Este artículo fue originalmente publicado en inglés en NACLA. Léelo aquí.
Si bien en años anteriores las protestas contra el gobierno tendían a estar centradas en las zonas urbanas del este de Caracas, a partir del 21 de enero de este año las protestas contra Nicolás Maduro irrumpieron en lugares como Catia, La Vega, El Valle y Petare. En este contexto, a finales del mes, comenzamos a indagar cómo están conectadas las protestas con los recientes acontecimientos políticos.
Para algunas personas de los sectores populares, el momento actual parece ser vivido de la misma manera que las confrontaciones entre el chavismo y la oposición de años anteriores. Esto las lleva a fijar posición manteniendo firmeza contra el imperialismo. Ese es el caso de Cristina, una mujer joven del 23 de enero, que comentó no tener fe en Juan Guaidó—el nuevo rostro de la oposición—así como no la tuvo por Leopoldo López, líder del partido radical de la oposición Voluntad Popular, o Pedro Carmona, quien fue nombrado presidente por dos días durante el golpe de estado de 2002. Para ella, todos ellos representan una “vieja guardia” que intenta tomar el poder y detener los avances hechos por la revolución.
Sin embargo, quizás un sentimiento más general en varios sectores populares es que ningún lado es de confiar; en otras palabras, la desconfianza que impedía apoyar a la oposición unos años atrás ha contaminado a todos los sectores políticos, el chavismo incluido. Éste es el sentimiento que hemos escuchado mientras conducimos una investigación preliminar sobre percepciones acerca de la situación política actual en Catia, un sector pobre y de clase trabajadora en el oeste de Caracas. Como parte de esta investigación, organizamos un conversatorio con mujeres de este sector, pero de diversas historias políticas. Dos de las mujeres, a quienes Hanson conoce desde hace 8 años, fueron Chavistas fervientes hasta hace unos pocos años. Otras han sido partidarias de la oposición por largo tiempo.
Que venga cualquiera que no sea Maduro
Los venezolanos parecen equipados para “aguantar los golpes y seguir la pelea”. Intentos de golpes de estado, protestas violentas y numerosas elecciones volátiles han marcado el escenario político por los últimos 20 años. Para aquellos que están familiarizados con la chispa venezolana, sería poco sorprendente escuchar que casi las dos horas de conversación que organizamos estuvo llena de risas y bromas. A pesar de esta increíble resiliencia, las mujeres con las que hablamos estaban cansadas y desgastadas del estado actual de la política e inseguras acerca de en quién confiar. Como Yoana, una docente en sus 40 años, expresó: “No hay nadie en quien confiar ahora… queremos un cambio, pero no sabemos con quién”.
En 2014, la mayoría de las personas con las que Hanson trabajó en el desarrollo de su investigación comentaron sentirse más seguras quedándose con Maduro: “mejor el diablo conocido que el angelito desconocido”. Estas personas no sentían que la oposición estuviera para ellas, ni tampoco se sentían representadas por las demandas de las protestas de aquel momento. A pesar que en 2014 ya era visible el detrimento económico y las tendencias antidemocráticas del chavismo, ellas nunca participaron en las protestas. En contraste, la creciente desilusión y la desconfianza que ha aumentado con el paso de los años las ha hecho llegar a una conclusión muy diferente: “Que venga cualquier persona, con tal que no sea él (Maduro)”.
Hablar sobre el futuro produjo emociones encontradas, como desear tener esperanza pero creer que pensar en el futuro es un “lujo” que sólo los que están fuera del país pueden mantener. Al hablar sobre su porvenir, ellas se rieron e hicieron bromas sobre las cuentas de Instagram y Twitter de celebridades y famosos venezolanos, pues les parecía muy fácil apostar por el país pero haciendo compras en Miami.
Mientras algunas concuerdan que Guadió representa una esperanza en el corto plazo para escapar de la “incompetencia de Maduro”, se mostraron con poca certeza sobre lo que creen que pasará si realmente ocurre un cambio de gobierno. En un punto de la conversación, una de las mujeres recalcó que para ella no había diferencia entre Maduro y Guaidó, pues uno pelea por mantener el poder y el otro pelea por obtenerlo; pareciera que la pugna entre uno y otro es para repartir el “botín de guerra” entre sus círculos cercanos. Su desconfianza—y quizá más precisamente su disgusto—con los actuales niveles de corrupción y el “amiguismo” las ha dejado con pocas razones para creer que las cosas se verán distintas, incluso si hay un cambio. De acuerdo con Yoana: “la misma oposición quiere dividir el país, esta es la misma oposición que hace apenas unos años atrás dejó un sendero de cuerpos atrás”, durante las protestas contra el gobierno.
Las experiencias de estas mujeres con la política las ha llevado a creer que si bien el gobierno de Maduro ha saqueado el país, muchos líderes opositores lo han abandonado. Nombres como Antonio Ledezma (ex alcalde metropolitano), Manuel Rosales (ex gobernador del Zulia) y Julio Borges (fundador de Primero Justicia)—quienes han sido acusados de crímenes por el gobierno de Maduro y se les prohibió participar en la política—fueron mencionados cuando las mujeres hablaban acerca de líderes que negociaron con Maduro para salvarse a sí mismos y a sus familias y salir del país.
