Niños guatemaltecos refugiados, ayer y hoy

Decenas de miles de niños guatemaltecos buscaron refugio en México durante el enfrentamiento armado interno en su país, una historia que suele pasarse por alto en el debate actual sobre migración infantil.

April 23, 2021

Niños de Santa Anita La Unión asisten a la escuela en 2006. La comunidad incluye exrefugiados que volvieron a Guatemala. (j h/Flickr)

Tercer artículo de la serie sobre migración infantil del Grupo de Trabajo sobre Infancias y Migración.

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Traducción de Laura Pérez Carrara.

La primera ola de niños guatemaltecos refugiados no tuvo como destino Estados Unidos. Estos primeros refugiados huyeron hacia México. Si bien la migración había empezado diez años antes, el flujo de migrantes había sido lento y el primer éxodo masivo se produjo recién entre 1981 y 1982.

En los campamentos de refugiados en México los niños guatemaltecos escribían composiciones contando lo que habían vivido. Ante la pregunta “¿Qué llevó al ejército a tu aldea?”, un alumno de quinto grado respondió:

La primera vez que fueron a la aldea le hacían preguntas a la gente. Querían que le dijéramos si sabíamos de algún guerrillero. Esa era la única pregunta que nos hacían. La segunda vez que fueron, nos pedían documentos. Querían saber si éramos ciudadanos. Algunos eran atentos y nos pedían de buena manera. Otros nos acusaban de estar con la guerrilla. Esos ya nos trataban con violencia. La tercera vez fueron con la intención de matar. Esa fue la primera persona que mataron en la aldea. Así empezó la masacre. Cuando la gente vio cómo mataban a la primera persona, buscaron formas de huir.

En el original en español este breve texto está lleno de faltas de ortografía, que no se reflejan aquí. El niño firmó su tarea escolar: “Benigno Sales Cruz, Campamento La Flor”.

Sales es uno de los apellidos más comunes entre los mames, un pueblo maya de Guatemala. El mam es una de las 22 lenguas indígenas que se hablan en Guatemala. Los mames, junto con los quichés, ixiles y otros grupos indígenas, fueron blanco de la violencia más extrema del enfrentamiento armado guatemalteco: los ataques genocidas cometidos por el ejército a principios de la década de 1980. Por esos años, en la frontera sur de México, como hoy en la frontera norte de ese país, una gran proporción de los niños migrantes eran mayas. En un país con una población muy joven y en el que el Estado genocida se ensañó con las familias y los niños, el enfrentamiento armado fue una amenaza que ponía en riesgo la vida de estos últimos. Ahora esa amenaza la representan las pandillas.

Esta historia anterior de niños guatemaltecos refugiados está totalmente ausente del debate que se da en Estados Unidos sobre las causas de la llegada de niños guatemaltecos a la frontera de ese país y los crímenes que se están cometiendo en el sistema de migraciones estadounidense.

Los niños maya bajo ataque

La guerra ya llevaba casi dos décadas, cuando en los ochenta el ejército cambió el objetivo de su campaña contrainsurgente. Hasta entonces se había concentrado en sindicalistas y estudiantes organizados en las ciudades, pero al desplazarse los grupos guerrilleros del este de Guatemala al norte y noroeste del país, el ejército arremetió contra las familias mayas de las tierras altas. La dictadura militar creía, muchas veces equivocadamente, que la población maya apoyaba a la guerrilla. Documentos militares desclasificados muestran que el ejército veía a la familia indígena y a los niños mayas como amenazas, como terreno fértil para lo que el gobierno del dictador Efraín Ríos Montt llamó “mala semilla”. De documentos obtenidos por el Archivo de Seguridad Nacional surge que la Embajada de Estados Unidos sabía que por esos años el objetivo del ejército guatemalteco eran niños y familias.

Luego de finalizada la guerra, una comisión de la verdad (la Comisión para el Esclarecimiento Histórico), respaldada por las Naciones Unidas, concluyó que el Estado de Guatemala había cometido “actos de genocidio” en contra de grupos del pueblo maya. En 2013, el exdictador Efraín Ríos Montt fue declarado culpable de genocidio y crímenes de lesa humanidad, aunque por presiones políticas la sentencia fue luego anulada. En el juicio se presentaron pruebas de las masacres y los crímenes de apropiación y desaparición de niños perpetrados por su régimen.

