Extremas derechas 2.0, una gran familia global

Desde Vox de España hasta Javier Milei de Argentina, las fuerzas de la nueva ultraderecha no resucitan el fascismo histórico. Pero hoy en día son la mayor amenaza a la democracia.

April 2, 2024

Javier Milei da una charla en un festival organizado por Vox en Madrid, octubre de 2022. (VOX ESPAÑA / CC0)


Este artículo fue publicado en inglés en la edición de primavera de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.


La victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas del pasado mes de noviembre ha significado el estallido de una verdadera bomba atómica cuya onda expansiva va mucho más allá del país latinoamericano. El economista paleolibertario, conocido por sus zafios insultos contra los “zurdos”, recibió inmediatamente las felicitaciones de los miembros de la que la filósofa y política española Clara Ramas definió la nueva Internacional Reaccionaria. Aunque no hayan enarbolado nunca una motosierra en sus mítines, para Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, Giorgia Meloni, Santiago Abascal y José Antonio Kast, Milei es uno de los “suyos”.

La llegada del líder de La Libertad Avanza a la Casa Rosada es solo la última muestra de un proceso que se viene dando desde hace al menos tres décadas y que se ha acelerado tras la crisis económica de 2008. En la actualidad, además de Argentina, la extrema derecha gobierna en cuatro países europeos (Italia, Hungría, Finlandia, y la República Checa), apoya externamente un ejecutivo conservador en Suecia y dentro de poco podría llegar al gobierno en los Países Bajos, tras el éxito de Geert Wilders en las elecciones del pasado mes de noviembre. Como se sabe, gobernó también en Polonia durante dos legislaturas y en Brasil y Estados Unidos por una. Las elecciones de este 2024 podrían aupar formaciones ultraderechistas al gobierno de Portugal y Austria, sin contar el terremoto político que podría causar un avance electoral en las elecciones al Parlamento Europeo del mes de junio y, sobre todo, en Estados Unidos en noviembre, con el posible regreso de Trump en la Casa Blanca.

En resumidas cuentas, como apuntó el politólogo neerlandés Cas Mudde, estas fuerzas políticas se han desmarginalizado. Es decir, por un lado, se han convertido en actores políticos relevantes y han accedido al gobierno en distintos países. Por el otro, sus ideas se han normalizado; marcan las agendas políticas y son compartidas también por espacios convencionales. La radicalización de los partidos de la derecha mainstream es la prueba fehaciente de ello, así como la “conquista de la calle” de la extrema derecha que en Estados Unidos, Brasil o España ha recurrido incluso a la violencia contra sedes institucionales o de partidos políticos.

En este comienzo de siglo XXI un nuevo fantasma recorre el mundo. No es el fantasma del comunismo, como explicaban a mediados del siglo XIX Karl Marx y Friedrich Engels, sino el fantasma de la extrema derecha. Aunque todavía no hay intelectuales de cabecera ni un manifiesto del partido ultraderechista mundial, esto no significa que no se trate de una fuerza política organizada globalmente, si bien heterogénea. Los acontecimientos a los que hemos asistido en los últimos tiempos a un lado y el otro del Atlántico nos lo muestran con creces.

¿Derecha fascista, populista o radical?

El auge de estas formaciones políticas ha comportado toda una serie de debates en la academia y la opinión pública. El primero se relaciona con la definición de este fenómeno. A menudo se dice que ha vuelto el fascismo. A este respecto, la tesis del fascismo eterno o Ur-fascismo planteada por el intelectual italiano Umberto Eco ha tenido una notable circulación en los últimos años. Según Eco, para que se pueda crear una “nebulosa fascista” sería suficiente la presencia de al menos una de las catorce características que presenta en su texto, entre las cuales menciona el culto a la tradición, el miedo al Otro o el llamamiento a las clases medias frustradas. ¿Es esto cierto? La cuestión no es baladí porque la capacidad para definir un fenómeno político es el primer paso indispensable para poderlo entender y, por ende, combatir.

