Liliana Cabrera llegó al complejo penitenciario de Ezeiza, en el Gran Buenos Aires, en 2006. A los 26 años, había sido condenada a ocho años de prisión por un delito contra la propiedad privada (es decir, robo). A las pocas semanas de cumplir su condena, un grupo de mujeres de la prisión organizaron una huelga de hambre; exigían que se concediera la posibilidad de arresto domiciliario a las mujeres presas con hijos menores de cinco años.
Cabrera se sumó inmediatamente a la huelga. Vio a muchas mujeres que, como ella, no tenían hijos, pero que igualmente decidieron luchar por los derechos de las demás. "En un contexto tan solitario, me sorprendió verme rodeada de mujeres unidas por una causa común". Su reclamo luego formaría parte del Código Procesal Penal de la Nación.
A través de estas mujeres, conoció el colectivo artístico feminista y anti-carcelario, Yo No Fui. En ese momento, Yo No Fui consistía de un pequeño grupo de mujeres liderado por María Medrano, una poeta que organizaba talleres de escritura en la cárcel. Cabrera recuerda que sus amigas le contaban que en esos encuentros la pasaban bien. Tomaban mate, compartían sus experiencias; era un espacio donde se llamaban por su nombre.
"Me aferré a la escritura porque me ayudó a mantenerme lúcida en un contexto en el que muchas mujeres se deprimían o recurrían a las drogas para sobrevivir. Creo que la poesía me salvó", reflexiona Cabrera. Incluso después de recuperar su libertad en 2014, Cabrera siguió con Yo No Fui y ahora es ella quien da el mismo taller.
La propia Medrano siempre había sido poeta, pero hasta principios de la década del 2000 trabajó en diversos puestos administrativos del sistema de justicia nacional. Sin embargo, varios años antes, en 1996, fue testigo de una situación que cambiaría el rumbo de su vida: una joven inmigrante rusa de unos veinte años había llegado a Argentina sin saber nada de español y Medrano vio cómo esta joven fue condenada a prisión por un delito menor relacionado con el tráfico de drogas.
"Me impactó cómo la trataba el sistema del que yo también formaba parte", recuerda. Medrano vio "la falta de protección y apoyo"; como el sistema judicial se comportaba con esta joven, prácticamente de la misma edad que ella en aquel momento. "Me ayudó a darme cuenta de que quería estar en el otro lado, defendiendo a personas como ella y no mandándolas a la cárcel".
En esa época, Medrano también publicó un libro de poesía titulado Unidad 3. Este libro ganó popularidad entre la comunidad artística de Buenos Aires y, en 2002, fue invitada por La Casa de la Poesía (un centro cultural de la Ciudad de Buenos Aires que desde 2012 permanece cerrado por reformas) a dar talleres en espacios no convencionales. Entonces eligió el penal de Ezeiza, donde siguió visitando y acompañando a la joven rusa hasta que cumplió su condena. Al día de hoy, siguen siendo amigas.
Enfoques centrados en la comunidad
Actualmente, Yo No Fui funciona en tres unidades penitenciarias de Buenos Aires (dos en Ezeiza y una en José León Suárez). Allí dan talleres de poesía a clases de entre 15 y 20 mujeres. Algunas asisten a todas las clases; otras van cada tanto.
En los últimos 22 años, ha apoyado a cientos de mujeres y personas no binarias. Medrano y las 30 personas de Yo No Fui se definen como un colectivo transfeminista y anti-carcelario. "Esa es la diferencia entre nosotras y las organizaciones sin fines de lucro; sentimos que las ONG forman parte de un statu quo, mientras que nosotras intentamos romper con ese estado de cosas político y social", explica la fundadora del grupo.
Mujeres que estuvieron privadas de su libertad, activistas de la comunidad local, artistas, terapeutas y académicos forman parte de Yo No Fui. Todes elles creen que la única solución a los problemas sociales es colectiva, trabajando a través de un enfoque centrado en la comunidad. Por eso, lo colectivo está presente en todo lo que hacen.
En marzo, lanzaron la Escuela, un espacio educativo con clases centradas en artes, talleres de oficios y política transfeminista, principalmente para mujeres y comunidades LGBTQ+ dentro de los centros penitenciarios. La Escuela también busca involucrar a la comunidad local fuera de las prisiones; aquellas personas que viven en el barrio de Flores, en la Ciudad de Buenos Aires, donde la organización tiene su casa.
