Este artículo fue publicado en inglés en la edición de verano de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.
En Monumento a los desaparecidos, pieza de Leonardo Aranda con diseño grafico y de interfaz por Dora Bartilotti, cientos de voces enuncian los nombres de personas desaparacidas en México. Iniciada en el 2018, el proyecto utiliza las herramientas digitales para construir una plataforma participativa en línea, a través de la cual los visitantes pueden enunciar el nombre de alguno de los 34,441 desaparecidos que forman parte de la base de datos del proyecto. El objetivo principal de este gesto es crear un repositorio de voces, el cual pueda ser llevado al espacio público en contextos de protesta.
El proyecto intenta dar voz a aquellas personas que han sido silenciadas, dando un paso en la lucha contra el olvido y la abstracción que convierte a las personas desaparecidas en números y estadísticas. En este sentido, la voz se convierte en una herramienta que encarna la identidad de una persona; mientras que la participación y el acto de nombrar se convierte en un acto de solidaridad con quienes han perdido la capacidad de enunciación, promoviendo un acto de memoria y contra el silencio.
Practicas artísticas y formas de solidaridad como esta buscan responder a los varios retos que presenta la crisis de desaparición forzada en México en relación a la construcción de una memoria colectiva, la representación de las víctimas, las narrativas sobre la violencia y la visibilización de los esfuerzos de la sociedad civil organizada. La representación que construye el Estado se caracteriza por ser vertical, por abstraer la violencia en cifras y por desvincular la violencia de su contexto histórico y sociopolítico. Desde esta narrativa, las víctimas civiles se presentan como daño colateral o bajo la sombra de la sospecha. Contrario a la versión oficial, los colectivos de familiares y grupos de la sociedad civil organizada han tratado de construir una interpretación alternativa en la que se complejiza el rol del Estado en la violencia y se intenta entender sus orígenes para proponer posibles soluciones.
En algunas instancias, las prácticas artísticas intentan apoyar al análisis e investigación que soporta esta construcción alternativa de conocimiento, mientras que en otros casos lo que se busca es crear canales de circulación y difusión que contrarresten la hegemonía de los medios oficiales y ayuden a visibilizar la crisis. De forma transversal, estas prácticas se enfrentan a tres retos: ¿Cómo crear formas y espacios alternativos de memoria colectiva alrededor de los desaparecidos? ¿Cómo apoyar y dar visibilidad a las tareas de búsqueda emprendidas por los grupos de familiares? Y en relación a las dos preguntas anteriores, ¿cómo apropiarse de las tecnologías digitales para facilitar ambas tareas?
En el caso de Monumento a los desaparecidos, la base de datos del proyecto tomó como punto de partida la iniciativa Personas desaparecidas desarrollado por la organización Data Cívica, cuyo objetivo fue centralizar la información que se encontraba dispersa en múltiples bases de datos de distintas organizaciones y diversas dependencias del gobierno, al mismo tiempo que nombrar a las personas desaparecidas. En este sentido, Monumento a los desaparecidos se solidariza con esta misión y da un paso adelante en la individualización de los desaparecidos. El proyecto se propone como una forma de memorialización que busca crear un espacio híbrido de protesta entre el Internet y el espacio público, que resignifica el concepto de monumento más allá de los márgenes de las narrativas del Estado.
Así, este y otros proyectos artísticos apoyan a una contra-narrativa, construida por los colectivos de familiares y grupos de la sociedad civil, que propone crear un espacio de esperanza. Bajo la consigna “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, utilizada en múltiples contextos de protesta por familiares y organizaciones, lo que debemos de entender son cuatro principios. En primer lugar, la negativa a renunciar a la búsqueda de las personas desaparecidas. Segundo, la responsabilidad del Estado dentro de la crisis. Tercero, una reapropiación de la memoria colectiva en la que se busca desestigmatizar a los desaparecidos y devolverles su individualidad. Y finalmente, el agenciamiento de los familiares de los desaparecidos y de la sociedad civil organizada, quienes se rehúsan a asumir un papel pasivo de víctimas y en cambio han tomado un rol protagónico para responder a cada aspecto de la crisis.