Tucker Carlson y el presidente de Vox, Santiago Abascal, asisten a una protesta contra un plan para otorgar amnistía a separatistas catalanes, en Madrid, el 13 de noviembre de 2023. (VOX ESPAÑA / CC0)

No cabe ninguna duda de que estas nuevas extremas derechas o, mejor dicho, como se explicará más adelante, extremas derechas 2.0 son, hoy en día, la mayor amenaza existente a los valores democráticos y a la misma supervivencia de las democracias liberales pluralistas. Ahora bien, no resulta correcto interpretarlas con las gafas del fascismo. Como apuntó el historiador italiano Emilio Gentile, la tesis del fascismo eterno es una consecuencia de la banalización del fascismo que, por un lado, ha convertido ese concepto en un insulto y un sinónimo del “mal absoluto” y, por el otro, ha comportado una especie de ahistoriología “en la que el pasado histórico se va adaptando continuamente a los deseos, esperanzas y temores actuales”.

En síntesis, lo que el mismo Gentile llama fascismo histórico no fue solo un movimiento político ultranacionalista, racista y xenófobo. El fascismo, que se creó en Europa tras la Primera Guerra Mundial, tenía también otras características nucleares que no encontramos en las extremas derechas de la actualidad, como el ser un partido milicia, el totalitarismo como forma de gobierno, el imperialismo como proyecto de expansión militar, el encuadramiento de la población en grandes organizaciones de masas o el presentarse como una revolución palingenésica y una religión política. Esto no significa que no existan elementos de continuidad entre aquellas experiencias y las actuales: sin embargo, el fascismo fue otra cosa. Hoy en día siguen existiendo grupúsculos neofascistas y neonazi, pero son ultraminoritarios.

Junto al de fascismo, hay otro obstáculo que no nos permite definir y entender las nuevas extremas derechas: el populismo. El debate al respecto ha sido interminable en las últimas dos décadas y aún no se ha llegado a un consenso sobre lo que es el populismo, más allá de haberlo convertido en una especie de cajón de sastre en que meter todo lo que no encaja con las ideologías políticas tradicionales. Algunos lo consideran una ideología, aunque delgada. Otros, en cambio, prefieren hablar de una estrategia o un estilo político. Al no disponer de un corpus doctrinal, creo que es más acertada la segunda interpretación. Añádase que estamos viviendo una fase en que el populismo lo empapa todo. Si tanto Milei como Gustavo Petro e incluso el presidente francés Emmanuel Macron son populistas, ¿de qué nos sirve este concepto? Más bien, es la marca de la época en la cual vivimos y convendría hablar, como apuntaron Marc Lazar e Ilvio Diamanti, de “pueblocracia”. Resumiendo, la extrema derecha utiliza las herramientas retóricas y lingüísticas del populismo, pero el populismo de por sí no nos ayuda para definirla y entenderla.

Dicho lo cual, ¿qué concepto deberíamos utilizar para definir a los partidos o movimientos políticos liderados por Trump, Milei, Bolsonaro, Kast, Meloni, Le Pen, Orbán o Abascal? Hay quien habla de nacionalpopulismo y quien se decanta por posfascismo, lo que no nos permite, al fin y al cabo, superar los escollos conceptuales mencionados anteriormente. El término que quizás ha tenido más recorrido es el de derecha radical. Según Mudde, a diferencia de la extrema derecha, que rechazaría la esencia misma de la democracia, la derecha radical aceptaría “la esencia de la democracia, pero se opon[dría] a elementos fundamentales de la democracia liberal, y de manera muy especial, a los derechos de las minorías, al Estado de derecho y a la separación de poderes”. En la práctica, la derecha radical aceptaría unas elecciones libres, aunque no justas—véase el caso de la Hungría de Orbán en los últimos doce años—y lo que a fin de cuentas sería un simulacro de la democracia, tal y como la conocemos.

Sin embargo, esta propuesta es problemática. Por un lado, ¿es correcto definir con el mismo adjetivo —radical—, como si existiese una especie de simetría, a las formaciones de la nueva ultraderecha y a las de izquierda como Podemos, Syriza, el Frente Amplio de Chile o La France Insoumise? Personalmente, creo que es un error: la izquierda radical, de hecho, critica a los sistemas liberales existentes, centrándose sobre todo en el modelo neoliberal y las cuestiones económicas, pero no pone en discusión ni la separación de poderes ni las conquistas y los derechos democráticos garantizados por estos mismos sistemas. Más bien, pide una ampliación y profundización de estos mismos derechos, junto a una disminución de las desigualdades. Por otro lado, como apunta Beatriz Acha Ugarte, “¿podemos concebir una democracia no pluralista? ¿Podemos calificar de democráticas—aunque no en su ‘versión liberal’—a fuerzas que, en su tratamiento del ‘otro’ (inmigrante, extranjero), muestran su desprecio al principio democrático de igualdad?”. Al defender una ideología de la exclusión incompatible incluso con la versión procedimental de la democracia y al poner en cuestión la misma existencia del Estado de derecho, deberíamos ser cautos en considerarlas formaciones democráticas.

