El 24 de mayo de 2018, Gabriel Ángel Rodriguez Patiño volvía a casa desde el casco urbano del municipio de Briceño en el norte de Antioquia, Colombia hacia la vereda de Cucurucho, donde habia vivido sus 39 años. Como sus compañeros Javier y Andrés*, el montaba una mula. Los tres hombres avanzaban y hablaban mientras caía el anochecer y las sombras se prolongaban en la ruta pedregosa. A eso de las 6:20, se acercaron a un grupo de soldados armados con rifles semiautomáticos al lado de la vía. Javier, que iba de primero, les saludó de la forma característica antioqueña: “¿Que más, mis amigos?”.
Sin ningún reparo, los soldados del ejército colombiano abrieron fuego contra ellos. Las mulas de Andrés y Javier salieron corriendo espavoridas tumbando a los dos al suelo y según los hombres,probablemente salvando sus vidas. A Gabriel Ángel le dispararon en el pecho, él murió inmediatamente. Hecho el daño, los soldados solo se disculparon. Fue un error, dijeron—pensaron que aquellos tres hombres eran parte de un grupo de disidencia de las FARC que habia empezado a operar en la región después de que algunos guerrilleros abandonaron el proceso de paz cuando el gobierno colombiano no cumplió con su lado del trato.
Gabriel Angel, como muchos campesinos en la región, era ganadero y cafetero. Al igual que muchos en la zona, se había dedicado al cultivo de la coca, hasta que voluntariamente había erradicado sus plantas de coca seis meses antes como parte de un programa piloto de sustitución de coca en Briceño, implementado en mayo 2017. Briceño fue donde se lanzó y se llevó a cabo este programa piloto de sustitución de cultivos de coca, por lo cual el municipio había sido denominado el Laboratorio de Paz. Antes del inicio del programa, aproximadamente el 90% de la economía de Briceño se basaba en la producción de coca, pero desde su implementación, los campesinos han arrancado casi toda la coca del municipio de forma voluntaria. De hecho, el día que mataron a Gabriel Ángel, los tres campesinos estaban en el centro de Briceño para reclamar un pago en efectivo de 2 millones pesos Colombianos (aproximadamente $700 USD), que se les pagaba cada dos meses por un año.
Con el desarme de las FARC, Briceño, durante mucho tiempo el sitio de disputas violentas entre la guerrilla, grupos paramilitares y el ejército colombiano, de hecho está experimentando lo que algunos residentes describen como una época de paz sin precedentes. Sin embargo, numerosos retrasos en la implementación de proyectos productivos destinados a reemplazar la coca conllevan indiscutiblemente al estancamiento de la economía local, el fortalecimiento de la disidencia de las FARC y contribuyen a la tensa situación de seguridad que se refleja en la muerte de Gabriel Ángel.
La Espera Indefinida
En tanto que familias como la de Gabriel Ángel han recibido pagos bimensuales por haber arrancado sus plantaciones, otras fases del programa de sustitución destinadas a apoyar la transición de cultivos no han materializados. Ádemas de los pagos en efectivo, las familias debían recibir insumos con valores definidos para desarrollar proyectos productivos diferentes en etapas consecutivas: pequeñas huertas caseras; proyectos a corto plazo en el primer año para ayudarles a ganar dinero después de que los pagos en efecto terminaran; y financiamiento adicional para proyectos a largo plazo para comenzar en el segundo año.
Sin embargo, en las 11 veredas de Briceño donde se lanzó el proyecto hace ya un año, la etapa de pagos en efectivo ha finalizado sin ninguna señal de los otros fondos. Por el contrario, los campesinos han quedado a la espera de un proceso burocrático que requiere varias visitas de técnicos agrónomos, asesoramiento en planes de inversión individuales, licitación de materiales, y selección de proveedores.
Si bien en las 11 veredas mencionadas, el proceso de licitación para solamente las huertas caseras, un escaso 9% de la inversión prometida, terminó recientemente, y los funcionarios del programa estiman que los insumos se distribuirán en los próximos dos meses. Tendrán que iniciar los planes de inversión y el proceso de licitación de nuevo para los proyectos a corto y luego a largo plazo.
