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El 18 de abril, estudiantes nicaragüenses iniciaron un levantamiento que está redefiniendo el país. Por primera vez en su presidencia de 11 años, el Presidente Daniel Ortega ha perdido control del dominio político más importante de Nicaragua: las calles. La feroz lucha de Ortega por recuperarlas ha dependido de niveles extremos de violencia—y ha revelado una serie de profundas contradicciones en la vida política del país.
Nicaragua sigue siendo un país de posguerra, polarizado, con profundas hendiduras sociales y heridas no sanadas; en muchos sentidos, abril fue una erupción de lo que se enconaba. Aún resulta desconcertante cómo la paz relativa de las últimas dos décadas se evaporó tan rápidamente, dejando 149 muertes, más de mil heridos, y centenares detenidos a su paso. Más de 60 días después, la prensa internacional sigue enfocándose en las muertes, el terror, los asesinatos, e incluso la existencia de un supuesto “callejón de francotiradores” en los locales más turísticos, compensando esas cuentas con historias sobre un ahora truncado e intransigente diálogo nacional, y vagas declaraciones de apoyo internacional. La Izquierda debe superar generalidades, la condenación, y el shock hacía un análisis constructivo y crítico del propio movimiento y las ideologías y estrategias que lo componen. Mientras la crisis amenaza con convertirse en una guerra de desgaste, esta tarea se vuelve más urgente cada día.
El orígen del movimiento estudiantil
La ola actual de protestas comenzó a principios de abril, cuando los estudiantes universitarios, apoyados por el movimiento ecologista, lanzaron tres distintas manifestaciones nacionales, llamándose a sí mismos los “autoconvocados.” Inicialmente respondían a lo que consideraban negligencia por parte del gobierno en la extinción de los incendios extensos que se propagaban por más de una semana en la reserva biológica Indio Maíz (donde se encuentra 70% de la biodiversidad nicaragüense), y utilizaron el hashtag #SOSIndioMaiz. Mientras los vientos cambiaban de dirección, los fuegos se controlaron . Al mismo tiempo, Ortega aprobó reformas de austeridad al fondo de pensiones, el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), sin consulta, y el enfoque rápidamente cambió: #SOSIndioMaiz se convirtió en #SOSINSS. Los estudiantes se unieron a los pensionistas en protesta, tanto como también lo hicieron en 2013 (#ocupaINSS).
Mientras la violencia se profundizó y las manifestaciones se difundieron, el movimiento de los autoconvocados creció de un grupo pequeño aparentemente homogéneo de estudiantes universitarios a una variedad diversa de movimientos opositores y actores del sector privado, cada uno con su propia agenda política. A finales de abril, #SOSINSS se había convertido en un hashtag más abarcador, #SOSNicaragua, y una alianza improbable, conocida como la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, compuesta por el sector privado, estudiantes, miembros selectos de la sociedad civil, y movimientos sociales, se había formado.
Al menos a nivel superficial, el nuevo movimiento social de autoconvocados parecía no ideológico, sin líder, y carecía de una estructura organizativa clara. Se basaba en un proceso de abajo hacia arriba, con estrategias de organización basadas en las redes sociales que desafían la rígida política de Nicaragua impulsada por caudillos y partidos. Los manifestantes parecían conmovidos, como los “indignados” de España,” por un sentido general de indignación moral frente a un sistema corrupto y autoritario—no por una plataforma política definida. Su esperanza, bromeó un autoconvocado en una entrevista reciente en el diario nicaragüense La Prensa, es una “convicción, no una certeza.”
El mismo nombre autoconvocados es poderosamente simbólico; es un recordatorio constante de que los jóvenes están protestando por voluntad propia y no porque una organización o un líder les obligaron a hacerlo.
