Trump y la izquierda latinoamericana

Los gobiernos progresistas de América Latina no tiene el mismo grado de cohesión que durante la década anterior. ¿Lograrán contener la avalancha de una segunda travesía trumpista?

December 6, 2024

El senador Marco Rubio, que ha sido nominado por el presidente electo Donald Trump para ser secretario de Estado, habla en la Conferencia de Acción Política Conservadora el 14 de marzo de 2013, en Maryland. (Flickr/Gage Skidmore/CC BY-SA 2.0)

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A mediados de noviembre, durante una gira latinoamericana para participar en las cumbres de APEC y el G20, el presidente chino Xi Jinping asistió a la inauguración de un megapuerto en Chancay, Peru. El enorme proyecto de infraestructura en aguas profundas, construido con $1.3 mil millones de dólares de inversión china, proyecta ser complementado por un tren bioceánico que cruce lo ancho del continente, conectando Chancay con la costa brasileña del atlántico. Según un vocero del gobierno chino, el megapuerto consolida “el papel de Perú como un punto de conexión entre las rutas terrestres y marítimas entre Asia y América Latina”.

En 2018, cuando Donald Trump comenzó la guerra comercial contra China durante su primer mandato, pocos imaginaron este nivel de expansión de las inversiones de la potencia asiática en América Latina, el tan mencionado “patio trasero” de Estados Unidos.

En aquellos momentos, el gobierno peruano era un fiel aliado de Washington —en teoría aún lo es. En 2017, a menos de 100 kilómetros del recién inaugurado megapuerto, Perú fue el sitio donde se fundó el Grupo de Lima, un foro creado por 12 países que buscaba intervenir en la política doméstica venezolana. El Grupo desconoció el escenario para las presidenciales de 2018 y presionó para una salida de facto, tal como lo dictaminaban los funcionarios de Trump. A comienzos de 2018 se produjo la gira del entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, que tenía como objetivo central derrocar al gobierno venezolano y generar lo que luego se cristalizó como el “proyecto Guaidó” en enero del 2019, cuando Juan Guaidó se autoproclamó el presidente interino del país.

La yuxtaposición entre el imponente puerto con el extinto Grupo de Lima solo sirve para entender cómo han cambiado las cosas en América Latina, incluso en los gobiernos más cercanos a la línea dura que habita Washington. En su regreso a la Casa Blanca dentro de unas semanas, el escenario político con que se topa Trump es un mapa del continente ocupado principalmente por fuerzas progresistas. Mientras que, en el escenario comercial, China avanza arrolladoramente en casi todos los países de la región.

La primera gestión de Trump de 2017 a 2021 significó una oportunidad de oro para las derechas latinoamericanas que estaban replegadas durante más de una década, ante el avance de gobiernos progresistas en la región. Con astucia, crearon “populismos conservadores” como el bolsonarismo en Brasil y el macrismo en Argentina que golpearon a las fuerzas de izquierda y conquistaron el poder político en varios países.

Pero a finales de la administración trumpista, los gobiernos de derecha que constituyeron el Grupo de Lima —que se había expandido de 12 países miembros a 17— se fueron disolviendo. Las experiencias derechistas que avanzaron electoralmente durante los primeros años de la administración trumpista fueron incapaces de garantizar su reelección y estabilizar su posición en sus países. Para finales de 2018, ya había ganado Andrés Manuel López Obrador en México. En 2019 pierde Mauricio Macri la reelección. En 2020 gana Luis Arce en Bolivia después del gobierno golpista de Jeanine Áñez. En 2021, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y Xiomara Castro en Honduras ganan.

Al mismo tiempo, desde el 2019 hasta el 2021, diversos episodios de protestas se dieron cita con inusitada fuerza en Chile, Colombia, Ecuador, Puerto Rico y Haití, todos como consecuencia de implementación de medidas neoliberales diseñadas desde un Washington ocupado por los republicanos. En 2022 Luiz Inácio Lula da Silva vence a Bolsonaro, el mismo año que gana Gustavo Petro una victoria inédita al populismo de derecha en Colombia. Se suman Bernardo Arévalo en Guatemala en 2023 y Yamandú Orsi en Uruguay en 2024.

