Una propuesta desde los Andes para la sostenibilidad de la vida

La constitución plurinacional del Ecuador marcó la historia al consagrar el compromiso al “Buen Vivir” reconocer los derechos de la Pachamama. Aún no se ha hecho realidad este cambio radical de paradigma.

September 5, 2024

Marcha organizada por la CONAIE transita por las calles de Quito, 5 de marzo 2015. (Carlos Rodríguez / ANDES / CC BY-SA 2.0)


Este artículo fue publicado en inglés en la edición de otoño de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.


Hace una década, alrededor de cuatrocientas personas campesinas e indígenas se reunieron en el auditorio del Gobierno Provincial de Chimborazo en Ecuador, para participar en una evaluación de las políticas públicas del gobierno en el área social. Exponía la viceministra del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) sobre las inversiones que dicha institución había realizado en la región central del país afirmando que eso representaba la vía al Buen Vivir, cuando fue repentinamente interrumpida por una mujer indígena. “Eso es Buen Vivir para ustedes”, le increpó con firmeza, desde el fondo del salón. “Su Buen Vivir es cada uno sálvese como pueda, entren en competencia, logren más dinero y lograrán el desarrollo; para nosotros Buen Vivir es comunidad, es reconocimiento, participación y solidaridad”. 

Este hecho nos deja en evidencia que esta noción de Buen Vivir ha sido y es objeto de disputa, de manipulación y de populismo político. La Constitución política ecuatoriana del 2008 introdujo en su artículo uno que Ecuador es un Estado “unitario, intercultural, plurinacional y laico”. La llamada “Constitución del Buen Vivir” también reconoció, en el capítulo segundo, “el derecho de la población a vivir en un ambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice la sostenibilidad y el buen vivir, sumak kawsay”. Así, cristalizó una demanda indígena que venía madurando desde inicios de los 90, cuando el levantamiento de los pueblos originarios marcó un hito histórico. Producto de esa lucha, los pueblos originarios son considerados hoy como actores protagónicos en la vida nacional.

Unos años tras la promulgación de la nueva magna carta, Nina Pacari, de la etnia Otavalo, política, abogada, dirigente indígena y personaje intelectual relevante en Ecuador hacía eco de esta búsqueda de visibilidad y protagonismo. Hablando en una conferencia en el 2013 dictada en Bilbao, en su calidad de dirigente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), recalcaba: “Planteamos la necesidad de la inclusión de los pueblos indígenas y que sus conocimientos pudieran ser conocidos y respetados. Planteamos el poder participar en la toma de decisiones de nuestros pueblos y que el carácter del Estado sea plurinacional”.

La Constitución del 2008 junto con materiales que promocionan el Buen Vivir. (Nina Zambrano Díaz / Cancillería del Ecuador / CC BY-SA 2.0)

Esos planteamientos se desprenden de la realidad ecuatoriana: Ecuador es un país multiétnico conformado por 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas que representan alrededor del 8 por ciento de los cerca de 17 millones de habitantes; son tres los idiomas reconocidos oficialmente, el castellano de habla mayoritaria, el kichwa en los andes y parte de la amazonía y el shuar en la amazonía. Sin embargo, en correspondencia con las nacionalidades hay 14 lenguas maternas.

Hoy, a 16 años de la declaratoria constitucional del Ecuador como Estado plurinacional, podemos concluir, en sintonía con múltiples voces indígenas y no indígenas, que lo que se ha escrito y pregonado guarda abismal distancia con la práctica. No existen evidencias de estructuras estatales de base plurinacional, las políticas públicas siguen produciendo uniformidad y los programas gubernamentales tienen un carácter desarrollista convencional sin ninguna señal hacia el buen vivir. Lo más frustrante es que, aparte de la organización matriz de los pueblos indígenas, la CONAIE, ningún movimiento ni partido político pone sobre la mesa del debate, estrategias para la construcción de la plurinacionalidad.