¿Por qué la gente vota a la extrema derecha?

El segundo debate tiene que ver con las causas del avance electoral de estas formaciones políticas. ¿Por qué la gente las vota? Resumiendo, se han detectado tres grandes causas que no son nunca excluyentes, sino que se deben sumar, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada contexto nacional. En primer lugar, el aumento de las desigualdades, así como la precarización del trabajo, el debilitamiento del Estado del bienestar y el achicamiento de la clase media, habrían empujado una parte del electorado, insatisfecho por las recetas económicas neoliberales, a escoger la papeleta de formaciones políticas que critican el orden existente.

En segundo lugar, encontramos lo que se ha denominado cultural backlash, es decir la reacción cultural a la globalización liberal. Nuestras sociedades se han transformado paulatinamente en multiculturales y muchas reivindicaciones puestas bajo la etiqueta de post-materialistas se han convertido en derechos en las últimas décadas, desde el divorcio y el aborto hasta el matrimonio homosexual. Esto ha conllevado, según diferentes especialistas, a una reacción por parte de sectores de la población que ven amenazada su posición en la sociedad e incluso su identidad. De ahí, pues, que voten por partidos que rechazan la inmigración, critican lo que consideran excesos progresistas y defienden la familia tradicional.

Una manifestación contra la "ideología de género" en Chile, octubre de 2018. (JANITOALEVIC / CC BY-SA 4.0)

En tercer lugar, las democracias liberales viven una profunda crisis: nuestras sociedades se han deshilachado, es decir son más líquidas y atomizadas a causa del modelo neoliberal imperante y de la revolución tecnológica, los partidos políticos ya no cumplen con la función de correa de transmisión entre territorios e instituciones, los sindicatos tienen enormes dificultades para adaptarse a una realidad plenamente posfordista, la desconfianza de la ciudadanía sigue en aumento. En sociedades tan atomizadas donde la confianza hacia las instituciones parece haber desaparecido, no resulta descabellado imaginar que parte del electorado opte por partidos que dicen querer reventarlo todo o, como mínimo, que se oponen al establishment y critican el funcionamiento de democracias que consideran lentas, ineficaces o desconectadas de la voluntad del pueblo.

A estas tres causas, podríamos añadir una cuarta que tiene que ver aún más si cabe con las percepciones de la población. La demanda de protección y seguridad ha aumentado en un mundo que cuesta entender. ¿Qué será dentro de diez años de mi empleo con la Inteligencia Artificial? ¿Qué pasará en nuestros barrios si siguen llegando migrantes de otros continentes? ¿Qué será del modelo de familia en que muchos se han criado si se permiten adoptar hijos a parejas homosexuales o se acepta la fluidez de los géneros? ¿Qué será de nuestras relaciones sociales en tiempos de realidad virtual con proyectos como el del Metaverso? A su manera, la extrema derecha 2.0 sabe ofrecer seguridad y protección a mucha gente que vive con miedo y temor lo que nos puede deparar el futuro, dando respuestas sencillas a problemas complejos.

Extremas derechas 2.0

Resumiendo, por un lado, hay una gran confusión sobre cómo llamar a estas formaciones políticas. Por el otro, hay una serie de causas que explican sus avances electorales tanto a un lado como al otro del Atlántico. A veces, en un país, una región o incluso un municipio una de estas causas podrá pesar más que las otras. Sin embargo, debemos siempre tenerlas en cuenta todas. ¿La victoria de Milei se explica solo por la crisis económica y el aumento de las desigualdades en Argentina? Sin negar su importancia, sería equivocado relegar en un segundo o tercer plano los altos niveles de desconfianza de la ciudadanía hacia las instituciones y los partidos políticos tradicionales, así como la reacción cultural al llamado “consenso progresista”.

