Tiempos de colapso, tiempos de posibilidades

La masiva respuesta de los pueblos es el único modo de impedir que el capital mafioso y los Estados puedan diseñar la coyuntura de la pandemia a su medida.

June 10, 2021

El desembarque al principios de mayo 2021 de la delegación zapatista para su gira a Europa (Enlace Zapatista)

Es tiempo de nuevo para que bailen los corazones, y que no sean ni su música ni sus pasos, los del lamento y la resignación.

Subcomandante Insurgente Moisés

Octubre 2020

Hacia mediados de 2020, luego de consolidar y ordenar sus territorios, los pueblos comenzaron a volcarse hacia afuera, rompiendo el cerco represivo y mediático que los poderosos habían tendido para inmovilizarlos. Los primeros en activarse fueron los pueblos originarios: en el Cauca a través de la Minga Indígena, Negra y Popular; en Chiapas con la iniciativa de una gira mundial que comienza en Europa; los mapuche acelerando la recuperación de tierras urbanas y periurbanas.

En cierto momento, esos primeros movimientos se convirtieron en avalancha. El masivo desborde desde abajo de las juventudes  colombianas, es el ejemplo mayor de este profundo viraje de los pueblos, aunque hay muchas acciones que no recogen los medios del sistema. es un nuevo activismo, plebeyo, sin caudillos ni vanguardias, lo que permite desplegar toda la potencia de la creatividad antisistémica que sigue viva en los pliegues y hondonadas de los pueblos.

En un reflejo primario elemental, los movimientos y los pueblos enfrentaron la pandemia con un giro interior, volcándose hacia sus territorios y espacios, tanteando la nueva situación, buscando seguridad en los pliegues más profundos de las relaciones cotidianas, convertidas en refugios ante las incertidumbres.

El momento del repliegue fue importante para salvaguardar la salud colectiva y comunitaria, evitar contagios masivos en los territorios de los pueblos y fortalecer las autoridades propias. Las guardias de autodefensa comunitaria jugaron un papel decisivo, ya sea en áreas rurales como urbanas, destacando entre éstas los controles realizados en ciudades como Cherán y en espacios como la Comunidad Acapatzingo en Iztapalapa, en Ciudad de México.

Ese impulso primario a protegerse del afuera, garantizando la alimentación de cuerpos y espíritus, a través de la intensificación de los cultivos y de la ritualidad circular de las asambleas junto a lagunas y sitios sagrados, sucedió aproximadamente entre marzo y julio, y lo he detallado en el libro Tiempos de Colapso. Los pueblos en movimiento. Si no lo hubieran hecho así, sobreponiéndose a la violencia estatal y paraestatal, especialmente mortífera en regiones de mayorías indígenas, negras, campesinas y en las periferias urbanas, hubieran sufrido una severa desestabilización interna. Esa fue la condición para acotar daños y el paso previo a retomar la iniciativa hacia afuera.

A partir de mediados de 2020 los pueblos y movimientos comenzaron a salir de sus territorios, no sólo físicamente, y esa salida representa el momento de la ruptura del cerco mediático y militar que pendía sobre sus comunidades. Es un momento importante, necesario para seguir existiendo, pero riesgoso ya que un mal paso puede tener consecuencias nefastas y forzarnos a reemprender la marcha en peores condiciones. Sin embargo, son riesgos necesarios para quienes queremos terminar con el capitalismo.

Los cercos tiene dos dimensiones. Una física: el cerco militar, paramilitar y narco. Es el que sufren las comunidades nasa y misak del Cauca. El que tienen miles de soldados con cuarteles rodeando las autonomías zapatistas. la invasión de Wallmapu por Carabineros y el ejército de Chile. Hay una segunda dimensión que es el cerco informativo, el silencio y la distorsión de los medios. Algo de eso están haciendo estos días con el candidato Pedro Castillo: una guerra mediática impresionante.

Con el paso de los meses consiguieron estabilizar la situación, mejoraron la alimentación y las relaciones entre sus miembros ganaron en calidad. Comenzaron a conocer los modos de lidiar con los más diversos virus, desde los invisibles microparásitos (como el Covid-19) hasta los terribles y temibles macroparásitos (policías, militares y paramilitares). Entendieron que existe un vínculo entre ambos, como nos enseñara William McNeill en sus dos obras maravillosas, Pueblos y plagas y La búsqueda del Poder.

