Este artículo fue publicado en inglés en la edición de verano de 2024 de nuestra revista trimestral NACLA Report.
Decenas de banderas ocupan el horizonte, suenan tambores y cantos entusiastas, se reparten abrazos y prodigan saludos a distancia. Entre lxs miles de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries que salieron a las calles en Argentina para el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans el 8 de marzo, se abre el paso para dar lugar a un puñado de mujeres de pañuelos blancos: las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Muchxs hoy dirán que un hilo invisible une el movimiento feminista con esas mujeres militantes y es usual en nuestros días representarse a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo como un mojón naturalmente constitutivo del activismo feminista en Argentina. Sin embargo, la historia no es tan lineal: si en los albores del retorno democrático las feministas se identifican con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, cuyo ideario consideran cercano al propio, “la mayoría de las Madres, con excepciones, no quiere saber nada de feminismo”, como indicará Nora Cortiñas en una entrevista años más tarde. Abocadas a la búsqueda de sus hijos e hijas desaparecidos, incluso su participación en los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) a fines de los ochenta está destinada a la representación de los reclamos de Derechos Humanos y no al cuestionamiento de las relaciones sexo-genéricas.
Entonces, ¿qué relación existe entre la búsqueda de las y los desaparecidos y el masivo movimiento feminista del presente? ¿De qué manera el activismo por los Derechos Humanos impacta de los ochenta en adelante en el lenguaje político disponible para enmarcar otras luchas y reclamos? Si el discurso de Derechos Humanos tiene legitimidad para una amplia gama de activismos sociales, para los feminismos la particularidad reside en su naturalización: no faltan las feministas que sostienen que su vínculo con los Derechos Humanos nunca respondió a una táctica política, sino que fue un resultado natural de sus propias vidas.
Sin embargo, creemos que el vínculo amistoso entre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los feminismos, como lo llaman Mercedes Barros y Natalia Martínez Prado, no es natural ni obvio, sino el resultado contingente (i.e. político) de una serie de desplazamientos que se operan en las últimas cuatro décadas en los activismos feministas. Específicamente, nos interesa pensar el quiebre posdictatorial a partir del cual el feminismo perderá el epíteto de pureza que se había adjudicado en los setentas, para contaminarse en las décadas subsiguientes, en las que pasará de puro a plural, de plural a popular y de popular a masivo, gracias a nuevas capas de sentido que se irán inscribiendo en su nombre.
Queremos recuperar esta historia para analizar los ecos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en el dinámico paisaje del activismo feminista contemporáneo bajo la hipótesis de que la masificación de los feminismos del siglo XXI, con sus conocidas consignas “Ni Una Menos” y “Aborto Legal,” encuentra las condiciones de posibilidad en un primer devenir plural de los feminismos en la década del ochenta y un segundo devenir popular en los noventa, gracias a la politización de la búsqueda de desaparecidos y desparecidas llevada a cabo por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
De puro a plural: el activismo feminista y femenino en el retorno democrático
El 24 de marzo de 1976 tuvo lugar en Argentina un golpe de estado de las Fuerzas Armadas que instauró una dictadura caracterizada por la represión y desaparición forzada de personas. El gobierno implementó un plan clandestino de persecución, secuestro, tortura y ejecuciones extrajudiciales en el marco del llamado “Proceso de Reorganización Nacional” con el objetivo de eliminar a quienes consideraba “subversivos”, con el resultado de 30.000 desaparecidos y desaparecidas.
En el retorno democrático en Argentina tras el fin de la dictadura militar en 1983, la Multisectorial de la Mujer, espacio integrado por una heterogeneidad de agrupaciones, convoca a una movilización en la Plaza de los Dos Congresos para el 8 de marzo de 1984. Entre las más de tres mil participantes hay mujeres políticas y de agrupaciones culturales y gremiales, amas de casa, asociaciones femeninas y organizaciones feministas. El feminismo que emerge en los años ochenta junto con el retorno de la democracia marcará un giro en el movimiento a partir de la importancia de las instituciones partidarias y el regreso de las militantes exiliadas perseguidas durante la dictadura, que habilitarán un cambio en la forma de concebir la práctica política “tradicional” partidaria y estatal. Si para las feministas de los setenta los partidos políticos y el Estado eran aparatos burocráticos, jerárquicos y patriarcales y buscaban, por tanto, “otra forma de hacer política”, en esta década se dejan empapar por la apertura democrática y comienzan a participar en los procesos políticos por ella habilitados.
