Este artículo fue originalmente publicado en inglés en la edición 50.4 de NACLA Report on the Americas. Léelo aquí.
Por un camino sin pavimentar, en el sur de Bogotá, Glenda Palacios se encuentra cubierta de manchas de pintura de color verde lima. Ella está supervisando una actividad de arte con un grupo de niños locales, animándolos a mantener sus pinceladas dentro de las plantillas pegadas en la pared de bloques de cemento del Centro Comunitario Alfonso López. Las plantillas representan instrumentos musicales de la costa pacífica, así como un retrato de la lideresa local de la comunidad: Rosa Murillo.
Glenda es miembro de la Colectiva Matamba Acción Afrodiaspórica, un grupo de “mujeres activistas que lucha contra el racismo, el sexismo, el capitalismo, y el colonialismo”, como indica su sitio web. Con su sede en Bogotá, este colectivo de mujeres jóvenes participa en acciones colectivas que promueven los derechos de las mujeres afrocolombianas quienes viven en barrios precarios. En la actualidad, el grupo, fundado en 2013, tiene 13 miembros que se desempeñan como estudiantes, abogadas, profesoras, periodistas y economistas.
Las acciones de la Colectiva se basan en la comprensión del racismo estructural en curso en las comunidades afrocolombianas. "El ser mujer negra...es entender todo lo que es el racismo estructural”, expresó Palacios en una entrevista en Bogotá. “[Usted ve] las condiciones de inequidad, la violencia, cómo los jóvenes negros son asesinados, cómo las mujeres negras son violadas. Es muy fuerte.” La Colectiva toma su nombre de Ana María Matamba, una mujer afrocolombiana que logró comprarse su libertad de un esclavista a mediados del siglo XVIII. En vez de llevar el nombre de su ex dueño, ella adoptó el apellido africano suyo. A través de su trabajo, Matamba ganó suficiente dinero para pagar la libertad de otras personas esclavizadas.
El racismo estructural en curso
A lo largo de los 52 años del conflicto armado entre las FARC y el gobierno colombiano, las mujeres han sufrido múltiples tipos de violencia a manos de diversos actores, incluidos guerrilleros, paramilitares y soldados. La violencia sexual fue parte de una estrategia de guerra, usada contra más de 24.000 víctimas directas en todo el país. En ciertos casos, como las masacres en Bahía Portete y El Salado, las mujeres fueron violadas o torturadas sexualmente para sembrar discordia y vergüenza en sus comunidades.
Adicionalmente, más de la mitad de los más de siete millones de víctimas del desplazamiento interno son mujeres. Muchas veces las mujeres que sufren el desplazamiento se ven obligadas a mudarse poco después de la muerte de sus parejas. Como señala el investigador Donny Meertens en un informe de 2012, la relación entre la violencia sexual y el desplazamiento tiene tres aspectos: “la violencia sexual puede haber sido parte de los actos violentos que causaron el desplazamiento forzado; las amenazas de violencia sexual pueden haber sido la causa directa del desplazamiento; y la violencia sexual puede continuar como una de las vulnerabilidades particulares de las mujeres durante y después del desplazamiento”.
Para las mujeres Afrocolombianas, la realidad es aún más extrema. Las miembras de la Colectiva están preocupadas por el aumento de los feminicidios de mujeres negras, particularmente en las partes más afectadas por el conflicto del país, incluida la Costa Pacífica. Recientemente, han comenzado a unirse con un grupo de activistas para presionar a la Fiscalía a investigar la matanza sistemática de mujeres negras.
“La Fiscalía no nos cuenta,” señaló Anyela Perea, cofundadora de la Colectiva. “Pero nosotras empezamos a producir un base de datos…intentamos describir lo que le pasó a esta mujer.” La Colectiva se coordina con la Red Feminista Antimilitarista para mantener un registro mensual de feminicidios en el país e intentar presionar al Estado para que mejore la protección para las mujeres contra la violencia de género, además de impulsar estos casos en el sistema judicial.
Glenda es de Antioquia, un departamento en el noroeste de Colombia. Su familia era una de las pocas familias negras en un pueblo blanco-mestizo. Su familia fue desplazada del norte del departamento en 1990, cuando ella tenía apenas de dos años, luego de que su padre enfrentara amenazas de muerte y algunos de sus vecinos fueran asesinados. Una noche, su madre huyó con los tres niños, pero los padres de Glenda no hablan mucho de esa época dolorosa. Eventualmente, la madre de Glenda recibió su certificación como profesora.