Construir esta contra-narrativa supone varios retos conceptuales importantes. La filósofa chilena María José López Merino argumenta que el crimen de desaparición forzada cuenta con una serie de particularidades que hacen que su violencia sea más cruenta que la muerte por sí sola y que la vuelven extensiva a la comunidad de la víctima. Para López Merino esta forma de violencia se puede describir por cuatro características: la ambigüedad de la muerte, su temporalidad extendida, la desindividuación de las víctimas y la desvinculación de estas de su comunidad. La primera de estas características transforma los límites mismos de la muerte, rodeándola de conjeturas y especulaciones que privan a los familiares de una certeza sobre el destino de sus familiares y negándoles el derecho al duelo. Esta misma es la característica que hace que la temporalidad de este delito se extienda.
Como explica López Merino, el desaparecido se vuelve una figura espectral, “el signo de un daño que no ha dejado de infligirse a una comunidad completa”. Por otro lado, esta forma de violencia tiene por efecto borrar las marcas de individualidad de las víctimas, convirtiéndoles en sujeto anónimo cuyos restos apilados en fosas comunes son arrancados de cualquier huella de identidad. Finalmente, el desaparecido es un sujeto al que se le desvincula de su comunidad al volver su muerte un evento solitario y una historia que no es posible cerrar o rememorar.
Es precisamente en el contexto de estos retos que las prácticas artísticas y otras formas de solidaridad desde espacios como el periodismo o la academia adquieren relevancia. Desde México, diversas prácticas artísticas buscan visibilizar esta crisis, incidir en sus narrativas y romper con la abstracción, para representar de forma encarnada a las víctimas de esta catástrofe humanitaria, en solidaridad con los desaparecidos y sus familiares.
“Una guerra contra del pueblo”
Según cifras oficiales cerca de 100,000 personas han sido víctimas de la desaparición forazada desde el inicio de la “guerra contra las drogas” en el 2006. Sin embargo, diversos grupos de la sociedad civil organizada y comisiones independientes de derechos humanos, insisten en que esta cifra podría ser mucho mayor, dada la naturaleza del delito y la renuencia de las familias a hacer denuncias.
Como afirma la periodista canadiense Dawn Marie Paley en su libro Capitalismo antidrogas: una guerra contra el pueblo (2020), el conflicto iniciado por Felipe Calderón no puede caracterizarse ni como una guerra, ni realmente decirse que tiene por objetivo la eliminación del tráfico de drogas. En este sentido, el resultado de estas casi dos décadas de conflicto ha sido el fortalecimiento de los grupos de crimen organizado, la diversificación de sus actividades, la consolidación de su poder político, así como el incremento en la producción y circulación de sustancias ilegales. Según Paley, más que tratarse de una falla estratégica del Estado, el verdadero objetivo de la “guerra contra las drogas” ha sido el desplazamiento de poblaciones rurales, el debilitamiento de organizaciones locales y comunitarias, la vulneración de activistas y periodistas, a la par de la protección de la inversión extranjera y el control de la migración a través de la violencia. Uno de los efectos más perniciosos de este conflicto ha sido la crisis de desaparición forzada.
En este nuevo contexto, la posición del Estado es doble. Por un lado, es el encargado de responder y contener la violencia, por otro lado, en muchos casos es él mismo quien la instrumenta. En este escenario, la sociedad civil organizada ha adquirido un gran protagonismo, no sólo al ser estos grupos quienes han mantenido la visibilidad de este fenómeno y ejercido una presión constante sobre el Gobierno, sino también ejerciendo de facto tareas del Estado, como la búsqueda de cuerpos y la sistematización de información de desaparecidos. Este es, por ejemplo, el caso de la gran labor llevada a cabo por la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (BNB), conformada principalmente por familiares de desaparecidos, quienes, en su empeño por encontrar a sus seres queridos, han generado un importante cúmulo de conocimiento, metodologías y tecnologías, que los han llevado a identificar exitosamente un gran número de fosas comunes a lo largo del territorio mexicano.
Memoria y lucha contra el olvido
La memoria es uno de los campos de lucha centrales dentro de la crisis de desaparición forzada. Mientras que la estrategia del Estado se centra en crear museos o memoriales, donde, a través de un lenguaje de solemnidad y abstracción se clausura la posibilidad de una reflexión crítica y se habla de la violencia de forma pretérita; la estrategia de los colectivos tiene un carácter mucho más testimonial, que busca devolver su individualidad a las víctimas y abrir rutas para la construcción de colectividad y resistencia. En solidaridad con estos esfuerzos, lo que se propone desde las prácticas artísticas no sólo es desplazar la narrativa oficial, sino también los espacios, los formatos y los agentes involucrados en la construcción de memoria.
