Dignidad y descolonización en la lucha LGBTQI en Ecuador

En la lucha reivindicativa por los derechos LGBTQI+ y contra la transfobia, hay que elevar las diversas expresiones pre-coloniales de género y sexualidad.

June 14, 2021

Plantón en la Plaza Grande de Quito (1999) por las represiones y persecusiones que continuaban a pesar de la despenalización de la homosexualidad. (Archivo Purita Pelayo)

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en NACLA Report, nuesra revista trimestral.

Purita habla con seguridad, en forma pausada y con tono firme. Ni muy alto ni muy bajo, mirando a los ojos. Cuando ríe, lo hace con franqueza, y a pesar de la dureza de su relato, el mismo no deja ver amargura, sino determinación. Purita sabe que tiene un derecho y merece una reivindicación. Su vida misma ha sido su campo de batalla.

Purita Pelayo, también conocida como Alberto Cabral, es una de las activistas transgénero que encabezó la lucha por la despenalizacion de la homosexualidad en el Ecuador, que se consiguió en 1997. Ahora, tiene un objetivo mayor, tan ambicioso como justo: la indemnización del estado ecuatoriano, acompañada de disculpas públicas, por todos los daños y vejámenes sufridos por las personas trans en este país, especialmente en los años 80 del siglo 20.

En los años 80 y 90, era práctica común en el Ecuador el maltrato –físico y psicológico– a las personas no-normativas por parte de la policía. Entre ellas, las personas trans eran las víctimas más fáciles, por no poder pasar desapercibidas. Cualquier pretexto era bueno para ello, y el maltrato iba desde el insulto y humillaciones hasta golpes, la privación injustificada de la libertad, la tortura, violación, la desaparición y el asesinato. El libro de Purita, Los Fantasmas se Cabrearon, publicado en 2017 por Fundación Regional de Asesoría de Derechos Humanos (INREDH), contiene numerosos testimonios vívidos de esta violencia.

Frecuentemente, en la mitad de la noche, la policía las arrojaba –gravemente golpeadas, y a veces violadas– en la laguna artificial del Parque La Carolina en el centro-norte de Quito. Las “patrullas legales”, acciones de defensa civil lideradas por la abogada activista Eli Vásquez, se dedicaron durante largas noches a rescatar a las víctimas de estas agresiones policiales. Pero al existir tal violencia institucionalizada extraoficial, ejecutada desde la oficialidad de la propia policía, grupos de la sociedad civil se sentían en todo el derecho, igualmente, de vejar a todo aquel que no calzara dentro de lo que se consideraba aceptable moralmente. La discriminación a las personas trans se daba, incluso, de parte de otros integrantes de grupos LGBTIQ+, que evitaban ser identificados con ellas.

El miedo y la violencia han marcado, en Ecuador igual que en el resto de países de América Latina, las vidas LGBTIQ+.  Sin embargo, también resaltan la unión y la valentía, reflejadas en las denuncias por maltrato, reivindicaciones en el espacio público para llamar la atención a las injusticias, que a su vez se tradujo en la organización de las bases trans y así, en uno de los colectivos más reconocidos en la historia. Y gracias a personas como Purita y colectivos que pusieron sus cuerpos y almas, las conquistas se han ido sucediendo históricamente. Los restos siguen presentes y son muy fuertes, y hoy el gran monstruo al que se enfrentan es la sociedad marcada por el Estado ecuatoriano. Pero no es la primera vez, pues la transfobia es un legado colonial y el desafío está en pie, en diferentes maneras, desde hace al menos 500 años.

Entre los colectivos, Coccinelle, encabezado por Purita, es tal vez el que más aportó para la consecución del primer gran hito.  La homosexualidad estaba contemplada en el artículo 516 del código penal, y se condenaba con entre cuatro y ocho años de prisión. Las movilizaciones para la derogatoria de este artículo se iniciaron paralelamente a la conformación del colectivo Coccinelle en 1997. El movimiento incluyó varios actores y grupos, como las movilizaciones de estudiantes, así como aisladas pero significativas voces de la iglesia, como la de Monseñor Alberto Luna Tobar. Una serie de organizaciones se unieron para presentar una demanda ante el Tribunal Constitucional, y Coccinelle se convirtió en la cara política de la lucha. Esta organización, conformada en gran parte por trabajadoras sexuales del barrio La Mariscal de Quito, conocido en la actualidad como zona roja, hizo una suerte de cruzada puerta a puerta para sensibilizar a la colectividad y conseguir el apoyo a la derogación del artículo. Tanto Los Fantasmas se Cabrearon como el libro de Carolina Páez Travestismo urbano. Género, sexualidad y política ofrecen excelente retrato sobre La Mariscal de los ´90 y las décadas subsiguientes, caracterizadas por rehabilitación urbana para fines turísticos, y nuevos usos del suelo que no ha beneficiado a las poblaciones más vulnerables.