La Escuela forma parte de un enfoque multidisciplinario y holístico que pretende dar a mujeres que recuperaron su libertad la oportunidad de reinsertarse (tanto ellas como sus familias) en la sociedad. Yo No Fui también tiene una cooperativa de trabajo con talleres y recursos para aprender nuevas habilidades digitales; y una editorial autogestiva llamada Tinta Revuelta. Les miembros también se acompañan y apoyan mutuamente en iniciativas centradas en el cuidado, como su espacio de segundeo (acompañamiento), que se centra en la salud mental.
A través de todo su trabajo, Yo No Fui busca generar vínculos entre mujeres y otras personas privadas de su libertad, aquellas que salieron de prisión y las comunidades locales. La fuerza de estos lazos comunitarios es lo que les ayuda a reconstruir sus vidas fuera de prisión.
Encontrar un salvavidas en las cárceles argentinas
En los últimos años, la población carcelaria en Argentina ha crecido exponencialmente. Entre 2007 y 2020, la tasa nacional de encarcelamiento creció un 55 por ciento, según el Ministerio de Justicia. Además, más del 45 por ciento de las personas privadas de su libertad no han recibido una condena.
De un total de 118.000 personas encarceladas en el país, el 49 por ciento se encuentra en unidades y cárceles dependientes del Servicio Penitenciario Bonaerense, según la Comisión Provincial de la Memoria (CPM). El hacinamiento, la falta de servicios básicos de salud y el uso sistemático —y muchas veces letal— de la fuerza policial emergen como los principales problemas en estos complejos penitenciarios.
"Más allá de las razones que me llevaron a prisión, puedo decir que tenía una vida muy solitaria; no compartía con otros y no tenía una red de contención; hasta que conocí a este grupo", afirma Cabrera, y agrega: "Si alguna de nosotras tiene un problema, sabe que tiene a alguien con quien hablar. Este grupo es un salvavidas, un ancla".
En los centros penitenciarios de Argentina, las personas tienen la posibilidad de acceder a terapia, pero varios miembros de Yo No Fui afirman que sintieron falta de confianza en los psicólogos y psiquiatras de los penales. "Lamentablemente, sabés que todo lo que digas va a ir a un informe criminológico y puede ser usado en tu contra, así que, al menos en mi caso, no me sentía del todo cómoda compartiendo demasiado", explica Cabrera.
Según un informe de la Procuración Penitenciaria de la Nación, los programas de salud mental son parte del principal problema en las cárceles argentinas. La mayoría de los espacios terapéuticos son breves e inestables, y existe un uso generalizado de psicofármacos, en su mayoría recetados a personas ingresadas con consumo problemático de drogas y para el estrés, la ansiedad y la dificultad para dormir. En la gran mayoría de los casos, señala el informe, las personas encarceladas empezaron a consumir psicofármacos al entrar a la prisión.
Les miembros del colectivo coinciden: el sistema prioriza la medicación sobre la terapia. "Si sos un ‘estorbo’, el psiquiatra te receta alguna medicación sin un acompañamiento terapéutico para que no molestes", señala Cabrera.
El "horizonte" del abolicionismo
Yo No Fui trabaja con un enfoque abolicionista; y a lo largo de los años, sus integrantes se han encontrado con personas que les hacen una típica pregunta: "Si aboliéramos las cárceles, ¿qué pasaría con los violadores y asesinos?".
Para Cabrera y sus compañeres, no hay una respuesta sencilla. "Reconocemos que nos hemos puesto en una posición muy incómoda, pero en el fondo creemos que es necesario tener estas conversaciones complejas sobre un sistema que no está haciendo nada para resolver el problema".
"El principal desafío al que nos enfrentamos hoy es pensar en formas de abordar todos estos problemas sociales que no sean construir más cárceles", explica Claudia Cesaroni, abogada y escritora de varios libros, entre ellos Contra el Punitivismo. Las alternativas incluyen revisar los casos de personas encarceladas por pequeños delitos relacionados con el consumo personal o la venta de pequeñas cantidades de droga, y los de las personas privadas de su libertad sin que se haya demostrado que han cometido un delito. Otras posibilidades incluyen aumentar el número de personas en libertad condicional.