Uno de los cinco elementos de la definición jurídica de genocidio, según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, es “Traslado por fuerza de niños del grupo [objeto de genocidio] a otro grupo”. Como señala Laura Briggs en su nuevo libro, Taking Children: A History of American Terror, esa parte de la definición no siempre se ha tenido plenamente en cuenta al abordar los genocidios cometidos en la región de las Américas.

Al menos 200.000 niños quedaron huérfanos durante el enfrentamiento armado interno guatemalteco y se estiman en unos 5.000 los niños desaparecidos. En 1982, el gobierno desplegó una serie de campañas de arrasamiento de tierras y masacres contra pequeños poblados rurales, como la aldea de donde huyó Benigno. En un estremecedor antecedente de lo que sucede hoy con las pandillas callejeras MS-13 y Barrio 18 que acechan a niños guatemaltecos, durante el enfrentamiento armado interno los jóvenes se vieron obligados a huir para no ser reclutados por el ejército.

Los niños que eran capturados por el ejército terminaban como niños soldados, entregados como sirvientes domésticos o dados en adopción, muchas veces a familias en el exterior, como “niños de la guerra” a través de orfanatos estatales —esto último fue documentado con por lo menos 500 casos constatados por la comisión de la verdad postconflicto apoyada por las Naciones Unidas. Otras decenas de miles de niños, durante y después del enfrentamiento armado interno, fueron puestos en adopción a través de un sistema privado dirigido por abogados guatemaltecos. En los campamentos de refugiados y en asentamientos más permanentes en México, era más probable que los niños permanecieran dentro de sus grupos étnicos y lingüísticos y fueran criados por vecinos o familiares más lejanos, incluso cuando hubieran quedado huérfanos.

Documentar la vida de los refugiados

La composición escolar de Benigno Sales Cruz, junto con una cantidad de documentos relacionados con este período de la vida de los refugiados guatemaltecos en México, se conserva en un archivo en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. La labor del Arzobispo Samuel Ruiz en defensa de los refugiados llevó a que estos materiales terminaran en un archivo diocesano. (Ruiz es una figura reconocida, ya que ha sido nominado varias veces al Premio Nóbel de la Paz por su trabajo con las comunidades indígenas del sur de México, incluida su mediación en las negociaciones por el cese al fuego entre los zapatistas y el Estado mexicano.)

En 1983, el comité de solidaridad de la diócesis organizó una campaña de envío de cartas con el fin de recabar testimonios de refugiados para entregar al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) y así contribuir a los esfuerzos por regularizar la situación de los guatemaltecos en México. Esa campaña también incluyó tareas escolares como la de Benigno Sales Cruz.

Dado que históricamente los guatemaltecos habían migrado al sur de México como trabajadores estacionales para la cosecha del café, al principio México deportó a algunos refugiados. Los defensores de refugiados tuvieron que persuadir al gobierno para que reconociera que el fenómeno que se estaba dando en su frontera sur era una crisis de refugiados y no la migración estacional de siempre. Los alumnos de las escuelas establecidas para niños guatemaltecos escribieron composiciones para la campaña. Sus textos evocan inevitablemente paralelismos con el presente: el miedo, el no poder elegir irse o quedarse y las figuras de los protocoyotes que conducían a los guatemaltecos a México.

Benigno escribió otra breve composición como parte de una serie de tareas similares. Esta vez la consigna era “Describe tu partida de Guatemala”:

Al principio mi familia no se atrevía a partir, porque no conosiamos [sic] los caminitos que iban hacia la frontera. Pero cuando se presentó un muchacho que vivía en la aldea de Agua Escondido, de la misma municipalidad, le ofrecimos pagarle si nos mostraba el camino.

Otro alumno de quinto grado, que firmó su tarea solo con el nombre “Brisanto”, cuenta que huyó sin guía. Recordó cómo él y su familia estuvieron dos días vagando por el monte, escondiéndose del ejército con la esperanza de que no los encontrara:

Pero luego nos encontraron y así fue que nos empezaron a seguir y a dispararnos con sus armas y para cuando pensamos que estábamos llegando a la frontera de México, no teníamos ropa ni comida ni nada de nada.