Para los pueblos Kichwas, el tiempo transcurre en espiral, con transformaciones profundas que acontecen cada quinientos años. A estos períodos los denominan Pachakute. La invasión española fue el inicio de un período de decadencia y el inicio del nuevo milenio, marca una nueva era: de renacimiento o reconstrucción. Esta concepción del tiempo y de su devenir, coincide con los esfuerzos de hombres y mujeres “amautas” (sabios o filósofos Inkas) contemporáneos quienes están dedicando esfuerzos sustanciales para sistematizar los “modos de vida” de la diversidad cultural, para reivindicar su existencia de manera integral y no folklorizada. Se inicia un potente proceso de reconstrucción y proyección de la cosmovisión indígena a la dimensión política que sustenta la plurinacionalidad y los buenos vivires como alternativas al desarrollo convencional y hegemónico del sistema imperante.

La base ancestral del Buen Vivir

“El Sumak Kawsay es un modo de vida de los Kañaris, basados en su cosmovisión holística, donde prima el respeto a la Pachamama y la racionalidad de la vida, donde la vida se rige de acuerdo a las leyes cósmicas y de la Pachamama”, nos relata en una entrevista personal Achik Guamán, mujer indígena de la etnia Kañari, ubicada en el centro-sur del Ecuador, y dirigente de organizaciones comunitarias. “Este modo de vida está fundamentado en principios y valores como la vida en comunidad, el trabajo colectivo, la reciprocidad, la solidaridad, la redistribución, la relacionalidad, la complementariedad, entre el mundo humano y el mundo espiritual”.

Para Achik Guamán y otros intelectuales indígenas de Ecuador, el Sumak Kawsay ha persistido desde el origen mismo de los pueblos andinos y amazónicos como cultura viva, sin una sistematización escrita, ni influencia de valores occidentales. Es un producto, diríamos, de la biodiversidad adaptativa, con ADN cultural propio, como semilla de maíz o de quinua de los páramos andinos.

En este sentido, el Sumak Kawsay se constituye en la base y sustento ancestral para la construcción ampliada del Buen Vivir desde una perspectiva intercultural y con proyección a una sociedad de carácter plurinacional. Buen Vivir para los pueblos indígenas andinos y amazónicos es una vía de convivencia y es una plataforma política y filosófica de protección a su continuidad cultural, de bloqueo a las políticas de integración, modernización y desarrollo que promueven los gobiernos y en general las instituciones de desarrollo.  

Escena de calle, Otavalo, Ecuador. (Arabsalam / CC BY-SA 4.0)

Históricamente, los pueblos y nacionalidades originarias han sido sujeto de aculturización y despojo territorial. Sin embargo, hasta ahora perviven con rasgos culturales, identidad, idioma y formas de organización comunitaria y económica que denota su capacidad de resiliencia y adaptación a diferentes vicisitudes que desde hace siglos les ha tocado enfrentar. Al respecto Guamán señala: “En muchas comunidades aun conservamos la vida comunitaria, ligada a la tierra, a la chakra (finca campesina), a la agricultura que es la base de la economía Kañari, la forma de organización social, la minka (una relación de cooperación colectiva), la solidaridad, la redistribución, la reciprocidad entre comuneros y la reciprocidad con la Pachamama; también está el conocimiento y saberes ancestrales en muchos campos como la agricultura, la gastronomía, la medicina, la artesanía, la arquitectura, y otros saberes”.

Este proceso permanente de re-existencia no ha sido de ninguna manera pasivo, pues se registran múltiples estrategias de resistencia que han ejercitado para mantener vivo el ideal de continuidad como pueblos específicos. Estas van desde la defensa de sus tierras y territorios, el cambio o sincretismo cultural sin desvanecer la matriz andina, las luchas por la educación bilingüe intercultural, los levantamientos de los pueblos indígenas por reconocimiento social, político y cultural dentro de un Estado plurinacional reconocido en la Constitución.

Una alternativa al desarrollo occidental

El Buen Vivir como paradigma alternativo a los patrones culturales de la colonización, la modernidad y el mercado neoliberal, representa una propuesta sociopolítica de organización social orientada a restablecer y reconstruir las relaciones de equilibrio y reciprocidad entre el ser humano y la naturaleza, de convivencia en la diversidad cultural y de fortalecimiento del sentido cooperativo y de vida en comunidad por encima del individualismo que caracteriza a la sociedad globalizada. 

