La primera vuelta ha producido una derrota histórica al bloque hegemónico colombiano. La votación conseguida por el izquierdista Gustavo Petro y su fórmula vicepresidencial Francia Márquez (40,9%) representa el avance más importante de la izquierda colombiana en su historia. La pone por primera vez a disputar, con probabilidades reales, una victoria en segunda vuelta, programada por el 19 de junio.
Federico “Fico” Gutiérrez, el candidato conservador, el de todos los partidos tradicionales, del uribismo, de los medios de comunicación, de la institución del establecimiento, no obtuvo ni un cuarto de la votación (23%) y ha quedado fuera del balotaje.
Esto en sí mismo representa un cambio profundo en la Colombia tal como la hemos conocido desde la colonia y más aún después de más de veinte años de férreo uribismo. El triunfo definitivo de Petro aún es lejano y con Rodolfo Hernández, el candidato que llegó de segundo de manera algo sorpresiva, con 28,1%, la situación luce más complicada para la izquierda que si hubiera pasado a segunda vuelta el candidato conservador.
Hernández es una especie de outsider, un populista de centro, políticamente incorrecto, pragmático, que se ha lanzado contra el establecimiento y se ha posicionado ahora como el candidato “antipetrista” que puede arrastrar con cierta facilidad los votos de Fico y terminar ganando.
En cambio, los votos de Hernández eran difícilmente transferibles a Fico por el carácter antisistémico de los votantes del primero.
El problema ahora para él es que, buena parte del voto que ha conseguido es anti status quo, y habrá que ver cómo se comporta el electorado que le acompañó en esta vuelta, cuando toda la institucionalidad conservadora le brinde su apoyo, como ha hecho Fico inmediatamente después de saberse los resultados: ¿lo hundirá o le brindará los votos necesarios para hacerlo presidente?
Esa es la gran incógnita que ha nacido este domingo.
El discurso de Petro, después del resultado, no aclaró cual será su estrategia respecto a esta variante que no era la propiamente deseada por su comando. Ahora su discurso tendrá que cambiar porque el “antipetrismo” ya no es propiamente uribista. Tendrá que enfrentarse ante un flanco al que aún no tiene un libreto establecido.
Así las cosas, Petro y Márquez aún no pueden cantar victoria y el uribismo puede estar sacando provecho de su derrota culminante, puesto que se acerca más a su objetivo apoyando a un outsider que con un candidato propio.
Para comprender el Uribismo
El uribismo, fundado por Álvaro Uribe quien gobernó desde 2002- 2010, visto desde la izquierda como un conglomerado represivo, asociado con paramilitarismo y narcotráfico solo vislumbra una cara de la moneda. Hay que contemplar que, por más formas de cooptación política y violenta que utilice, este movimiento, que ha hegemonizado el país por dos décadas, ha sido un fenómeno colosal en lo electoral, lo político y lo militar que hay que comprender, más todavía si el objetivo es superarlo.
Ha estado soportado por un sistema de alianzas hegemónicas que tributan hacia EEUU, y que se sostiene fundamentalmente por la perpetuación del conflicto armado interno que legitima un orden represivo brutal, además, claro está, por la exportación de cocaína.
Desde el ascenso del Uribismo al poder, a comienzos de siglo, Colombia se convirtió, en medio de la lucha contra grupos guerrilleros que controlaban vastas zonas y el ascenso del Chavismo en Venezuela junto a la radicalización de varias experiencias de izquierda en Latinoamérica, en el principal aliado, en la “cabeza de playa”, de Estados Unidos en la región. Sus gobiernos acogieron bases, asesores, tropas y tutelaje militar norteamericano en esta zona estratégica para salvaguardar lo que ha considerado su patio trasero: América latina y específicamente el vértice entre sur y centro América y entre el Caribe y el Pacífico. Un lugar estratégico que ahora está en serio riesgo para Washington, no por un triunfo guerrillero como se pensó décadas atrás, sino bajo un proceso pacífico, electoral y democrático.