Como lo describe Juan David Villa-Gómez y Manuela Avendaño-Ramírez, en su amplia revisión sobre las expresiones arte, memoria y resistencia, los espacios alternativos de memoria se construyen fuera de una lógica institucional y buscan ocupar otro tipo de territorios como la calle, la fiesta o la protesta. Este desplazamiento permite una vitalidad que se abre a nuevos formatos de enunciación y representación, como es el caso de los antimonumentos o el performance, en los cuales se subraya la participación y el agenciamiento de la propia sociedad civil. En estas expresiones se vuelve fundamental presentar a la memoria como algo que pertenece al presente para seguir interrogandola y como una forma de organizar la indignación hacia la resistencia.
Un ejemplo sobre este acercamiento a la construcción de memoria se puede encontrar en el proyecto Huellas de la Memoria, iniciado por el artista Alfredo López Casanova y que da nombre al colectivo que lo ha ido desarrollando desde el 2013. En este proyecto se registran historias de personas desaparecidas, así como experiencias relacionadas a los procesos de búsqueda de sus familiares a través de una serie de grabados que toman como su soporte y medio de reproducción la superficie de suelas de zapato de los propios buscadores. El proyecto metaforiza la búsqueda a través del caminar, al mismo tiempo en que utiliza el testimonio como una forma de recuperar la dimensión individual de estas experiencias. Aquí el objeto para caminar se transforma en dispositivo de memoria viva que sirve para registrar y hacer copias impresas de estas historias al presionarlos sobre una hoja de papel, dejando testimonio de su lucha y su andar. La memoria aparece como relato personal, desde el cual se crean vínculos que permiten la recuperación de las experiencias de las víctimas y sus familiares.
Otro ejemplo notable en la construcción de este tipo de relato alternativo es el caso del proyecto Recetario para la memoria, iniciado en el 2021 por Zahara Gómez Lucini en colaboración con 10 colectivos de buscadores y buscadoras de los estados de Sinaloa y Guanajuato. El proyecto consiste en una publicación impresa y una exhibición fotográfica que recoge un conjunto de recetas de los platillos favoritos que las buscadoras preparaban a sus seres queridos ausentes. En cada receta los ingredientes e instrucciones son acompañados por una serie de fotografías e historias sobre los desaparecidos.
El proyecto es una apuesta gastronómica, fotográfica y social que intenta reivindicar el ritual de cocinar para homenajear a las mujeres que buscan a sus familiares, al igual que brindar una dimensión humana a las víctimas en contra de su estigmatización. Los desaparecidos se presentan como personas con gustos particulares e historias personales, mientras que el testimonio de sus familiares nos ayuda a sentir la dimensión de la perdida y el anhelo por volverlos a ver a sus seres queridos. Esta publicación crea un puente entre las realidades de los que no están presentes y los que les buscan. Por otro lado, el proyecto busca convertirse en un medio para generar recursos que permitan sostener la causa, dividiendo todas las ganancias entre los colectivos participantes.
La performatividad de la búsqueda
Otro conjunto de prácticas artísticas tiene por objetivo visibilizar las distintas dimensiones de la performatividad de la búsqueda. Al respecto, Leana Diéguez argumenta que estas prácticas no sólo buscan hacer visible la ausencia, sino que destacan los cuerpos tras la búsqueda, su agenciamiento político y todo lo que detona y rodea a esa actividad. En otras palabras, esta performatividad trata de todo aquello que conforma al tejido de la búsqueda, los gestos, las acciones, las voces, las tecnologías. Son los discursos y prácticas encarnadas en las que se entrelaza las experiencias de vida y el sostenimiento de la misma dentro de estos procesos de rastreo e identificación. El cuerpo buscador, sus experiencias, afectos, estrategias y dispositivos se convierten aquí en potencialidades que señalan la construcción de otras formas de abordar la complejidad del fenómeno de la desaparición forzada. En este contexto, las prácticas artísticas buscan amplificar y movilizar la solidaridad hacia estos esfuerzos.