Se estima que unos 200.000 guatemaltecos huyeron por la frontera hacia el sur de México, aunque según algunos cálculos esa cifra sería mucho mayor. Los campamentos establecidos por familias guatemaltecas en México durante el período más violento del enfrentamiento armado fueron los campamentos de refugiados más grandes de la historia de América Latina. Superaban incluso en tamaño a sus pares de Honduras, que acogieron a salvadoreños que huían de la violencia del enfrentamiento armado y el terrorismo de estado en su país. La investigadora Susanne Jonas estima que 46.000 guatemaltecos vivían en México durante esos años en campamentos operados por las Naciones Unidas, mientras que el resto vivía fuera de los campamentos, ya sea en forma independiente o en predios cedidos por el gobierno mexicano. Algunos refugiados obtuvieron la residencia oficial, mientras que otros vivieron en México sin papeles.

Aunque se desconoce qué porcentaje de refugiados guatemaltecos en México eran niños, el archivo refleja que su presencia era generalizada. Los niños que habían quedado huérfanos o que se habían separado de sus padres en la confusión de la huida eran muchas veces acogidos por parientes más lejanos o por vecinos que los adoptaban informalmente. Esa era una práctica, por cierto, común en muchas comunidades mayas incluso antes del conflicto armado.

Libro de actividades elaborado para uso por niños guatemaltecos en campamentos en México.

En libros de actividades elaborados en 1984 especialmente para ser usados por niños guatemaltecos en las aulas de los campamentos de refugiados en México, la unidad de estudios sociales de segundo grado tenía una sección titulada “La familia”. Allí se describía el concepto de familia, las responsabilidades de las madres y los padres en el cuidado de los hijos y los quehaceres que les correspondían a los niños en el hogar. Los libros también incluían al final una sección sobre niños huérfanos. Los alumnos de segundo debían leer el siguiente texto en voz alta junto a su maestro y a sus compañeros de clase:

Hay muchos niños que no tienen a su padre o a su madre o a ninguno de los dos porque ya murieron. Estos niños son HUÉRFANOS.

En nuestra escuela y en otras escuelas para niños refugiados en Campeche [estado mexicano al que fueron reubicados los refugiados] hay muchos niños huérfanos.

Hay niños huérfanos que solo tienen a su madre o solo a su padre y a sus hermanos y hermanas. Otros niños solo tienen hermanos y hermanas y viven con otra familia.

Las personas que viven con los niños huérfanos son ahora su familia. Estas son las personas que deben cuidar, atender, querer y criar a los niños y trabajar para que no les falte nada.

Los niños que son huérfanos también deben ayudar con los quehaceres y estudiar en la escuela.

Ejercicio:

Escribe una composición en tu cuaderno sobre el tema “HUÉRFANOS”.

Las respuestas de los Estados guatemalteco y mexicano, 1980 al presente

Una diferencia importante entre los refugiados del enfrentamiento armado y los que solicitan asilo hoy es que muchos guatemaltecos de entonces fueron a la larga reconocidos oficialmente como refugiados en México. Otra diferencia que llama la atención es que en la década de 1980 Guatemala reclamó enérgicamente por el retorno de sus refugiados. Hoy, el gobierno guatemalteco guarda un conspicuo silencio ante los abusos y la violación de derechos que sufren sus ciudadanos migrantes en México y Estados Unidos. Uno de los factores que determinan estas diferentes respuestas es económico: la mayoría de los refugiados en México en la década de 1980 no podía ganar o ahorrar mucho dinero y ciertamente no lo suficiente para mandar a los parientes que habían quedado en Guatemala. Por contraste, al año 2017, las remesas representaban más del 11 % del PIB de Guatemala.