En una entrevista reciente en el periódico alemán Deutsche Welle, Madelaine Caracas—una de las caras más visibles del movimiento de autoconvocados—ilustró la cautela del movimiento frente al clase dirigente nicaragüense: “No confiamos en nadie”, dijo Caracas. “En Nicaragua no hay oposición. Son todos iguales. [...] Son todos los nicaragüenses quienes están en las calles. No es un partido político, ni liberales, ni conservadores, ni la CIA. Es un despertar; estamos hartos de ver morir a nuestros hermanos”. Grupos locales de autoconvocados por todo el país sirven como una red flexible para compartir noticias y coordinar acciones de desobediencia civil.
El movimiento autoconvocados se constituye esencialmente por cinco grupos estudiantiles, desde los más militantes—El Movimiento Estudiantil 19 de Abril (ME19A) y el grupo asociado, Movimiento Universitario 19 de Abril (MU19A)—a la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN), Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), y estudiantes de la Universidad Nacional Agraria quienes hasta ahora siguen anónimos. ME19A y MU19A son el grupo original de estudiantes que ocuparon el campus de la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli) el 19 de abril al principio, que se ha convertido en uno de los bastiones del levantamiento estudiantil, uno de los símbolos principales de la resistencia pacífica, y uno de los terrenos más sangrientos de la represión. Desde que ocuparon el campus de Upoli por primera vez, estos movimientos también han ocupado el campus de Managua de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, la Universidad Nacional Agraria, y recientemente, durante un tiroteo, la Universidad Nacional de Ingeniería. Además de la indignación moral, las ideologías específicas y las estrategias de cada uno de estos grupos todavía no quedan claras.
Los 40 líderes que representan a los diferentes grupos estudiantiles recientemente han empezado a utilizar el hashtag #CoaliciónUniversitaria para referirse a sí mismos como una sola coalición. Sus líderes más prominentes no reclaman el liderazgo de la Coalición, sino membresía en ella, y muchas operan de manera clandestina. El régimen de Ortega claramente los percibe como una amenaza.
Pero tensiones y contradicciones entre las diferentes facciones del movimiento ya están surgiendo, particularmente después de un viaje de tres líderes a la 48a sesión de la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), la cual ocurrió la semana pasada en Washington, DC. El propósito del viaje fue ostensiblemente para que los estudiantes denunciaran la crisis política en Nicaragua a la OEA. Pero una delegación de esos estudiantes más tarde compartió imágenes en las redes sociales posando con el senador Marco Rubio (R-FL) y la representante Ileana Ros-Lehtinen (R-FL), quienes representan a los sectores más conservadores, derechistas, y duros del partido republicano.
En una entrevista reciente, autodescrito “izquierdista” Harley Morales de la AUN, que no asistió, dijo, “Ya había muchos actores queriendo intervenir en la agenda. Eso pasó desde el principio. Me refiero a organizaciones, a políticos opositores, algunos más a la derecha… Este viaje fue financiado desde Estados Unidos (Freedom Foundation) y se les impuso una agenda, y eso es terrible. Fueron ellos quienes decidieron qué estudiantes irían.” La entrevista de Morales revela no sólo las tensiones entre los diferentes estudiantes, sino también el peligro que las intenciones sinceras del movimiento de promover el cambio democrático progresista podrían ser cooptadas por algunas de las fuerzas más regresivas en la política nicaragüense.
Tensiones, Contradicciones, y los Peligros de Mal Definición
Las tensiones que surgieron durante las reuniones de la OEA de la semana pasada sacan a la luz la amplia gama de opiniones—desde los apologistas derechistas hasta los izquierdistas militantes—que se unen detrás de la resistencia nicaragüense. Un contingente grande de los autoconvocados se identifica como sandinistas críticos o ex-sandinistas, o hasta hijos de la revolución sandinista. Cantando canciones revolucionarias y eslóganes de los ‘70s y ‘80s como “que se rinda tu madre”—el grito de guerra del poeta sandinista y revolucionario Leonel Rugama que murió en 1970 luchando contra la Guardia Nacional bajo el dictador Anastasio Somoza—se ha convertido en una firma de los que anhelan el pasado y la revolución inconclusa. Es irónico que las mismas personas que queman las banderas sandinistas ahora cantan estas melodías una vez revolucionarias.