Para las activistas de la nueva década, el feminismo de los años setenta había sido burgués, apolítico y colonial, ya que importaba teorías del Norte Global sin las apropiaciones latinoamericanas pertinentes y sin articular con otras luchas, promoviendo una representación parcial y elitista del universo de las mujeres. En los ochentas, entonces, se proponen impulsar un movimiento local y plural, en el que quepan múltiples formas de “ser feminista”. Así, los Encuentros Nacionales de Mujeres que se celebran desde 1986 en Argentina (desde 2022 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y NB), “son de todas”: feministas, mujeres, sindicalistas, académicas, políticas... Todas tienen lugar en este novedoso feminismo plural, aunque no sin tensiones: por ejemplo, las mujeres trans y las travestis fueron excluidas de los Encuentros en los años noventa y hasta principios de los 2000.
Una década antes, en plena dictadura cívico-militar, el 30 de abril de 1977, catorce mujeres se dan cita en la Plaza de Mayo para elevar una carta al presidente de facto reclamando información sobre el paradero de sus hijxs. Ante la falta de respuesta por parte de las autoridades nacionales y obligadas a moverse en ronda por estar prohibido el derecho de reunión, las Madres de Plaza de Mayo introducen jueves tras jueves una inesperada y novedosa forma de movilización política que se convierte legalmente en Asociación el 22 de agosto de 1979.
La estrategia de desmarcarse de todo partido político y de presentarse en su condición de “solo madres” —el lugar conservador que el propio proceso dictatorial les adjudicaba: como cuidadoras del hogar, de la familia y de lxs hijxs— fue bastante exitosa, si bien el cálculo de que no las reprimirían fue inexacto. Al sacar la maternidad del ámbito privado y llevarla a la arena pública, politizan sus obligaciones consideradas como naturales —velar por el destino de sus hijxs— y resignifican su rol de “madres”.
Casi todo el arco feminista de los años ochenta se identifica con la lucha política de los movimientos de Derechos Humanos, especialmente con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Laura Rossi (seudónimo de Laura Klein) llegó a afirmar en 1985 que “las Madres ponen en práctica el lema fundante del feminismo de la Segunda Ola de los años sesenta: lo personal es político”. Vistas como madres que dejan de ser madres para irrumpir en la arena política a través de la lucha y la movilización, se considera que rompen con el orden tradicional, desacralizando la maternidad hasta transformarla en subversión.
La politización del rol de madre a través de la socialización de la maternidad complejiza la hipótesis de la condición de género compartida como aquello que articula la identificación de estas mujeres. Como explica Mercedes Barros, una “carencia que las significa” marca su modo de actuar: al hacer de la desaparición de cada unx de lxs hijxs todas las desapariciones, transforman una búsqueda individual en una lucha colectiva. Hebe de Bonafini, miembro fundadora de las Madres, explicó en una entrevista en 2007:
Nosotras socializamos la maternidad en un momento político muy, muy duro, donde éramos acusadas de madres de terroristas y de madres terroristas. Y ante esa acusación tan fuerte, todas las madres tenían mucho miedo. Entonces, venía un periodista y le preguntaba, y decía: ‘Mi hijo no hizo nada’, ‘Se lo llevaron por el amigo’, ‘Se lo llevaron por la mujer’, ‘Se lo llevaron por el primo’. Y entonces empezamos un día, nos reunimos y charlamos mucho con otras compañeras, y dijimos que lo que teníamos que hacer era socializar la maternidad y hacernos madres de todos. Entonces, ninguna madre iba a poder decir: ‘Mi hijo no hizo nada’ [...] Sacamos el nombre del hijo del pañuelo y no llevamos más la foto con el nombre. Todos pasos, con el tiempo, que la madre necesitó. Para que cuando a la madre le vengan a preguntar, diga: ‘Sí, somos madres de treinta mil’.