Es una construcción paradigmática colectiva y plural, no patriarcal ni excluyente de ningún grupo social ni étnico-cultural. Si bien sus matrices están en el pensamiento originario andino y amazónico, recoge el acervo intelectual y de luchas de diferentes pueblos y hombres y mujeres intelectuales del mundo para redefinirlos en una propuesta coherente para una nueva civilización basada en la equidad, diversidad y sustentabilidad.

Otros elementos que conforman la perspectiva del Buen Vivir como sistema alternativo. (Patricio Carpio Benalcázar)

En “El libro de la vida de Sarayaku para defender nuestra futuro”, un texto escrito por los pueblos amazónicos y publicado en 2003,  plantean que: “de alguna manera, el desarrollo, tal como lo han entendido desde la lógica de la codicia, ha sido pensado únicamente en el mercado y en el crecimiento económico, en el reino del individualismo y la competencia, al margen y en contra de nuestros saberes y ciencias propias que constituyen el principal patrimonio de conocimiento, donde reposan nociones más equilibradas de vida y de relación entre el sistema humano y el natural”.

A su vez, los pueblos andinos de la nacionalidad Kichwa comparten esta negación del desarrollo por considerarla ajena y nociva a sus culturas en particular, pero también no sostenibles para la sociedad y la naturaleza. Así para Anastacio Pichisaca, intelectual Kichwa Kañari, en entrevista personal, manifestó que el Buen Vivir es un “modo de vida alternativo al paradigma convencional de desarrollo, con todas sus versiones y variedades, es sobre todo vivir en comunidad en armonía y equilibrio con todos los seres y formas de vida”.

Resumiendo estas perspectivas, Alberto Acosta, quien fue presidente de la Asamblea Constituyente que instauró la Constitución del 2008, propone que es fundamental entender la diferencia entre esta propuesta y el paradigma del desarrollo que presupone modernización e imitación de los países no industrializados a los sobre-desarrollados. Así lo expresa en un artículo de la OBETS: Revista de Ciencias Sociales del 2011:

"En la cosmovisión indígena no hay la concepción de un proceso lineal que establezca un estado anterior o posterior. No hay aquella visión de un estado de subdesarrollo a ser superado. Y tampoco un estado de desarrollo a ser alcanzado. No existe, como en la visión occidental, esta dicotomía que explica y diferencia gran parte de los procesos en marcha. Para los pueblos indígenas tampoco hay la concepción tradicional de pobreza asociada a la carencia de bienes materiales o de riqueza vinculada a su abundancia."

Mujeres ecuatorianas, Laguna del Quilotoa, 2015. (amalavida.tv / CC BY-SA 2.0)

De esta manera, el Buen Vivir se constituye tanto en crítica y negación del desarrollo como en espacio de construcción de alternativas. Es crítica y negación porque cuestiona las bases conceptuales sobre las que se ha construido este concepto. Esto es, su pretensión de entender que todas las sociedades, independientemente de sus procesos históricos, contextos geográficos y lógicas culturales, deben recorrer una misma ruta evolutiva en función de determinadas leyes naturales en las que también otros pueblos estarían inmersos.

Por el contrario, desde la visión del desarrollo, las sociedades catalogadas como “tradicionales”, por no estar totalmente dentro de las dinámicas del mercado capitalista y la modernización occidental, deberán ser inyectadas de pautas culturales occidentales para ser funcionales al sistema-mundo. El discurso del expresidente de EE.UU., Harry Truman, en su posesión en 1949, resultó paradigmático para América Latina cuando categóricamente afirmaba la necesidad de extender capital y tecnología a las áreas subdesarrolladas “para ayudarles a darse cuenta de sus aspiraciones para una mejor vida, y en cooperación con otras naciones deberíamos fomentar la inversión de capital en áreas necesitadas de desarrollo”. Un claro discurso a tono con la tradición estadounidense de la “Doctrina Monroe” o del “Destino manifiesto” para justificar su “derecho” a intervenir en otras naciones.

Desde esa declaratoria de Truman se institucionaliza la política de desarrollo a nivel internacional creándose toda una plataforma para promoverlo e impulsarlo. Por ejemplo, el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de las Naciones Unidas, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la USAID (Agencia de EU para el Desarrollo Internacional) y múltiples ONGs que se esfuerzan en esta tarea.

