Los neopatriotas latinoamericanos

Unidas por enemigos difusos, las nuevas extremas derechas están altamente interconectados a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, el campo de acción local y regional es donde ejercen sus batallas ideológicas.

April 2, 2024

Javier Milei and Victoria Villarruel of Argentina pose with Santiago Abascal (second left) and Iván Espinsa (second right) of Vox during a festival put on by Vox in Madrid, October 2022. (VOX ESPAÑA / CC0)


Este artículo fue publicado en inglés en la edición de primavera de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.


El 19 de noviembre de 2023, la fórmula presidencial integrada por Javier Milei y Victoria Villarruel triunfó en la segunda vuelta electoral en Argentina y sacudió el tablero político de América Latina, especialmente el de la región sudamericana y sus procesos políticos regionales. Tanto la dupla Milei y Villarruel como las dinámicas y fuerzas sociales que están tras su victoria son parte de un ciclo global de ascenso de las ultraderechas, sea en la presidencia del gobierno, o en coaliciones con el centroderecha en las que se condicionan sus políticas. Tino Chrupalla y Alice Weidel en Alemania, Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile, Fabricio Alvarado en Costa Rica, Donald Trump en Estados Unidos, Nayib Bukele en El Salvador, Santiago Abascal en España, Marine Le Pen en Francia, Boris Johnson en Reino Unido, Viktor Orbán en Hungría, Narendra Modi en India, Benyamin Netanyahu en Israel, Giorgia Meloni y Matteo Salvini en Italia, Andrzej Duda en Polonia, André Ventura en Portugal, Vladimir Putin en Rusia, Recep Taiyip Erdoğan en Turquía y Guido Manini Ríos en Uruguay, entre otros, más allá de sus especificidades nacionales, forma parte de una tendencia o ciclo global de contestación de la democracia liberal y de su correlato externo, el orden liberal internacional. 

A estas nuevas ultraderechas las llamamos neopatriotas. Tienen un posicionamiento político en la ultraderecha y confrontan abiertamente a lo que llaman “globalismo”, al cual definen de una manera deliberadamente difusa. El rechazo a las normas multilaterales, a la globalización y al cosmopolitismo y a las sociedades abiertas y diversas, son algunas de sus pautas comunes, que se expresan en algunos casos a través del rechazo a la inmigración o al cuestionamiento de la diversidad cultural e incluso sexual, sosteniendo que estas agendas son impuestas por élites transnacionales. Este antiglobalismo es parte de sus estrategias repolitizadoras que interpelan a personas insatisfechas desde el punto de vista material, que se sienten postergados por valores y prácticas socioculturales que entienden “hegemónicas”, y/o que rechazan abiertamente la política.

La reivindicación de una “batalla contra lo políticamente correcto” es un elemento que ejemplifica esta reacción. La movilización de la ciudadanía con estos discursos contribuye a la polarización y es funcional a la contestación de las normas, valores e instituciones del orden liberal internacional expresado en el multilateralismo y los procesos regionales de cooperación e integración, como ilustra el rechazo a los organismos regionales en Latinoamérica, o el euroescepticismo del otro lado del Atlántico. 

Con apelaciones que pueden conceptualizarse como “plebeyas”, despliegan discursos políticos que proponen una mirada desde un supuesto “hombre común” que reivindica valores tradicionales y patriarcales, que se opone a la amenaza disgregadora que proviene de “fuerzas exógenas”. Así, los feminismos, la diversidad y el multiculturalismo se constituyen entre sus principales “enemigos”. La “batalla cultural” en la que se embarcan y las amenazas y enemigos que constituyen, si bien son compartidos en términos generales, tienen particularidades regionales y locales. Por ejemplo, en Latinoamérica, los legados autoritarios, las relaciones civiles militares con presencia de activación y activismo entre fuerzas armadas y neopatriotas son elementos específicos de las nuevas ultraderechas latinoamericanas. Con España, comparten miradas revisionistas y de vindicación de las dictaduras del pasado reciente, disputando así el relato y la memoria histórica.