Purita Pelayo en la intimidad de su vivienda, 2017. (Archivo Purita Pelayo)

Ninguna de las conquistas posteriores habría sido posible sin este primer gran paso. El reconocimiento de la unión de hecho para personas del mismo sexo se conseguió en el 2014, garantizando su derecho constitucional de convivencia equivalente al del matrimonio heterosexual, y el matrimonio igualitario se aprobó en el 2019. Pero Purita quiere, con razón, ir más allá. Ella, junto con la organización Nueva Coccinelle, presentaron en 2019 una denuncia contra el estado ecuatoriano por el delito de lesa humanidad y persecución a la comunidad trans. El objetivo de esta denuncia es ser reconocidas como víctimas por parte del estado y que las sobrevivientes reciban una reparación integral. Sobrevivientes, pues la mayoría ya han muerto, y las que quedan viven, en su mayoría, en situaciones de precariedad. Durante su juventud, casi todas debieron dedicarse a la prostitución, por no haber tenido más posibilidades laborales, y hoy en día no cuentan con jubilaciones u otros privilegios sociales que les permitan afrontar la edad adulta, sin mencionar a la actual situación de pandemia que ha precarizado a la mayor parte de la población ecuatoriana.

Pese a las promesas de que recibiría un tratamiento especial acorde a su urgencia, la denuncia poco ha avanzado en la Fiscalía General del Estado desde 2019. Purita no descansa. Actualmente planifica plantones para cuando termine la pandemia, así como la segunda edición de su libro, y una nueva publicación, que recopile y saque a la luz material gráfico de los 80 que ha archivado cuidadosamente.  

La historia remota y persistente

El sueño, trabajo y esperanza de Purita y otras activistas no solo se proyectan a futuro, sino también se sustentan en el pasado.  La exposición de “DIVERS[]S” en el MuNa (Museo Nacional) en la ciudad de Quito en 2019 evidenció cómo el territorio ecuatoriano pre-colonial fue escenario de una gran diversidad cultural que incluía diferentes expresiones de género y sexualidad. Ante la pregunta de las mediadoras Alexandra Cárdenas y Lorena Albán sobre su opinión de esta evidencia, una persona mayor respondió con una frase que capturó las reacciones de muchos: “En verdad señorita, no sabría que responder”. La duda en la respuesta expresaba la gran dificultad con la cual la mayoría de ecuatorianos perciben su pasado remoto, reflejando la gran narrativa colonial desarrollada durante siglos que expresa el pasado dentro de una visión binaria y heterosexual.

Aunque es difícil precisar con exactitud cómo vivían nuestros antepasados, dado que mucho fue destruido por el genocidio y etnocidio europeo en el territorio, lo que sí sabemos es que sus prácticas de género y sexualidad eran diferentes, diversas y plurales. Entre las varias prácticas de las cuales tenemos evidencia por los legados históricos, cuentan aquellas llevadas a cabo por quienes fueron comúnmente conocidos como “los enchaquirados”. Los cronistas europeos relataron sobre este grupo de jóvenes en la costa ecuatoriana que desde muy pequeños se encontraban en el oficio particular de servir a curacas y líderes religiosos de las comunidades, contando con un alto estatus. Por esto, normalmente eran embellecidos con decoraciones de chaquiras (cuentas obtenidas de la valiosa concha Spondylus) y de allí el atributo de reconocerlos como “enchaquirados.” Además, los cronistas fueron explícitos en describir no solo su elevado estatus, sino cómo, entre sus actividades rituales, se incluían prácticas sexuales con otros miembros de su mismo sexo, en particular los jefes políticos y religiosos de la comuna.  Los cronistas, dejando muy en clara su homofobia eurocéntrica, registraron estas prácticas como perversas, malas y nefandas, cuando en realidad, los enchaquirados eran considerados como seres de alto estatus en su sociedad.

La diversidad se puede apreciar no solo en la evidencia etnohistórica, sino también en la arqueológica.  Entre los restos materiales de las culturas Tolita y Bahía, que vivieron en la costa ecuatoriana entre 600AC y 500DC, se evidencian similares actividades diversas. La iconografía de estas culturas presenta figurines con parejas de mujeres en el mismo canon representativo en el que se presentan parejas de hombre y mujer. Mientras las últimas siempre son admitidas como representaciones de matrimonios, la historiografía patriarcal y heteronormativa quiere ver a las primeras solo como “siamesas”, como resaltamos en el artículo de lxs coautores María Fernanda Ugalde y O. Hugo Benavides, “Queer Histories and Identities on the Ecuadorian Coast: The Personal, the Political and the Transnational,” publicado en Whatever (A Transdisciplinary Journal of Queer Theories and Studies).

