La izquierda latinoamericano se realinea en nuevo terreno político

En el mundo multipolar, los gobiernos progresistas de hoy enfrentan desafíos y oportunidades muy distintos al primer ciclo. ¿Cómo afrontarán los retos?

April 3, 2023

Luiz Inácio Lula da Silva habla en el cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Buenos Aires, Argentina, el 24 de enero 2023. (Ricardo Stuckert / PR / CC BY 2.0)


Este artículo fue publicado originalmente en el número de primavera 2023 del NACLA Report, nuestra revista trimestral.


Desde su primer día en el cargo, luego de regresar al Palacio de Planalto el primero de enero, Luiz Inácio Lula da Silva dedicó su agenda a recibir a numerosas delegaciones y consumió encuentros neurálgicos. Uno de ellos, en la tarde, fue con el vicepresidente chino, Wang Qishan, una relación que Lula ha afirmado querer ampliar más. De manera similar, el día antes de su asunción se había reunido con la presidenta del Consejo de la Federación (senado) de Rusia, Valentina Matviyenko.

El nuevo presidente de Brasil está dibujando un nuevo ciclo de gobiernos progresistas y de izquierda. Y con esta tendencia, las alineaciones automáticas con los Estados Unidos están cediendo ante una nueva realidad geopolítica multipolar. Las “zanahorias” de un Washington ya no parecen tener el mismo poder de “persuasión”. Acomodarse a los cambios del sistema mundo, implica estrechar lazos con adversarios de Washington.

En contraste con el primer ciclo progresista, la toma de posesión de Lula muestra que en este nuevo ciclo se trata menos de abrir diatribas y conflictos internacionales y más de apuntar hacia la cooperación económica con todos los polos de poder mundial.

Esta nueva realidad se evidenció en la juramentación de Lula. El vicepresidente de China, la Secretaria del Interior de los EE.UU., el presidente de Portugal, el de Alemania y el rey de España fueron parte de un grupo de 19 jefes de estado y otros dignitarios.

Por América Latina, varios presidentes de derecha se hicieron presentes como Mario Abdo Benítez de Paraguay y Guillermo Lasso de Ecuador, al mismo tiempo que asistieron otros de la izquierda como Gabriel Boric de Chile, Gustavo Petro de Colombia, Alberto Fernández de Argentina y Luis Arce de Bolivia. Reflejando la diversidad ideológica, llegó una sorprendente comitiva de Uruguay, conformada por su presidente, Luis Lacalle Pou y dos ex presidentes de divergentes posturas, José Pepe Mujica y Julio María Sanguinetti.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, rápidamente se ha acercado a Lula. reconociendo su triunfo con prontitud, ante el desconocimiento del resultado electoral por parte del presidente saliente Jair Bolsonaro, aliado del trumpismo, y lo invitó a Washington, una invitación que Lula aceptó.

Cierto, el “patio trasero” se ha ido achicando. Los triunfos progresistas en Colombia, Honduras, Chile y Perú, todos en poco más de un año eran precedidos por México (de manera inédita), Argentina y Bolivia. Al mismo tiempo, los estallidos sociales replicaban por Ecuador, Chile, Colombia, Puerto Rico y Haití, todos durante el 2019, y en Centroamérica, por diversas maneras y razones, Guatemala, Honduras y El Salvador, además de Nicaragua, se iban desafiliando de la política estadounidense.

Ya se han avanzado varias acciones que representan un nuevo posicionamiento de la región, y de sus problemas, frente a Washington. Lula propone lanzar una moneda regional, denominada Sur, como contrabalanceo al dólar. La Comunidad de Estados de América latina y el Caribe (Celac), lanzado en 2011 como alternativa a la Organización de Estados Americanos, tuvo a finales de 2021 una exitosa reunión con China, la cual produjo un plan de acción conjunta. Y el presidente Gustavo Petro ha planteado acabar con la guerra contra las drogas, fuertemente mantenido y exportado por Washington desde los años 70.

Para estos nuevos gobiernos progresistas, la integración regional se convierte en una clave ya no tanto para enarbolar grandes discursos latinoamericanistas como en el primer ciclo, sino para reactivar las economías nacionales por medio de la apertura a nuevas inversiones y mercados que emergen con los ajustes geopolíticos.