En esta efervescencia desarrollista han madurado incesantes debates sobre sus límites y alcances, sobre su incompletitud y su base economicista, surgiendo un abanico importante de aportaciones a la matriz original como desarrollo humano, sostenible, local y otras adjetivaciones. Los resultados en más de siete décadas de estas gestiones muestran que no se ha logrado superar la pobreza, las desigualdades, el desempleo ni el deterioro ambiental. Por ello, Yayo Herrero, intelectual y activista española, es categórica en afirmar que “Esto es lo que llaman desarrollo: llegar, ocupar, destrozar, agotar y abandonar. Y después empezar de nuevo en otro sitio” a propósito de la turistificación en áreas sensibles de su país como Cantabria.

La vista de Quito, Ecuador, desde El Panecillo, 2015. (Diego Delso / CC BY-SA 4.0)

En estas críticas, el Buen Vivir se levanta como alternativa al relativizar la presunción de la modernidad y cultura occidental como centro expansivo en la historia universal. El Buen Vivir reconoce un pluriverso de culturas, cada una con su historia, sus valores, sus saberes y modos de vida y, por tanto, con derecho a existir sin ser violentadas por otras, auto consideradas civilizadas. El concepto de desarrollo en este sentido no cabe en la perspectiva del Buen Vivir.

Un segundo elemento para esa negación es la valoración de la naturaleza: para el Buen Vivir, los humanos somos naturaleza, esta nos contiene, agredirla es agredirnos a sí mismo, pues somos unidad. Las acciones humanas para sus lógicas de vida están reguladas por la noción de reciprocidad y cuidado hacia ella, es decir, “no tomar más de lo que se necesita, no tomar más de lo que la madre tierra puede ofrecer”. El Buen Vivir asume, entonces, que la naturaleza tiene derechos y esto en un logro sin precedentes al concretarse como precepto en el Artículo 71 de la constitución ecuatoriana, que establece que “La naturaleza o Pachamama… tiene derecho a que se respete integralmente”.

Un tercer elemento tiene que ver con la economía. Aquí la producción está orientada a solventar las necesidades de toda la población con sentido de redistribución y sin aprovechamiento del trabajo ajeno; es la potenciación de economías solidarias, donde la idea de crecimiento, acumulación o enriquecimiento no caben. La producción y el consumo están planteados en relación con el equilibrio de cada territorio, sus ecosistemas y con base en la soberanía alimentaria. Fray Llivicota, dirigente de la organización Kañari, Zhamuy en un foro de discusión sobre Buen Vivir nos decía que: “El pensamiento del desarrollo mestizo es sólo acumular dinero, bienes y desarrollo empresarial. En cambio en el pensamiento del Sumak Kawsay, prima la complementariedad, la minga, la unidad, la reciprocidad, aceptar el trabajo de hoy para devolver mañana, la armonía y la disciplina en el contexto comunitario”.

Este paradigma niega que el grado de mercantilización de la vida expresará el grado de desarrollo de una sociedad. Por el contrario, son otros ejes civilizatorios, otras racionalidades como el grado de salud de la naturaleza, la satisfacción de necesidades, la realización sin barreras de las mujeres, la seguridad de las personas en territorios, ciudades y comunidades, la extensión de la reciprocidad y solidaridad, entre otros ámbitos, los que apuntan a una vida plena y completa, por tanto sostenible. 

En síntesis, en la actualidad, el Buen Vivir puede ser descrito de mejor manera como una plataforma política compartida, tanto en la crítica radical al desarrollo como en proponer alternativas desde diferentes formas de entender el mundo.

Buen Vivir y el Estado Plurinacional

La organización política para el Buen Vivir en los Andes se concreta en la construcción del Estado plurinacional. Para el líder histórico del movimiento indígena ecuatoriano y su organización CONAIE, Luis Macas, de la etnia Saraguro en un artículo publicado en el 2010 en la revista América latina en movimiento explicó que: “Los Estados Plurinacionales se sustentan en la diversidad de la existencia de nacionalidades y pueblos, como entidades económicas, culturales, políticas, jurídicas, espirituales y lingüísticas, históricamente definidas y diferenciadas. Se dirigen a desmontar el colonialismo”.