Como señala Sebastian Conrad en su obra Historia global. Una nueva visión para el mundo actual, entender este ciclo global sin caer en el “nacionalismo metodológico” o el eurocentrismo implica identificar lógicas causales globales y, a la vez, incorporar las especificidades de los casos. Esto implica conjugar un análisis que privilegia la sincronía de estos fenómenos sin dejar de atender al desarrollo histórico de los casos. Cada uno de ellos puede verse como expresiones diferenciadas pero relacionadas de las transformaciones estructurales del orden internacional. Así, estas nuevas derechas pueden verse como actores emergentes, en cada lugar, de un momento de crisis orgánica del orden liberal internacional.  Este tipo de crisis, como ha señalado Milan Babic en “Let’s Talk about the Interregnum: Gramsci and the Crisis of the Liberal World Order”, tiene tres componentes distintivos en relación a otros momentos críticos pero de carácter coyuntural: es un proceso de largo aliento, de cambio estructural y que opera simultáneamente en varios niveles (la economía política global, el nivel estatal y el plano societal). Para ello, es necesario entender sus conexiones, redes y las formas de acción internacional convergente.

La contestación de los neopatriotas en tiempos de interregno

Desde una perspectiva crítica de inspiración gramsciana, Robert W. Cox en “Social Forces, States and World Orders: Beyond International Relations Theory”, utiliza el concepto de estructura histórica para entender los diferentes órdenes mundiales, hegemónicos y no hegemónicos, como marco de acción que constituye y condiciona la agencia de los actores sociales, y establece el “sentido común” de una época. La globalización y su expresión material, institucional e ideacional, el orden internacional liberal, conformaron un orden mundial hegemónico. Sin embargo, desde la crisis de 2008—una verdadera crisis orgánica del capitalismo, que condiciona sus lógicas de reproducción—, la globalización se encuentra en crisis y se ha abierto un tiempo histórico de interregno. Esta expresión fue utilizada, como metáfora de su tiempo, por Antonio Gramsci, que en 1930 señalaba en los Cuadernos de la cárcel que: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

La metáfora propuesta por Gramsci refiere al agotamiento de las estructuras vigentes y en particular a la incapacidad de las clases dominantes de gestionar esta crisis, reconstruir los consensos en los que se basó su dominación y lograr así mantener la hegemonía. Ese escenario que Gramsci describía para el mundo posterior a la Gran Guerra (1914-1918) y contemporáneo a la crisis de 1929 y la gran depresión, la crisis de la democracia liberal de ese periodo, y al ascenso de los fascismos, sirve como espejo para pensar el escenario posterior a la crisis de 2008, la crisis de globalización y el nuevo interregno al que ha dado paso. Sus efectos llegaron a América Latina a inicios de la década de 2010 con el proceso de desaceleración del boom de las commodities y la nueva “década perdida” para el desarrollo que se inicia en torno a 2014, cuyos indicadores económicos son incluso peores a la primera “década perdida” en los años ochenta. Esta crisis implica una gran transformación, por la que el capitalismo se tornó más financiarizado, trasnacional y digital, generando mayores desigualdades, insatisfacción e incumplimiento de las expectativas de amplios sectores sociales. Ello se ha traducido también en una mayor desafección y desconfianza ciudadana, crisis de representación y cuestionamiento de las elites y grupos dominantes, abriendo una oportunidad para la irrupción de nuevos cesarismos que personalizan la política y se proponen a sí mismo como representantes del “pueblo”.

Lejos de pensar en una mirada cíclica de la historia, lo importante es identificar dinámicas teóricamente análogas. El interregno, como periodo de crisis hegemónica, se caracteriza por la imposibilidad de resolver esta situación mediante la coerción o retomando consensos ya cuestionados. Entre los “fenómenos morbosos” que emergen en ese escenario estaría el ascenso de nuevas fuerzas y emprendedores políticos de ultraderecha que potencian y generan a la vez esas crisis superpuestas.

