Este es el sexto artículo en la serie del Grupo de Trabajo de Infancias y Migración. Nuevos artículos se publican los viernes.
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“Yo no crecí con mi mamá ni con mi papá”, decía Janine. Ella nació en el año 2005, en ese mismo año su madre y su padre emigraron guiados por un coyote, como ella relata. Cruzaron seis de las siete fronteras que separan a Ecuador de EE.UU. “A veces pienso en su ida y me imagino por dónde habrán cruzado”, relata ella, y continúa, “también se me vienen imágenes de lo que les paso, pero eso no me gusta”.
Los padres de Janine habían llegado hasta el sur de México. Por delante tenía cruzar ese país y el Río Bravo cuando el camión que los llevaba hacinados volcó y ambos murieron. Por eso ella es huérfana y comparte esa condición vital con cientos de otros niñxs y adolescentes, hijxs de migrantes.
Las diversas formas de orfandad son parte de la historia migrante ecuatoriana: unxs, como Janine, son huérfanxs porque perdieron a uno o a ambos padres cuando estos emprendieron el viaje hacia EE.UU. Otrxs, en cambio, son huérfanxs de facto, como las amigas de Janine, que crecen en ausencia física de sus progenitores, quienes ejercen maternidades o paternidades remotas vía el espacio digital.
Esta adolescente de 14 años no ha salido nunca de Girón, su lugar natal, un pequeño cantón en los Andes ecuatorianos. No obstante, sabe muy bien cómo sus paisanos llegan indocumentados a EE. UU. y cómo es la vida en ese país. Janine creció entre historias de tíos, primos y vecinos migrantes que viven en Nueva York desde hace varios años. Además, la migración dejó una impronta indeleble en su vida: lidiar con el dolor de la orfandad.
Doña Julia, la abuelita de Janine, una campesina de 60 años, quien sostiene la economía del hogar con la venta en el mercado mientras cuida a sus nietas, decía: “aquí no hay casa que no tenga alguien lejos que se haya ido por la chacra”. La chacra, en los Andes ecuatorianos, es la forma de nombrar al terreno de cultivo, a la tierra. “Irse por la chacra” tiene dos connotaciones vinculadas. Supone irse por tierra a EE. UU., partir por rutas irregularizadas con la guía de coyotes, y también implica irse porque la chacra, la tierra, ya no da para comer. La metáfora de “irse por la chacra”, da cuenta de la historia de Girón y de tantos otros cantones rurales ecuatorianos que, producto del irresuelto problema de la tenencia y estructura de la tierra, están marcados por la violencia de la pobreza y la desigualdad. Eso explica en parte porqué más de 2 millones de personas (12% del total de la población de Ecuador), ha migrado. EE. UU. ha sido el destino histórico: la presencia ecuatoriana en este país se remonta a finales de la década de 1960 y se ha sostenido en el tiempo: cerca de 738,000 ecuatorianos viven en EE. UU., donde constituyen el décimo grupo de origen latino más numeroso.
A la irresuelta pobreza, se suma el requerimiento de mano de obra indocumentada explotable en EE. UU. y el peso que por décadas ha tenido y sigue teniendo el “American Dream” en versión ecuatoriana, para explicar esa incesante migración. Es tal el imaginario promisorio que emana el país del norte que, los ecuatorianos no solo imaginan emigrar desde la infancia, sino que efectivamente lo hacen a pesar del riesgo que corre su vida.
Con la voz entre cortada, su mirada opacada por el hondo dolor que carga y sus ojos con lágrimas, Doña Julia, continúa su relato: “por la chacra se fue mi hijita, pero ella no volvió, ella se me fue y mis nietitas se quedaron sin papás”.
La migración a EE. UU. ha afectado inevitablemente a la niñez y adolescencia ecuatoriana que, como Janine, crece en orfandad. Según el último censo de 2010, el 37% de los ecuatorianos que emigraron dejaron a sus hijxs en Ecuador. Es decir, más de 200 mil niñxs y adolescentes tienen a alguno o a ambos padres en el extranjero. Si bien miles de hijxs de migrantes han crecido en ausencia de sus padres, no se sabe, sin embargo, cuántos de ellos fallecieron “en ruta”, como los de Janine.
