Remigia Ferrel Vallejos, ejecutiva sindical boliviana de Chimoré, en la región cocalera del Chapare, no siente nostalgia por los viejos tiempos. "Antes había mucho fatalismo. Muchas veces, en las reuniones me decían: 'las mujeres no cuentan, tiene que venir el hombre'", explica. "Así eran las cosas; ni siquiera teníamos derecho a hablar, ni a mantener nuestros propios nombres, ni a tener títulos de propiedad. Ahora es casi 50-50, tenemos derechos y participamos. Tenemos autoridades en todos los niveles de gobierno que son mujeres".
Ferrel está describiendo la notable transformación en una década de las mujeres indígenas rurales de Bolivia, que pasaron de ser "ayudantes" de sindicatos campesinos dominados por hombres a ministras en el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales entre 2006 y 2019. Sin embargo, este logro contrasta fuertemente con la actual desintegración del MAS y de su proyecto político debido a una competencia fraccionada entre el actual presidente, Luis "Lucho" Arce, y el expresidente Morales.
Las luchas internas también han dividido a la organización nacional de mujeres indígenas, la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa, conocida como "Las Bartolinas", que encabezó los cambios en la condición de la mujer indígena durante la era Morales. Se calcula que las Bartolinas cuentan con un millón y medio de miembros, lo que la convierte en la organización de mujeres más importante del país y en la mayor organización de mujeres indígenas de las Américas.
A pesar de las desavenencias actuales, el auge de la inclusión política de uno de los grupos políticamente más marginados de América Latina conseguido por las Bartolinas refleja una metamorfosis que no se ha producido en ningún otro lugar ni antes ni después. Los avances de Bolivia en materia de paridad de género son especialmente significativos en el actual "año de las super elecciones", en el que votará más población mundial que en ningún otro momento de la historia de la humanidad, aunque la mayoría de los candidatos siguen siendo hombres.
Semillas de cambio
Las raíces del éxito de Bolivia se encuentran en la región natal de Ferrel, el Chapare, donde las mujeres indígenas cocaleras lucharon contra la guerra contra las drogas financiada por Estados Unidos en la década de 1990. La constante represión policial y militar en el Chapare durante ese periodo aceleró la creación de un movimiento independiente de mujeres. "Siempre digo que las mujeres somos más fuertes gracias a la coca, gracias al Gobierno de EE. UU.", bromea la exdirigente sindical Apolonia Sánchez, que entre 2016 y 2019 dirigió la Unidad de Descolonización del departamento de Cochabamba. "Estábamos obligadas a organizarnos, aunque los hombres no quisieran".
Dada la importancia de la coca para la economía familiar en el Chapare, los productores se movilizaron para defender su derecho a cultivar la hoja, utilizando el vocabulario de los derechos indígenas y la soberanía nacional. Las mujeres también utilizaron los roles tradicionales de género como el "sexo débil" para promover los objetivos de su movimiento en las calles: "Las mujeres íbamos primero porque los hombres eran atacados como animales, y nosotras no. Por eso, las mujeres siempre han estado a la cabeza de la marcha", recuerda la dirigente sindical Rosena Rodríguez, de la localidad de Shinahota.
En marzo de 1995, un congreso de organizaciones campesinas nacionales se reunió para formar un instrumento político que representara a los intereses de los campesinos, que acabó convirtiéndose en el partido MAS. La participación de las mujeres fue decisiva para el ascenso de Morales al liderazgo nacional, ya que sus esfuerzos y los de otros dirigentes cocaleros varones por situarse a la vanguardia del movimiento campesino del país dependían del respaldo de las cocaleras. "Nuestro hermano Evo dijo: junto a las mujeres nos defenderemos", recuerda Sánchez.
Otro punto de inflexión fue la Marcha de las Mujeres de 400 km a La Paz, en diciembre de 1995, para exigir el fin de la erradicación de la coca y el respeto de los derechos humanos. Por primera vez en la historia de Bolivia, las mujeres indígenas actuaron como representantes de los movimientos sociales y negociaron directamente con el gobierno sin intermediarios masculinos.
A principios de la década de 2000, las cocaleras del Chapare se habían convertido en las defensoras de las mujeres indígenas más comprometidas del país. "Seguimos siendo las mejor organizadas", afirma María Eugenia Ledezma, líder de las organizaciones de mujeres del Chapare. "Nuestra lucha no es sólo por nuestra región, es por todo el país".
