¡Hay otra Colombia¡ La Emergencia de la Izquierda

La victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia es indudablemente histórica. Como los primeres líderes izquierdistas del país, se enfrentan con retos significativos.

June 30, 2022

Gustavo Petro y Francia Márquez (Arturo de La Barrera / CLACSO TV / Wikimedia Commons)

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Hace una semana, el izquierdista Gustavo Petro ganó la presidencia de Colombia, acompañado por la activista ambiental afrocolombiana Francia Márquez como su vicepresidente. Lo que lograron Petro y Márquez y su movimiento Pacto Histórico en las presidenciales colombianas representa un cambio histórico sin precedentes. Por un lado, a lo interno, por la victoria de los grupos sociales que se convirtieron en mayoría electoral por primera vez: una “periferia” compuesta por las regiones costeras del Caribe y el Pacífico, la Amazonía, y las principales ciudades, esto implica los colectivos más afrocolombianos e indígenas quienes con más fervor electoral lo acompañaron. Pero en paralelo, a lo externo produce un sismo en lo que quedaba de “zona de confort” de Estados Unidos en la región latinoamericana, lo que permitirá a los gobiernos progresistas, que ya conforman una mayoría holgada en el continente,  catalizar posturas de mayor vínculo político entre ellos y  lograr acuerdos para rechazar las posturas más intervencionistas de Washington.

No obstante, el acontecimiento sin precedente se produce en medio de una compleja situación que puede debilitarlo. El país que heredan los nuevos gobernantes es uno con un Estado que no tiene de facto el monopolio de las armas, con una atomización de grupos violentos, y una fuerza armada en “estado general de sospecha” debido a la postura política con la que participó el comandante del ejército general Eduardo Zapateiro en la campaña. Tambíen tiene una institucionalidad aún muy apegada al establecimiento tradicional e influenciada por corrientes conservadoras y del liberalismo tradicional que van a tratar de torpedear cualquier cambio profundo y congelar todas las iniciativas. Además, Petro y Márquez se enfrentan con un Congreso fragmentado que tienen que tratar de armar.

Las preocupaciones están al día, pero por el momento, y mientras dura la luna de miel, el nuevo presidente tiene bastante posibilidad de maniobra por su incontestable triunfo y la aceptación de las derrotas de parte de sus contrincantes.

Lo seguro es que, más allá de los paréntesis de estabilidad, en lo que la fórmula presidencial comience a plantear las acciones de cambio que propone en su programa, entonces allí se reanudará el conflicto en cualquiera de estas esferas.

Dibujando un Nuevo Mapa Electoral

El izquierdista Petro, quien formó parte del directorio del grupo guerrillero M-19,  fue alcalde de Bogotá (2012-2015) y senador, quien después de varias candidaturas presidenciales se ha convertido en un líder histórico, un actor de primer orden en la consecución de la paz y en la vocería de las demandas populares. Su fórmula vicepresidencial es la líder afrocolombiana Márquez quien, con trabajo territorial desde su terruño en el departamento del Cauca,  surgió como actor político nacional a partir de los últimos años de convulsiones sociales, y como defensora del ambiente y feminista. Petro y Márquez y su programa progresista y ecologista, reunido en torno al movimiento Pacto Histórico, una confluencia de individuos y movimientos de izquierda, progresistas y nacionalistas, han ganado con el mayor caudal de votos en la historia colombiana—con más de 11 millones—al empresario Rodolfo Hernández por más de 780 mil votos.

El triunfo rompió el esquema que permitía al uribismo ganar las elecciones de manera cómoda, es decir con una abstención pronunciada.  El uribismo ha sido el movimiento hegemónico de las últimas dos décadas, ha logrado arrasar electoralmente durante este lapso, y fue el actor político que produjo una victoria militar contra las guerrillas. Su fundador y líder máximo es el ex presidente Uribe (2002-2010), erigido como el gran estratega contra la izquierda en armas. No solo gobernó ocho años, sino que ha sido pieza fundamental para los resultados electorales de este siglo, incluyendo el plebiscito de los acuerdos de paz de 2016 en el que triunfó con su llamado al voto negativo, y las presidenciales de 2018 en las que ganó su “descendiente político” el actual presidente Iván Duque.

La segunda vuelta presidencial (Basque mapping)

Para comprender el hito vale recordar que, cuando Uribe vivía su momento más holgado como fue en las presidenciales 2006, conseguía victorias amplias pero con la abstención del 55 por ciento del registro electoral. En cambio, el 19 de julio de este año, día del balotaje, se movilizó el 58 por ciento del padrón—récord de participación en lo que va de siglo—luego que en la primera vuelta se movilizó el 54 por ciento. El dato clave es que la abstención cedió justo en los territorios de influencia de Petro y Márquez, como las grandes ciudades y las costas del Pacífico y el Caribe. Y es allí donde, más que un hito, parece una epopeya que, en medio de tanta violencia y criminalización, Petro, el político mediáticamente más criminalizado de estos años, haya podido movilizar a la Colombia “periférica” para quitarle la hegemonía al uribismo que se posicionaba en los sectores conservadores, especialmente andinos, del país.

El uribismo ha sido no solo una máquina electoral sino también una máquina de guerra que, en complicidad con la “comunidad internacional” y la mediática mundial, produjo una estela de violencia contenida en asesinato de líderes sociales y firmantes de paz, masacres cotidianas, desplazamientos forzados, fosas comunes con miles de cadáveres, y falsos positivos en los que se fusilaba a civiles. Todo con el fin de mantener el poder y tener a raya a los grupos subversivos, especialmente los FARC, a quienes derrotó. Durante su presidencia, Uribe logró reducir de manera significativa el número de militantes de los FARC, matar a varios lideres importantes, y rescatar secuestrados. Estos logros le valieron las mejoras loas de los centros de poder mundial, principalmente de Washington quien hizo de Colombia en las últimas dos décadas, el reducto de su “patio trasero”, su “cabeza de playa”.

