En El Salvador, Bukele consolida su poder

El partido gobernante ganó el poder total en el congreso. La sombra del autoritarismo se encierra. ¿Puede la izquierda rescatar su relevancia?

June 9, 2021

Se venden gorros y sombreros con los logos partidarios, incluido la letra "N" de Nayib, durante las elecciones presidenciales, 3 de febrero 2019, San Salvador. (Heather Gies)

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en NACLA Report, nuestra revista trimestral.

El Salvador vivió una elección sin precedentes el 28 de febrero. El presidente Nayib Bukele logró tomar control de la Asamblea Legislativa con un histórico gane de su partido Nuevas Ideas, que obtuvo 65 porciento de los escaños con 55 diputados de 84. Con esta nueva configuración del Congreso, que tomó posesión el 1 de mayo, el partido de Bukele y sus aliados tendrán el poder para conseguir la mayoría calificada, que le da el control total sin que deban consensuar con la oposición.

Bukele, de 39 años, se convierte en el presidente con más poder en la historia democrática salvadoreña. Desde que llegó a la presidencia en junio de 2019, el objetivo fue el fortalecimiento de su partido y la proyección de las elecciones 2021. Para ello, fue necesaria una estrategia en donde la marca Bukele acaparó los mensajes y slogans de campaña de todos los candidatos a diputados y alcaldes. No hubo planes de gobierno municipales o propuestas de parte de los candidatos a legisladores, sino una promoción de la “N” de “Nayib”. No se votaba por Nuevas Ideas, se votaba por Bukele y por sacar a “los mismos de siempre” del Congreso, como llamaba a los políticos de la vieja guardia. Así fue como cada candidato se montó en la figura de Bukele, siendo él el gran protagonista de la campaña y que lo llevó a apoderarse de 149 alcaldías de 262 municipios.   

“VICTORIA” escribió Bukele en su cuenta de Twitter a las 7:28 p.m., un par de horas desde el cierre de los centros de votación. “Nuevas Ideas + Gana tendrán más de 60 diputados en la nueva Asamblea”, añadió en otro tuit. Antes de que terminara el día, la tendencia en números registrada por el Tribunal Supremo Electoral daba una ventaja imparable a Bukele. Y es que sí, fue una victoria para Bukele, tanto así que logró desplazar del espectro político a la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y al partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), los partidos tradicionales que gobernaron El Salvador durante tres décadas.

Con los 55 diputados obtenidos, más los seis del partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana), con el que Bukele corrió como presidente, se puedan tomar decisiones legislativas trascendentales. De hecho, en la primera sesión plenaria el 1 de mayo, la nueva Asamblea Legislativa destituyó a los jueces de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al fiscal general y nombró a nuevos funcionarios de manera expedita. El Bukelismo también podrá tomar otras decisiones legislativas, como reformas y aprobación de leyes, la elección de la cabeza de la Procuraduría para la Defensa de Derechos Humanos, y la adquisición de deuda, sin tener que llegar a acuerdos.  

Escanos en la Asemblea Legislativa de El Salvador, 2021 (Wikimedia / Aréat)

Desde 1985, nunca se había visto tanto poder acumulado en un solo partido. Ese año, el presidente Napoleón Duarte, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), elegido bajo un gobierno militar, logró más escaños con 33 de 60 diputados o 55 porciento, configurándose así “la aplanadora verde”, referencia al color de su logo partidario. Luego, en 1991, meses antes de la firma de los Acuerdos de Paz, Arena logró 39 de 84, o 46 porciento, el mayor número de su historia. En 2009, el FMLN consiguió 35, o 42 porciento. Hoy, ambos partidos han sido reducidos a nada: los números de Arena llegaron apenas a 14, el FMLN a cuatro, un desplome que pone al único partido de izquierda en la irrelevancia política de El Salvador.

La debacle de ambos partidos fue evidente la noche del 28 de febrero: en las sedes de cada partido no hubo festejo, ni siquiera en aquellos lugares considerados “bastiones”. Ahí también ganó Bukele. Arena perdió la capital salvadoreña, gobernada por el alcalde saliente Ernesto Muyshondt, el FMLN perdió la segunda ciudad más importante, San Miguel, que estaba al frente de Miguel Pereira. 

Si bien la estrategia de Bukele funcionó de reducir al mínimo a Arena y al FMLN, los partidos Vamos y Nuestro Tiempo, que se reconocen dentro de la oposición, lograron colarse con un diputado cada uno. “61 diputados y diputadas tienen en conjunto la @BancadaCyan [Nuevas Ideas de Bukele] y el partido de @GANAOFICIAL. Hoy no hay excusas para comenzar los cambios estructurales que El Salvador necesita y que Nayib prometió”, escribió en Twitter Bertha María Deleón, excandidata a diputada por Nuestro Tiempo, luego de que el Tribunal Supremo Electoral diera los datos finales que confirmaban la victoria de Nuevas Ideas.