Para las personas con poca educación formal, la participación sindical era como ir a la escuela, ya que las preparaba para ocupar puestos de liderazgo. La cocalera y ex ejecutiva de las Bartolinas Leonilda Zurita, que fue senadora nacional de 2006 a 2009, dijo a la socióloga Sandra Ramos Salazar: "Ir a las reuniones sindicales era nuestro bachillerato, las reuniones de las Seis Federaciones [sindicatos de cocaleros del Chapare] nuestra universidad, y las reuniones a nivel nacional nuestra especialización". Esta formación ha hecho que las cocaleras hayan liderado las Bartolinas con más frecuencia que las mujeres de cualquier otra parte del país.
El liderazgo y la influencia de las cocaleras resultaron decisivos en la formidable coalición de movimientos sociales que llevó a Morales a la presidencia a finales de 2005. El nuevo gobierno garantizó la igualdad de salario por el mismo trabajo, aumentó significativamente el acceso de las mujeres a la tierra, la educación y la salud, y anunció planes para frenar la violencia endémica contra las mujeres, una de las más altas de Latinoamérica. La tasa de pobreza general de Bolivia cayó en picado, lo que afectó al grupo más pobre, con menos formación y más marginado—las mujeres indígenas de clase trabajadora—más que a ningún otro.
Sin embargo, al igual que muchas leyes en un país que siempre ha carecido de capacidad de implementación, el cumplimiento de la igualdad salarial era (y es) casi inexistente. Y a pesar de las protecciones legales y las campañas gubernamentales, la violencia contra las mujeres persiste como uno de los problemas más graves de Bolivia. Las niñas y las mujeres sufren más violencia de pareja que en cualquier otro lugar de América Latina y el Caribe, y la mayoría de los feminicidios—57 por ciento—impactan sobre todo a mujeres indígenas del campo, donde actualmente sólo vive el 30 por ciento de la población.
Las mujeres indígenas y los feminismos encuentran una causa común
A medida que la organización de las mujeres indígenas cobraba impulso, este colectivo también se beneficiaba de los avances logrados por las feministas urbanas de clase media, en particular de su labor pionera en la promoción de la representación electoral a finales de la década de 1990. No obstante, las mujeres indígenas mantuvieron una distancia crítica durante este período. Las tensiones entre las bartolinas y las feministas han sido históricamente profundas, y tienen su origen en cientos de años de servidumbre de las mujeres indígenas a las mujeres de piel más clara, que a menudo las consideraban clientes de sus proyectos no gubernamentales en lugar de socias políticas. Las Bartolinas con frecuencia identificaban el feminismo como una consecuencia blanca y de clase media del capitalismo, incluso cuando estaban en el mismo partido político.
Antes de 2019, cuando Morales fue derrocado y reemplazado por un gobierno de extrema derecha, el feminismo boliviano —con la excepción de grupos feministas anarquistas como Mujeres Creando y la Asamblea Feminista Comunitaria—rara vez consideraba a las mujeres indígenas, ni teórica ni ideológicamente. Este punto ciego se hizo eco de patrones históricos—como la exclusión de las mujeres indígenas de las primeras luchas por el sufragio en 1929, que abogaban por la alfabetización como criterio para el voto—que han obstaculizado la colaboración entre las mujeres indígenas y las mujeres de clase media durante generaciones.Las mujeres indígenas argumentaban que el feminismo incitaba al desencuentro con los hombres indígenas y minusvaloraba la cultura indígena. Debido a estas diferencias, la igualdad racial ha superado sistemáticamente al género como prioridad de las mujeres indígenas bolivianas, aunque esto ha ido cambiando con el tiempo. En 2023, la dirigencia bartolina declaró una "lucha frontal contra el machismo que es fuente de violencia y violación de nuestros derechos".
Este cambio de dinámica en los movimientos de mujeres de Bolivia también se refleja en el crecimiento explosivo del feminismo radical tras la crisis de 2019, que refleja un proceso en todo el continente americano, especialmente entre las mujeres jóvenes urbanas, incluidas las de origen indígena. Impulsadas en parte por las revelaciones generalizadas de abusos sexuales en Bolivia consentidos por la Iglesia católica, las marchas por el Día Internacional de la Mujer y la campaña hemisférica Ni Una Menos contra la violencia han proliferado y crecido, al igual que los colectivos y organizaciones feministas. Casi todas estas nuevas movilizaciones incorporan a una población más amplia en términos de raza y clase que sus predecesoras.