Plantón en la Plaza Grande de Quito (1999), por las represiones y persecusiones que continuaban a pesar de la despenalización de la homosexualidad. (Archivo Purita Pelayo)

Otra práctica notable sobre la cual existen indicios, aunque aún muy poco explorados, es que los más apreciados productores de textiles en el Imperio Inca, conocidos como Cumbi Camayoc, eran hombres y no mujeres. Los Cumbi Camayoc producían los más finos tejidos y textiles, cuya producción podía tomar desde meses hasta un año, incluyendo las capas y ponchos más selectos, para la deidad del Inca.  Los mismos se usaban para comprar la lealtad de los curacas conquistados.  Aunque la mayoría de mujeres eran expertas en el arte textil, era el trabajo de los Cumbi Camayoc que se reconocía como el más refinado del imperio, y de la mayor calidad.  De la misma manera que solo ciertas jóvenes de las comunidades conquistadas podrían formar parte de las Acllaconas, mujeres seleccionadas por la burocracia Inca para servir el imperio, solo ciertos hombres con visibles discapacidades físicas eran seleccionados desde muy temprana edad a ser ejercitados como expertos en textiles.  Así, los Cumbi Camayocs, como seguramente muchos otros grupos, no entraban en una estricta definición binaria de género entre hombre o mujer; al contrario, formaban parte de otro género que se definía como tal por su diferente manera de contribuir a la reproducción social del imperio.

Así resulta irónico que ahora son las llamadas metrópolis del norte global que abogan por una mayor diversidad e igualdad de género y sexualidad en el sur global. Antes de la llegada de los colonos europeos, nuestros ancestros ya vivían en una diversidad sexual y fluidez de género.

El estado actual de la situación

A pesar del legado histórico pre-colonial diverso, y de las conquistas de la lucha de las últimas décadas, hay un largo camino aún por recorrer. Algunos ejemplos de la situación actual así lo demuestran.

Los derechos LGBTIQ+ en el área de la salud aún no son plenos. A pesar de que el Código de Salud declara el libre acceso a la salud sin ningún tipo de discriminación, falla en establecer lineamientos y medidas claras de acción afirmativa, además de que no incluye definiciones con respecto a la atención de salud integral que respondan a las demandas de género y de personas sexualmente diversas.  Un obstáculo clave que bloquea la implementación de políticas en el sector de la salud es la profunda impregnación que sus instituciones tienen en torno a suposiciones biológicas, heteronormativas y de género binario, traduciéndose esto, en prácticas de disciplinar y reforzar al sexo dominante y el orden de los géneros. En el imaginario cultural ecuatoriano, tanto la identidad de género como la orientación sexual, son vistas fundamentalmente como biológicos y con ello, asumen erróneamente únicamente dos sexos y dos géneros como una verdad, conforme lo analizan María Amelia Viteri y Manuela Picq en el capítulo “Being LGB in Ecuador” del tercer volumen de Worldwide Perspectives on Lesbians, Gays, and Bisexuals: Culture, History and Law, publicado en 2021.

Otro aspecto importante de resaltar es cómo la violencia que afecta a las personas LGBTIQ+ refleja una marcada intersección de raza/etnia, identidad sexual y de género, situación socio-económico y de salud. De acuerdo con el estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos en 2013, 70.9 por ciento de las personas LGBTIQ+ encuestadas aseguran haberse encontrado en alguna situación de control, rechazo o violencia en espacios familiares; 65.6 por ciento fueron sujetos de violencia en espacios públicos; y 27.3 por ciento de los encuestados fueron sujetos de violencia perpetrada por una autoridad pública. 

De la mano de las formas de violencia institucionalizadas, organizaciones regionales y nacionales como Comité de América Latina y El Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres (CLADEM), Centro de Desarrollo Humano (CEDHU), Fundación de Desarrollo Humano Integral Causana, han denunciado la existencia de un gran número de los llamados “centros de rehabilitación” que ofrecen servicios para “curar la homosexualidad”. Estas instalaciones operan a escondidas, amenazando e internando a las personas en contra de su voluntad. Las operaciones ilegales de estos “centros de rehabilitación” incluyen el secuestro, uso forzado de sustancias ilegales, abandono, tortura y abuso sexual. 

La impactante realidad de estos centros de conversión-tortura, ilustra claramente el grado de homofobia y transfobia que existe en la cultura ecuatoriana. De igual manera, resalta la actitud permisiva tanto por parte del Estado como de la sociedad en lo que concierne a la violación de los derechos de adultos plenamente capaces. Mientras que la libertad está protegida en la Constitución, en las leyes y regulaciones en la vida diaria, los encargados del cumplimiento de la ley y los ciudadanos, en general, fallan en entender el significado de estos principios, conforme ilustrado en el artículo de Viteri y Gabriel Ocampo titulado “Sexual politics in Ecuador in the 2000’s: a Bird’s Eye View.”