En las palabras de otra madre fundadora, Nora Cortiñas: “Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de todos los desaparecidos. Nuestro hijo biológico se transformó en treinta mil hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle.” Las Madres se definen así como “hijas de sus hijxs”: paridas por ellxs, por su desaparición. (Re)nacen a través de una politización impensada.
De plural a popular: “piquete y cacerola, la lucha es una sola”
En los años noventa, frente al avance del modelo neoliberal en Argentina con sus consecuentes efectos de empobrecimiento, novedosas formas de resistencia y organización sociales encuentran su cauce en el espacio público y las rutas. Primero conocidos como “puebladas”, luego como “fogoneros”, los piquetes —bloqueos de calles, rutas o accesos a fábricas o lugares estratégicos llevados adelante por trabajadores desocupados o precarizados— rápidamente se convierten en una estrategia de reclamo organizado y visible en todo el país. Una de las primeras manifestaciones de descontento se expresa en una protesta de las esposas y madres de los trabajadores mineros en Sierra Grande, Río Negro, durante 1991, cuando bloquean la Ruta 3 en reclamo por el cierre de la mina de hierro Hipasam.
Las mujeres ocupan un lugar central en los piquetes y su presencia abrumadora y participación activa son cruciales en la consolidación de esta estrategia de lucha. En efecto, en las rutas y en los piquetes se encuentran mujeres de todo tipo: trabajadoras estatales, empleadas de fábricas privatizadas, docentes, vecinas, cuentapropistas y desocupadas. A través de la interrupción de la circulación, la dinámica asamblearia y el trabajo comunitario las mujeres piqueteras son las principales responsables del sostenimiento de la lucha cotidiana: las que organizan las ollas populares, las que están presentes en las asambleas barriales y las que promueven la difusión y la discusión en las casas. La solidaridad y el apoyo mutuo entre las piqueteras son fundamentales para sostener la lucha durante días e incluso semanas, para enfrentar las adversidades que surgen en el contexto de los bloqueos y las represiones policiales y, además, son parte luego de la forma de organización que permea a otros colectivos de mujeres militantes en distintos espacios. La visibilidad —inmediata y mediatizada a través de la prensa— de esas mujeres como líderes de la organización política colectiva, y también como víctimas de la represión policial, puede ponerse en serie con la novedosa irrupción que representaron las Madres y Abuelas en el ámbito de la participación política visible de las mujeres en Argentina.
Después del estallido del 2001 en respuesta al neoliberalismo y la crisis de deuda, los aprendizajes de esas luchas confluyen en los Encuentros Nacionales de Mujeres de Salta en 2002 y de Rosario en 2003, con una inédita masiva participación de las mujeres de sectores populares que no necesariamente se identifican como feministas. En el ENM de Rosario se estrena el famoso pañuelo verde, que en la marcha de cierre representa una transversalización del reclamo por la legalización del aborto por fuera de los tradicionales “espacios feministas”. Este pañuelo verde, hoy símbolo internacional de la lucha por el aborto legal, recupera el icónico pañuelo blanco de las Madres y Abuelas como un signo público de una lucha colectiva, pero se tiñe de verde como forma de expresar una causa “partidariamente neutral” en el marco de una demanda creciente. El encuentro en estos espacios entre las “militantes feministas” y las mujeres de los movimientos sociales da lugar así a una nueva gesta en el devenir popular de los feminismos.
En paralelo, se genera en Argentina un crecientemente organizado movimiento de diversidad sexual. Tomando la herencia de las militancias gays y lesbianas de las décadas anteriores, en los años noventa ganan en protagonismo y organización las luchas y reivindicaciones travesti-trans. En 1986 el Frente de Travestis marcha a Plaza de Mayo y eleva un pliego de reivindicaciones denunciando el abuso policial y reclamando igualdad de derechos. Pero la lucha política travesti organizada en Argentina se inicia en el año 1991 con la creación de la organización TRANSDEVI (Transexuales por el Derecho a la Identidad y la Vida) y se consolida en 1993 cuando un grupo ampliado forma la Asociación de Travestis Argentinas (ATA). Entre el año 1995 y 2005 la comunidad travesti y trans se fortalece trabajando con otras organizaciones, en relación con espacios universitarios y académicos, en articulación con partidos políticos e incluso con las Madres de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos.