Se repite que el contexto europeo y el latinoamericano no son comparables. Ahora bien, no creo que convenga mantener separados los análisis y, consiguientemente las definiciones de este fenómeno. Que haya algunas diferencias o que entre las causas que expliquen su auge electoral haya alguna peculiaridad nacional no invalida la posibilidad de pensar y utilizar un concepto a escala global. Al contrario, resulta útil forjar una macro-categoría lo suficientemente elástica para incluir todas estas formaciones políticas. A partir de estas consideraciones, he propuesto la definición, un tanto provocadora si se quiere, de extremas derechas 2.0.

Con este concepto, declinado en plural, quiero remarcar no solo que los Trump, las Le Pen, los Milei y los Orbán son un fenómeno distinto al fascismo histórico con elementos radicalmente nuevos respecto al pasado, sino también que las nuevas tecnologías han tenido un papel crucial para el auge de estas formaciones políticas. Asimismo, quiero remarcar que, más allá de algunas divergencias, son más las cosas que comparten tanto desde el punto de vista de las referencias ideológicas como desde el punto de vista de las estrategias políticas y comunicativas. Last but not least, todos ellos no solo se conocen y mantienen relaciones con cierta frecuencia, sino que se consideran parte de una misma familia global.

Entre las referencias ideológicas comunes, podemos mencionar un marcado nacionalismo, una crítica profunda al multilateralismo y al orden liberal, el antiglobalismo, la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la crítica al multiculturalismo y a las sociedades abiertas, el antiprogresismo, el antiintelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo, sin por esto desdeñar la llamada dog whistle politics, es decir unos guiños o referencias a los regímenes autoritarios del pasado. En Europa y Estados Unidos, el identitarismo, el nativismo, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la xenofobia y, más en concreto, la islamofobia, juegan desde luego un papel crucial respecto a América Latina, aunque no faltan casos—pensemos en Chile—donde la ultraderecha ha utilizado claramente un discurso de rechazo a la inmigración (venezolana, principalmente). Dicho esto, las que José Antonio Sanahuja y Camilo López Burian han propuesto llamar en Latinoamérica derechas neopatriotas comparten la gran mayoría de elementos de las ultraderechas europeas.

Además, tampoco las extremas derechas europeas son exactamente todas iguales. Tampoco lo eran los fascismos de la época de entreguerras y esto no implica que no podamos utilizar una misma macro-categoría para hablar de los regímenes de Hitler, Mussolini o Franco. Entre estas divergencias cabe mencionar, en primer lugar, el programa económico ya que hay quien, como Vox en España o Chega en Portugal, es ultraliberal y quien, como Le Pen, defiende el llamado Welfare Chauvinism (Chovinismo asistencial), sin por esto poner en cuestión el modelo neoliberal. En segundo lugar, encontramos el tema de los valores ya que en el sur y el este de Europa la posición es mucho más ultraconservadora respecto a las extremas derechas de los Países Bajos o Escandinavia, un poco más abiertas sobre temas como el derecho de la comunidad LGTBQI+ y el aborto. Finalmente, encontramos la geopolítica, ya que hay partidos rusófilos y otros atlantistas.

Asimismo, hay otros elementos comunes. Por un lado, el tacticismo exacerbado—es decir, la habilidad para cambiar rápidamente de posición sobre temas cruciales, sin tener ningún reparo en parecer incoherentes, como sobre la Unión Europea o sobre las medidas para hacer frente al Covid-19—con el objetivo de marcar la agenda mediática. Asimismo, la capacidad de utilizar las nuevas tecnologías y las redes sociales para viralizar sus mensajes, perfilar los datos de los ciudadanos y polarizar más la sociedad con las guerras culturales. Por otro lado, como explicó el historiador argentino Pablo Stefanoni, la voluntad de presentarse como transgresoras y rebeldes frente a un sistema supuestamente hegemonizado por la izquierda que habría instaurado una dictadura progresista o de lo políticamente correcto. Los nuevos ultraderechistas no solo se han hecho más “presentables”, sino que intentan apropiarse de las banderas progresistas y de izquierdas—piénsese en el concepto de libertad o en fenómenos como el homonacionalismo o el ecofascismo—en un momento histórico marcado por lo que el sociólogo francés Philippe Corcuff ha llamado confusionismo ideológico.