Prototipos para buscar de la serie Indumentarias para no desaparecer, de la artista colombo-mexicana Sabina Aldana, es un ejemplo de este tipo de prácticas. Iniciado en el 2021, este proyecto propone una serie de indumentarias que hacen referencia a la vestimenta usada por familiares de desaparecidos durante sus actividades de búsqueda, en conjunto con dispositivos y accesorios que protegen al cuerpo del entorno y lo acompañan espiritualmente. El proyecto utiliza estos vestuarios para crear un dialogo entre la realidad y la ficción. A partir de la referencialidad de las prendas reales utilizadas por los buscadores, las vestimentas que propone el proyecto son ejercicios especulativos que, desde el diseño, proponen una visualidad que uniforma la búsqueda y trata de responder a las necesidades y retos de esta ardua actividad.
En el montaje, estos textiles son acompañados por una serie de registros sonoros que son los testimonios de los familiares. Estos relatos dan voz a las experiencias de labor de búsqueda que sostienen los familiares, donde emociones y recuerdos de sus desaparecidos los atraviesan en cada paso. A través de este proyecto se devela la capacidad inventiva de los buscadores y buscadoras, quienes han tenido que desarrollar diversas tácticas de búsqueda forense de bajo coste para poder atender a la urgencia de encontrar los cuerpos de sus seres queridos.
Un ejemplo más de este tipo de prácticas artísticas es el proyecto Luz contra el olvido realizado en el 2023 por la artista veracruzana Dora Bartilotti. Este proyecto busca crear un gesto poético para visibilizar la historia de Teresa Magueyal, madre buscadora que fue asesinada mientras que ella emprendía una lucha por encontrar a su hijo. El 2 de mayo de 2023 Teresa se trasladaba en su bicicleta rosa cuando fue asesinada a balazos en una calle a plena luz del día. Teresa era integrante del colectivo Una Promesa Por Cumplir y como parte de sus actividades dentro de dicho colectivo, impulsaba la búsqueda de su hijo José Luis Apaseo, desaparecido desde el año 2020 en Guanajuato.
El feminicidio de Teresa se suma a los diversos casos de defensoras buscadoras a quienes se les ha arrebatado la vida en su lucha por la verdad y justicia, en un entorno de violencia feminicida, impunidad y falta de mecanismos efectivos de protección en México. El proyecto consiste en una escultura cinética interactiva que utiliza como soporte una bicicleta rosa, para hacer alusión del vehículo en el que circulaba Teresa Magueyal al momento de su muerte. La bicicleta se encuentra intervenida por un proyector casero, conformado por una luz de dínamo y un conjunto de lupas a manera de dispositivo pre-cinematográfico. Cuando los usuarios activan la pieza al sentarse en la bicicleta, un audio comienza a narrar la historia de Teresa, al mismo tiempo que la luz se enciende con el pedaleo de los usuarios y proyecta el rostro de su hijo José Luis.
El proyecto busca crear un gesto poético que pone a los participantes en el lugar de Teresa y de esta forma intenta encarnar su experiencia y visibilizar performativamente su búsqueda. El gesto repetido de pedalear, ayuda a darle presencia al propio cuerpo de los participantes. Su agotamiento y su esfuerzo. En este sentido, el usuario se convierte en parte de un mecanismo sobre ruedas que sostiene una luz contra el olvido.
Apropiación de las herramientas tecnológicas
Alrededor de los retos que plantea la búsqueda surge la necesidad por parte de los colectivos de crear y de apropiarse de herramientas tecnológicas. En este sentido, el agenciamiento de los colectivos no se limita al ámbito político, sino que trasciende a otras esferas como la comunicación o el desarrollo tecnológico. Sus actividades de búsqueda los convierte en generadores de conocimiento, lo que a su vez amplifica su voz como interlocutores en la arena política.
La profunda y pionera investigación de Darwin Franco Mingues alrededor de lo que el nombra como “Tecnologías de la esperanza” es un claro ejemplo de este procesos de agenciamiento por parte de las colectividades de búsqueda y de la importancia de la solidaridad para lograr este fin. Como bien describe Franco Mingues, estas formas de apropiación tienen la potencia de articular a las colectividades a través de su agenciamiento grupal. En este sentido, la apropiación se expresa de dos maneras: En primer lugar, como acto comunicativo en el que se genera y desarrolla la capacidad de enunciación a través de herramientas y medios digitales. En segundo lugar, en el desarrollo mismo de técnicas de búsqueda y metodologías forenses que ponen a los familiares en un papel protagónico frente a la crisis. En este contexto, la solidaridad desde las prácticas artísticas, se expresa en la manera en que las habilidades y conocimientos que le son características pueden ser utilizados para profundizar en que la crisis se visibiliza hacia otros estratos sociales, así como en el desarrollo de herramientas, técnicas y metodologías que apoyen en las tareas de búsqueda.