Después de numerosos reclamos y negociaciones, en el año 2013 las travestis y mujeres trans serían reconocidas en los Encuentros Nacionales por la Comisión Organizadora luego de pedidos reiterados por parte de la activista travesti Lohana Berkins por participar y organizar talleres propios. Vasta en su trayectoria, puede afirmarse que aún con conflictos y debates numerosos por su participación en “espacios de mujeres”, de a poco la coalición entre movimientos de la diversidad sexual, travestis-trans y feministas fue creciendo.
De esta forma, el encuentro de las feministas puras de los setenta con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo primero y con las mujeres piqueteras y obreras, por un lado y las travestis y trans, por el otro, agrega una nueva capa de sentido al devenir plural de los ochenta: un devenir popular que, ingresando en el siglo XXI, adquirirá un carácter masivo que le dará una creciente potencia política a este fenómeno complejo.
De popular a masivo: “Ni Una Menos” y “Aborto Legal”
Ante la escalada de femicidios y su creciente visibilización, el 3 de junio de 2015 se lleva a cabo la primera concentración bajo la consigna “Ni una menos”, una forma de decir “basta” a la violencia hacia las mujeres y su máximo exponente, el femicidio. La convocatoria es lanzada por un grupo de militantes, periodistas, poetas y escritoras y luego replicada en los medios de comunicación, las redes sociales y de boca en boca hasta volverse masiva: medio millón de personas se congrega en las plazas centrales de cada ciudad del país —una cifra inimaginable en ese entonces para una movilización feminista—. Reúne tanto a la enorme y plural cantidad de movimientos sociales y políticos activos desde hacía décadas como a personas no organizadas. Una multitud ocupa el espacio público para manifestarse en contra de la violencia machista que lleva a cientos de miles de mujeres a la muerte, generalmente en manos de su pareja o expareja.
A partir del año 2016 se abre un proceso asambleario plural, en el que se consolida la estrategia de realizar movilizaciones unificadas y redactar documentos consensuados. Allí se irán articulando las heterogéneas demandas de los distintos sectores que participan. En octubre de ese año, a raíz del femicidio de Lucía Pérez en Mar del Plata y luego de la represión policial contra integrantes en la movilización de cierre del ENM en Rosario, se da cita una asamblea con más de 300 participantes para pensar conjuntamente qué hacer ante la escalada de femicidios y el empeoramiento de las condiciones de vida, dando así especial lugar a la discusión en torno a las tramas económicas de las violencias machistas. En un contexto de ajuste, flexibilización laboral y despidos masivos en el que se ejerce presión a la Confederación General del Trabajo (CGT), la central sindical más grande del país, para que llame a un Paro General, la asamblea se apropia de la huelga como herramienta de lucha y decreta el primer Paro de Mujeres para el 19 de octubre: un cese de tareas bajo la consigna “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”. Así, este feminismo se posiciona en contra de las políticas de ajuste y precarización del entonces gobierno de la Argentina, la Alianza Cambiemos liderada por Mauricio Macri, “enemigo común” que permite la articulación de espacios políticos y sociales tan diferentes e incluso contrapuestos.
