Las Iglesias Neo-Pentecostales Frente al Paro Nacional

La nueva ola de cristianismo de extrema derecha en Colombia ya no es católica.

September 28, 2021

Una pancarta que apoya al paro nacional y protesta el problema nacional de la pobreza. (Oxi.Ap, Flickr).

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Desde el 28 de abril, Colombia ha vivido una nueva ola de protesta social con el paro nacional. Las protestas iniciaron con la propuesta de reforma tributaria del gobierno de Iván Duque, y aunque esta propuesta fue rápidamente desestimada, las protestas y el paro nacional evolucionaron a un movimiento amplio de resistencia nacional. Los manifestantes estuvieron en las calles por diversas luchas sociales y políticas, incluso la disparidad económica, la pobreza, la violencia estatal, la impunidad para criminales, la discriminación por género, etnia, y raza, y el acceso a la educación, el trabajo, y la salud. En las ciudades principales del país, se sucedieron más de 12,000 marchas. Y aunque el 89 por ciento de las protestas han sido pacíficas, las fuerzas policiales han respondido de manera exageradamente violenta y represiva, provocando más marchas en contra de la brutalidad de la policía.

Las protestas han dividido al pueblo colombiano. Por un lado, están quienes marchan y los que apoyan la protesta social por el cambio social, político, y económico en el país. Por otro lado, están los que apoyan a las estructuras establecidas del poder, tanto tradicional como las más recientes por nuevas relaciones económicas y políticas. En este segundo campo están muchas de las mega-iglesias y mega-pastores del país, de los que se llaman iglesias neo-pentecostales o simplemente, evangélicas.

A las dos semanas de que inició el paro nacional del 2021, la mega-iglesia, Misión Carismática Internacional, realizó su programa de web “MCI Talks” en YouTube con tres pastoras de la iglesia. El tema del programa fue “nuestro rol como cristianos.” Las pastoras discutieron las marchas y protestas del paro nacional desde una mirada de análisis bíblico y se preguntaron si los cristianos tenían un papel allí. Las pastoras llegaron a la conclusión de que los colombianos cristianos no deben estar buscando el cambio social y político en las calles sino que el cambio del país tiene que ver con un cambio personal, de corazón, alma individual, de arrepentimiento, y obediencia a las estructuras de poder establecidas. Una de las pastoras enfatizó, “el papel del cristiano es sufrir en Cristo.” Más interesante aún fue la afirmación de otra pastora que dijo, “yo salí de la pobreza por mi fe, por confiar en el Señor.”

En espacios como la MCI, las prácticas económicas, como diezmar, aún hasta el punto de endeudarse, son entendidas como actos de fe. Llegué a esta conclusión después de una década trabajando y estudiando en Colombia, y luego dos años de trabajo etnográfico en la MCI y otros espacios de pensamiento de la prosperidad. En mi libro, Card Carrying Christians: Debt and the Making of Free Market Spirituality in Colombia, demuestro como los valores fundamentalistas vinculados con ciertas posiciones políticas conservadoras y con una clara ideología económica capitalista en las mega-iglesias de corte teológica de la prosperidad, también existen dentro de otras iglesias e instituciones conservadoras. Pero más aún, tienen que existir para mantener el funcionamiento del capitalismo financiero.

Lo que se ve en este momento de coyuntura de pandemia y crisis social en Colombia es la forma en que la sacralización de ciertas prácticas económicas, como endeudarse por pactar con Dios o internalizar la injusticia sistémica como cuestión de moralidad individual, puede contribuir a la prolongación y profundización de las condiciones políticas, sociales, y económicas que han mantenido el conflicto armado y la violencia estructural en Colombia por las últimas siete décadas.

La Respuesta de las Mega-Iglesias al Paro Nacional

Durante el último año, COVID-19 ha devastado la economía nacional y el bienestar de millones de colombianos. Desde los inicios de la pandemia, más de un millón de colombianos han perdido sus trabajos y millones más cayeron en la pobreza. Hoy en día, 2 de cada 5 colombianos viven en la pobreza, un aumento del casi 30 por ciento desde el 2019, y más de 2 millones de familias colombianas no alcanzan a comer 3 veces al día.

Aunque comenzaron en contra de la reforma tributaria, las protestas han continuado por esta crisis social, la brutalidad de las fuerzas policiales y militares en responder al paro, y por las realidades de violencia contra defensores de derechos humanos, defensores de tierras, y líderes sociales. En adición a lo anterior, el gobierno de Duque no ha cumplido con la totalidad de los compromisos establecidos en los acuerdos de paz del 2016, la situación de desempleo en la población juvenil está en casi un 30 por ciento, y todavía existe una gran frustración social y política resultante de las protestas que sucedieron en el 2019 en contra de la generalizada injusticia social y la ineptitud del gobierno de Duque.

