El 1 de marzo marcó el 150° aniversario de la finalización del conflicto interestatal más mortífero en la historia de América Latina. La Guerra de la Triple Alianza (1864-70) enfrentó a Paraguay con un conjunto formidable de países vecinos más poblados y con mejores recursos para embarcarse en un conflicto bélico: Brasil, Argentina y Uruguay. Paraguay perdió la guerra y con ella alrededor del 40 por ciento de su territorio. Algunos historiadores estiman que el 60 por ciento de la población de Paraguay murió en batalla, por enfermedad o por inanición, incluido el 90 por ciento de los hombres adultos. En guaraní, uno de los dos idiomas oficiales de Paraguay, el conflicto se conoce como la Guerra Guasu (Guerra Grande), un nombre que refleja la visión común de la derrota como el episodio definitorio en la historia de la nación.
A pesar de eso, las conmemoraciones oficiales del sesquicentenario han sido moderadas en Paraguay, quizás porque el gobierno está luchando para responder a una epidemia de dengue. Los superpoblados hospitales públicos están enviando pacientes a sus hogares para recuperarse, mientras que los expertos calculan que hasta el 40 por ciento de los residentes en la capital de Asunción y sus alrededores contraerán dengue durante esta epidemia. El propio presidente Mario Abdo Benítez cayó enfermo en enero. Para los ciudadanos comunes, el brote constituye un recordatorio más de la incapacidad del Estado de proporcionar servicios básicos.
Paraguay tiene una de las economías de más rápido crecimiento en América Latina en los últimos años y uno de los Estados más débiles. Cuando intentan explicar esta situación, los analistas suelen mirar hacia atrás, al siglo XIX, el siglo de la Guerra Guasu. El motivo es que, además de hacer estragos en la población, dicho conflicto bélico también arrasó la economía paraguaya. Para poder empezar a pagar reparaciones de guerra a los vencedores, el gobierno de la posguerra subastó tierras públicas, promoviendo la inversión extranjera y la concentración en la tenencia de tierra. Cuando las mujeres sobrevivientes lucharon para reconstruir su país, tuvieron que enfrentar epidemias, violencia sexual y una grave escasez de alimentos. Hoy en día, existen muchas conversaciones sobre el desarrollo, la desigualdad y las relaciones de género en Paraguay que consideran a los problemas contemporáneos como consecuencias de la Guerra Guasu.
La manera en que los paraguayos han recordado la guerra ha resultado tan perjudicial como la guerra en sí. Las lamentaciones sobre la Guerra Guasu han impedido el reconocimiento público de las consecuencias de eventos posteriores, sobre todo la Guerra del Chaco contra Bolivia (1932-35), la Guerra Civil (1947) y la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-89). Como explica el historiador Herib Caballero, la guerra terminó siendo “una bendición masiva para los políticos…porque alguien más siempre es responsable de lo que suceda—alguien de hace 150 años”. Al incentivar a los ciudadanos a culpar al pasado remoto de los problemas posteriores, el Partido Colorado, de tendencia conservadora y nacionalista, ha logrado controlar el país durante todos los años de las últimas siete décadas, excepto en cinco.
El siglo XX olvidado del Paraguay
Según el arquitecto y escritor Jorge Rubiani, “el deporte nacional paraguayo es discutir sobre historia”. Un solo personaje domina la mayoría de las discusiones: el Mariscal Francisco Solano López, el presidente autoritario y líder militar de Paraguay durante la Guerra Guasu, quien murió en la última batalla en Cerro Corá. Durante décadas después de la guerra, López fue denigrado como un tirano. Mientras tanto, los recuerdos de la pérdida territorial iban alimentando al nacionalismo paraguayo, finalmente llevando a la nación a otra guerra sangrienta en la década de 1930. Esta vez, Paraguay logró derrotar a Bolivia y defender sus reclamos sobre la mayor parte del territorio en disputa en el Chaco. Alrededor de 40.000 soldados paraguayos fallecieron en el proceso, junto con un número incontable de habitantes indígenas de la región. En 1936, los restos de López fueron recuperados de la selva, y una multitud de 100.000 personas observó cuando fueron colocados en el Panteón de los Héroes en Asunción.
La imagen de López continuó mejorando en las décadas de 1940 y 1950, a medida que el Partido Colorado consolidaba su poder. En 1947, un prolongado conflicto político causó hasta 50.000 muertos y condujo a un tercio de la población al exilio en Argentina. Al igual que la Guerra del Chaco, la Guerra Civil interrumpió la producción agrícola, desestabilizó las prácticas administrativas e impuso grandes costos fiscales. Asimismo, permitió a los colorados tomar el control del Estado. En 1954, el General Stroessner dirigió un golpe militar exitoso, destituyendo a otro presidente colorado y lanzando una dictadura que se prolongaría por 35 años.