No es casual que Petro sea el primer presidente costeño de la historia colombiana y Márquez sea la primera afrocolombiana vicepresidente. Aquí hay mucho de simbólico y cultural y esto queda evidenciado en el  mapa geográfico-electoral. Por un lado, un gran mordisco en el mapa representado por el centro andino y su zona de influencia, nucleado en torno al outsider Rodolfo Hernández, un millonario populista de centro derecha que terminó siendo apoyado en la segunda vuelta por el establecimiento. Por otro lado, e impulsando a Petro, toda la circunferencia, si se quiere fronteriza, que le rodea, de las costas pacífica y caribe y de la Amazonía, además de la capital.

Este giro radical es epopéyico porque no se produce en circunstancias pacíficas y buena parte del voto por Petro/Márquez viene de regiones donde se ha recrudecido la violencia. Es un voto de inconformidad de los sectores más excluidos y menos asociados a “lo colombiano” como pauta andina y conservadora, sobre todo indígena y afrocolombiano. Este poder cultural en emergencia hace un acto desobediente contra los poderes fácticos, muchos de ellos hijos del uribismo, que no pudieron parar la movilización popular que ganó en las urnas la presidencia y la constancia de “mayoría”.

Impacto Geopolítico del Triunfo Izquierdista en Colombia

Washington, y sus brazos más duros como la CIA y la DEA construyeron en Colombia, durante todo el siglo actual, una “cabeza de playa”, que incluía bases, armamento y asesoría militar, fondos extraordinarios, y alianzas con actores de la guerra, con el fin de acabar con la guerrilla colombiana pero también frenar los procesos progresistas que se vivían en la vecina Venezuela y el resto de América latina.

Sólo el Plan Colombia, un acuerdo bilateral entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia, que comenzó a ejecutarse desde principios de siglo como forma de guerra contra los movimientos izquierdistas armados y el narcotráfico, implicó la inversión más grande de Estados Unidos en la región en las últimas décadas.  El apoyo del gobierno de EE.UU al Plan Colombia fue de 4,5 mil millones de dólares apenas del 2000 al 2005. Otras fuentes ubican la cifra en torno a los 10 mil millones de dólares entre el 2001 y el 2016. Aunque cabe destacar que la intervención política, militar y financiera siguió hasta nuestros días.

Todo el trabajo que los EEUU ha realizado por años está en suspenso luego del acontecimiento que precisó un cambio de rumbo. Este cambio ya se venía cuajando en los estallidos, grandes oleadas de protestas social que se sucedieron en 2019, 2020 y 2021, la derrota electoral del uribismo en las regionales de 2019, y en las legislativas de marzo, también en la renuncia al senado y la “casa por cárcel” a Uribe. Aunque haya sido esperado el resultado del 19-J, no deja de ser sorprendente que ahora se ha oficializado.

El Reto de Petro

La Colombia que hereda Petro es un enjambre multidimensional y complejo de diversas esferas, cada una más explosiva que la otra. El del tráfico de drogas es una de ellas. Por los momentos, no es solo la mayor productora mundial de cocaína sino que su producción va en ascenso con cada vez mayores niveles de eficiencia.

En junio de 2021, la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas de la Casa Blanca determinó, en su informe anual sobre la producción de cocaína, un aumento récord en Colombia, cercano al 15 por ciento en apenas un año. En abril de 2019, el entonces presidente Donald Trump, responsabilizó al presidente saliente, el uribista Iván Duque, por el aumento de la exportación de drogas en Colombia.

De la misma forma, la desmovilización de guerrillas y paramilitares que ha ocurrido a partir de los Acuerdos de Paz y otros mecanismos anteriores de negociación, han atomizado la violencia y han arrebatado al Estado el control de vastos territorios. Dos eventos recientes ilustran bien la explosividad latente: en el mes de mayo el Clan del Golfo paralizó buena parte del país como protesta a la extradición del jefe de la banda, alias Otoniel, llevando acciones violentas a al menos 11 departamentos. En febrero le había tocado al Ejército de Liberación Nacional convocar también un paro armado que produjo actividad militar en al menos 11 departamentos también.

En medio de esta situación queda por evaluar la forma como se llevará a cabo las relaciones de Petro con el estamento militar, religioso, y mediático que le han confrontado activamente. Además hay las instituciones autónomas del Estado, que ya lo judicializaron en una oportunidad cuando fue alcalde de Bogotá, quitándole el cargo que había conquistado con el voto popular.

Petro no es un político ingenuo. Ya bañado de legitimidad popular, ha dicho: “si nos aislamos, nos tumban”, haciendo referencia a la necesidad de la izquierda de no radicalizarse sino abrirse al diálogo con diferentes tendencias, incluso conservadoras.

Entonces, llega en una situación compleja, multidimensional, y explosiva. Pero a la vez tiene la experiencia y el conocimiento político para gestionar la transición hacia la Colombia postbélica que viene de firmar un acuerdo de paz y la posturibista que metaboliza un cambio del mapa político del país.

Por ahora, tiene a su favor que viene de ser protagonista del acontecimiento que hace pocos meses aún parecía un sueño: darle un triunfo a los sectores populares y excluidos de Colombia.


Ociel Alí López es analista político, profesor de la Universidad Central de Venezuela y colaborador en diversos medios de Venezuela, América latina y Europa. Con su libro Dale más Gasolina fue ganador del premio municipal de literatura mención investigación social.

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