Tanto las iglesias evangélicas como las católicas han respondido al paro nacional de formas diferentes. Algunas han mandado a sus líderes a apoyar la primera línea, como hicieron varios pastores y clérigos en Cali. Otras han hecho llamados públicos al gobierno para que se negocie en buena fe con el Comité del Paro y con los movimientos sociales. En algunos casos, las iglesias han salido al público en apoyo abierto a las demandas del paro y los manifestantes (no obstante, mantienen sus críticas al uso de la violencia de todas las partes). Otras iglesias, como la MCI, apoyan directamente a la autoridad del estado y sus instituciones de represión, como la policía y el ejército.

Aunque históricamente Colombia ha sido un bastión del conservadurismo católico en América Latina, el evangelicalismo conservador está creciendo rápidamente. Hoy en día, casi el 20 por ciento de la población colombiana se identifica como cristiano no-católico, y la mayoría de estos se autoidentifican como evangélico o pentecostal. Mientras que la Iglesia católica históricamente se ha alineado con partidos conservadores, por lo general los sacerdotes no se han presentado como candidatos a cargos públicos. Los pastores evangélicos, por el otro lado, no solo están formando sus propios partidos políticos sino también están ganando presencia política en cargos electorales en una ola ultraconservadora y pro-austeridad basada en una teología política que está determinando las políticas públicas, y el futuro político y económico, del país. Por ejemplo, la Pastora fundadora de la MCI, Emma Claudia Castellanos, fue fundadora también del primer partido político cristiano (el Partido Nacional Cristiano). Se lanzó como candidata a la presidencia en el 1990 y candidata para la alcaldía de Bogotá en el 2000, sirvió como embajadora en Brasil bajo la administración de Álvaro Uribe Vélez, y actualmente está sirviendo su tercer mandato como senadora de la república. La hija de la Dra. Castellanos, Sara Castellanos, sirve no solamente como presentadora de MCI Talks, sino también como concejal de Bogotá por el Partido Liberal.

En la MCI, los fieles están llamados a votar por los candidatos de la iglesia y por los partidos y candidatos que demuestran valores de acuerdo con las posiciones sociales y políticas de la iglesia. Por lo general, estos valores buscan un enfoque en la familia tradicional, políticas conservadoras, y en contra de los movimientos de igualdad para mujeres, la comunidad LGBTQI+, y otras políticas progresistas, incluso políticas económicas alternativas a la consolidación del capitalismo en el país. Eso es porque, en gran parte, la teología de estas iglesias enfatiza que Dios ha puesto a los poderosos en sus lugares y el sistema está divinamente ordenado.

Estructuras de Poder Tradicionales Alineados con Nuevas Fuerzas

La religión católica institucional y la extrema derecha política tienen una larga historia de asociación en Colombia. Recientemente, algunas de las voces más fuertes de los movimientos evangélicos se han alineado con algunas de las facciones más conservadoras de la Iglesia católica en una alianza influyente en la esfera pública, como fue con el plebiscito en el 2016. La alineación entre evangélicos colombianos conservadores y otras instituciones estatales conservadores y tradicionalistas está enraizada en prácticas políticas y teológicas que han santificado la austeridad neoliberal y los discursos de un capitalismo que depende de narrativas aspiracionales, mas no realizables, que juntamente mantienen un tipo de realpolitik fundamentalista. Muchos evangélicos, como las pastoras de MCI Talks, creen que “el sistema” está puesta por mandato divino y que los problemas sociales existen a nivel del individuo—a nivel del alma—y por lo tanto son cuestiones de reforma interna y personal. La pobreza, la corrupción, la desigualdad, hasta la enfermedad, según esta lógica, existen por el pecado individual y la única salida es por el arrepentimiento y obediencia a las instituciones establecidas.

En otro episodio de MCI Talks, del 20 de mayo, tres pastores jóvenes conversaron sobre “Hablemos de cómo ser influencia.” Los pastores discutieron sobre la omnipotencia de Dios, y la necesidad de obedecer y respetar a las autoridades. Tanto que, en un momento de la discusión sobre las protestas y marchas, uno resumió la posición política de la iglesia, declarando que hay que respetar a la autoridad, “independientemente de que es bueno o malo.”