La mayor parte de los habitantes no comprenden la complejidad logística del programa—sólo saben que el estado les ha dejado esperando en tanto que la plata se agote. Gabriel Ángel, de hecho, era uno de los campesinos más priviligiados. Su familia tenía tierra, café, y ganado. La mayoría de familias registradas en el programa de sustitución no tenían tierras y trabajaban en terrenos rentados—aunque los acuerdos de paz prevén la redistribución de tierras para los campesinos que no tienen, a la fecha nadie ha dado absolutamente nada a nadie.
Antes de acabar con sus matas, Rodrigo cultivaba coca en un terreno arrendado. Por convenio, entregaba el 10% de las ganancias al dueño, me explicó en junio. Una cosecha cada tres meses dio más de lo necesario para sostener a su familia de seis personas. Si lo necesitaba, podía jornalear por 50.000 pesos diarios ($17.50) recolectando la coca. Ahora afirma que el pago del jornal se ha bajado a 20.000 pesos ($7) y que el trabajo es casi imposible de encontrar.
Cuando llegaron los subsidios en efectivo, Rodrigo le compró ropa y otros aparentes lujos a su familia. Al percatarse de que habría retrasos en los proyectos, empezó a minimizar gastos económicos. Alcanzó a comprar un terreno y a sembrar moras allí con dos familiares. Pero ahora el dinero se ha acabado, y las moras todavía no están produciendo. Después de producir las moras la lucha no se acaba, las vías no pavimentadas de Briceño reducen las ganancias debido a los costos de transporte, algo que no fue un problema durante la época de la coca, cuando los narcotraficantes llegaron a la puerta de su casa para comprar la pasta, según Rodrigo.
Rodrigo dice que su familia se quedará en Briceño, pero para sostenerlos, él tendrá que hacer largos y costosos viajes a otros municipios para encontrar trabajo. Calcula que la mitad de las familias en su vereda se obligaron a ir por falta de oportunidades económicas, razón por la cual y según funcionarios del gobierno, es motivo para sacarlos del todo del programa de sustitución.
El Crecimiento de una Disidencia
La ruta que Gabriel Ángel tomó el día de su muerte bordea la cima del valle del rio Cauca, la vía transcurre entre cultivos de maíz, café, plátano, yuca y algunas casitas esporádicas. A menudo, las nubes esconden el borde del rio abajo y envuelven la vía en una neblina blanca y espesa, pero en días soleados una paleta variada de verde cubre las paredes del valle, es impresionante, un tono llega a ser más profundo y más brillante que el otro. Aun así, en medio de tanta belleza natural persiste en el paisaje señales siniestras.
Pintados en las paredes blancas de casetas hay mensajes del grupo armado que ha surgido después del desarmamiento de la frente 36 de las FARC al principio del 2017. Grafiti en las paredes proclama pintadas como, “Disidentes de las FARC 36”; “Frente 36 Limpieza de Paramilitares”; “Somos Indestructibles Frente 36”.
Aunque las FARC ha mantenido una constante presencia en Briceño desde 1981, habitantes dicen que la historia de violencia extrema del municipio empezó cuando grupos paramilitares llegaron para competir con las FARC por control del territorio empezando en 2000. Los paramilitares lucharon contra las FARC, colaboraron con el ejercito—habitantes me dijeron que abiertamente se referian a ellos como “primos”—promovieron la cultivación de coca, y mataron a aquellos quienes sospechaban de ser colaboradores de las FARC o de vender coca en otros lugares. Esencialmente nadie se salvo de ser afectado por el conflicto.
Actualmente, Briceño no enfrenta una amenaza paramilitar. El municipio vecino Ituango sí, particularmente en zonas donde se cultiva coca (y donde no han comenzado el programa de sustitución). Allá los disidentes de la Frente 36 de las FARC luchan en contra de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, un grupo paramilitar involucrado principalmente con el narcotráfico. Esta historia brinda credibilidad a la explicación más común de la existencia de grupos disidentes de las FARC: guerrilleros que rechazaron el proceso de paz para mantenerse con las armas y luchar por el control de economías lucrativas del narcotráfico y la minería ilegal.
Con todo, la formación de la disidencia en Briceño tiene otra historia. Su líder, conocido como Cabuyo, se desarmó en el marco del proceso de paz, y trabajó en el programa de desminado de la vereda El Orejón en Briceño. Varios residentes que conocen a Cabuyo contaron que salió del proceso de paz porque el gobierno no cumplió con su trato en los acuerdos de paz por parte del gobierno, incluido el programa de sustitución.