A semanas de la transmisión de mando en Estados Unidos, muchos están preocupando ya por la forma en cómo se encontrarán los gobiernos progresistas con Trump y su funcionariado republicano y hasta qué punto los gobiernos de izquierda existentes están preparados para cruzar esta travesía trumpista que se avecina.

Vuelve el trumpismo. ¿Vuelven las derechas?

El enunciado que Rómulo Betancourt, presidente venezolano del 1945-48 y el 1959-64, graficaba en la frase “cuando Estados Unidos estornuda, a América Latina nos da bronquitis”, podría ya no ser tan automático. Sin embargo, la vuelta del trumpismo no parece ser un simple estornudo, sino algo más preocupante que, de seguro, va a tener un fuerte impacto en América Latina.

Cabría esperar que las derechas de la región vuelvan a aprovecharse de la victoria de Trump para reposicionarse e implementar un diseño de recuperación del poder político en toda la región. Sin embargo, no hay una línea unidireccional entre lo que sucede en el norte y lo que sucede en el sur del continente. La reciente victoria en Uruguay del Frente Amplio, es un ejemplo de ello.

Las políticas proteccionistas que Trump ha difundido contra México y Canadá, así como la forma xenofóbica de tratar el tema de la migración, conforman un panorama belicoso, aliñado con el nombramiento del senador Marco Rubio como secretario de Estado. Rubio, un político cubano-estadounidense ultra conservador, se ha perfilado como el pivote de los republicanos contra los gobiernos izquierdistas, especialmente en Latinoamérica. De seguro, las fuerzas derechistas de la región recibirán altas dosis de esteroide. Desde ya se preparan para volver al poder y reducir a su mínima expresión a las fuerzas izquierdistas.

Proteccionismo, persecución contra la migración (lo que afecta la remesa con la que viven millones de familias en Latinoamérica), discursos muy ideológicos desde la secretaría de Estado entrante y la competencia con China para cooptar mercados, implican todo un cóctel que puede ser un duro golpe a la estabilidad política a lo largo del continente, incluido Estados Unidos, que ya vivió una especie de “estallido” contra Trump en 2020.

Durante la reciente campaña electoral de Trump, el tema de América Latina estuvo bastante ausente. Se supeditó a criminalizar a venezolanos y haitianos por el tema de la migración e inseguridad. Una vez electo, se ha concentrado en criticar la actuación de México en cuanto a la migración y al fentanilo y ha amenazado con aumentar los aranceles a sus importaciones desde el país que ocupa su frontera sur. A finales de noviembre, tuvo su primera escaramuza con la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, quien le respondió, advirtiendo de un posible guerra comercial: “a un arancel le seguirá otro, en respuesta”. En otras palabras, apenas elegido, el magnate ha comenzado a enfilar baterías contra su vecino latinoamericano, utilizando un verbo que recuerda muy bien el tono belicoso de su primera administración, antes de asistir a una negociación.

América Latina: ¿unida o separada?

A pesar de tener tantos gobiernos progresistas en funciones, estos no tienen los grados de cohesión como en la década anterior, cuando eran menos, pero acumulaban una mayor fuerza política regional.

A inicios de la segunda década del siglo, formidables mecanismos de integración regional comenzaban a solidificarse, como Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) y CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). Estas organizaciones intergubernamentales buscaban generar espacios de articulación política, económica y cultural y lograron unificar gobiernos de derecha y de izquierda, pero donde la batuta fundante la llevaba el liderazgo progresista. Su principal característica de diferenciación con la existente OEA (Organización de Estados Americanos) se basaba en la exclusión de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá y por ende en la autonomía de las decisiones.

Hoy, ambos entes languidecen. El ciclo de derechas que siguió a la primera ola progresista los dejó tremendamente afectados pero el segundo ciclo progresista tampoco les ha impulsado en aras de la articulación supranacional. La próxima cumbre CELAC se efectuará en Bogotá en 2025.

También, los mecanismos de la derecha, o se extinguieron como el Grupo de Lima o están debilitados como la OEA. Se entiende que no existe una región tan cohesionada como en la década pasada, ni en un sentido, ni en el otro, y esto puede implicar una puerta abierta para cualquier tipo de acciones desmedidas que pueda intentar Trump (o Rubio), hacia algún país de América Latina.

El tema es que los propios gobiernos de izquierda, que son mayoría en la región, tampoco han tenido coherencia ante determinadas coyunturas e incluso se han dividido en determinados acontecimientos. El más reciente veto de Brasil a Venezuela y a Nicaragua para ingresar a los BRICS, es quizá el signo más elocuente de la profundidad de la ruptura entre ellos. No obstante, no es el único.