Sin embargo, no todos los que apoyan el movimiento comparten esta nostalgia revolucionaria. De hecho, muchas personas que forman parte del movimiento y la Alianza Cívica son antisandinistas fervientes. Se trata de personas que no sólo se oponen a Ortega y Murillo en el contexto actual, sino también de los pro-capitalistas que han atacado a los sandinistas desde su surgimiento. Este grupo incluye a Somocistas (que defienden el legado de la dictadura de Somoza), liberales, conservadores, y ex Contras. Existe una creciente evidencia que desde las filas de los antisandistas, estos grupos se están armando a sí mismos y ganando ímpetu.
Mientras tanto, los sindicatos—patrocinados por el gobierno o independientes—parecen tener poca influencia en el movimiento, aunque las organizaciones de derechos humanos como el Centro Nicaragüense de los Derechos Humanos (CENIDH) y la red de maquilas Maria Elena Cuadra pretenden representar los intereses de los trabajadores y las mujeres en la alianza más amplia y el diálogo nacional. Algunos miembros del sector privado, que pretenden representar los intereses no sólo de los intereses de capitales privados, sino también de la mano de obra, han convocado una Huelga Nacional.
Además, la representación de los campesinos y agricultores, que componen más del 40% de la población de Nicaragua, está incompleta. Mientras que algunos agricultores están involucrados en un movimiento contra un propuesto canal transoceánico a través de Nicaragua, este grupo tiene poca conexión con las partes más grandes de la agricultura en el norte y noreste del país y con las demandas de los campesinos que viven allí. Por lo tanto, no está claro dónde los agricultores y otros sectores rurales podrían caer en el contexto del movimiento nacional.
¿Está Nicaragua en medio de una revolución? Si es así, ¿qué tipo de revolución es? Algunas figuras prominentes en la coalición estudiantil lo han considerado así — y algunos han llegado tan lejos como llamarlo feminista. Pero la conexión con las demandas de las mujeres en un contexto tan ideológico parece exagerada dado el machismo desenfrenado de algunos de los líderes del movimiento. Por ejemplo, Lesther Alemán, el líder estudiantil que llamó “asesino” a Ortega durante el primer día del diálogo nacional televisado, reveló sus “dos sueños” en una entrevista con The New York Times: unirse al ejército (“porque le encanta el orden y la seriedad y los uniformes camuflados”) y convertirse en Presidente. “Por eso el único seudónimo que les permito que me digan es Comandante,” agregó. Los debates en los medios sociales sobre el ‘comandante’ que siguieron sugieren que caudillismo está vivo y bien como una táctica de movimiento.
Cuando se le preguntó sobre esto en una entrevista con La Prensa, Enrieth Martínez, otro prominente líder estudiantil, desvió la obvia contradicción entre los comentarios de Lesther y las reivindicaciones feministas dentro del movimiento. Dijo: “Es bastante ingenuo pensar que viviendo en un país con una cultura política tan vertical, tan machista, tan racista, estas cosas no merman… Nuestra sociedad funciona porque es machista, porque es racista y porque es capitalista. Y clasista también. Expresiones de micromachismos, expresiones de machismo las vas a ver siempre.”
La comentarista social mexicana Gema Espinoza es más directa en su análisis del movimiento. Ella propone que “la negociación [política] es entre hombres”, y la manifestación más visible de las mujeres es la de las “las madres que perdieron a sus hijo”. Ella escribe: “Mientras se comparten publicaciones sobre lo importante que es ser feministas, los feminicidios continúan, la falta de representación de mujeres de todas las clases y razas continúa y el problema de desigualdad está más presente que nunca”. Pero agrega, “esta es una oportunidad para reinventarnos y dejar de vivir del discurso para vivir de la acción”.