Queda por ver la forma como esta cooperación se va a ir concretando. La incapacidad de la Celac y de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur), los principales mecanismos de la integración regional durante el primer ciclo progresista, para consolidarse durante el ciclo de derechas hacen dudar de la necesidad de invertir tiempo y dinero en cumbres de impactante discurso ideológico. Más bien, impone la necesidad que cada paso en este sentido implique avances pragmáticos que privilegien el campo económico y la resolución conjunta de asuntos concretos.

Pero la necesidad de incorporarse con fuerza a una nueva conformación del sistema-mundo, especialmente a su esfera comercial, puede darles a los liderazgos actuales, especialmente a los presidentes Lula y Andrés Manuel López Obrador, capacidad motora para lograr “acuerdos en bloque”, que se compaginen con el pragmatismo existente, catalizado además por las nuevas condiciones del comercio mundial que implican apertura hacia países no occidentales que vienen emergiendo económicamente.

Ante las complejas amenazas con que se enfrenta y un movimiento pendular entre gobiernos de izquierdas y derechas que podría seguir sucediendo, en los pocos años que tiene garantizado el nuevo ciclo, los mecanismos de integración e intercambio puedan amortiguar las consecuencias sociales que ha producido la pandemia y la guerra en Ucrania y generar bienestar colectivo fehaciente.

Entre amenazas internas y nuevos “chances”

Las amenazas del nuevo ciclo llegan redimensionadas. Por un lado, los movimientos nacional populares se han debilitado electoralmente, ganando elecciones con márgenes estrechos, mientras que la derecha, radicalizada y populista, aunque está perdiendo las presidenciales, sale fortalecida en los Congresos y las regiones. Esto ha ocurrido en Brasil donde el Bolsonarismo ha logrado la mayor bancada parlamentaria en las elecciones generales del 2022. También, en Perú, el fujimorismo casi ganó las presidenciales del 2021 y pudo articularse con el resto de la oposición para montar varios votos de confianza y al final deponer al presidente Pedro Castillo cuando cometió torpezas después de menos de un año y medio en funciones.

Por otro lado, las judicializaciones a líderes políticos continúan implementándose desde los poderes judiciales de cualquier signo ideológico, lo que dispara las amenazas sobre los nuevos presidentes, en su mayoría progresistas.  Aunque Lula ha salido reivindicado tras el encarcelamiento que le impidió postularse en las presidenciales del 2018, en diciembre, un tribunal argentino condenó a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner a la pena de 6 años de prisión por el delito de administración fraudulento. El gobierno argentino mantiene que es otro caso de “lawfare”. El fallo, si se sostiene en la apelación, significaría la inhabilitación para ejercer cargos públicos. Ya se han enterrado las expectativas de que CFK se postule en las elecciones presidenciales de 2023.  

De la misma forma, para responder al ascenso de la derecha radical, la izquierda ha forjado alianzas con el centro político y el liberalismo. En Brasil, Lula ha construido una amplia coalición. El gobierno de Petro en Colombia también se ha asociado con actores que provienen del liberalismo para ocupar cargos importantes como la presidencia del Senado de la mano de Roy Barreras, quien previamente fue un aliado del ex-presidente ultra-derechista, Álvaro Uribe. En Chile, después de la derrota del borrador de la nueva constitución en el referéndum del septiembre de 2022, Boric anunció como ministros a figuras representativas de gobiernos de la ex-Concertación (socialdemocracia) como Carolina Tohá, exalcalde de Santiago y ministra durante la administración de Michelle Bachelet, como ministerio de Interior y Ana Lya Uriarte, quien fue jefa de gabinete de Bachelet, como ministra secretaria general de la presidencia. Aunque estos pactos ofrecen gobernabilidad, pueden inmovilizar las energías transformadoras de la izquierda y erosionar sus bases de apoyo político.