Casi inmediatamente después de que partiera la primera ola masiva de refugiados en 1981, Guatemala empezó a presionar fuertemente para que retornaran de México. Por un lado, el gobierno guatemalteco quería que las familias refugiadas volvieran como parte de un golpe propagandístico mundial, para dar la impresión de que todo estaba bien en Guatemala en momentos en que las violaciones de los derechos humanos estaban tan generalizadas que hasta Estados Unidos le había suspendido temporalmente la ayuda militar. En 1985, la primera dama guatemalteca visitó los campamentos de refugiados en México con el propósito de intentar convencer a las familias guatemaltecas de que volvieran a su país. Por otro lado, si bien la política sistemática de asesinar y robar niños para impedir que se convirtieran en revolucionarios (y así ir “terminando la semilla”, como se la describió en el juicio por genocidio de 2013) se había atenuado, dando lugar a una serie de masacres más intermitentes (aunque igualmente aterradoras), el gobierno guatemalteco seguía temiendo a las familias mayas.

Del archivo de San Cristóbal surge claramente que la seguridad y el futuro de los niños refugiados y de los niños guatemaltecos en general eran preocupaciones prioritarias para los adultos en México. En los ochenta los refugiados escribían cartas planteando las condiciones que exigían para retornar a Guatemala, entre las que estaba la “devolución de los niños robados”.

Si bien muchos adultos decidieron esperar en México a que pasara la violencia, criando a sus hijos en comunidades panmayas multilingües, otros retornaron a Guatemala, exponiéndose muchas veces a la vigilancia y los abusos del ejército en un conflicto que se prolongaba. El primer retorno verdaderamente masivo de refugiados guatemaltecos desde México se produjo en 1995, justo un año antes de que se firmaran finalmente los acuerdos de paz.

México, por su parte, tenía una tradición de hospitalidad hacia los refugiados que se remontaba a la Revolución Mexicana. Durante la década de 1980, luego de la resistencia inicial, México acabó por acoger y otorgar estatus oficial de refugiado a muchos guatemaltecos, incluidos niños. La posición de México ha cambiado drásticamente desde entonces.

Ahora, Estados Unidos ha tercerizado su trabajo de frontera a México, especialmente desde la firma del Programa Frontera Sur en 2014. Nuevamente hay campamentos en México que albergan a familias y niños guatemaltecos. Pero estos campamentos de refugiados tienen carácter temporal, no son oficiales y están ubicados en la ciudad norteña de Matamoros, en la frontera con Estados Unidos. Aquí es donde los solicitantes de asilo expulsados de Estados Unidos esperan la fecha de sus audiencias en el marco de la política “Permanezcan en México”. Durante la pandemia, Estados Unidos ha expulsado ilegalmente a niños guatemaltecos, hondureños y salvadoreños a México solos, sin ningún adulto que los acompañe. Es decir, los ha expulsado a un país donde no tienen familia.

México no acordó designar esta zona como campamento oficial de refugiados en colaboración con las Naciones Unidas, que en ese caso habría proporcionado infraestructura. Por lo tanto, los campamentos en Matamoros no tienen viviendas, no tienen saneamiento y, a diferencia de lo que le tocó vivir a Benigno, no tienen escuelas.

Las familias mayas siguen huyendo

Muchas familias centroamericanas, entre ellas guatemaltecas, declaran que huyen con sus hijos para protegerlos. En un artículo reciente, el diario The New York Times informó desde Matamoros que “la mayoría de los niños en el campamento no han asistido formalmente a la escuela desde que partieron de sus hogares. Los padres se angustian porque no saben si sus hijos podrán recuperar el tiempo perdido.” Los refugiados que huyen de guerras despiadadas han tenido, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, la esperanza y la posibilidad de ser reconocidos como refugiados y de ser tratados con cierta dignidad. Pero cuando intentan escapar de la violencia de pandillas, del hambre, de los efectos del cambio climático, de la violencia doméstica y de todos las adversidades que acechan de cerca a las familias guatemaltecas que están huyendo actualmente, es mucho más difícil que se los reconozca como refugiados.