Las diversas posturas sobre el derrocamiento a Castillo en Perú y la posterior presidencia de Dina Boluarte es otro ejemplo. Boluarte mantiene un interinato desde 2022 y ha negado adelantar la convocatoria a nuevas elecciones, manteniéndose en el poder por medio de una feroz represión con decenas de muertos en manifestaciones. El rechazo de diferentes presidentes y líderes de izquierda al resultado de las presidenciales en Venezuela, y a la negativa del Estado venezolano de enseñar las actas electorales del proceso comicial efectuado, también ha profundizado el rompimiento.

Además, habría que reconocer que el entusiasmo que generaron los gobiernos de izquierda durante el primer ciclo ya no es el mismo, por diferentes razones. La reducida ventaja electoral de sus victorias, las divisiones entre facciones internas, las derivas autoritarias, la poca importancia de la integración regional, la debilidad institucional, todos son aristas de una falta de consistencia para enfrentar las situaciones complejas que se vienen.

El trumpismo podría acentuar estos hándicap, aunque también cabe el escenario de que, si pretende chocar de frente, desconociendo el poder acumulado por la izquierda, termine nuevamente cohesionando pragmáticamente a sectores disímiles de Latinoamérica. Tal escenario además podría darle ventajas comerciales a China y otros países.

Actualmente, las fórmulas políticas de izquierda no muestran la misma vigorosidad que antes y en pocos meses o años tendrán que cruzar el escenario electoral en medio del auge de la derecha radical. Deben antes responder a cuestiones como el diseño de fórmulas populares exitosas que puedan vencer electoralmente a una derecha que va radicalizando su grado de populismo. Mientras tanto, los modelos políticos parecen muy agotados, desde Cuba y Venezuela, hasta Chile y Brasil.

Latinoamericana podría estar girando nuevamente a la derecha, o por lo menos sacando del camino a varias de las experiencias izquierdistas. Pero podría suceder también que la cosa no queda allí.

Reoxigenar la izquierda

Podría suceder que aunque los republicanos impongan su agenda, e impulsen a fórmulas derechistas, terminen, sin desearlo, reavivando a los movimientos sociales y generando nuevas propuestas de corte izquierdista en la región. Podría preverse que los gobiernos comprendan el grado de amenaza y decidan restablecer los mecanismos de integración. También que en el plano nacional se pueden generar nuevas experiencias, tanto a nivel de base como de iniciativas electorales, siempre empujadas por la intensificación de un radicalismo neoliberal.

Si nos recordamos como terminó el primer mandato de Trump en el propio Estados Unidos —en el 2020 con revueltas afroamericanas en medio del negacionismo que permitió la muerte de más de un millón de personas por el coronavirus, y en enero de 2021 con el asalto al Capitolio—, y en Latinoamérica con revueltas y triunfos izquierdistas en toda la región, entonces podemos pensar que el trumpismo es un desafío al que los sectores progresistas pueden sacarle rédito una vez más.

De vital importancia resultará el escenario argentino con Javier Milei en el gobierno. Su éxito o derrota, que se medirá en las elecciones de medio término de 2025, van a indicar en qué sentido se mueve parte de América Latina con su aliado en la Casa Blanca.

Es posible que cada estornudo trumpista se convierta en pulmonía. Pero también es posible que ya los países latinoamericanos no tengan el mismo nivel de dependencia, tanto por haber logrado algún autonomismo político como por los nuevos aliados como China, que van tomando ventaja en el comercio y tiene un plan de inversiones que se está desarrollando y está impactando en América Latina en países de izquierda y derechas por igual.  

Podría suceder, entonces, que el nuevo modelo político estadounidense, políticamente incorrecto y “salvaje”, no incida de manera tan rotunda en los designios de América Latina y los gobiernos actuales, de cualquier signo, puedan enfrentar exitosamente la tormenta geopolítica, blindados contra cualquier estornudo o enfermedad superior que del norte provenga.


Ociel Alí López es sociólogo, ganador de los premios Clacso/Sida para jóvenes investigadores y del premio municipal de literatura de Caracas. Es profesor de la Universidad Central de Venezuela y escribe sobre América Latina.

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