Para lograr éxito, los nuevos gobiernos de izquierda deberán trazar estrategias que busquen romper con las incapacidades políticas del primer ciclo para lograr transformaciones estructurales. Al mismo tiempo, tienen el reto de recuperar el entusiasmo popular con el que se inició el ciclo progresista desde hace dos décadas mientras también atender el impacto que producen en sus países los cambios geopolíticos.

Reflujo de la hegemonía estadounidense

La hegemonía de Estados Unidos en la región,  asentada desde comienzos del siglo XX, está en entredicho. No solo por su evidente impotencia contra históricos contrincantes representados por los gobiernos de Nicaragua, Venezuela y Cuba; o porque otros adversarios provenientes de corrientes anti-estadounidenses como los actuales presidentes de Colombia y de Chile, hayan ganado las presidenciales en sus países. Sino también porque las derechas mismas han profundizado la apertura hacia nuevos socios comerciales, especialmente China. Bolsonaro jugó neutral en la guerra de Ucrania y negó un bloqueo a Rusia. Gobiernos de derechas como el de Uruguay,  Ecuador y Panamá están negociando un TLC con China, y se suman a Chile, Costa Rica y Perú que tienen caminos más avanzados al respecto. 

Pero el avance comercial con China abarca todos los países. Se perfiló durante el primer ciclo progresista, pero se incrementó durante los gobiernos de derecha. Ahora, como escribe en Nueva Sociedad el periodista y politólogo José Natanson, los gobiernos de izquierda tienen “la posibilidad de aprovechar la oportunidad geopolítica abierta por la disputa entre China y Estados Unidos”.

Según datos de la Administración General de Aduanas de China, el comercio entre China y la región creció 41,1 por ciento en 2021 respecto al año anterior y las exportaciones al país asiático aumentaron un 31,4 por ciento. El vertiginoso aumento significa una competencia feroz al comercio estadounidense en un territorio acostumbrado a su dominio, lo que, en años de unipolaridad representaría una verdadera afrenta. Pero los tiempos han cambiado. Hace ya más de diez años, que China lo reemplazó como principal socio comercial de Brasil, la principal economía de América Latina. Hoy, China es el segundo mayor socio comercial de América Latina en su conjunto después de los EE.UU. y en Sudamérica, además de Brasil, China ya es el mayor socio comercial en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y Venezuela.

Con este nuevo cuadro, Washington tendrá que modificar su estrategia si no quiere seguir siendo desplazado. El año pasado, en la Cumbre de las Américas en Los Angeles, Biden propuso una Alianza para la Prosperidad Económica en las Américas con el fin de impulsar el crecimiento económico en el hemisferio y contrarrestar la influencia china. Sin embargo, la cumbre fue ensombrecido por la decisión de Washington de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela, que provocó críticas y boicots por parte de jefes de estado, como Andrés Manuel López Obrador, y destacó el descontento regional con la política exterior estadounidense. AMLO reiteró sus críticas en la reunión de los “Tres Amigos” entre México, Canadá, y EE.UU. en enero de 2023, pidiendo a Biden que se cese la actitud de “abandono” y desdén” de EE.UU. hacia América Latina y el Caribe.

Joe Biden, Andrés Manuel López Obrador y Justin Trudeau en el cumbre de "los tres amigos", Ciudad de México, el 10 de enero 2023. (Official White House photo by Adam Schultz / Public Domain)

En medio de este contexto de una creciente oposición regional, Biden recibió en diciembre al presidente de Ecuador Guillermo Lasso en la Casa Blanca, donde expresó su interés en profundizar los lazos en asuntos de seguridad y economía entre los dos países. Es un cambio radical en comparación con el ciclo progresista del Ecuador, cuando el presidente Rafael Correa mantuvo un fuerte discurso contra Washington y ordenó la salida de la base militar estadounidense que operó en el país durante 10 años.

Estas nueva alianzas con Lasso hacen pensar que la administración Biden está buscando nuevas cabezas de playa, después de los estallidos sociales y cambios presidenciales en Colombia y Chile, quienes eran los aliados más preciados. Al inicio de enero, China firmó un nuevo tratado de libre comercio con Ecuador, lo cual la administración de Lasso espera que le ayude a presionar a los EE.UU. para lograr un acuerdo similar.   