Efectivamente, líderes briceñitas dicen que la mayoría de la fuerza del grupo no viene de veteranos de las FARC, sino de nuevos integrantes sacados de jóvenes desilusionados en la zona. Una semana antes de matar a Gabriel Ángel, el ejército colombiano tuvo un enfrentamiento con los disidentes cerca de Cucurucho donde asesinaron a cuatro combatientes enemigos.
Eduardo, que vive cerca de la zona donde el grupo tiene presencia más consistente, conto que, en vez de ser combatientes veteranos, los difuntos eran adolescentes que se integraron a la disidencia después del desarmamiento de las FARC. Calcula que de los 200 a 250 miembros del grupo disidente, solamente cuatro eran miembros de las FARC antes del proceso de paz. El resto son jóvenes, de 15 a 20 años, que se quedaron sin otras opciones con la caída de la economía de la coca.
Ignacio Jaramillo, un líder de otra vereda, dice que la falta de oportunidades económicas está impulsando la participación en la disidencia: “La mayoría no son de las FARC, sólo los comandantes. Son pelados de familias coqueras, entonces habrían estado trabajando en la coca. Pero ya no,” él dijo. “Ese grupo está nutriéndose de ese vacío, de esa crisis que están viviendo las familias. Ven 4 pelados con hambre. Dicen ‘vengan, les pagamos, les damos comida’”.
Pero el hambre y la falta de oportunidades no son los únicos factores que motivan a los jóvenes a que se unan a la disidencia. Líderes de la comunidad dicen que el grupo aprovecha del miedo y la rabia hacia instituciones del estado incluso el ejército, debido al incumplimiento del gobierno respeto a las promesas de los acuerdos de paz. La gente de Briceño entiende la sustitución como un quid pro quo: nosotros arrancamos la coca; a cambio, el gobierno nos da el apoyo necesario para desarrollar una nueva actividad económica. Los lugareños se sienten engañados, tras eliminar los cultivos de coca que alimentaron a sus familias basados en la expectativa de ayuda gubernamental que no se materializa.
La desconfianza en las instituciones del estado se alimenta por una larga historia de la ausencia del mismo estado. En zonas bajo su control, las FARC se ejercitaban funciones estatales, como resolver disputas, castigar a delincuentes, y organizar el mantenimiento de las vías.
Un día después de la muerte de Gabriel Ángel, hablé con Ana, una líder en una vereda vecina. Ella relacionó el asesinato con la transición de control de las FARC en esta parte de Briceño: “El estado nunca estaba. [En una reunión con el gobierno] les preguntamos ‘¿quién va a ocupar este sitio, a asumir el poder que tenían las FARC?’ Nos dijeron que las fuerzas públicas. Y así es como lo ocupan.”
Resistencia Popular
El 23 de Junio, casi un mes después del asesinato, las calles estrechas del soleado centro de Briceño se llenaron con los gritos de más de 100 campesinos. Detrás de las llamadas por la paz, verdad y el reconocimiento de Gabriel Ángel como hermano de la comunidad, había un asunto más profundo y doloroso relacionado con la respuesta de los medios e instituciones. Una queja de la protesta se relaciona con una nota de El Colombiano que sostiene que Gabriel Ángel era desconocido en la comunidad y que los tres campesinos habían fallado a responder a una ordén de pare—la segunda una afirmación de un comunicado de prensa del ejército. Este tipo de periodismo ha contribuido históricamente a la estigmatización de poblaciones campesinas ubicadas en zonas ocupadas por las FARC. En la manifestación, un líder aseveró que la forma en que los medios han abordado el asesinato de Gabriel Ángel es un claro ejemplo de cómo “toda la vida hemos sido señalados como guerrilleros”. Durante la marcha todos y cada uno de los participantes recorrieron las calles con la plena convicción de que Gabriel Ángel era un hermano, un respetado señor, un trabajador miembro de la comunidad, y no un guerrillero.
La paz también fue un tema unificador. Durante la protesta, un lider afirmó, “las comunidades están cumpliendo [con el programa de sustitución] porque están cansadas de la violencia. Queremos pasar de lo ilegal a lo legal… No queremos más violencia—ya hemos tenido mucho”. Después de un año sin proyectos productivos, los residentes temen que una paz debilitada y frágil se siga quebrajando, que los campesinos vuelvan a sembrar coca, y que eso a su vez atraiga a los grupos armados, a la violencia y a la estigmatización.