Si en el lugar del armamento colocamos los dispositivos de dominación (“la pandemia como política”, en palabras de Agamben), podemos avanzar a comprender cómo los virus (microparásitos) han permitido el despliegue de formas viejas y nuevas de control de las poblaciones (macroparásitos) para consolidar y ampliar la dominación del 1% más rico. Aquí se yuxtaponen los hombres armados y las redes digitales, la fuerza bruta del “palo y tente tieso” y los flujos instantáneos de información y datos centralizados por grandes empresas de las comunicaciones.

Pese a todas las dificultades que los pueblos y los movimientos afrontamos en estos tiempos, parece evidente que la salida masiva, ordenada y decidida ha sido la condición que nos ha permitido sostenernos como sujetos y sujetas colectivas para continuar desafiando la dominación. Como señalo en uno de los últimos apartados, los estallidos de rabia por justificados que estén, no pueden ser el camino para superar esta situación. Por el contrario, pueden reforzar el ya importante respaldo social de las ultraderechas. Luego de estallido, finalmente una explosión social violenta e intempestiva, retorna la calma, luego de que los furiosos hayan sido diezmados por cuerpos represivos dispuestos a romperles los huesos.

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Creo que la ruptura del cerco no es ni puede ser un hecho definitivo, sino un proceso extenso en el tiempo que supone varios desafíos. El primero, es afrontar las reacciones inevitables de quienes se vieron desbordados, que continuarán su acoso y persecución en nuevas condiciones. El segundo, es qué caminos tomar una vez traspasados los cercos, hacia dónde caminar, qué construir en los nuevos espacios. La experiencia histórica nos dice que estos procesos de ruptura del cerco pueden ser un parteaguas para las fuerzas del cambio, porque pueden desplegar sus iniciativas en condiciones más favorables. Pero pueden, también, caer en nuevos cercos, no tanto militares como políticos. La cooptación de las fuerzas sociales y políticas rebeldes es una de las más conocidas, que la podemos interpretar como meter en una jaula inmaterial a quienes habían conquistado su libertad.

Dos ejemplos me vienen a la mente. Uno es la conocida Larga Marcha de los comunistas chinos, cuando el quinto cerco del ejército nacionalista estaba agotando sus resistencias. Durante un año recorrieron 12 mil kilómetros desde el centro del país hasta el norte remoto y casi despoblado. La retirada fue un éxito aunque que logró salvar apenas al 10% de los combatientes del ejército rojo que se pusieron en marcha, porque la fuerza política consiguió sobrevivir y en su interior se produjeron cambios de orientación que permitieron luego un crecimiento notable. La larga retirada fue el precio de romper el cerco, pero esto les permitió a la larga ganar la guerra contra Japón y contra los derechistas chinos. Después de este notable éxito, comenzarían otros desafíos, mucho más complejos aún, que pueden sintetizarse en un capitalismo de Estado autoritario y patriarcal.

El segundo ejemplo es el feminismo. En la década de 1960, las feministas eran apenas un puñado en todo el mundo. Fueron acosadas por la iglesia católica y por las derechas, por sus propias familias y por la enorme mayoría de la sociedad. Fueron ignoradas por las izquierdas políticas y sociales, se las acusaba de dividir a la clase trabajadora y en algunas ocasiones fueron expulsadas de sus organizaciones. Decirse feminista en aquellos años era estar condenada a sufrir un cerco social, cultural y político. Ni qué hablar de quienes se reivindicaban gais o mostraban opciones sexuales diferentes. Sin embargo, persistieron, realizaron miles de talleres, de reuniones y encuentros. En cierto momento, el aislamiento comenzó a ceder y en los últimos años, por lo menos en América Latina, millones de mujeres se nombran feministas, salen a las calles, realizan huelgas de mujeres y un sinfín de actividades que muestran que salieron el cerco (o del armario). Los riesgos ahora son distintos. Quizá el principal es la división del movimiento y la cooptación de una parte importante por partidos y Estados, con el objetivo de restaurar la dominación patriarcal-capitalista, aunque ahora con más apoyos y legitimidad.