Esta historia de niños guatemaltecos refugiados no es tenida en cuenta en el debate estadounidense sobre las migraciones actuales, a pesar del hecho de que los salvadoreños y guatemaltecos son hoy los grupos más grandes de solicitantes de asilo en la frontera de Estados Unidos. Desde que comenzó la “crisis de menores no acompañados” en 2014, la emigración guatemalteca tiene, en muchos aspectos, un rostro similar: familias y niños mayas que huyen de la violencia. Un porcentaje grande de los solicitantes de asilo actuales está conformado por familias y niños mayas. Sin embargo, como el Servicio Estadounidense de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) no desglosa sus estadísticas por grupos étnicos, no se tienen datos precisos al respecto. Si bien la violencia que ahora empuja a estas personas a salir de Guatemala no es mayoritariamente estatal, sino más bien pandillera, esa distinción puede diluirse en un país en el que quienes antes ocupaban altos mandos en el ejército se han volcado al narcotráfico y a los servicios de “seguridad” privatizados y los narcotraficantes y quienes lavan su dinero tienen cada vez más en sus bolsillos al gobierno y hasta ocupan puestos en él.

Los guatemaltecos tienen una memoria más larga, especialmente los que vivieron las modalidades más tempranas de migración, que suponían desplazamiento y trauma, pero también una educación política. Por ejemplo, la diputada mam más destacada de Guatemala, Vicenta Jerónimo, huyó de Guatemala con su familia cuando tenía 10 años de edad y se crío como refugiada en México. Luego de que el ejército lanzara ataques transfronterizos contra un campamento de refugiados guatemaltecos en Chiapas, su familia se vio beneficiada por una de vivienda y una parcela de tierra que le concedió el gobierno mexicano en Quintana Roo. Como muchas otras chicas guatemaltecas refugiadas en México, trabajó como mucama.

En su adolescencia, Jerónimo participó en los comités que negociaron y organizaron el retorno de refugiados a Guatemala, presionando para que las familias reubicadas accedieran a tierras. Debido al enfrentamiento armado interno y a las reiteradas migraciones de su familia, su acceso a la escuela fue irregular y apenas pudo terminar segundo grado. Volvió a Guatemala a los 25 años de edad. En 2005, asistió a una reunión del movimiento campesino CODECA, invitada por la política mam Thelma Cabrera. En 2019, Cabrera se postuló a la presidencia y obtuvo el 10 % de los votos, el porcentaje más alto de la historia para un candidato indígena, incluida Rigoberta Menchú. Aunque Cabrera, que es hija de cosechadores indígenas de café, vivió toda su vida en Guatemala, fue la única candidata presidencial que abordó en su campaña el tema de la migración y la dignidad de los migrantes.

Sin ser políticos indígenas y quienes tuvieron que huir a México, son muy pocos los que ven el paralelismo entre las familias de refugiados en México durante el enfrentamiento armado y las familias que intentan obtener asilo en Estados Unidos hoy. Pero solo con una cronología que se extienda hacia atrás en el tiempo, remontándose antes del gobierno de Obama, es posible ver las oleadas más largas de violencia antiindígena, junto con décadas de desplazamiento y despojo continuos de los indígenas y los guatemaltecos pobres que se han acumulado por generaciones y siguen alimentando el flujo de familias hacia la frontera estadounidense.

Si uno pasa por zonas de migración alta en Guatemala, podrá ver carteles financiados por Estados Unidos que advierten a las familias guatemaltecas que no pongan en riesgo a sus hijos. La embajada estadounidense tuiteó recientemente un mensaje en español que decía: “Cuida a tus hijos. No los pongas en riesgo con la #MigraciónIlegal”. El tuit iba acompañado de una foto de Felipe Gómez Alonzo, un niño guatemalteco de ocho años del pueblo maya chuj que murió cuando estaba detenido por la Patrulla Transfronteriza de Estados Unidos. La embajada borró el tuit luego de recibir muchas críticas por emitir algo que se asemejaba mucho a una amenaza. Pero ese sigue siendo el argumento oficial de Estados Unidos: culpar a los padres.

Sin embargo, si se tuviera en cuenta la historia de más largo plazo—del golpe de estado de 1954 financiado por la CIA, del terrorismo de estado y del genocidio al que Estados Unidos no solo hizo la vista gorda sino que de hecho ayudó a financiar en la década de 1980—los actuales esfuerzos por disuadir la migración de niños y familias se parece más bien a un intento de Estados Unidos de volver a meter al genio en la botella, un genio que Estados Unidos contribuyó con creces a crear.


Rachel Nolan es Profesora Adjunta en Pardee School of Global Studies, Universidad de Boston. Actualmente está trabajando en un libro sobre la historia de las adopciones internacionales en Guatemala.

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