Las orfandades diversas son consecuencia directa del régimen de control fronterizo impuesto por EE. UU., externalizado a México y Centro América. Ese régimen imposibilita la movilidad regularizada de Latinoamericanos, Caribeños, Africanos, Asiáticos o de migrantes de Medio Oriente y los confina a rutas donde pueden fácilmente morir. Ese régimen ha impuesto, además, obstáculos legales que impiden procesos regulares de reunificación de padres e hijos, particularmente si los primeros son migrantes indocumentados en EE. UU. Estos obstáculos despojan a niños y adolescentes de su derecho elemental a vivir en familia, multiplicando así las orfandades de facto.
Quienes cargan ese tipo de orfandad, están inmovilizadxs en Ecuador hasta que sus padres encuentren mecanismos para reencontrase con ellos. Desde por lo menos la década de 1990, la movilidad irregularizada de niñxs y adolescentes con la ayuda y servicios de coyotes ha sido uno de esos mecanismos. Es el caso de la mejor amiga de Janine, en sus palabras: “Con mis amigas nos contamos cosas. Muchas tienen a sus papás en Estados Unidos. La Irene, ella es mi mejor amiga, me dijo que ya mismo se va porque sus papás le dijeron que después de Navidad ella iba a llegar donde ellos. Yo sí creo que se va a ir […]. Como Irene, los hijxs de migrantes “son mandados a buscar”, como coloquialmente se conoce a la reunificación familiar irregularizada contratando el servicio de coyotes. Ellxs crecen así entre la espera de que “los manden a buscar” o a “cumplir más años”, como decía Janine (por lo menos 18 años) para migrar, por eso a su corta edad ya saben cómo la gente emigrar desde Ecuador a EE.UU.: “ la gente se va con coyote, así se fueron mis papás. Mi abuelita dice que no tuvieron suerte porque es bien duro el camino. Yo sí voy a migrar, pero todavía falta, tengo que cumplir más años”, decía Janine.
Lxs hijxs de migrantes crecen entre la inmovilización forzada y la promesa incierta de una movilidad futura. En ese tiempo de espera, la presencia de las cuidadoras en sus vidas es definitoria. Como Doña Julia, las abuelas quedan a cargo y se convierten en abuelas-madres o en abuelas-madres y padres a la vez. Son las cuidadoras quienes, desde el espacio privado, responden con su amor diario y con su trabajo para dar sostén emocional y material a los hijxs de los migrantes.
Desde la esfera pública, en cambio, no ha habido respuesta: en Ecuador no existen políticas de protección especial para lxs hijxs de migrantes ni tampoco programas educativos específicos. La propia Janine decía que en el tiempo que llevaba educándose, ella no había cursado hasta ahora ninguna materia en la que se aborde la temática migratoria, ni tampoco había recibido ningún tipo de soporte emocional por parte de la escuela. Crecer en orfandad, en los Andes ecuatorianos parecería ser un asunto netamente privado, ajeno a la historia de ese país migrante.
Las cuidadoras en algo alivian la carencia parental. Pero, crecer en ausencia de sus padres tiene efectos irreversibles en las vidas de los hijxs de migrantes. En el caso de quienes crecen en una orfandad de facto, ellxs no se auto-perciben como huérfanxs: las maternidades y paternidades remotas de alguna forma reparan la ausencia física. Las voces de los padres y de las madres migrantes activa una promesa futura – y siempre incierta – de un posible encuentro real y físico, algo que en el caso de los hijxs de migrantes muertos es imposible.