Sin pretender agotar todas y cada una de las iniciativas que están rompiendo el cerco, me parece importante destacar las acciones del pueblo mapuche en el sur de Chile, de los pueblos originarios, negro y campesino del Cauca en Colombia, del zapatismo en Chiapas y hacia el mundo, además de importantes movilizaciones en Perú, Chile, Bolivia y Guatemala.

En el mes de julio la huelga de hambre de 27 presos mapuche sacudió a las comunidades del sur de Chile que comenzaron una oleada de movilizaciones en apoyo a los detenidos en las cárceles de Temuco, Lebu y Angol. Los huelguistas demandaban el cumplimiento del Convenio 169 de la OIT que les permite cumplir la condena en sus comunidades, algo necesario en tiempos de pandemia, que se revise la prisión preventiva y para denunciar las condiciones denigratorias en las cárceles.

En los primeros días de agosto se produjeron masivos bloqueos de carreteras en Bolivia en al menos 70 puntos, por grupos de campesinos por la postergación de las elecciones pro parte del gobierno golpista de Jeannine Añez. Los bloqueos fueron levantados cuando el gobierno aceptó celebrar elecciones el 18 de octubre, que ganó ampliamente el MAS con más del 55% de los votos, superando con holgura el cuestionado resultado de un año atrás. La masiva votación que recibió el MAS fue un rechazo a un gobierno de ultraderecha, represivo y privatizador surgido de un golpe para instalar un gobierno provisional anti- popular.

El 30 de setiembre comenzaron manifestaciones en Costa Rica contra un acuerdo con el FMI, que implica aumento de impuestos y una mayor austeridad en el gasto público. Ante la oleada de protestas, el 4 de octubre el gobierno anunció la suspensión de la negociación para abrir un ámbito de diálogo y rever la postura.

El 5 de octubre el EZLN emitió el primer comunicado desde que cerró los caracoles por la pandemia, el 16 marzo de 2020. Informan que en ese lapso fallecieron 12 personas por coronavirus y asumieron la responsabilidad, a diferencia de lo que hacen los gobiernos, y que decidieron “enfrentar la amenaza como comunidad, no como un asunto individual”. Apuestan a la movilización global contra el capital e informan que en abril de 2020 comenzaron una primera gira por Europa, que luego extenderán a otros continentes, con una amplia delegación integrada mayoritariamente por mujeres.

La ruptura zapatista del cerco militar, paramilitar y político que le impone el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, está teniendo consecuencias muy duras para las bases de apoyo. En agosto de 2019, el EZLN que había roto el cerco una vez más, con la creación de siete nuevos caracoles (antes sólo había cinco) y enseñando nuevos municipios autónomos que elevaron los centros zapatistas a 42 espacios de resistencia autónoma. En marzo pasado, anuncian la intención de romper el cerco informativo con el viaje a Europa.

La reacción paramilitar inducida por el gobierno de México y del estado de Chiapas, consiste en atacar a las bases de apoyo del EZLN en la región Moisés Gandhi y en la comunidad Nuevo San Gregorio. Se trata de una guerra de desgaste sumamente cruel que pretende asfixiar y rendir por hambre a las comunidades y regiones más jóvenes, cercando fuentes de agua, tierras de pastoreo y centros de salud y educación. Rompieron el cerco, pero no llegaron a ningún paraíso sino que la resistencia se debe intensificar para afrontar los nuevos desafíos.

A fines de octubre de 2020 en Colombia se realizó la Minga Indígena, Negra y Campesina, que arrancó en el suroccidente, en el Cauca y continuó en Cali, recorrió varias ciudades y pueblos para llegar ocho días después a Bogotá. En todo su recorrido, la minga (trabajo comunitario o tequio) dialogó con poblaciones que comparten sus mismos dolores, en un país que se desangra por la violencia narco-militar-paramilitar, con cientos de líderes sociales asesinados.

El núcleo de la resistencia colombiana son los pueblos originarios del Cauca, agrupados en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), fundado en 1971 en el marco de una vasta lucha por la recuperación de tierras, que se saldó con la expropiación y dispersión de los grandes terratenientes. El pueblo nasa con sus “proyectos de vida”, lanzados en la década de 1990, es uno de los mejor organizado de Colombia.