Financiando la Fe

Existe un vínculo íntimo entre este estilo de moralidad cristiana y la moralidad del capitalismo financiero en Colombia. El enfoque de las charlas de MCI Talks, en las estrategias internas e individuales de autocontrol y reforma personal, son elementales para las promesas de prosperidad que promuevan los y las pastoras de las iglesias neo-pentecostales—una teología que existe en todo tipo de iglesia, incluso algunas católicas—pero también lo que predican los arquitectos del sistema financiero. El problema no es el sistema, dicen estos cristianos y los financieros, el problema eres tú. De hecho, proponen que el sistema es la única forma de avanzar, siempre y cuando uno tenga suficiente fe.

Esta realidad austera está vinculada estrechamente a las promesas del capitalismo tardío que propuso que el “emprendimiento,” tanto en los mercados informales como formales, el uso de los créditos de los bancos e instituciones financieros, tanto macro como micro, son las claves para la expansión económica de Colombia, y que el crecimiento económico de Colombia es la clave para la paz y la prosperidad. Este discurso es particularmente relevante en las mega-iglesias en donde el llamado a la reforma interna y el arrepentimiento está vinculado a prácticas económicas de sacrificio, como es el pacto. En la MCI, al momento de diezmar y pactar, los ujieres pasan con datáfonos para que la gente pueda pactar con tarjetas de crédito. Como explicó una colaboradora cercana de la MCI, “endeudarse es mostrar que uno confía en Dios. La deuda es fe.”

Las condiciones de tales espiritualidades del libre mercado generan, en las palabras de la filósofa Lauren Berlant, un “optimismo cruel.” La fe en el sistema capitalista, en el apuntalamiento profundamente teológico de la “mano invisible del mercado,” se tiene que poner en duda cuando, por ejemplo, todo el mercado informal se cayó al principio de la pandemia con la orden de “trabajar en casa” - ¿Quién tiene el privilegio de trabajar desde la casa? ¡Ciertamente, no es la mayoría! El hecho de que el sistema económico actual está perjudicando a la mayoría del pueblo colombiano demuestra que este sistema es intrínsecamente antidemocrático y estructuralmente violento.

La prosperidad que desean los fieles de la MCI es al mismo tiempo un impedimento a esa misma prosperidad que depende de la deuda. Eso es porque, en la condición real del capitalismo tardío, la prosperidad está sustentada por la deuda: las tarjetas de crédito, los microcréditos, la deuda pública, y la deuda social que tiene el estado con el pueblo. Es la deuda que sostiene la financialización. De esta forma, el optimismo cruel de la modernidad avanzada se cruza con los deseos aspiracionales fomentados por la convicción de que las señales de la prosperidad externa son indicación de una moralidad interna. Estas prácticas de consumo por deuda como estrategia de ascenso social y espiritual se vuelven particularmente nefastas cuando están vinculadas con las fuerzas de muerte de un sistema de necro-financialización, en la cual la ganancia vale más que la vida, y la violencia ordena la economía.

Fe y Obediencia vs. Resistencia y Cambio

Bajo la influencia creciente de la fuerza de las espiritualidades del libre mercado, la aspiración, la creencia en la deuda, y las prácticas de volverse “próspero” se han convertido en las manifestaciones sociales del capitalismo financiero. Esto es relevante para entender no solamente las condiciones de la financialización y el cristianismo en Colombia sino también en el mundo. En países emergentes, como Brasil, Sudáfrica, y Corea del Sur, existen pautas similares de un crecimiento en la fuerza de las mega-iglesias evangélicas y el endeudamiento por el consumo y la necesidad de la gente. Los cristianos evangélicos están cambiando los panoramas religiosos y políticos y también las realidades económicas en el mundo entero. La fe en el mercado se ha vuelto una fe en uno mismo. El conflicto armado y social en Colombia, prolongado por las economías de guerra y el negocio de la violencia, proporciona un ambiente particular para considerar las formas en que el sistema financiero opera y sostiene sistemas de muerte. Mientras tanto, millones de colombianos siguen marchando, resistiendo, y trabajando por un país más justo, con paz y justicia para todos, con una fe distinta: una fe en que los sistemas de muerte y represión serán derrocados por las fuerzas colectivas de resistencia pacífica, la creatividad desenfrenada, y un cuestionamiento inquebrantable del estatus quo. Son estas fuerzas las que traerán la paz a Colombia, porque la paz es solo y siempre fruto de la justicia.


Rebecca C. Bartel es profesora de Estudios de la Religión, Directora Asociada del Centro de Estudios Latinoamericanos, y catedrática del Programa de Paz en la Universidad Estatal de San Diego. Tiene doctorado en Estudios de la Religión de la Universidad de Toronto, y maestría en Ciencias Políticas y Especialización en Resolución de Conflictos Armados de la Universidad de los Andes en Bogotá.

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