Janine, lo demuestra cuando narra su historia. La imposibilidad de sentir, aunque sea remotamente, la corporalidad del amor de sus padres le exacerba el dolor que ella carga en su vida. En sus pausas, en su tono de voz, en su mirada y en su expresión corporal deja entrever ese dolor. Ante esa imposibilidad, no obstante, la imaginación surge como estrategia para dar otro sentido a su vida en orfandad. […] Aunque no les conocí, por las fotos de mi abuelita, sé cómo eran. A mi me gusta ver esas fotos porque me veo yo en mi cabeza con ellos. Me imagino que estoy con ellos en EE.UU. Me gusta hacer eso. Imaginar eso me pone feliz […
Confeccionando imágenes mentales, ella da vida a sus padres muertos e inventa encuentros con ellxs que llenan el hondo vacío que carga. Imaginariamente ella se pone en movimiento para emigrar con sus padres EE.UU. Ella activa una movilidad imaginada para recrear otras situaciones vitales que se tornan una vía posible para “estar feliz”, como ella misma decía, y aliviar, aunque sea temporalmente, su orfandad. Ese encuentro no sucede en el tiempo presente. Tampoco puede suceder en un tiempo futuro, porque la muerte es implacable. Se trata de una temporalidad imaginada, no calendarizada, irreal, pero posible a partir de esa construcción mental. En ese tiempo imaginado ella crea a la vez un espacio de encuentro que ocurre en un lugar físico real: en Nueva York, el lugar al que debían llegar sus padres muertos. A través de su capacidad imaginativa, Janine conscientemente crea otras temporalidades y espacialidades que solo existen cuando ella se pone en movimiento imaginario para de algún modo resistir sus dolores.
Tener 14 años, no implica que Janine no piense en su vida futura. A esa edad ella ya delineó una posible estrategia migratoria. Esto es parte de lo que ella imagina: “Yo pienso que con 20 años ya voy a estar grande para irme. Si me sale la visa me voy en avión, si no, me voy con coyote. Me va a dar mucha pena dejar a mi abuelita, ella es todo para mí. Pero sí me quiero ir”. Imaginarse lejos de su abuela transformaba su gestualidad y su mirada. Ante esa posibilidad imaginada, le pregunté: ¿Y qué hicieras para no separarte de tu abuela?, ella respondió: “Yo voy [a] hablar inglés en EE.UU., entonces con mi buen trabajo le pago una visa a mi abuelita, porque ella no puede ir con coyote; ella viene conmigo en avión, que no es peligroso, y nos quedamos ahí las dos, yo voy [a] cuidar siempre de ella.”
Janine recorre imaginariamente el camino que separa a Ecuador de EE. UU. y atraviesa las fronteras, físicas y legales que plagan esa ruta. Además, muestra una clara conciencia de cuidado de sí misma y también de cuidadora: ella vislumbra que emigrará con su cuidadora, no con coyote, sino con visa y por avión, e imagina que cuida así a quien cuidó de ella en su orfandad.
Hoy, las vidas sacrificadas, como la de los padres de Janine, son incomprensibles sin los efectos letales que la hipervigilancia fronteriza y el confinamiento a rutas altamente riesgosas a través de las Américas tienen en el despojo de vidas migrantes. Las orfandades diversas de los hijxs de migrantes tampoco se comprenden sin esas mismas políticas que hoy producen muerte. Por eso, desde muy corta edad, lxs hijxs de migrantes, como Janine, a partir de su experiencia vivida, saben que las vidas migrantes están en riesgo y que hay que cuidarlas. Ante sus orfandades, activan su movilidad imaginaria como posible estrategia para aplacar en algo el dolor de crecer en la ausencia de padres y madres; y ante el riesgo de muerte, despliegan sus saberes propios para cuidar y cuidarse mientras crecen en los Andes ecuatorianos a la espera siempre incierta de su posible movilidad.
Soledad Álvarez Velasco está haciendo una investigación postdoctoral en la Universidad de Houston. Es una geógrafa humana cuya investigación se ha centrado en el tránsito global sur-norte, migraciones indocumentadas y corredores migratorios en las Américas.
Sobre el Grupo de Trabajo: En julio 2020, se convocó el Grupo de Trabajo de Infancias y Migración, conformado por 10 colegas de cinco paises en una variedad de disciplinas. Este serie de artículos para NACLA es la primera publicación del proyecto. Los artículos anterioes son Exiliados, Refugiados, Desplazados: Children and Migration Across the Americas, The Orgins of an Early School-to-Deportation Pipeline, Guatemalan Child Refugees, Then and Now y Los eufemismos de la violencia: la niñez migrante frente al estado mexicano.