La Minga hacia Bogotá, en la que participaron ocho mil miembros de pueblos originarios, negros y campesinos, fue escoltada por la Guardia Indígena, la Guardia Cimarrona y la Guardia Campesina, con especial protagonismo de las mujeres y los jóvenes. Fue recibida y acompañada por miles de personas que vienen luchando contra la represión de cuerpos militarizados, contra los que se levantaron en las jornadas memorables del 9 al 11 de setiembre, en las que ardieron o fueron vandalizadas decenas de dependencias policiales.

En Colombia ya hay más de 70 mil guardias de autodefensa de los pueblos. Cada pueblo cuenta con sus propios territorios: palenques (quilombos) negros y zonas de reserva campesina se suman a los resguardos indígenas, conformando un tapiz multicolor de resistencias y dignidades.

El 18 de octubre, a un año del inicio de la revuelta social de 2019, miles de chilenos volvieron a salir a las calles de Chile en conmemoración de aquella protesta. Ese día hubo 580 detenidos y un fallecido tras la represión de Carabineros.

El 25 de octubre el pueblo chileno desbordó las urnas en el referendo para redactar una nueva Constitución que sustituya a la heredada por la dictadura militar de Pinochet. El 80% de los votantes aprobaron el inicio de un proceso constituyente, cuando se esperaba un resultado de un 60% a favor de la iniciativa. La movilización popular por el referendo es una clara continuación de la revuelta iniciada en octubre de 2019 que le cambió la cara al país, deslegitimando la política oficialista neoliberal y represiva.

Finalmente, en Perú se produjo una notable movilización popular a raíz de la destitución ilegítima del presidente Martín Vizcarra, instalando en su lugar un gobierno corrupto considera golpista por la población, ya que la mayoría absoluta de los parlamentarios tienen acusaciones de corrupción. En una semana de gigantescas manifestaciones, que representan “un antes y un después, un punto de inflexión” en la política peruana, como señaló el antropólogo Rodrigo Montoya. El golpista Manuel Merino debió abandonar la presidencia abriendo una coyuntura inédita en el país.

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La masiva respuesta de los pueblos, es el único modo de impedir que el capital mafioso y los Estados puedan diseñar la coyuntura de la pandemia a su medida. Por eso transitaremos durante un tiempo por la cornisa de la ingobernabilidad, de la que pueden sacar partido las derechas más autoritarias o los movimientos anticapitalistas, si se muestran capaces de evitar errores que han neutralizado su capacidad de transformación.

El futuro no va a emerger de las urnas sino de la capacidad de los movimientos y de los pueblos de seguir transitando por las brechas abiertas por el levantamiento, profundizarlas hasta neutralizar un modelo de muerte, de expropiación del agua y la tierra. No hay argumentos válidos para dejar de sostener las creaciones colectivas.

En general, en el continente podemos observar que el capital y el extractivismo han seguido avanzando durante la pandemia, con más despojo, apropiación de tierras, aguas y bienes comunes. Ellos no se detienen y aprovechan la pandemia para seguir acumulando riqueza. Por eso, desorganizarse es tanto como dejarles el camino despejado. Es un problema de cultura política.

Esto revela un problema en la cultura politica. Aunque los movimientos feministas y antipatriarcales han mostrado enorme energía, consiguiendo la aprobación de la ley que despenaliza el aborto en Argentina, y los movimientos indígenas y anticoloniales muestran siempre su disposición a resistir el modelo en curso, cada vez que se convocan elecciones las miradas se vuelven una y otra vez a las urnas.

Es cierto que la credibilidad en las instituciones y en el camino electoral se están debilitando. Pero ante las dificultades, sectores importantes de los pueblos vuelven una y otra vez a lo conocido: los caudillos, las instituciones, el Estado. Algo ha cambiado, empero. Quienes estamos para construir desde abajo, no para llegar arriba sino para construir abajo fuertes, somos minoría pero ya no somos marginales. Este es un cambio fundamental que nos anime a pesar de las enormes dificultades.


Raúl Zibechi, escritor, educador popular y periodista, acompaña los procesos organizativos en América Latina. Ha publicado 20 libros sobre los movimientos sociales en los cuales ha criticado la vieja cultural política estado-céntrica. Escribe para varios medios latinoamericanos que incluyen entre otros La Jornada, Desinformémonos, Rebellion y Correo da Cidadania.

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