Este artículo fue publicado originalmente en inglés en NACLA Report, nuestra revistsa trimestral.
Parafraseando a Carolyn Marvine, académica de la Universidad de Pennsylvania, la historia reciente de los medios tiene menos que ver con la evolución tecnológica en la comunicación que con las arenas de poder que determinan qué actores ostentan el poder para hablar y cuáles no, cómo se definen las fronteras entre la representación y la exclusión, y cómo se determina quién tiene la autoridad para articular las narrativas mediáticas. Esas disputas están en constante movimiento, y en gran medida se reajustan a partir de hitos, como los escándalos. Vanessa Freije, con Citizens of Scandal, se ubica justo en esta línea argumentativa para mostrar cómo la publicación de escándalos políticos en la prensa mexicana en la segunda mitad del siglo XX reacomodó las interacciones entre los actores políticos y mediáticos. Una de las hipótesis de libro es que la proliferación de escándalos mediáticos fue uno de los ingredientes fundamentales para detonar la transformación del debate público, del coro de voces representadas en éste, y por ende, del ejercicio de la ciudadanía.
El escándalo político como un elemento que reconfigura el tablero político es una idea que ocupa un sitio central para entender las dinámicas entre prensa y poder. Y es que los escándalos no son sucesos banales ni frívolos; más bien hablan de rupturas en las relaciones convencionales entre políticos y prensa. La aparición del periodismo de denuncia —o también su ausencia— habla de emancipación o connivencia, de reacomodos temporales; o bien, de que la prensa está asumiendo su función democrática de vigilancia y contrapeso.
El sociólogo John B. Thompson, autor de uno de los libros de referencia para analizar el escándalo desde un punto de vista político, Political Scandal, ha señalado que “los escándalos son importantes porque son algo que, en nuestro moderno mundo mediático, afecta las fuentes reales de poder”. Rescatar esta idea es muy relevante porque probablemente no hay un momento de mayores ajustes políticos en México que el periodo comprendido entre 1960 y 1980, años que toma Freije para rastrear casos emblemáticos de escándalos. En estos años, en los que, como señala la autora, la arena política se vuelve más competida, nuevos actores aparecen en las disputas de poder, y, por lo tanto, en el panorama mediático. En otras palabras, en estos años el resquebrajamiento del régimen priista posrevolucionario se hace patente, y se inaugura una época en la que gradualmente la oposición va a irse haciendo cada vez de más espacios. El ideario revolucionario, como núcleo identitario del PRI, y su narrativa de progreso comienza, si no a ser puesta en duda, sí a mostrar grietas y falencias.
Los escándalos mediáticos que se publican en esos años son, además —y ésta es probablemente la contribución más original del libro de Freije— reflejos de la estructura y las jerarquías de poder. El escándalo es, finalmente, un evento mediatizado, que incluso bebe de nociones constructivistas del discurso; y el poder, como construcción simbólica, también depende de una dimensión discursiva y mediática. Así, aunque la irrupción del periodismo de denuncia sea un síntoma de una recolocación de la prensa y de su función, los escándalos continúan reproduciendo la narrativa oficial, en términos de género, posición socioeconómica, grupos raciales, etc. En otras palabras, si bien la publicación de escándalos representa una cuña que abre espacio a la discusión de fallas de un gobierno que solía ser incuestionado por la prensa, estos debates siguen siendo producto de su época y su lenguaje, como elemento de ordenamiento social. El cambio, en ese sentido, no es radical, sino acumulativo y paulatino.
A partir de una exhaustiva estrategia de recopilación de material de archivo, de colecciones privadas, de contrastes de diversas fuentes mediáticas y más de dos decenas de entrevistas, los escándalos elegidos por Freije logran cubrir una diversidad de significados: están los que desafían la noción de modernización traída por el régimen priista, plasmados en la pieza de denuncia de la explotación de la población indígena en la industria henequenera de Yucatán, y también en la investigación periodística-antropológica sobre la pobreza urbana, Los hijos de Sánchez. También están los que documentan prácticas de corrupción en las altas esferas, como la investigación sobre malversaciones de fondos en Pemex, una de las empresas emblemáticas del régimen; y la revelación de los vínculos entre Arturo Durazo, jefe de la policía capitalina y narcotraficantes. Y finalmente, los escándalos que reflejan la aparición de nuevos actores que terminan con la concentración del discurso mediático en torno al presidente y su círculo cercano, al rastrear las disputas por controlar la discusión pública a raíz de una supuesta campaña de esterilización en zonas marginadas de la capital, los señalamientos después del terremoto de 1985, las acusaciones de fraude en las elecciones de la gubernatura de Chihuahua en 1986.
El libro de Freije, atractivo para politólogos, comunicólogos, y por supuesto para periodistas, dialoga armoniosamente con otras obras que son fundamentales para entender, no sólo la evolución del sistema mediático mexicano, sino, en general de los sistemas latinoamericanos, en los que la publicación de escándalos políticos también empezó a proliferar, y sobre todo, a alterar las relaciones políticas, ciudadanas y mediáticas del momento. Building the Fourth Estate, de Chapell Lawson; Newsrooms in conflict de Sallie Hughes; Watchdog Journalism in South America, de Silvio Waisbord y Journalism, satire, and censorship in Mexico de Paul Gillingham et al. son algunas referencias en las que puede insertarse la investigación de Freije para tener un panorama regional más completo.
Si algo puede señalarse al libro de Freije es, quizás, que se echa de menos una diferenciación más precisa entre los diferentes tipos de escándalos, pues cada uno de ellos tiene protagonistas, lógicas y consecuencias distintas. En ese sentido, también se extraña una discusión más profunda sobre los ciudadanos que, aunque están colocados en el centro de la investigación desde el título, en ocasiones sólo aparecen como un telón de fondo pasivo que atestigua los cambios en la narrativa mediática. ¿Qué resonancias palpables tuvieron los escándalos?, ¿de qué depende que la ciudadanía reaccione frente a la revelación de escándalos dentro de un sistema en el que, de suyo, la corrupción y la opacidad se consideraban rasgos “normales”? Finalmente, queda la impresión de que los periodistas detrás de las investigaciones no eran representativos del gremio, sino que provenían de círculos más privilegiados o más especializados, con más recursos a su alcance. Una discusión en ese sentido permitiría entender mejor si los escándalos que conforman el libro de Freije reflejan una tendencia general de la prensa, o constituyeron más bien casos atípicos y extraordinarios, lo que de ninguna manera disminuye su relevancia para comprender la reconfiguración del sistema político y mediático del país.
Grisel Salazar Rebolledo es Profesora del Centro de Investigación y Docencia Económicas y Coordinadora de la Maestría en Políticas Públicas de esa institución.