La amiga de Glenda la presentó a las miembras de Matamba en 2016, cuando se mudó a Bogotá para estudiar economía. Como expresa Glenda, “conocí a la Colectiva y me enamoré de ellas…me puedo identificar mucho [con mis compañeras en la Colectiva]. Compartimos un pasado y un presente, compartimos una realidad de lucha y compartimos las realidades cotidianas. Me enseñaron sobre su forma de resistencia: una lucha colectiva.” La experiencia de Anyela con la Colectiva ha sido parte de su propia trayectoria política. Nacida y criada en Bogotá, algunos de sus primeros recuerdos incluyen ir a visitar a la familia de su madre en Cauca y no entender por qué sus primos no tenían acceso al agua potable o a la electricidad como las tenía ella en la capital. Con la ayuda de su padrino, Anyela comenzó a pasar tiempo con el Grupo de Jóvenes Comunistas. Posteriormente, se unió a un grupo de estudiantes afrocolombianos, donde los temas principales incluían género, raza y lucha de clases. Sin embargo, ella sentía que había una desconexión entre lo que el movimiento comunista decía sobre la lucha de clases y su incapacidad de incluir en su ideología, de forma coherente, la lucha de género y de raza.
“La Colectiva surge de una necesidad política reivindicatoria: la necesidad de contar nuestras historias, pero también de transformar, de hacer cosas con otras mujeres, de generar lazos intergeneracionales”, expresó Anyela. “Encuentro aquí a las hermanas que nunca tuve. Son fundamentales en mi vida, y yo también hago algo en la de ellas... somos mujeres fuertes con con ganas de hacer cosas… y con ganas de cambiar el mundo.”
Resistiendo al racismo estructural
En su trabajo, la Colectiva cuenta con varias estrategias para resistir al racismo estructural. El más importante de ellos es el esfuerzo para politizar a las mujeres negras en Bogotá, no solo dándoles herramientas para entender el sistema patriarcal y racista en el que viven, sino también desarrollando una estrategia de resistencia. Así mismo, realizan talleres en barrios marginales de la ciudad (Kennedy, Ciudad Bolívar, Usme y Suba) con poblaciones grandes de personas afrocolombianas. La Colectiva también realiza foros públicos en universidades locales para debatir el feminismo negro, la apropiación cultural y el racismo.
Las marchas y los plantones forman parte de las acciones políticas más directas en las que participa la Colectiva. Así como en protestas para exigir mejores condiciones de vida para los afrocolombianos en Chocó y Buenaventura. La Colectiva denunció la violencia policial contra las mujeres Afrocolombianas fuera de las comisarías de policía, la cual una vez llevó al funcionario acusado a ser disciplinado y reubicado. Una vez Glenda fue víctima de abuso policial: mientras que estaba en la Plaza de Bolívar durante un evento, un policía la detuvo, la esposó y la arrestó sin causa. A pesar de presentar una demanda legal contra el agente de policía, Glenda reconoce que es muy poco probable que alguna vez se haga justicia.
Además de su trabajo luchando contra el feminicidio y presionando al gobierno a investigar los asesinatos, el grupo frecuentemente publica comunicados denunciando casos de violencia sexual y también afirmando su apoyo a movimientos internacionales como #NiUnaMenos. Este año, la Colectiva planea ir a Buenaventura donde pintarán un mural con el New Wings Butterfly Network, un grupo que lucha contra la violencia sexual en el posconflicto. El departamento del Valle del Cauca es uno de los lugares con mayor concentración de violencia hacia las mujeres en el país, debido a su papel central en la dinámica del conflicto y el comercio internacional de drogas. Sólo en el mes de junio de 2018, nueve mujeres fueron víctimas de feminicidio en el Cauca.
La Colectiva también participa en programas culturales y artísticos. “Hablamos de la cultura porque nuestros ancestras resistían desde la cultura, la música y el arte”, afirma Anyela. El grupo acude a barrios marginales de las ciudades y pintan murales con rostros de mujeres locales líderes para destacar el importante papel que desempeñan en la comunidad. El grupo también participa en representaciones teatrales comunitarias. Como señala Anyela: “con [estas actividades], intentamos de que toda la comunidad se une.”