El panorama nacional y internacional no es muy alentador. En las elecciones presidenciales del 17 de junio de 2018, ganó el candidato derechista Iván Duque, quien apoya la fumigación aérea, ahora con drones. La administración de Trump ha citado estadísticas de un aumento en la cultivación de coca en Colombia para promover un regreso a la fumigación aérea, prohibido en Colombia desde el año 2015 por sus daños de salud.
Líder Jhon Jairo Gonzalez, cuyos cultivos de coca fueron fumigados en 2008, dice que la inversión prometida en proyectos locales es necesaria para demostrar que la sustitución de cultivos, no la fumigación, sí funciona: “Donde pasó la fumigación, nos quemaba todo tipo de cultivos, nos dañaba el agua, nos produjo enfermedades. ¿Cómo no llegó inversión, que hicimos? La gente no iba a aguantar hambre,” él dijo. “Volvimos a sembrar coca. Ahora con la sustitución, nosotros arrancamos, metimos todo en esto. Somos el plan piloto. ¿Si nosotros fracasamos, entonces que se va a mostrar a un nivel internacional? Que el proyecto de sustitución no funciona.”
Un Incierto Futuro
Una hora después de la marcha, me siento en una cafetería a ver el partido de la copa mundial entre Alemania y Suecia con Manuel, un joven que vino al casco urbano para la protesta. Su familia tiene cultivos de plátano, pero sin la ganancia que generaba la coca, por ahora la gente cultiva su propia comida y él no puede vender su cosecha. Briceño es un municipio un tanto aislado, a dos horas en carretera destapada de la vía principal, enviar productos a otros municipios no es rentable. Sus plátanos se pudren mientras que la plata de la familia se está agotando. Me pregunta: “¿Que podemos hacer?” Lamentablemente no tengo respuesta.
En medio de la emoción del partido, Manuel invita a dos amigos a que me muestren sus manos. Los hombres trabajaban antes como “raspachines”, palabra usada para los recolectores de la coca. Los mejores raspachines se agachan por la mata, agarran la parte inferior del tallo, y casi como si estuvieran remando, raspan la rama alternando entre una mano y la otra, cogiendo las hojas mientras dejan la rama intacta. El novato se corta y sangra antes de desarrollar callos gruesos. A pesar de haber sido raspachines por la mayoría de sus vidas, las manos de los hombres se han puesto suaves. Llevan un año, dicen ellos, sin poder encontrar trabajo, desde que acabaron con sus cultivos de coca. Están todos en el programa de sustitución, pero han perdido la fe en que lleguen los proyectos productivos. Ninguno quiere volver a la coca, pero tampoco van a dejar a sus familias sin comida. Están de acuerdo: “Briceño se llena otra vez de coca.”
Los líderes indican que el hecho de que la muerte de Gabriel Ángel haya provocado una respuesta comunitaria fuerte y pública demuestra progreso. Cuando mataron a cantidades incalculables de campesinos en épocas de control de la guerrilla y los paramilitares, la gente tenía demasiado miedo para atreverse a hablar. Los acuerdos de paz han abierto un espacio para que los campesinos exijan apoyo estatal, seguridad e inversión social que nunca han existido en zonas marginales del campo colombiano.
Pero mientras que estas exigencias sean ignoradas o estancadas en canales burocráticos, el optimismo y la tranquilidad que trajo el proceso de paz se desvanece. Briceño en teoría ofrecería un ejemplo concreto de cómo hacer la transición del control de las FARC hasta el control del estado, de cultivos ilícitos a lícitos y de la violencia hasta la paz. De no brindar las herramientas para un cambio radical y rápido, puede que todo resulte siendo un ejemplo admonitorio.
Traducido por Alex Diamond. Se le agradece a Angie Ruiz por su ayuda con la corrección de estilo de la versión en español. Gabriella Argueta-Cevallos contribuyó a esa traducción. Alex Diamond es un estudiante doctoral en Sociología en la Universidad de Texas en Austin. Su investigación se centra en la implementación de los acuerdos de paz entre las FARC y el gobierno colombiano y la transición en áreas previamente bajo control insurgente.
*El uso de nombres refleja seudónimos utilizados a petición de las fuentes.