Desde las voces de las mujeres indígenas, recogidas en el libro Antología del pensamiento indigenista ecuatoriano sobre Sumak Kawsay, autoras como Nina Pacari definen que el Estado plurinacional es la garantía para que “podamos justamente mantener nuestro equilibrio con el entorno, con la política, con el Estado, con la economía, con la sociedad, con los ayllus (comunidades)”. Mónica Chuji, kichwa-amazónica, ex asambleísta constituyente, sostiene que sólo la plurinacionalidad podría garantizar el Buen Vivir: “Para tener un Buen Vivir se requiere que todos estos derechos sean ejercidos de manera colectiva e individual y que los Estados se encaminen a trabajar en función de los derechos y no en función de los mercados”.  Por su parte, Blanca Chancoso de la etnia Otavalo y dirigente emblemática del movimiento indígena ecuatoriano, concluye que: “La plurinacionalidad la concebimos desde la igualdad en la diversidad”.

En general, para las organizaciones indígenas ecuatorianas, la declaratoria constitucional en el 2008 del Ecuador como Estado plurinacional, necesariamente debe ir acompañada con políticas e instituciones con enfoque en la diversidad cultural y autonomía territorial en el marco de un Estado unitario con gobernanza asentada en esa diversidad de lo contrario la declaratoria no tendrá viabilidad. 

El soporte social para la construcción del Estado plurinacional está en las organizaciones indígenas cuyo empoderamiento se proyectaría a nivel de gobiernos territoriales y del gobierno central en coparticipación con otras organizaciones tal como lo plantea Luis Maldonado en el libro citado

"La participación y la representación política deben ser transversales en todo el Estado; esto es, en todas las funciones del Estado, en los gobiernos sectoriales;… Por otra parte, se debe garantizar el ejercicio pleno de la autonomía en los ámbitos territoriales ancestrales. Es decir, los pueblos indígenas deben fortalecer sus formas institucionales propias de organización social, política, económica y espiritual."

Sin embargo, el Estado plurinacional es un pendiente en la política ecuatoriana que marcha mirando a otro lado por la naturaleza y racionalidad colonial en la base de su matriz cultural, por ello los remesones que generan las movilizaciones indígenas en el escenario nacional es la única forma de presión para retomar esta obligación constitucional.

Arte callejero, Otavalo, Ecuador, 2017. (Arabsalam / CC BY-SA 4.0)

Vigencia del Buen Vivir

De este recorrido por la génesis y desarrollo del Buen Vivir, resaltamos que sus postulados no pretenden ser universales sino contextuales, por ello es más consistente hablar de “buenos vivires” para explicar que en todas las latitudes existieron y perduran civilizaciones y culturas diversas, pero, sustentadas en la unidad con la naturaleza y la comunidad y que también existen prácticas sustentables alrededor del mundo actual. Efectivamente, la fuerza y trascendencia de los planteamientos que levantan los buenos vivires están convocando a millones de voluntades no sólo desde la etnicidad, sino, de un conglomerado de interculturalidad en infinidad de espacios rurales y urbanos.  

El potencial del Buen Vivir radica en que se trata de una construcción pluricultural con proyección a una sociedad de carácter plurinacional. Su patente original viene de la raíz esencial de “vida plena” donde los humanos somos parte de la “Pachamama o naturaleza creadora”, en convivencia armónica con ella. Pero además, y punto sustancial, en armonía con la comunidad, pues las individualidades tienen sentido, en comunidad. Diríamos acá, con otras palabras, Buen Vivir es equiparable a la sociedad sostenible que buscamos frente a la crisis ambiental y de civilización que experimenta el mundo ahora. 

Al final consideramos que esta aspiración podría convertirse en una alternativa de reordenamiento de la vida si las sociedades con sus diversidades culturales asumen la responsabilidad de transformar el presente ahora, para transformar el futuro en función de la equidad y la sustentabilidad. Se trata, pues, de una responsabilidad ética con el futuro.


Patricio Carpio Benalcázar es sociologo, magister en Antropología y PhD en Sociología por la Universidad de Alicante, España. Es director del Programa Doctoral en Sostenibilidad Territorial con mención en estudios del Postdesarrollo de la Universidad de Cuenca, Ecuador.

Like this article? Support our work. Donate now.