Todas estas estrategias de resistencia son colectivas y tratan de incluir a otras organizaciones comunitarias. El grupo mantiene fuertes vínculos con mujeres que se dedicaron al activismo comunitario por décadas y prestan especial atención al intercambio intergeneracional. “Es un punto central para nosotras… porque entendemos todo el papel que nuestras ancestras [en la historia]: sus procesos de liberación y resistencia. Sentimos que ellas nos acompañan en estas luchas”. Así mismo Glenda expresa: “entendemos—y vemos—que hablar con una mujer no solo impacta a esa mujer. Ella habla con su esposo y sus hijos, y algunas veces ellas después empiezan a reunirse con mujeres de su misma edad para luchar y resistir desde una perspectiva diferente. Lo que estamos haciendo tiene un impacto sobre las próximas generaciones.”
Las compañeras trabajan duro para ser ejemplos para sus comunidades y para las jóvenes también. “Saben que lo que pase, cualquier cosa, nos pueden llamar. El hecho de saber que yo puedo llamar a alguien si algo me sucede es realmente importante. Las chicas saben que nosotras estamos siempre para ayudarlas,” señala Anyela.
¿Feminismo para quién?
Dentro del colectivo hay una polémica que se trate de que si deberían llamarse “feministas” o no. “Hay algunos miembros de la Colectiva que no se llaman a sí mismas feministas ... esto es porque vemos que cosas han pasado mucho con las feministas blancas [en el pasado]. Únicamente defienden los derechos de la mujer y nuevamente sus derechos que decían: que las mujeres quieren salir a trabajar,” explica Glenda. “…Pero las mujeres negras siempre han tenido que trabajar. Quizás las mujeres negras quisieran estar en sus propias casas, cuidando de sus propios hijos, pero no lo podían hacer porque tenían que estar en la casa del amo. Lo que hemos visto es que las feministas blancas no han tenido una posición real para problematizar lo que incluye su propio racismo.” Ella concluye, “es justamente por eso que cuando nos hablamos de feminismo, es importante definir cuál feminismo.”
Esta narrativa pertenece a una gama más amplio de los feminismos indígena y afro en América Latina que resisten a las aproximaciones que no son críticas con respecto a la manera en la que la justicia de género se define para sus comunidades, tal como describe el sociólogo Agustín Láo-Montes . Láo-Montes afirma que, desde los años 90, esta “robusta ola de acciones colectivas” ha protestado contra los efectos negativos del neoliberalismo y aboga por “la justicia distributiva, la democracia radical, la vida ecológica, el género y la equidad sexual y los derechos étnico-raciales”.
Grupos como Matamba abogan por un feminismo interseccional, que represente la diversidad de género, raza y sexualidad, basado en las experiencias vividas de mujeres afrocolombianas.
Anyela hace eco de estas perspectivas. “El feminismo es un movimiento político que lucha por la equidad social”. “Pero cuando a las mujeres negras nunca nos ha entendido [correctamente] como mujeres, no puedo sumarme a ese concepto de feminismo. Cuando las mujeres blancas pedían estar en las calles, mis ancestras ya estaban en las calles, trabajando de forma gratuita como esclavos. ¿A qué tipo de libertad se refiere el feminismo blanco?”
El incierto futuro de Colombia
A pesar de la firma de los históricos acuerdos de paz con las FARC a finales del 2016, la situación de seguridad en Colombia sigue siendo precaria. Cientos de líderes sociales han sido asesinados desde el 2016, muchos de ellos afrocolombianos. “Independientemente de si el conflicto ha terminado o no ... esta victimización nos muestra el racismo estructural que implica y que impide que nuestras comunidades pueden reconstruirse,” señala Anyela. Algunos de estos líderes eran amigos de las compañeras. Por eso, ha sido doloroso para las miembras de la Colectiva.
A pesar de la victimización, Glenda queda firme: “Mi madre siempre me ayudó a entender que somos personas valiosas y mágicas que provenimos de unas grandes luchadoras”. Ahora cuando se le pregunta si tiene miedo de las amenazas contra los líderes sociales, Anyela se remonta a sus raíces, afirmando firmemente: “No, venimos de cimarronas.”
Julia Zulver es doctora en Sociología de la Universidad de Oxford. Su área de investigación es la movilización de género en contextos de alto riesgo. Actualmente reside en Bogotá, Colombia.
Traducción por el autor.