En efecto, las protestas tienen un fuerte carácter nacionalista—la bandera azul y blanca de Nicaragua está omnipresente en las marchas—donde los manifestantes claman por la justicia y la democracia, sin definir claramente lo que quieren decir con esos términos.
Una encuesta reciente de Gallup, que descubrió que 63% de los nicaragüenses no apoyan a Ortega, también refleja la amplia gama que constituye la oposición a Ortega. Sin embargo, de acuerdo a la encuesta, la figura pública más confiable del país es cardenal Leopoldo Brenes, moderador del diálogo nacional que se ha puesto en marcha y comienza desde abril con irregular dedicación, y Silvio José Báez, el obispo auxiliar progresivo de Managua, y Carlos Pellas, el magnate de negocios más preeminente de Nicaragua y su primer billonario. Entonces, mientras los estudiantes afirman que la lucha es contra el antiguo régimen de poder, las tres personas más respetadas en el país son los obispos católicos y el hombre más rico de Nicaragua.
Una política desarticulada
El fenómeno de los movimientos sociales descentralizados, basados en redes sociales y horizontales que exigen justicia y democracia, no es nada nuevo. En 2011, miles de egipcios se unieron a las protestas en Plaza Tahrir en lo que se llegó a llamar Primavera Árabe. Algunos expertos incluso han denominado la insurrección nicaragüense actual como la Primavera Nicaragüense, aludiendo al Oriente Medio. El movimiento egipcio tuvo éxito en forzar la renuncia del Presidente Hosni Mubarak, pero no logró transformar el sistema político—por una parte porque no se había desarrollado ninguna plataforma política viable.
Si un movimiento social puede ser definido en términos generales como la autoorganización y acción colectiva de una red de individuos o grupos que comparten un objeto común y exigen un cambio social o político, entonces, en este momento, el único elemento que sostiene el movimiento y sus partidarios juntos parece ser la oposición a Ortega. Peligrosamente, toda la estructura del movimiento parece colgar de un hilo.
Los autoconvocados se han definido valientemente como una fuerza política en Nicaragua y han puesto sus vidas en riesgo. Pero si van a transformar radicalmente el paisaje político, tendrán que elaborar estrategias para luchar contra el gobierno de maneras que no jueguen en manos de la derecha nacional o de popurrís ideológicos. También deben nombrar y confrontar las contradicciones actuales dentro de sus filas.
El levantamiento autoconvocado fue un acto de empoderamiento muy necesario para una generación de jóvenes que han sido marginados y desilusionados por un gobierno que se ha aferrado al poder por mucho tiempo. Pero los intereses políticos de la clase capitalista siempre han utilizado las manifestaciones populares y las crisis para por su propio beneficio. La derecha que representa la clase capitalista en Nicaragua, y sus homólogos en los Estados Unidos, Canadá, y otros lugares siempre se están preparados para ayudarles. La realidad desafortunada de los levantamientos populares es que hay mucho más que hacer que simplemente unirse en las calles.
A medida que pasa el tiempo, los líderes del movimiento que iniciaron el cambio tendrán que encontrar y definir una plataforma política o arriesgarse a ser absorbidos por la política y las normas patriarcales de los oportunistas capitalistas con ganas de ofrecerles una dirección. Con ofrecer vagos apoyos a un movimiento tan mal definido, la Izquierda y la prensa alternativa se pierde de una oportunidad única de provocar cambio. Este levantamiento es una oportunidad para el cambio, pero ese cambio debe ser definido—y criticado—por los más afectados.
Lori Hanson es profesora de la Universidad de Saskatchewan y activista solidaria de Nicaragua desde hace mucho tiempo que trabaja principalmente con movimientos de mujeres y movimientos rurales contra la minería.
Miguel Gómez es activista de justicia ambiental y social nicaragüense y profesor de economía política en la Universidad Americana.
Traducido del inglés por Gabriella Argueta-Cevallos.