Estos actores, a quienes denominamos ultraderechas neopatriotas, emergieron como parte de esta crisis orgánica. Y la crisis hegemónica les ha permitido repolitizar cuestiones antes al margen de la disputa política y movilizar a los descontentos e insatisfechos, impugnando las formas del Estado liberal y del orden internacional contemporáneo. Sus discursos populistas y anti establishment recogen, y también alimentan el malestar de la sociedad contra elites que se describen como corruptas, egoístas y subordinadas a intereses “foráneos” que amenazan al pueblo y la nación, o al interés individual de los “ciudadanos de bien”. De esta forma logran agrupar desde apelaciones soberanistas de carácter nacionalista hasta diferentes versiones del individualismo extremo del libertarismo de derechas. Esa contestación bifronte, liberal libertaria y nacional soberanista, que apela a distintas audiencias, es muy visible en la alianza de Milei y Villarruel en Argentina.

Los neopatriotas latinoamericanos

La crisis orgánica de la globalización proporciona un marco causal de carácter general para explicar el surgimiento de los neopatriotas, pero estas se cruzan de distinta manera con dinámicas y estructuras nacionales y las respectivas trayectorias históricas, dando lugar a distintas manifestaciones de ese fenómeno. El concepto de nuevas ultraderechas neopatriotas es una macrocategoría que establece dos coordenadas comunes: la posición ideológica de ultraderecha, y el nacionalismo extremo y la acción refractaria frente al globalismo. Como rasgos propios, los casos latinoamericanos —a excepción de la ultraderecha chilena— no poseen un componente antiinmigración, nativista o islamófobo, tan importante en los casos europeos. O resaltan mucho más el tema de la “mano dura” en el combate a la delincuencia y el discurso punitivista en materia de seguridad pública, como en el caso de Bukele en El Salvador, que empieza a ser un modelo para las derechas de otros países de Latinoamérica.

La región tiene otros legados históricos relevantes para entender su especificidad;  tendencias concentradoras y centralizadoras del poder en las instituciones y élites, y experiencias autoritarias desde la independencia. Incluso, los procesos de “modernización” tuvieron un tinte conservador, ya que fueron liderados por estas élites, que mantuvieron sus privilegios y se apoyaron en los militares para garantizar el orden y la propiedad de la tierra y otros activos. El historial de golpes de Estado y gobiernos militares es también parte de la historia de esas derechas.

Junto a Marina Vitelli, en “Derechas neopatriotas y fuerzas armadas en América Latina:  Una mirada desde las relaciones civiles militares”, analizamos dos tipos de dinámicas entre las ultraderechas neopatriotas latinoamericanas y los militares. Por un lado, lo que Jim Golby, en “Uncivil-Military Relations: Politicization of the Military in the Trump Era”, denomina activación civil de los militares. Abarca el nombramiento de militares en cargos de gobierno no relacionados con la defensa, estrategias para presentar las fuerzas armadas como aliados políticos o la búsqueda activa de apoyo electoral entre los militares. Por otro lado, lo que Risa Brooks denomina activismo militar en el texto “Militaries and Political Activities in Democracies”. Alude a las acciones colectivas o individuales de las fuerzas armadas para apoyar un partido o influir en la política y las políticas. Esto se manifiesta en declaraciones públicas de militares, respaldo a candidatos o gestos de disidencia frente a autoridades civiles.