Una gran familia global

En resumidas cuentas, parafraseando al historiador Ricardo Chueca, que estudió la Falange española durante el régimen franquista, cada país da vida a la extrema derecha 2.0 de la que necesita. Y, podemos añadir, que cada extrema derecha es hija de las culturas políticas existentes en cada contexto nacional. De ahí sus peculiaridades que no impiden considerarlas parte de una gran familia global ya que, además, existen redes transnacionales que trabajan en fortalecer los lazos existentes, elaborar una agenda común y financiar estos partidos políticos.

Por un lado, todos estos líderes políticos tienen relaciones personales. Se conocen, hablan a menudo entre ellos, se felicitan en las redes sociales, se reúnen y participan en encuentros organizados por los demás partidos. En la Unión Europea, además, la existencia de los partidos de Identidad y Democracia (ID) y de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), que reúnen a las formaciones ultraderechistas del continente, ofrece unos lugares donde compartir ideas y experiencias. Es cierto que ni en el pasado ni en la actualidad la extrema derecha ha conseguido unificarse en un solo grupo en el Europarlamento, ni en un solo partido de ámbito comunitario, pero tanto los partidos que están en ID como los que están en ECR comparten gran parte del diagnóstico y pueden llegar a compromisos, como ha demostrado el manifiesto en defensa de una Europa cristiana que la mayoría de estos partidos subscribieron en julio de 2021.

Por otro lado, cobran centralidad las redes globales tejidas por fundaciones y think tank conservadores. Una de estas es la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), vinculada al Partido Republicano, que tiene tentáculos en Australia, Japón, Brasil, México y Hungría. Asimismo, encontramos el Atlas Network, promotor desde Washington, DC, del libre mercado, o la Fundación Edmund Burke, fundada en 2019 y vinculada a sectores ultraconservadores israelíes, estadounidenses y europeos. Una de las figuras clave es el filósofo israelí Yoram Hazony, autor del libro La virtud del nacionalismo y presidente del Instituto Herzl, principal animador de lo que se presenta como “nacional-conservadurismo”.

Eduardo Verástegui de México (izquierda) habla junto a Eduardo Bolsonaro de Brasil (segundo izquierda) en CPAC 2022 en Florida, 26 de febrero de 2022. (VOX ESPAÑA / CC0)

Al mismo tiempo, muchos de estos partidos han creado sus escuelas de formación que, a menudo, entre los profesores tienen miembros de las extremas derechas de otros países. Marion Maréchal Le Pen ha creado en Francia el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política que, de la mano de Vox, abrió una sede también en Madrid. Entre las muchas organizaciones progubernamentales creadas por Orbán en Hungría, cabe mencionar el Mathias Corvinus Collegium que en la actualidad cuenta con más de 20 sedes en el país magiar, Rumania y Bruselas, y alrededor de 7.000 estudiantes. Entre los ponentes estuvo el experiodista de Fox News, Tucker Carlson. El director de su Centro de Estudios Europeos es el español Rodrigo Ballester, vinculado a Vox y su think tank Fundación Disenso. Mientras, en Polonia, el partido de ultraderecha Ley y Justicia ha promovido su universidad, el Colegio Intermarium, vinculada al think tank ultracatólico Ordo Iuris. Además, el ECR organiza cursos para “futuros líderes” a lo largo y ancho de Europa a través de su fundación, New Direction.

Ahora bien, las conexiones son cada vez más transatlánticas. No solo gracias a la CPAC o por el activismo de la Hungría de Orbán que organiza foros como la Cumbre Demográfica de Budapest, sino también por el papel que está jugando Vox en relación con América Latina. A partir de la Fundación Disenso, el partido de Abascal ha desarrollado la noción de Iberosfera, que promueva lazos entre los partidos de la derecha en ambos lados del Atlántico, en la Península Ibérica y América Latina. Vox también ha lanzado la Carta de Madrid, un manifiesto programático que oficializa el concepto de Iberosfera y que ha permitido crear el Foro Madrid. Esta organización, que se presenta como el contrapeso del Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, ha venido organizando varios encuentros en la región, como en Bogotá en 2022 y Lima en 2023, además de las cumbres de la Iberosfera. De esta forma, Vox ha estrechado relaciones con las ultraderechas latinoamericanas, desde Brasil a Chile, pasando por Argentina, Perú, Colombia y México, ofreciendo unos espacios de encuentros para compartir una agenda común. Uno de los principales trait d’union ha sido el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch, vicepresidente tercero de la Asamblea Parlamentaria Eurolatinoamericana (Eurolat), lo que muestra una vez más la importancia de las redes que se van tejiendo desde Bruselas.