El abolicionismo es tanto una herramienta práctica de organización como un objetivo a largo plazo. Algunas de sus defensoras son Angela Davis y Ruth Wilson Gilmore, activistas feministas y políticas negras de Estados Unidos. "No somos ingenuas; vemos el abolicionismo penal como un horizonte, pero también como una forma de repensar todos los sistemas e instituciones que se entrecruzan y que conducen a la concepción de la prisión tal y como la conocemos hoy", explica Medrano.
A través de encuentros con otras organizaciones latinoamericanas, entre ellas la Red Feminista Anticarcelaria de América Latina, Yo No Fui busca soluciones colectivas al punitivismo. "Seguimos aprendiendo de las justicias alternativas y de las herramientas para mediar en los problemas sin que entren en escena las cárceles y la policía", explica Cabrera. Además, reflexiona que, cuando se piensa en el delito, se tiende a pensar solo en el transgresor y sus acciones, en lugar de cuestionar qué otras instituciones y factores socioculturales perpetúan delitos, entre ellos, el abuso sexual.
Esta última afirmación tiene que ver con una creencia fundamental del movimiento abolicionista. Al no cuestionar las condiciones sociales, históricas, políticas y económicas del sistema penal y sus problemas, el sistema punitivista acaba reproduciendo las condiciones sociales opresivas que busca abordar y/o enfrentar.
El fracaso de la justicia punitivista en argentina
"Uno de los signos más evidentes del fracaso del punitivismo es que siempre llega tarde, cuando los delitos ya han ocurrido. Para evitar su repetición, se aumentan las sanciones o se crean nuevas figuras penales, pero está comprobado que esto no cumple su supuesta función preventiva en la sociedad", explica Cesaroni, y analiza la violencia de género en Argentina. En 2012 se incluyó formalmente en el Código Penal el delito de femicidio, que se castiga con cadena perpetua. Sin embargo, el número de femicidios no ha disminuido significativamente.
Medrano también afirma que es importante cuestionar un sistema penal que siempre parece "condenar y castigar a las mismas personas racializadas y empobrecidas". Dice: "No podemos dejar de ver que las cárceles tienen un color y una clase social". Como dijo Gilmore durante un breve intercambio de correos electrónicos, por eso la abolición no debe verse como una "alternativa al encarcelamiento, a menos que lo que uno tenga en mente sea una alternativa a todo el sistema capitalista".
La infinidad de problemas del sistema penitenciario argentino se refleja en la cantidad de personas que terminan sus condenas y vuelven a ser encarceladas. Un informe de 2022 del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia muestra que la tasa de reincidencia de Argentina se mantuvo en 28 por ciento entre 2002 y 2019. La tasa de reincidencia de Argentina es inferior a la de países del Cono Sur como Chile y Brasil, y superior a la de países centroamericanos, así como a la de México. Sin embargo, es importante destacar que la reincidencia sigue representando un "fenómeno excepcional en las mujeres". En 2019, el ocho por ciento de las mujeres encarceladas fueron clasificadas como reincidentes.
"Las cárceles hoy no funcionan para lo que fueron pensadas. No promueven la reflexión en las personas ni posibilitan la responsabilidad de sus actos", dice Medrano. Y añade: "En otras palabras, vas a la cárcel y salís hecho un desastre". Lo que afirma Medrano está profundamente relacionado con el concepto de "derecho a la esperanza", subrayado por organizaciones internacionales como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Según esta concepción, las personas privadas de su libertad deben tener una expectativa realista de recuperar la libertad; negar el derecho a la esperanza sería negar un aspecto fundamental de la humanidad.
El abolicionismo lucha por un mundo en el que no existan las cárceles. Sin embargo, Medrano es realista sobre el presente: "Hay gente que nos dice que nuestro trabajo es una contradicción, como: ‘¿Por qué van a las cárceles a dar talleres si creen en la abolición?’". En respuesta, Medrano dice: "Sí, somos abolicionistas. Pero todavía hay mucha gente en las cárceles y por eso seguiremos trabajando ahí. Al fin y al cabo, ellas son la razón por la que hacemos todo esto”.
Victoria Mortimer es una periodista de Buenos Aires que cubre política social y cultura en América Latina. Actualmente está estudiando un Máster en desarrollo de producto y audiencias en medios de comunicación en la Universidad de Nueva York.