El Brasil de Bolsonaro es un ejemplo claro. En su presidencia colocó a más de 6.000 militares en el gobierno. Los militares hicieron manifestaciones públicas interfiriendo en la política durante la campaña electoral, como la advertencia velada que realizó en Twitter el comandante del Ejército, General Eduardo Villas Bôas, a los ministros del Supremo Tribunal Federal, durante la consideración del habeas corpus interpuesto por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva para rechazar su prisión luego de la condena en segunda instancia. En Uruguay, Guido Manini Ríos confrontó con el presidente Tabaré Vázquez hasta que fue destituido y pasó a retiro en 2019. Inmediatamente después pasó a liderar el partido Cabildo Abierto, expresión neopatriota en este país.

Otro elemento específico de los neopatriotas latinoamericanos es la reivindicación, en diferentes grados, del pasado autoritario y las dictaduras más recientes como defensoras de la “nación” ante la amenaza disgregadora del “comunismo”. Ejemplo de esto son las apelaciones de Bolsonaro a la “revolución de 1964” para referirse al golpe de Estado del General Humberto de Alencar Castelo Branco o los tweets de Kast señalando que el golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende estaba justificado por la amenaza del avance del marxismo. Otros argumentos de este tipo se hacen en clave soberanista. En el Parlamento uruguayo, Manini Ríos sostuvo sobre al juicio y castigo de los crímenes cometidos por militares durante la última dictadura uruguaya (1973-1985) lo siguiente: “Anteponer esos tratados [Convención Interamericana de Derechos Humanos] a nuestra Constitución es aceptar que se nos gobierne desde afuera.... Habrá uruguayos genuflexos felices de este tipo de dependencia, pero no es ese nuestro caso. Por eso reivindicamos nuestra soberanía nacional”.

Este “revisionismo” también está presente en el partido español Vox, con quien los neopatriotas latinoamericanos han desarrollado vínculos directos. Por ello, luego de intentar mostrar una causalidad global común para el surgimiento de este tipo de actores y presentar una macrocategoría que los agrupa, nos ocupamos a continuación de mostrar sus conexiones.  

La “internacional reaccionaria” y la disputa política

Miguel González, en un artículo publicado en El País de Madrid titulado “La nueva vicepresidenta argentina es el nexo de unión de Milei con Vox”, muestra las conexiones transnacionales de los neopatriotas de ambos lados del Atlántico. Victoria Villarruel, vicepresidenta de Argentina con Javier Milei, es hija de un militar que tuvo participación en actividades represivas. Fue fundadora y presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas. Desde este centro ha propagado un discurso revisionista en el campo de la memoria histórica y ha defendido a militares acusados por delitos de lesa humanidad, incluso impugnando la cifra de 30.000 personas detenidas desaparecidas durante la última dictadura argentina (1976-1983).

Villarruel, conservadora y ultracatólica, es firmante de la Carta de Madrid promovida por la Fundación Disenso, el think tank de Vox. Esta iniciativa, lanzada en 2020, se articula en torno a la idea de Iberosfera, que concibe a las naciones iberoamericanas como comunidad cultural y unidad de destino frente al “comunismo” y el “globalismo”. Esta idea recoge y resignifica viejos conceptos de las derechas españolas como el de hispanidad, al que añade innovaciones importantes. La Iberosfera es un proyecto que incluye a países con vínculos tanto con España como con Portugal. Expresa una posición política que integra elementos del realismo político y una mirada geopolítica de tipo civilizacional, emparentada con el euroasianismo, y en economía se sitúa entre el liberalismo y las ideas libertarias.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto a jóvenes argentinos durante su visita a Buenos Aires para asistir a la toma de posesión del presidente Javier Milei, en diciembre de 2023. (VOX ESPAÑA / CC0)

Aunque surge de la ultraderecha, la Carta de Madrid trata de atraer a otras derechas liberal conservadoras latinoamericanas al llamado Foro de Madrid, contracara especular del Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla, basado en el clivaje ideológico “libertad o comunismo”. El periódico digital La Gaceta de la Iberosfera, de la Fundación Disenso, se erige como órgano de esta iniciativa. Ese planteamiento dicotómico, que contrapone una visión ultraliberal con cualquier planteamiento de democracia social, se propone como discurso articulador de las nuevas derechas latinoamericanas. El slogan “libertad o comunismo” ha sido parte de la disputa política en la campaña de Milei en Argentina en 2023, en la de Keiko Fujimori en Perú en 2021, o en las elecciones regionales de Madrid, en España, en este caso por parte del ala más derechista del Partido Popular.