Mientras tanto, podría observarse un giro, aunque moderado, en la política exterior de Estados Unidos, en comparación a lo que venía haciendo la gestión de Donald Trump.

Por una parte Trump apostaba por Bolsonaro, ocupó casi toda su agenda en la región con el fin de aumentar la presión sobre el gobierno de Venezuela y realinear al continente a sus intereses de manera siempre agresiva por medio de la OEA o el extinto Grupo de Lima, un bloque de gobiernos de derecha formado para buscar una “solución” a la crisis venezolana.

En cambio, Biden ha tomado postura por Lula y,  sin eliminar del todo las sanciones sobre Venezuela, ha preferido sentarse a negociar con Maduro, volviendo a establecer relaciones comerciales de facto en el tema petrolero y adelantando un cambio de agenda en la región que privilegia otros problemas como la migración. La comitiva que envió Washington a la toma de posesión de Lula , encabezada por la primera mujer indígena en un gabinete de ese país, la ministra de interior Deb Haaland, férrea crítica de Bolsonaro, trata de mostrar que no solo dispone de “garrotazos”. Que puede entender la nueva realidad y actuar de otra forma.

Auge, caída y las arenas movedizas del centro

Durante el primer ciclo progresista, había una alta expectativa del mundo de izquierda en medio de la emergencia de líderes populistas encabezados por Hugo Chávez, Lula, Correa, Evo Morales, Néstor y Cristina Kirchner cuyo principal cemento lo constituían las críticas y discursos contra la imposición política de Estados Unidos. Además de imponer una agenda transformadora, estos gobiernos rompieron la alineación automática de los gobiernos de América latina con Washington. Sus verbos vertiginosos entusiasmaron a las mayorías, rescatando la política como esfera de discernimiento bajo el lema general de la redistribución económica después de tantos años de “Consenso de Washington”.

Pero después de varios gobiernos y de diferentes modos, las experiencias del primer ciclo precipitaron su caída. No se adaptaron a los cambios de época. No supieron renovarse, aunque algunos lo intentaron. Fueron algunos judicializados y criminalizados.

Venezuela, el gran faro radical de la primera década, se sumió en una crisis hacia mediados de la segunda que desintegró la propuesta bolivariana. El “moderado” Brasil del lulismo tampoco salió intacto, sobre todo porque no tuvo sujeto político movilizado que respaldara la legitimidad de sus gobiernos cuando estuvieron en riesgo: había extraviado la calle. En 2016, el entonces presidente Morales perdió el plebiscito que buscaba reformar la constitución para permitir una nueva reelección presidencial. En 2021, el Correísmo salió derrotado en las presidenciales de Ecuador básicamente por su ruptura durante la gestión de Correa con el movimiento indígena. El mismo año, en Argentina, el peronismo perdió fuerza articuladora en las elecciones de medio término y las protestas populares en Cuba hablaron del cansancio severo del modelo socialista cubano.

Después de un ciclo de una derecha radicalizada que emergió en el segundo lustro de la década pasada, los progresismos que hoy han retomado o iniciado gobierno, han tenido que hacer más que antes importantes concesiones a la institucionalidad liberal y al centro político y la derecha moderada. Esta “moderación”  hacia el centro, en relación con el radicalismo del primer ciclo, puede permitir cierta estabilidad (institucional, judicial y militar) pero a la larga puede empantanar las fuerzas transformadoras que requieren desplegar las izquierdas para atender las expectativas de sus seguidores. También se arriesga entramparse en una “gestión de las emergencias” que se suceden sin mayores avances de cambio social ya que son siempre rebanados por el centro político, ahora con mayor poder de influencia.

Las izquierdas han quedado, al menos por ahora, sin alternativa de modelo económico, algo que tenía con mayor claridad en el primer ciclo debido a la apuesta que tenía en el Estado como agente económico. En este nuevo ciclo, Argentina tiene que renegociar con el Fondo Monetario Internacional, Venezuela dolariza su economía, Petro aclara que viene a “desarrollar el capitalismo…para superar la premodernidad y el feudalismo”;  Lula profundiza sus alianzas con antiguos adversarios de la centro derecha representada en su la figura de su vicepresidente, y anterior contrincante electoral, Geraldo Alckmin.