A todo ello, debemos añadir las redes creadas por los ambientes integristas cristianos, muy activos, como mínimo, desde finales de los años noventa. Un ejemplo entre los más conocido es el Congreso Mundial de las Familias, organización fundada entre Estados Unidos y Rusia en 1997, que tiene ramificaciones en todo el globo y de la cual, por ejemplo, es parte también HazteOír, fundada en 2001 por Ignasio Arsuaga, que en 2013 ha lanzado su lobby internacional, CitizenGo. Asimismo, encontramos Political Network for Values, presidida por José Antonio Kast, que organiza desde hace una década encuentros transatlánticos. Entre sus principales miembros, destaca el español Jaime Mayor Oreja, exministro en los gobiernos del Partido Popular en tiempos de José María Aznar, y fundador de la “plataforma cultural” One of Us, otro think tank ultracatólico que defiende la prohibición del aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la “ideología de género”. Este breve repaso es solo una pequeña muestra de una tupida red muy bien organizada.

Autocracias electorales

Teniendo en cuenta todo esto, es difícil no considerar a estas formaciones políticas como parte de una misma familia política. Defienden en gran medida las mismas ideas, promueven políticas similares, comparten los mismos foros a nivel internacional. Además, tienen los mismos objetivos. En primer lugar, ultraderechizar el debate público, es decir mover la ventana de Overton haciendo aceptables discursos y narrativas que hasta hace unos años no lo eran. En segundo lugar, radicalizar a las derechas tradicionales o bien conquistándolas desde dentro o bien obligándolas a aliarse con ellos. En tercer lugar, llegar al poder para instaurar una democracia iliberal siguiendo el modelo de Orbán. La Hungría de hoy en día no es una democracia plena, sino un “régimen híbrido de autocracia electoral”, tal y como la ha definida en septiembre de 2022 el Parlamento Europeo.

Y Hungría es un modelo. No es ninguna casualidad de que Orbán haya viajado a Buenos Aires el pasado 10 de diciembre para la investidura de Milei y se haya reunido con el nuevo mandatario argentino. Asimismo, políticos ultraderechistas europeos, estadounidenses y latinoamericanos han viajado a menudo a Budapest para aprender cómo vaciar la democracia desde dentro. Cuando no lo consiguen, tachan de fraude las elecciones e impulsan acciones violentas contra las instituciones, como hemos visto en Washington en enero de 2021 y, dos años más tarde, en Brasília. Las extremas derechas 2.0 no son el fascismo histórico, pero son, sin duda alguna, la mayor amenaza existente para los valores democráticos.

Basta con ver las medidas aprobadas por Milei tras su toma de posesión. En las primeras semanas de su gestión, se han ejecutado medidas dirigidas a la desregulación de la economía, junto a los brutales recortes a las ayudas sociales, el ataque indiscriminado a los derechos de los ciudadanos o la criminalización de los sindicatos y de cualquier tipo de protesta hasta el punto de eliminar la misma libertad de reunión y manifestación. En este contexto, no es descabellado hacer un paralelismo entre el Decreto de Necesidad y Urgencia firmado por Milei para implementar su “terapia de choque” y, sobre todo, la “Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” y la “Ley Habilitante” aprobada por el Parlamento alemán en marzo de 1933. La derogación del Congreso que intenta imponer Milei en esta Ley Ómnibus implica, en la práctica, el fin de la separación de poderes y del mismo Estado de derecho, es decir la muerte de la democracia. Lo que justamente pasó en Alemania con la llegada de Hitler al poder.


Steven Forti es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Entre otros trabajos, es autor de Extrema derecha 2.0. (Siglo XXI de España, 2021) y editor de Mitos y cuentos de la extrema derecha (Los libros de la Catarata, 2023). Es miembro de los editorial boards de Spagna Contemporanea, CTXT y Política & Prosa.

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