Pocos meses después, para el 8 de marzo de 2017, ya está instaurada la idea del paro como forma de lucha, esta vez en el marco de un Paro Internacional de Mujeres, que se desarrolla en más de cincuenta países. El nombre deberá esperar a 2018 para cambiar a Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans y nombrar a subjetividades que participan históricamente del movimiento, pero cuya identidad (muchas veces) queda silenciada y subsumida —invisibilizada— bajo el significante “mujeres”. Si bien no se logra correr a la “mujer” del lugar central, sí se consigue inscribir a lesbianas, bisexuales, travestis, trans, no binarixs, migrantes, gordxs, mujeres indígenas, negras, afrodescendientes y afroindígenas, sindicalistas, trabajadorxs de la economía popular, por nombrar algunos colectivos, en (parte de) su discursividad. Articulando una pluralidad de feminismos —no sólo diferentes sino en muchos casos contrapuestos— así como una pluralidad de demandas feministas con otras demandas políticas y sociales, cuyo enemigo común es el neoliberalismo en manos del gobierno de la Alianza Cambiemos, se constituye un feminismo antineoliberal y popular, que denuncia el heterocispatriarcado capitalista neoliberal, racista, clasista, capacitista, gordofóbico…
En 2018, mientras se prepara el 8M en las asambleas feministas, la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito convoca al primer pañuelazo federal el 19 de febrero (19F) con el objetivo de presentar por séptima vez el proyecto de ley para la legalización del aborto en el Congreso. Una nueva masividad inunda las calles, las casas, los trabajos, las redes sociales y otros espacios. “Marea verde”, “cuarta ola del feminismo”, “revolución de las hijas” son algunos de los nombres que el fenómeno recibe con entusiasmo. Los pañuelos verdes se multiplican en las mochilas, las muñecas, las bicicletas, las ventanas, las aulas, los pasillos de las universidades, los sindicatos, los centros culturales. Todas las semanas, los “martes verdes” llenan las calles de militantes que acompañan las discusiones en comisión en el recinto.
En junio se festeja la media sanción en la Cámara de Diputados; dos meses más tarde, en la fecha que quedará registrada en algunas de nuestras memorias como “8 de aborto” (en lugar de agosto), la Cámara Alta rechaza el proyecto. Se ganan las calles, mas no el derecho y aunque algo cambia para siempre, el aborto continúa siendo ilegal —hasta que en 2020 el Frente de Todxs, con el acompañamiento de las movilizaciones masivas en todo el país, envía el proyecto al Congreso y se vota por su aprobación—.
Feminismos persistentes
Este texto termina de redactarse entre el 8 de marzo y el 24 de marzo de 2024, dos fechas que enmarcan sus reflexiones entre la lucha feminista y la lucha de los Derechos Humanos en un nuevo ciclo político que se abre con la victoria electoral de la fórmula encabezada por Javier Milei y Victoria Villarruel de la coalición La Libertad Avanza. Este nuevo gobierno amenaza los derechos de todo su pueblo, con un ensañamiento específico con los derechos de mujeres y de la diversidad sexual y de género, por un lado, y los Derechos Humanos y la lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado, por el otro. Lxs feministas repetimos: “Ni al calabozo ni al encierro de las casas volvemos nunca más”. En esta consigna, como en tantas otras, los feminismos en Argentina trazan para sí una memoria colectiva.
En Argentina la búsqueda de las y los desaparecidos por parte de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo genera una adhesión inédita de los feminismos a otras luchas. Sin ser procesos lineales, distintos eventos históricos, relatos y prácticas se conectan. Considerar estas relaciones permite articular una memoria para la actual masificación de los feminismos: entender sus condiciones de posibilidad y no caer en la trampa de ver este fenómeno como una gran ocurrencia singular. Este presente otorga un nuevo impulso a la búsqueda para articular luchas e historias pasadas, dotarlas de nuevos sentidos inscriptos en aquello que las precede y habilita, con miras creativas hacia el porvenir.
Malena Nijensohn es licenciada en Filosofía y doctora en Estudios de Género por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del CONICET. Investiga las intersecciones entre el feminismo y el populismo en dimensiones filosóficas, históricas y políticas, explorando disputas sobre universalidad, activismo feminista y estrategias políticas. Es editora de Los feminismos ante el neoliberalismo (La Cebra, 2018) y autora de La razón feminista. Políticas de la calle, pluralismo y articulación (Cuarenta Ríos, 2019).
Luciana Serrano es investigadora y educadora independiente. Se especializa en proyectos multidisciplinarios sobre derechos humanos. Es miembro fundadora de la Cooperativa Espacial, un espacio de investigación que utiliza prácticas espaciales críticas para promover el conocimiento y la justicia social junto a colectivos afines.