El escepticismo saturó la visión que tienen las mujeres sobre lo político, pues entienden todo como una farsa. Durante la conversación, algunas especulan que el gobierno permitió a personas como Juan Guaidó o Leopoldo López “montar un escándalo” cada cierto tiempo con la finalidad de registrar quién se moviliza y quién no. “Todo esto es una estrategia política”, dice Yoana, molesta y asqueada. De hecho, el contexto actual parece similar, política y socialmente, al contexto del cual emergió Hugo Chávez: Había una profunda crisis de la Democracia Representativa—la abstención rondaba por el 85 por ciento de venezolanos; las encuestas coincidían en que los partidos políticos no hacían nada para resolver los problemas del país—y alrededor de la mitad de la población vivía bajo la línea de la pobreza. En ese momento, Chávez fue capaz de generar un movimiento desde las bases sociales para construir una esperanza alrededor de la idea del poder popular. Si bien la movilización y el apoyo dependieron inicialmente de su carisma, también su capacidad de hacer que los sectores populares se sintieran representados a través de políticas como las misiones tuvo relevancia.
El gobierno de Maduro ha acabado con la esperanza y emoción para muchos chavistas; su aprobación cayó al 21 por ciento. Las mujeres con quienes conversamos estaban hartas del actual gobierno y su discurso. Están cansadas de escuchar “no hay medicinas, no hay implementos médicos”; no creen cuando les dicen que esto no es culpa del gobierno sino de la intervención extranjera. Están cansadas de preocuparse por sacar a sus hijos del hospital porque las enfermeros/as y doctores/as “nos dicen que los saquemos de aquí”, pues temen incluso que sus hijos salgan en peor condición si deciden dejarlos.
Durante nuestra conversación, las mujeres se turnaron contando historias de colas para conseguir comida, para registrar el nacimiento de un hijo, o para simplemente desbloquear una cuenta bancaria. Contaron la historia de una cola tan larga que daba la vuelta a una avenida principal en el oeste de Caracas. Las personas comenzaban a pararse en la cola, como muchos otros, desde la madrugada para registrar documentos legales. De acuerdo a las mujeres, Diosdado Cabello—el actual presidente de la Asamblea Nacional Constituyente y uno de las figuras más poderosas en el PSUV—observó la cola y decidió que no “le gustaba como se veía”. Cerró el centro de registro y lo re-abrió en Petare. Las mujeres preguntaron, “¿quién va a pararse todo el día y noche haciendo una cola en Petare?”, una zona que está en el otro lado de Caracas y que es considerado por muchos como una de las partes más peligrosas de la ciudad. Sin importar la veracidad de la historia, esto sugiere que estas mujeres sienten que no solo son ignoradas por el gobierno actual, sino que su sufrimiento es escondido e invisibilizado.
Si alguien ha pagado el precio de la guerra que chavistas y opositores han librado unos contra otros, ese alguien son las personas como estas mujeres: madres, trabajadoras, con acceso limitado a servicios de salud, comida y transporte, acceso que se hace más limitado mes tras mes. En la actual Revolución Bolivariana, estos sectores han sido nuevamente explotados, excluidos e incluso, exterminados—en 2016 fuerzas de seguridad del Estado asesinaron a 21.752 personas, la mayoría provenientes de sectores populares.
A estas mujeres le preocupa que el sufrimiento que han soportado los últimos años las haya “marcado”, cambiando las diversas maneras en que se relacionan y se vinculan con otros. Chiqui nos decía: “yo solía ayudar a las personas, algunas veces aún lo hago. Por ejemplo, este tipo con el que trabajo, él es muy chavista y aún cree en todo esto, pero no tiene qué comer… A veces pienso en llevarle un poco de arroz o de pasta. Pero no, luego pienso, ¡ que coma patria!”.
¿Tiene Guaidó una oportunidad en territorio chavista?
Las respuestas que escuchamos en Catia sugieren que el posible apoyo a Guaidó proviene del cansancio con el actual gobierno, pero no necesariamente del entusiasmo por una nueva propuesta. “No me causa emoción” nos comentó Katy, una joven madre de tres hijos, “¿por qué?” se preguntó “¿Por qué la gente se emociona tanto por alguien de quien no conocen nada?”
Sin embargo, sería una equivocación asumir que Guaidó no causa entusiasmo en quienes lo apoyan en Catia, pues logró congregar más apoyo en el sector que anteriores líderes de la oposición. Si bien esto puede ser por la baja aprobación de Maduro, también, para algunos, se debe a que su discurso es menos violento que el de otros líderes de oposición. Para aquellos que no le conocen, pero creen en su propuesta, les resulta positivo que Guaidó no tenga el mismo bagaje político que anteriores candidatos o líderes opositores. Enfrentando la baja aprobación de Maduro, Guaidó tiene la oportunidad de posicionarse para ganar la aprobación de sectores como Catia, al menos en el corto plazo.