Evo Morales, Alberto Fernández y Lula da Silva en el cumbre de CELAC, Buenos Aires, el 23 de enero 2023. (Ricardo Stuckert / PR / CC BY 2.0)

Condicionada en lo económico por el “largo brazo” del mercado al que el Estado cada vez más le cuesta intervenir, con procesos inflacionarios en auge, las izquierdas, viejas y nuevas, se debaten con cierta impotencia entre aceptar el neoliberalismo cómo único modelo viable y la utilización de controles económicos que no aportan mucho a la generación de riqueza para los pueblos. Por todo esto, las nuevas experiencias requieren darle un vuelco a esta atmósfera política signada por la apatía que se produce debido a la incapacidad de producir transformaciones profundas en la vida social y cotidiana y la baja dosis de polarización que tiene como finalidad rebajar los conflictos. De lo contrario, las mayorías que han apostado por la vuelta de la izquierda pueden terminar despolitizándose, lo que podría invocar el regreso del conservadurismo a los gobiernos de la región.

Retos y realineamientos

Uno de los desafíos de los actuales progresismos obedece a su procedencia diversa y sus abiertos disensos. Hasta ahora, en su breve camino, los gobiernos de izquierda del nuevo ciclo no han logrado alinearse y conseguir un punto de entendimiento para jerarquizar una temática y operar bajo estrategias comunes.

El derrocamiento legislativo contra el presidente peruano Pedro Castillo el 7 de diciembre tras un intento de autogolpe, por ejemplo, ha provocado respuestas disímiles. En un comunicado conjunto publicado unos días después, los gobiernos izquierdistas de México, Argentina, Colombia y Bolivia identificaron que Castillo, “desde el día de su elección, fue víctima de un antidemocrático hostigamiento” y expresaron su “profunda preocupación” por los sucesos de su destitución. “Nuestros gobiernos hacen un llamado a todos los actores involucrados en el anterior proceso para que prioricen la voluntad ciudadana que se pronunció en las urnas”, continuaron, desconociendo implícitamente a la presidenta interina Dina Boluarte.

Lula, por su parte, todavía no en funciones en ese momento, aseguró que “todo se llevó a cabo dentro del marco constitucional”. Chile tomó una postura similar, afirmando en palabras de la ministra de relaciones exteriores Antonia Urrejola que “existen normas constitucionales, existen reglas del juego, y esas normas el Presidente Castillo no las respetó”.

Mientras tanto, el populismo de derecha está latente. A pesar de sus derrotas presidenciales, una nueva derecha postliberal consigue resultados electorales, y la derecha radical es una amenaza contra la democracia institucional. Todo ello bajo la amenaza de que el ex presidente y candidato Donald Trump vuelva a ganar en Estados Unidos en 2024 y empodere nuevo impulso a fenómenos como el bolsonarismo.

Aunque nuevos progresismos están en los palacios presidenciales, el populismo de derecha tiene como paradigma a Bolsonaro, que consiguió el 49 por ciento de los votos en las presidenciales de octubre de 2021­­, pero con importantes réplicas en Chile con José Antonio Kast (obtuvo 44 por ciento en las presidenciales), en Colombia con el ingeniero Rodolfo Hernández (47 por ciento) y otros en estado de gestación como, la exministra de seguridad de Mauricio Macri en Argentina, Patricia Bullrich, aspirante a la presidencia, y el nuevo alcalde de ultraderecha de Lima Rafael López Aliaga.

Por esto, un acontecimiento como el del primero de enero en Brasilia tiene dos lecturas: o es un medio que efectivamente logre impulsar las relaciones comerciales para mejorar la situación económica del país, o es sencillamente un evento protocolar del nuevo establecimiento mundial donde las izquierdas y las derechas se han venido potabilizando mutuamente, comercialmente, sin mayores incidencias de cambio interno. 


Ociel Alí López es analista político, profesor de la Universidad Central de Venezuela y colaborador en diversos medios de Venezuela, América latina y Europa. Es autor del libro Dale más Gasolina.

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