaridad, asistiendo a las marchas y eventos de protesta contra de la construcción del metro.
La organización enfrentó severas represalias a manos del gobierno de la Ciudad. En septiembre del 2009, Marcelo Ebrard envió 5,000 granaderos para arrestar y desalojar a los miembros del FPA, con lo que eventualmente logró desmovilizar la oposición que las organizaciones de base orquestaban en contra del Metro. Como respuesta a este acto de represión estatal, las organizaciones en solidaridad con el FPA, incluyendo a la OPFVII, bloquearon la principal avenida de Tláhuac y presentaron un posicionamiento en donde argumentaban que “La Línea 12 no necesariamente significa desarrollo o progreso. Más bien, es parte de un plan ambicioso de urbanización en el oriente de la ciudad, del cual los políticos y los desarrolladores esperan obtener beneficios”.
Para la OPFVII, la represión no resultaba una sorpresa. Gerardo Meza explica que 15 años antes, Marcelo Ebrard era el arquitecto de una estrategia de contrainsurgencia abocada es dividir y desmovilizar a los Panchos. De acuerdo con Meza, durante la década del 90 este plan derivó en un despiadado asedio de los Panchos, incluido el arresto de algunos de sus líderes. Esta estrategia finalmente significó la fragmentación de la organización, pues un amplio sector abandonó las formas autónomas de organización para unirse al PRD, un partido de reciente creación en el que militaba Marcelo Ebrard.
Las denuncias a la corrupción sobre el megaproyecto demostraron ser correctas cuando comenzó su construcción. Llevada a cabo por tres grandes compañías constructoras, una de ellas Grupo Carso, cuyo dueño, Carlos Slim, es el hombre más rico de México, Gerardo describe la construcción como “plagada por una serie de irregularidades y corrupción: uso de materiales de baja calidad, trabajos que nunca se completaron, estudios de ingeniería del suelo que se pagaron, pero nunca se realizaron”.
En 2014, tan solo un año después de que el Metro fuera inaugurado, éste tuvo que cerrar durante seis meses pues se descubrió que los trenes adquiridos no cumplían las especificaciones de seguridad y estaban causando daño estructural a las vías. Dado que el gobierno empezó a investigar los alegatos de corrupción, Marcelo Ebrard voló a Francia, donde permaneció hasta que en 2018 se unió a la campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador, actual presidente de México. Ahora, Ebrard es Secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de AMLO.
Justicia más allá de las elecciones
Los Panchos han sido críticos de la Línea 12 desde mucho antes de los eventos trágicos del 3 de mayo. No es el caso de los políticos y partidos de oposición, quienes en las semanas que siguieron al accidente intentaron capitalizar la tragedia para ganar votos en las elecciones intermedias que estaban por llegar. Actualmente, Marcelo Ebrard está sólidamente posicionado como un posible sucesor del actual presidente de México. Los partidos de oposición vieron el colapso del Metro como una vía para lastimar la imagen de MORENA, que actualmente tiene la presidencia y mayoría del congreso en ambas cámaras.
MORENA, en cambio, buscó defender a Ebrard culpando a la previa administración de Miguel Ángel Mancera, perteneciente al PRD. El 6 de junio, día de las elecciones intermedias, el colapso del Metro fue catalogado como uno de los posibles factores que contribuyeron a que MORENA perdiera demarcaciones clave en la contienda electoral de la Ciudad de México.
Para Gerardo, hacer frente a las urnas promesas de justicia para las víctimas es una maniobra cínica. Al enfatizar que el propio Ebrard perteneció a tres partidos en el poder en las últimas tres décadas (el PRI, el PRD, y ahora MORENA) Gerardo advierte que “cualquiera que sea el partido en el poder, son siempre los mismos ladrones”.
A pesar del discurso popular de la actual administración que dice estar del lado de la clase trabajadora, para David Contreras, otro miembro de la coordinacion del OPFVII, “el gobierno sigue operando de acuerdo a la lógica neoliberal, basada en la represión y el despojo”
Para los Panchos, la justicia en las periferias urbanas no puede venir de las urnas electorales o del mismo gobierno que mantiene las formas de desigualdad que caracterizan las vidas de los pobres urbanos. Más bien, la justicia vendrá del fortalecimiento de los lazos comunales y de las formas de toma de decisión colectivas que ya están ocurriendo en lugares como Buena Suerte, permitiendo a los pobres urbanos, y no a los políticos o desarrolladores, moldear el futuro en los territorios en donde habitan.
Sam Law es candidato a doctor en antropología por la Universidad de Texas en Austin. Escribe sobre autonomía urbana, respuestas comunales a la precariedad y los horizontes emancipatorios de la lucha política contemporánea en México. Actualmente reside en la Ciudad de México.