Durante el régimen de Stroessner, la economía clandestina floreció y el Estado se convirtió en un vehículo que servía a los intereses del dictador y de su partido político. Sus aliados recibieron tierras y favores políticos, mientras que sus opositores fueron perseguidos. La Comisión de Verdad y Justicia concluyó en 2008 que el régimen había torturado a más de 18.000 personas y que al menos 423 fueron asesinadas. Stroessner promovió el nacionalismo paraguayo celebrando a López, cuyo heroísmo podía adaptarse a cualquier ocasión. En 1974, cuando el dictador chileno Augusto Pinochet visitó Paraguay, Stroessner le otorgó una medalla con la cara de López mientras elogiaba la lucha cristiana contra el comunismo. Los stronistas popularizaron un argumento revisionista de que Gran Bretaña había llevado a Argentina y Brasil a la guerra. Aunque algunas compañías británicas sí suministraron armas y préstamos a Brasil, los historiadores no han encontrado evidencia de que Gran Bretaña estuviera directamente involucrada en el conflicto.
Stroessner fue derrocado en 1989, a través de otro golpe militar dirigido por otro general colorado. A medida que se restablecieron los procedimientos democráticos, los colorados mantuvieron su posición como el partido político más influyente y el Estado continuó sirviendo los intereses de la élite política. En 2008, el obispo católico de izquierda Fernando Lugo asumió la presidencia, marcando la primera transición pacífica de poder de un partido político a otro desde el siglo XIX. Cuatro años después, los liberales y los colorados colaboraron para llevar a cabo un proceso de juicio político cuestionable legalmente, descrito por algunos observadores internacionales como un “golpe parlamentario”, lo cual anuló la significancia democrática de la elección de Lugo. Abdo Benítez, el actual presidente, es un colorado y el hijo del secretario privado de Stroessner.
Enfrentarse con el pasado
En la actualidad, el nombre de López adorna el palacio presidencial y algunas avenidas principales en varias ciudades. El mariscal tiene sus críticos, pero muchas personas tienden a acordar con el escritor Juan O’Leary, quien argumentó en 1930: “El dilema es claro y sencillo: o estamos con él [López] o con la Triple Alianza...Porque si creemos que sólo fue un tirano, un loco sanguinario, un monstruo que nos sacrificó a su ambición, justificamos al enemigo que vino a redimirnos”. Los paraguayos recuerdan la guerra como una campaña heroica que reveló el coraje de la nación, y al mismo tiempo como una tragedia épica que descarriló su desarrollo, dejando a Paraguay en una posición subordinada a sus vecinos. Ambos argumentos se basan en la verdad, pero refuerzan el mito pernicioso de que lo que sucedió después de 1870 no importó.
Aunque debatir la historia es un pasatiempo nacional, raras veces se conversa sobre el siglo XX. Incluso el Archivo Nacional de Asunción se enfoca en recolectar documentos del período hasta el final de la Guerra Guasu. Según la socióloga Ana Couchonnal, muchos paraguayos exhiben “una cierta compulsión a seguir hablando de la guerra”, mientras que los escolares crecen recitando lecciones al respecto. “En Paraguay se aprende que uno ha sobrevivido a una epopeya…que los vecinos han sido malos y tienen la culpa de las sempiternas desgracias nacionales, cuestión que siempre termina por obviar la responsabilidad directa de los distintos gobiernos sobre el manejo de un país profundamente pobre, pero sobre todo desigual”.
Por supuesto, la historia de Paraguay no terminó en 1870. Solo estudiando y enfrentándonos con el pasado más reciente podemos comprender la configuración actual del Estado paraguayo y comenzar a abordar los problemas de la nación. A medida que la economía paraguaya ha crecido en las últimas dos décadas, la pobreza ha disminuido, pero persiste la desigualdad económica. La propiedad de la tierra sigue siendo excepcionalmente concentrada; se estima que el 1,6 por ciento de los propietarios controlan el 80 por ciento de la tierra cultivable. Alrededor del 38 por ciento de la población vive en áreas rurales, donde las tasas de pobreza son más altas y el acceso a los servicios estatales es más limitado. La pobreza es particularmente aguda en las comunidades indígenas, que constituyen entre el 1 y 2 por ciento de la población y sufren discriminación, exclusión y violencia. En febrero, el cuerpo de una niña indígena no identificada fue encontrado en una mochila cerca de la Terminal de Ómnibus de Asunción.
Las mujeres paraguayas tienden a ejercer poder dentro de sus familias y sus hogares, aunque tienen una influencia limitada en los espacios públicos. Las mujeres tienen menos acceso a educación y empleo de alta calidad, ganan salarios más bajos y tienen menos probabilidades de ocupar cargos políticos. En los últimos años, algunas activistas han publicitado casos alarmantes de abuso sexual infantil y embarazo infantil, a veces facilitados por la práctica del criadazgo, cuando se envían a las niñas a trabajar en hogares de familias más prósperas. El Estado paraguayo sigue mal equipado para proteger a sus ciudadanos más vulnerables y remediar la desigualdad, en parte porque las bajas tasas efectivas de impuestos limitan la inversión pública y el gasto social.
En los últimos momentos antes de su muerte en 1870, López supuestamente exclamó: “¡Muero con mi patria!” El mariscal legó una nación en ruinas, con una población diezmada pero resuelta a sobrevivir. El sentido de identidad nacional de los paraguayos se ha fortalecido en los años siguientes, manteniendo al pueblo cohesionado mientras enfrentaba nuevos desafíos. Si se combina con una comprensión más matizada de la historia, ese sentido de propósito compartido resultará valioso en la campaña para construir un Estado más fuerte y una nación más igualitaria.
Christine Mathias enseña historia latinoamericana en King’s College London.