Un ejemplo claro del trabajo solidario entre prácticas artísticas y grupos de búsqueda en el contexto de la apropiación y creación de tecnologías se puede encontrar en la investigación llevada a cabo por la agencia Forensic Architecture alrededor del caso de desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Mientras que el Estado, respaldado por sus propias agencias de investigación, manufacturo una “versión oficial” de los hechos que afirmaba que el grupo de estudiantes había sido desaparecido por uno de los carteles que operaban en la zona; un numeroso grupo de colectivos, activistas y otras organizaciones han afirmado a lo largo de los años la colusión entre la policía, el Estado y el crimen organizado en la ejecución de este crimen.
En este contexto, Forensic Architecture en colaboración con colectivos de familiares, grupos de derechos humanos de México y el Equipo Argentino de Antropología Forense, desarrollaron una investigación del caso en la cual se puso a disposición de los grupos de la sociedad civil organizada un conjunto de herramientas digitales que facilitaran la reconstrucción de los hechos. Utilizando grabaciones de campo, videos de teléfonos celulares, registros de llamadas, modelado 3D del área del incidente y otro gran número de materiales y herramientas forenses, el grupo logró hacer una reconstrucción detallada de la noche de los sucesos, dando pie a una narrativa que desmiente múltiples de las afirmaciones de la “versión oficial” del Estado y demuestra de forma plausible la colisión con los grupos criminales.
Las conclusiones de esta investigación fueron publicadas en el 2017 acompañadas de una cartográfica digital, una línea de tiempo y un video que recrean los hechos. Esta serie de recursos integra testimonios, entrevistas, registros telefónicos y videos que nos plantean una versión alternativa de los hechos, amplificando las voces de aquellos que se encuentran en la búsqueda de verdad y de justicia.
Vivos los queremos
A lo largo de los ya casi 20 años desde el inicio de la “guerra contra las drogas” miles de personas han desaparecido a lo largo del territorio mexicano. El Estado ha sido un actor que no sólo se ha mostrado insuficiente para responder a un fenómeno de esta magnitud, sino que en muchas ocasiones ha obstaculizado su resolución e incluso participado activamente en esta forma de violencia. Frente a este rol del Estado, han sido los colectivos de familiares y los grupos de la sociedad organizada quienes han presentado la respuesta más efectiva al fenómeno de desaparición forzada, llevando a cabo tareas de búsqueda, organización de información, desarrollo de protocolos y metodologías forenses y campañas de comunicación que han buscado enfrentar las narrativas oficiales.
Esta descomunal tarea ha recibido el apoyo y solidaridad de por otros sectores de la sociedad, que desde sus propias trincheras intentan visibilizar y amplificar las voces de estas organizaciones y colectivos. Desde las prácticas artísticas, surgen actos solidarios que intentan responder a problemáticas específicas como la creación de una memoria colectiva sobre estos hechos, la visibilización de los esfuerzos de los colectivos de búsqueda, la circulación de las contra-narrativas creados por estos grupos y el desarrollo y apropiación de tecnologías que faciliten cada una de estas tareas. Estos actos deben de verse como esfuerzos por apoyar un clamor social contra el olvido y por la verdad y la justicia, que se resume en la consigna: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Leonardo Aranda Brito es artista de medios, egresado del doctorado de Media Study de SUNY Buffalo. Es director del Medialabmx, organización enfocada en los vínculos entre arte, tecnología y política. Ha expuesto su trabajo en países como México, Rusia, Austria, Estados Unidos, España, Canadá y Brasil.
Dora Ytzell Bartilotti Bigurra es artista multimedia. Su trabajo busca generar diálogos críticos entre el arte, el diseño, la pedagogía y la tecnología. Forma parte de Medialabmx, donde dirige Costurerx Electrónicx, programa tecnofeminista. Su trabajo ha sido presentado en México, Canadá, Brasil, Japón, Austria y Colombia.