Al perder importancia el conflicto armado, producto de la firma de la paz con las FARC, los flujos de conflictividad política se movieron hacia agendas de mayor contenido social y menos ideológico. Emerge la protesta social, especialmente la urbana, lo que descuadra las formas tradicionales en las que se venía configurando la política como un combate militar y rural.
Desde entonces, el Uribismo viene en un proceso de reflujo a pesar de haber ganado las presidenciales de 2018 con el actual presidente Iván Duque y también en 2016 votando contra los acuerdos de paz en zendo plebiscito. Su presidencia (2018- 2022) puede considerarse como la fase decadente del Uribismo, donde se produjo una crisis interna al bloque hegemónico en el que por un lado las oligarquías ya no estaban dispuestas a seguir empantanadas por la lógica de la guerra que arropó a Colombia y por el otro, las instituciones liberales también comenzaron a deshacerse del tutelaje uribista.
Ya durante los mandatos de Juan Manuel Santos (2010- 2018), cuyo gobierno planteó una "moderación" del conflicto (a pesar de haber sido un actor militar preponderante como ministro de defensa de Uribe), había habido una fisura definitoria. Santos, como representante de la oligarquía tradicional (a la que Uribe no termina de pertenecer), vino a “adecentar” con cierto éxito, y un premio Nóbel, la imagen violenta del Estado colombiano. Todo esto sin el consentimiento de Uribe que pretendía prolongar el escenario bélico.
La firma del acuerdo de paz del gobierno de Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC) en 2016, si bien dejó una estela de incumplimientos, persecuciones y asesinatos de líderes guerrilleros, también permitió que se desplazara el conflicto sociopolítico desde el los alejados campos hacia los centros urbanos y la periferia cercana al poder político: protestas, cacerolazos, saqueos, disturbios, paros, piquetes se convirtieron en demanda ciudadana y no ya en insurrección armada combatible militarmente.
Desde que en octubre de 2019 el uribismo perdió las elecciones regionales, se confirmó que este movimiento político que ha ganado las últimas 5 presidenciales (incluidas las dos de Santos que viene del gabinete uribista), estaba sufriendo un decaimiento político.
Con Duque en el poder (2018-2022), se produjeron resentimientos internos del movimiento, que no llegaron a ruptura pero si marcaron su flacidez, cuando, durante la fallida reforma tributaria de 2021 Uribe le hizo una “súplica angustiosa”, como él mismo la enunció, a Duque, para que no emprendiera la reforma tributaria. Duque no le escuchó.
Mientras tanto se producía el “estallido colombiano” que cambio la imagen del país “estable” y “en ascenso” a uno ingobernable y fragmentado.
Las legislativas de marzo de este 2022 fueron su debacle electoral cuando el Centro Democrático (uribista) pasó de ser el movimiento más poderoso a una minoría del montón.
Agotado el Uribismo, entra en la palestra la opción de Petro con una propuesta moderada pero vinculada a los movimientos sociales que hicieron frente al Uribismo, durante y después de las guerrillas, y cuya fórmula vicepresidencial sella una propuesta de izquierda no convencional pero sí muy comprometida con las demandas populares y con un programa político que más que liberal o progresista es de nueva izquierda.
¿Que ganó y que perdió el uribismo?
Hablar de una derrota del uribismo en la primera vuelta es una afirmación que hay que matizar.
Se podría decir que el uribismo, que es un fenómeno histórico, en esta ocasión ha preferido su “auto disolución” para poder "infiltrarse" en un torrente político que es tan antiuribista como desideologizado y muy pragmático.
Pero el objetivo histórico del uribismo es cortar el desplace de la izquierda colombiana. Para eso ha existido desde sus orígenes y ese propósito quizá pueda lograrlo, este 2022, en la medida que se desintegra para que él candidato “anti petrista” no tenga que cargar con su pesado legado.
Entonces, ¿es el fin del uribismo?
Ociel Alí López es analista político, profesor de la Universidad Central de Venezuela y colaborador en diversos medios de Venezuela, América latina y Europa. Con su libro Dale más Gasolina fue ganador del premio municipal de literatura mención investigación social.