La lucha continúa
En 2009, las Bartolinas lograron coordinarse con feministas de clase media para incorporar la paridad de género en una nueva Constitución, que se erigió como una de las más avanzadas del mundo en materia de derechos de la mujer. Las Bartolinas fueron convencidas en gran medida por la líder cocalera Leonilda Zurita, que argumentó que la paridad de género era coherente con los valores indígenas. "Los partidos políticos acordaron la paridad de género sin darse cuenta de lo que realmente significaba", dijo Mónica Novillo, ex directora de la Coalición de Mujeres, una amplia alianza de organizaciones no gubernamentales feministas.
"La Constitución cambió mucho las cosas, concienciando por primera vez a mucha gente sobre los derechos de la mujer", afirma Freddy Condo, asesor de las Bartolinas desde hace muchos años. En la actualidad, Bolivia es uno de los pocos países donde las mujeres representan aproximadamente el 50 por ciento de los legisladores en todos los niveles de gobierno. Dado que las mujeres bolivianas no obtuvieron el voto hasta 1953, este logro es extraordinario.
Lograr la igualdad de género no ha sido fácil; tras imponerse la paridad, algunos hombres se presentaron como mujeres y los medios de comunicación se refirieron a ellos crudamente como "candidatos travestis". Y los partidos dominados por hombres a menudo seleccionaban candidatas que estaban seguros de poder controlar, según Jessy López, directora de la Asociación de Concejalas de Bolivia, o ACOBOL. También creció la violencia contra las nuevas mujeres políticas. Más del 80 por ciento de las concejalas municipales denunciaron a ACOBOL al menos un caso de violencia o intimidación política mientras ocupaban sus cargos, la mayoría de las veces llevada a cabo por otras autoridades, nos dijo López en una entrevista en 2015.
"A las concejalas les han incendiado la casa, han despedido a sus esposos de sus trabajos, han agredido a sus hijos y han sido agredidas físicamente, todo para que renuncien anticipadamente", denunció. En dos casos, mujeres concejalas han sido asesinadas.
En 2012, el Gobierno de Evo Morales aprobó la Ley 348, una de las más progresistas de la región contra la violencia, que fue acompañada de una campaña pública de denuncia de la violencia contra las mujeres. "Esta es nuestra gran contradicción interna", explica Mónica Novillo. "Tenemos altísimos niveles de violencia al mismo tiempo que hemos logrado la igualdad legislativa".
La aplicación de la ley ha sido, en el mejor de los casos, irregular. Aunque las denuncias por violencia doméstica aumentaron un 40 por ciento, la Ley 348 se enfrenta a los mismos problemas de aplicación que otras leyes: recursos insuficientes. Las mujeres también son revictimizadas por el sistema judicial, se enfrentan a la corrupción crónica y a la impunidad, así como a una cultura que obstruye la capacidad de las mujeres para denunciar a sus agresores.
Una de las pocas alcaldesas de las zonas rurales de Bolivia, Segundina Orellana, del Chapare, nos dijo: "Sigue existiendo la actitud de que las mujeres somos inferiores, y esto empieza en la infancia. Las mujeres sufrimos porque tenemos responsabilidades familiares, y los hombres no lo entienden. Necesitamos más educación y formación para liderar".
Una lucha a la que se enfrentan las mujeres bolivianas es la doble jornada. "La responsabilidad de las mujeres sigue siendo la familia: criar a los hijos, cocinar, y una vez hecho eso, entonces podemos salir de casa y trabajar como líderes", dice Honorata Díaz, exconcejala del municipio de Chapare. Ruth Sejas Charca, otra exconcejala, coincide: "Las mujeres siempre tenemos más trabajo y responsabilidades".
Aunque la movilización de las cocaleras empujó al gobierno del MAS hacia un mayor énfasis en las mujeres indígenas rurales, aún quedan muchos escollos.
"Como mujer, he sido dirigente sindical y he conocido mujeres que han sido la máxima dirigente de su sindicato, que generalmente es un trabajo de hombres", dice la asambleísta departamental María Javier Yucra. "Ha habido avances, ¿no? Pero aún nos queda mucho por hacer".
Linda Farthing tiene 30 años de experiencia en América Latina como periodista, académica independiente, directora de estudios en el extranjero y productora cinematográfica de campo. Ha escrito cuatro libros sobre Bolivia y reportado para The Guardian, Al Jazeera, The Nation y NACLA.
Thomas Grisaffi es profesor de Geografía Humana en la Universidad de St. Gallen, Suiza. Es autor de Coca yes, Cocaine no: how Bolivia's coca growers reshaped democracy (Duke University Press, 2019).