En el artículo de González, antes referido, se narra una actividad de 2019 en el Círculo Militar de Buenos Aires en el que participaron Villarruel y Javier Ortega Smith, ex secretario general de Vox, donde ambos llamaron a dar “la batalla cultural” contra la izquierda. En esa oportunidad Villarruel sostuvo que “Ellos [Vox] no van a hacerse responsables de una Guerra Civil ocurrida [en España] 80 años atrás o de un gobierno de facto que finalizó hace más de 40 [la dictadura franquista], de los cuales ninguno de sus líderes e integrantes ha formado parte. Lo mismo nos toca aquí, el monopolio del dolor no es de la izquierda y la inocencia tampoco”. De esta forma colocó en la misma categoría a los dictadores argentinos y a Francisco Franco.

En 2019, dos años antes de la fundación de La Libertad Avanza, el partido encabezado por Milei, Villarruel había sido invitada por Vox al acto de cierre de su campaña. Como recuerda González, Villarruel en 2021 retomó argumentos del líder de Vox Santiago Abascal en el acto de cierre de campaña de La Libertad Avanza al señalar: “A los que me tildan de genocida, de facha, de racista, de negacionista, les digo que todo eso lo recibo con una sonrisa. No tenemos que pedir permiso ni perdón por cómo pensamos”.

Estos ejemplos muestran cómo los neopatriotas tienen conexiones transnacionales y desarrollan procesos de convergencia y coordinación que generan alianzas, redes y dinámicas que, de manera más circunstancial, permiten la generación y difusión de un repertorio de discursos, narrativas y prácticas políticas compartidas, en muchos casos aplicadas en el ámbito nacional y articuladas con una impugnación a normas y valores del orden liberal internacional. De alguna manera, esta “internacional reaccionaria” va emergiendo en encuentros, discursos y prácticas comunes, donde Vox busca articularse con actores tanto latinoamericanos como de la extrema derecha europea.

Debe señalarse también que, en el plano de la acción gubernamental, estos actores de ultraderecha presentan acciones y discursos convergentes en el ámbito multilateral, que exceden a esta articulación iberoamericana. Durante la administración de Donald Trump mostraron un mayor dinamismo. Y en algunos casos, como el de Brasil bajo la presidencia de Bolsonaro, la contestación al orden liberal internacional se realizó de manera subalterna, es decir que a la misma vez que se impugnaban normas, valores e instituciones de este orden, se realizaba una estrategia de alineamiento con la estrategia del EEUU de Trump.

Esta “internacional reaccionaria”, sin oficina fija ni secretaría general pero con una existencia real, tiene una concepción de la política como conflicto que nos remite al pensamiento de Carl Schmitt. En el centro de esta perspectiva está la dicotomía amigo-enemigo, y una reivindicación politicocéntrica que asocia la soberanía a la idea de autoridad desde una mirada antipluralista donde es construido un “otro” que es enemigo, foráneo y disgregador de lo nacional o lo tradicional. Junto al binomio amigo-enemigo debe colocarse otro componente conceptual, la idea de lucha. Estas ideas toman sentido a partir de la amenaza de la disgregación, que los neopatriotas ubican en la amenaza de fuerzas foráneas y en los “cómplices” nacionales de estas fuerzas. El “globalismo” o el “marxismo cultural” como enemigos difusamente definidos permiten la convergencia de estos actores en torno a “guerras culturales”.