Plantón en la Plaza Grande de Quito (1999), por las represiones y persecusiones que continuaban a pesar de la despenalización de la homosexualidad. (Archivo Purita Pelayo)

A pesar de lo dicho, en el 2016 se logró reconocer el derecho a que (únicamente) las personas trans puedan cambiar su nombre y escoger su género en la cédula al cumplir la mayoría de edad y por una sola vez, con testigos, sin que se altere su partida de nacimiento (como ha definido la ley en Argentina). Esa regla significó en algunos casos marcar la diferencia de las personas trans en su documento de identidad, generando nuevos procesos de exclusión en hospitales, cárceles y entrevistas de trabajo.

Otro hito alcanzado para el país y la región es el de noviembre de 2018, cuando el Registro Civil emitió por primera vez una cédula con el género femenino para la niña trans Amada, aceptando el nombre que va con su identidad de género. Esa decisión fue el resultado del trabajo liderado por Lorena y Mauricio, padres de Amada, que después de optar por proteger a Amada de discriminación y aceptarla en su diversidad, deciden informarse y crear redes con las organizaciones y colectivos LGBTIQ+, creando la Fundación Amor y Fortaleza.

Dentro de este panorama complejo, constituye un hito la decisión de la Corte Constitucional aplicar la llamada Opinión Consultiva 24-17 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el matrimonio igualitario para autorizar el matrimonio entre personas del mismo sexo en Ecuador en 2018, sin llevar a cabo reformas en la Constitución o en la legislación. Ese mismo año, Efraín Soria, presidente de la Fundación Equidad, junto con su pareja Javier Benalcázar acudieron al registro civil para contraer matrimonio. La institución negó el pedido, por lo que decidieron presentar una demanda frente a la Corte Provincial de Justicia de Pichincha. De la Corte provincial el caso llegó a la Corte Constitucional en donde se analizó si la Opinión Consultiva es vinculante para el Ecuador. El 12 de junio de 2019 se emitió la sentencia a favor. La batalla por el matrimonio igualitario en el Ecuador data desde hace al menos seis años, liderada por activistas como Pamela Troya y Gaby Correa, una pareja que se casó legalmente en el 2019 después de una lucha larga.

Conforme hemos analizado, nos esperan grandes retos, basados en ideas rígidas, de herencia colonial, que prevalecen a lo largo de las instituciones ecuatorianas, empezando por la familia. Lo dicho ocurre en un contexto nublado por agendas e intereses anti-derechos organizados transnacionalmente bajo el término “ideología de género”, conforme analizado en la publicación “Anti-gender Politics in Latin America” que forma parte del Proyecto Género y Políticas en América Latina coordinado por Sexuality Policy Watch.

El reconocimiento legal del matrimonio igualitario abre las puertas para abrazar el respeto a las familias diversas. Sin embargo, la lucha por el derecho a la adopción prevalece. Al igual que la urgencia de la demanda al Estado de Coccinelle y su necesaria reparación. Pero, más allá de los hitos, el principal reto es conseguir la normalización del respeto a la diversidad sexual y de género, sueño que está aún muy lejos de la realidad nacional. Desde los años 80s, caracterizados por una gran inestabilidad política y económica, de la mano de gobiernos autoritarios, los legados coloniales han continuado operando.  Aunque hemos sido testigxs de avances significativos en materia de derechos LGBTQI+, estos derechos continúan siendo incumplidos, independientemente de la ideología de de turno.

En el 2019 se refundó (por motivos de la demanda contra el Estado) el colectivo con el nombre de "Nueva Coccinelle", el cual no cuenta con apoyo financiero desde ninguna instancia estatal ni privada. Purita agradecería los aportes solidarios de los lectores que puedan apoyar su causa. El colectivo no cuenta con una página web ni con una iniciativa de “gofundme”, lo cual es solo una muestra más de cuán precaria es la situación en la que se realiza esta gran lucha. En caso de haber interés, favor contactarse con lxs autorxs, para contactar directamente con Purita.


Maria Amelia Viteri es profesora e investigadora de Antropología en la Universidad de San Francisco de Quito y Profesora Asociada al Departamento de Antropología de la University of Maryland, College Park. 

María Fernanda Ugalde profesora e investigaodra de Arqueología en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador en Quito.

O. Hugo Benavides is Profesor de Anthropología y Director del Global Studies Consortium de Fordham University en New York City, EE. UU. 

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