A pesar que Guaidó confrontó al FAES—la unidad táctica especial de la Policía Nacional Bolivariana, quienes han asesinado cientos de personas de sectores populares—él se ha mantenido relativamente silente respecto a las políticas y medidas que afectan a los sectores populares y clases trabajadoras. Las mujeres de Catia nos hicieron saber esto, preguntándose “¿cuáles son sus intenciones como presidente?” o “¿qué hará él por mí?”.
Históricamente, las demandas de la oposición se han mantenido en torno a elecciones (principalmente presidenciales) pero no han tenido como foco la mejora de los servicios y políticas enfocadas en los sectores menos favorecidos. Pero, al revisar las protestas de estos sectores, encontramos que sus demandas y exigencias tienen que ver con servicios básicos (agua, luz, transporte, gas) o con las demoras en la entrega del CLAP, que para muchos significa la mejor oportunidad de recibir alimentos. Vemos allí una brecha que aún debe ser elaborada, entre el discurso político opositor y las necesidades cotidianas de los ciudadanos.
Guaidó ha ganado un punto de apoyo fundamental en Catia, anterior bastión del Chavismo, pero para que esto se materialice requerirá hablarles a las personas sobre las medidas específicas que se tomarán para mejorar sus condiciones de vida. Como un antecedente cercano, Henrique Capriles estuvo cerca de capitalizar este apoyo en 2012 frente a Hugo Chávez en las elecciones presidenciales. En su discurso incluyó una importante consideración sobre los programas sociales creados por Chávez, prometiendo no eliminarlos sino más bien ampliarlos y mejorarlos. Preguntarnos, en caso que estas promesas sean hechas, si serán recibidas con buena fe por las personas, quedará para otro momento.
Por muchos años hemos visto como la oposición ha afirmado representar a la mayoría del país, mientras sus propuestas no terminaron de incluir a los más pobres (quienes son la mayoría). ¿Esta nueva oposición podrá ofrecer una alternativa al “amiguismo”, a la corrupción y a la explotación que ha ejercido el gobierno de Maduro sobre estos sectores? Hasta que el movimiento encabezado por Guaidó acepte y empiece abordar las dudas e inquietudes que existen entre las personas más desprotegidas, seguirá imperando la negación del sufrimiento de estas poblaciones (tal y como lo hace el gobierno de Maduro actualmente).
Legitimidad a largo plazo
Sin importar qué gobierno tome el poder en los próximos meses, se necesitará construir confianza en las instituciones políticas y, principalmente, en que la política puede contribuir a generar esperanza en el futuro de las personas. A veinte años del inicio del proceso bolivariano, las mujeres de Catia continúan recordando a Chávez como el inicio de algo que ahora se ha perdido: “la primera vez que voté, fue por Chávez. La segunda vez que voté, también fue por él. Ahora no sé en quién creer”.
Desde que Guaidó reclamó la presidencia de la república el 23 de enero frente a cientos de venezolanos animados y entusiasmados, analistas y expertos políticos, juristas y académicos, también aficionados de Twitter, se han debatido sobre la legalidad del anuncio de Guaidó. En efecto, dependiendo de la interpretación que se le dé a la constitución, uno de dos hombres tiene el derecho de presidir el poder ejecutivo. Sin embargo, en el largo plazo, proveer de legalidad o constitucionalidad la figura de Guaidó o Maduro importará muy poco si las personas continúan entendiendo la política como una arena en la cual la élite política pelea por mantener los recursos entre sus grupos de poder. Si bien hay mucho que criticar al chavismo, también es necesario extraer aprendizajes de este proceso, pues durante algunos años logró algo que parecía un milagro en la política venezolana: que las personas creyeran en un proyecto político, creencia que dependía del reconocimiento material pero también simbólico de los actores políticos. Chávez dio a los pobres un lugar central no sólo en las políticas públicas, sino también en el discurso político. Este hecho histórico no desaparecerá en aquellos que lo vivieron y aún continúan añorándolo.
En algún momento los líderes políticos más allá de preguntarse quién tiene el derecho a presidir un cargo, deberán comenzar a preguntarse cómo resucitar la creencia en el proyecto político que ellos ofrecen, para así demostrar que están comprometidos en cumplir las promesas en las que gobiernos como el de Maduro han fracasado. Para inspirar no sólo esperanza, sino también confianza y credibilidad, se requerirá que las necesidades históricas y estructurales de las personas sean puestas antes que los intereses de los políticos y sus partidos.
Rebecca Hanson es profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Departamento de Sociología, Criminología y Derecho en la Universidad de Florida. Actualmente, tiene un libro en preparación sobre la policía y la seguridad cuidadana en Venezuela, que se basará en etnografías y entrevistas que lleva realizado desde el 2012.
Francisco Sánchez es catedrático de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas y miembro de REACIN (La Red de Activismo e Investigación por la Convivencia).
Traducción por Francisco Sánchez.