La propia carta de Madrid que Vox ha impulsado es una muestra contundente de esta manera de entender y hacer política. Al referirse a América Latina señala:

… una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países. Todos ellos, bajo el paraguas de Cuba e iniciativas como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, que se infiltran en los centros de poder para imponer su agenda ideológica. La amenaza no se circunscribe exclusivamente a los países que sufren el yugo totalitario. El proyecto ideológico y criminal que está subyugando las libertades y derechos de los pueblos de la región tiene como objetivo introducirse en otros países y continentes con la finalidad de desestabilizar las democracias liberales y el Estado de Derecho.

Esta dicotomía entre un “ellos” y un “nosotros” es de larga data en América Latina. El anticomunismo ha sido una característica presente en muchos actores del campo de las derechas en América Latina desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El comunismo fue visto muchas veces por parte de estos actores como un agente foráneo que amenazaba la disgregación del orden y de la nación. En los últimos años, con la emergencia de los neopatriotas estas ideas han sido nuevamente resignificadas o al menos colocadas junto a otras “nuevas amenazas” identificadas bajo las difusas categorías como “globalismo” o “marxismo cultural”. Por ejemplo, esto puede verse cuando Bolsonaro presentó en 2019 la iniciativa de formar un nuevo partido, Alianza por Brasil, al que caracterizaba como una fuerza para “luchar contra el comunismo, el globalismo y cualquier ideología adversa al orden natural”.  

El ex ministro de Relaciones Exteriores de Bolsonaro, Ernesto Araújo, definió en su blog personal al globalismo como “esencialmente un sistema antihumano y anticristiano”. Y en 2018 publicaba un artículo titulado “Trump y el Occidente” donde sostenía:

Trump no habla de “valores universales”... Los valores sólo existen dentro de una nación, dentro de una cultura, arraigados en una nación, y no en una especie de éter multilateral abstracto… La nación no es una elección, sino un hecho indeleble y fundacional en la vida del individuo como su propio nacimiento. No es casualidad que el marxismo cultural globalista de hoy promueva al mismo tiempo la dilución del género y la dilución del sentimiento nacional: quieren un mundo de “género fluido” y gente cosmopolita sin un país, negando el hecho biológico del nacimiento de cada persona en género dado y en una comunidad histórica dada.

Estas palabras de Araújo nos permiten sumar una última reflexión. Como sostiene Conrad al reflexionar sobre la historia global, proponer una causalidad a nivel global para comprender e intentar explicar el fenómeno de la emergencia de los neopatriotas, debe atender a las características comunes que poseen y sus conexiones globales. Pero también se debe atender a la importancia de las especificidades de los casos, entendidos como formas relacionadas, aunque diferenciadas, de abordar transformaciones estructurales y la evolución del orden internacional. Los neopatriotas son antiglobalistas y su lucha contra el globalismo es una característica definitoria común, pero tiene adaptaciones locales. Son refractarios al “cosmopolitismo del desarrollo” que representa la Agenda 2030 y los consensos internacionales sobre igualdad de género, acción climática o migración, pero activan y movilizan a su electorado a partir de identidades locales, valores particulares o clivajes políticos específicos de cada trayectoria histórica y realidad nacional. Así el antipetismo en Brasil o el antikirchnerismo en Argentina son clivajes claves para la movilización política y para generar alianzas con otros actores del campo de las derechas a partir de construcción de estrategias polarizadoras. Para comprender este fenómeno, el desafío está en aprender de las formas relacionadas, aunque diferenciadas, con que estas ultraderechas actúan políticamente en un tiempo de interregno en el orden internacional actual.


José Antonio Sanahuja es catedrático de Relaciones Internacionales en Universidad Complutense de Madrid y director de la Fundación Carolina. Es asesor especial para América Latina y el Caribe del alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell (ad honorem).

Camilo López Burian es profesor adjunto en el Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales, y grupo docente de Política y Relaciones Internacionales en la Facultad de Derecho en la Universidad de la República de Uruguay.

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