El gane de Bukele ocurre en medio de fuertes críticas y llamados por la comunidad internacional sobre el giro autoritario del que ha dado muestras su gobierno, tanto por los ataques desmedidos a la oposición, la falta de transparencia en su gestión y los ataques a la prensa independiente. Pero, que el gobierno de Bukele sea autoritario podría no ser un problema para los salvadoreños, tomando en cuenta resultados de algunos sondeos que han destacado que la gente prefiere practicas anti-democráticas. De acuerdo con una encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA realizada en 2019, un 77 porciento de la población encuestada apoya la mano dura, y 48 porciento esta de acuerdo de que en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser mejor que uno democrático.

El Salvador se encuentra dominado por el poder mediático de Bukele, que sabe muy bien cómo vender sus mensajes (y cómo manipularlos a conveniencia), cómo proteger a sus funcionarios y a su gestión cuando es señalada de hacer mal uso de los recursos. Si lo comparamos, Bukele sería una copia de Donald Trump, solo que “cool” por ser joven y milenial. Por eso no es extraño que en la calle se escuchen opiniones de salvadoreños dispuestos a darle más poder a Bukele. Si va a ser una dictadura, al menos, “será una bonita dictadura”, dicen algunos.

Nayib Bukele reune con Donald Trump, 25 de septimebre 2019, Nueva York. (White House / Shealah Craighead)

Ni las denuncias de corrupción ni las investigaciones de la Corte de Cuentas de la República por el manejo de los fondos durante la pandemia, hizo que Bukele perdiera el apoyo popular. Sin embargo, es en este punto donde gobiernos como el de Estados Unidos han sido claros que un gobierno que no dé muestras de lucha contra la corrupción no será un aliado. Pero, parece ser que esos llamados desde Washington por la administración del presidente Joe Biden no son relevantes para Bukele, o al menos eso se percibe, sobre todo, cuando persisten las críticas al papel que juega la Comisión Internacional contra la Impunidad en El Salvador (CICIES) para luchar contra la corrupción, una comisión que depende tanto del Órgano Ejecutivo, sino también de la Organización de Estados Americanos (OEA). El 4 de junio, Bukele rompió el convenio sobre la existencia de la CICIES que tenía con la OEA, marcando su distanciamiento con su principal promesa de campaña y con la comunidad internacional.

La decadencia de la izquierda

No hay duda de que el mayor perdedor el 28 de febrero fue el FMLN, que no logró levantarse de las elecciones legislativas de 2018, en donde la tendencia a la baja electoral daba alertas de un cambio urgente. Medios locales resaltaron la debilidad de un partido que marcó la historia del país tras el conflicto armado. “El FMLN llega a las elecciones en coma”, tituló el periódico digital El Faro, días antes de las elecciones. El partido que se conformó como instituto político luego de los Acuerdos de Paz en 1992, llegó sin presupuesto y sin su histórica base militante que le apoyara.

En 2009, el FMLN consiguió la presidencia de El Salvador con Mauricio Funes. En esa ocasión tuvo el mayor número de escaños de su historia. Entre 2011 y 2015 bajó a 31, pero en 2018 obtuvo 23. En ese momento, el FMLN debió haber tomado decisiones, debió haber analizado a qué se podría atribuir la baja en sus números. Los escándalos de corrupción durante la presidencia de Funes (2009-2014), como la de Salvador Sanchez Cerén (2014-2019), como el desencanto de la gente, ante un partido del que esperaban cambios estructurales que no llegaron, fueron uno de los factores que pesaron en esta elección.

El FMLN reconoció la derrota y deseó éxitos a los nuevos funcionarios electos. El secretario general, Óscar Ortiz, en conferencia de prensa, reconoció el fracaso electoral. “¿A qué se debe este resultado adverso como ahora?”, se preguntó. “Bueno, se debe a que todo proyecto político tiene que refrescarse permanentemente, tiene que renovarse permanentemente, tiene que actualizarse y revisarse permanentemente. Y, posiblemente, que en los últimos años no hemos estado a la altura de la exigencia que los ciudadanos nos han venido planteando como izquierda y como FMLN”. Aunque no quiso aceptar que debían haber cambios en la dirigencia, o si él estaría dispuesto a renunciar al cargo, sí expresó que habían tomado la decisión de hacer una “profunda reforma política como FMLN” y comenzar lo que llamó como una “amplia consulta” con sus bases.

La derrota electoral fue detonante para que en redes sociales, críticos que se reconocían de izquierda exigieran la renuncia de sus dirigentes, comenzando por José Luis Merino, uno de los hombres más poderosos dentro del partido de izquierda y que sigue manteniendo cercanía con Bukele.

Para algunos analistas, que el FMLN haya sufrido tal derrota no significa que la izquierda salvadoreña ha muerto o desaparecido. Más que ver al FMLN levantándose de sus cenizas, recuperando su militancia perdida, es más probable que lo se vea en los próximos años es el surgimiento de un nuevo proyecto político de izquierda en El Salvador.


Julia Gavarrete es periodista salvadoreña enfocada en asuntos de política y la violencia y sus consecuencias en comunidades vulnerables. En 2021, se unió a la redacción de El Faro. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”.

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