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A pesar de la crisis económica que ya tiene unos siete años y las medidas restrictivas debido a la pandemia, la ciudad de Caracas luce en relativa calma. Se podría decir que el desabastecimiento de gasolina que ha generado muchas dificultades en los años recientes ha cedido en comparación a los comienzos del año pasado.
Pero en las regiones afuera de la capital, que siempre han sufrido más los estragos de la crisis, ya puede notarse un nuevo problema al que los venezolanos no habíamos tenido que enfrentarnos ni en los peores momentos: la escasez del diésel. Y es como un tsunami de cuya magnitud los ciudadanos aun no se percatan.
Paradójicamente, las medidas de liberalización económica que el presidente Nicolás Maduro ha introducida desde 2018, como el fin del control de cambios y de precios, la eliminación de impuestos a rubros importados y el espaldarazo a la dolarización de facto, han bajado la presión de la escasez de alimentos y de la hiperinflación. Esto viene bajo una condición que oscila entre la estabilización económica y el desmantelamiento de las conquistas sociales.
El declive de la industria petrolera obligó al país a buscar nuevos ingresos, como las remesas, la explotación de oro y la criptominería junto a otras actividades no tradicionales que van pasando la página de la dependencia total de la industria petrolera. Una Venezuela postpetrolera está naciendo, aunque aun sin ningún tipo de auge industrial.
Los propios opositores que viven en el país reconocen que, a pesar de la pobreza, ya no existe la crispación económica y política de años anteriores. Si bien el país no ha superado la crisis, sí ha logrado una mayor estabilización económica a pesar del alto grado de paralización que sufre la empresa petrolera del Estado (PDVSA). Antes PDVSA generaba la casi totalidad de las entradas de divisas al país. En tanto, ha frenado la hiperinflación y ha garantizado el abastecimiento de productos básicos.
Pero en realidad, como dice el refrán, la procesión va por dentro. La sorpresiva escasez de diésel plantea la pregunta: ¿por qué impacta la escasez de este combustible ahora, después de tantos años de crisis económica y de gasolina?
La vida del país es totalmente dependiente del diésel. Todo el transporte de alimentos, medicinas, enseres diversos y pasajeros le usa de manera casi absoluta debido a que no se cuenta con líneas férreas y la gasolina se utiliza solo para el transporte familiar privado. Apenas tres ciudades cuentan con líneas de metro.
De resto, sin diésel, las urbes grandes y pequeñas dejarían de recibir todo tipo de productos.
Desde finales de febrero los camiones que transportan alimentos y cualquier otro rubro están varados o hacen larguísimas colas para poder surtirse del combustible, lo que va aumentando, día a día, el tiempo de llegada a las ciudades.
Desde comienzos de marzo, se han visto protestas de gandoleros en estados productores de alimentos como Lara y Aragua, reclamando el desabastecimiento del combustible.
La Federación de ganaderos de Venezuela (Fedenagas) expresó que “la falta de diésel hace imposible producir y distribuir alimentos (como) la carne, leche y queso ”. La Asociación Venezolana de la Industria Química y Petroquímica (Asoquim) planteó que el 80% de la industria tenía problemas graves para abastecerse de este rubro y el 76% tenía problemas con proveedores para obtener materia prima por razones similares.
Aquiles Hopkins, presidente de la Federación nacional de productores agropecuarios (Fedeagro), citado el 15 de marzo por la BBC, dijo: "La escasez de gasoil [diésel] es muy grave. Si no hay una solución, aunque sea transitoria, en los próximos 15 días, comenzará la paralización de toda la cadena productiva". Algunos estiman que siete de cada diez camiones ya están paralizados.
Si pensábamos que éramos dependientes del petróleo y la gasolina, ahora nos damos cuenta de que la adicción hacia el diésel es mucho mayor. Su desabastecimiento puede conducir a una catástrofe alimentaria y sanitaria, sobre todo ahora que la nueva cepa brasileña del coronavirus hace los peores estragos de toda la pandemia.
¿Por qué ahora?
Hacia finales de octubre, cinco días antes de las presidenciales de Estados Unidos, Elliott Abrams, el representante de la Casa Blanca para asuntos sobre Venezuela incluyó al diésel o gasoil en la lista de elementos sancionados, a pesar de que gozaba de exenciones en los decretos anteriores del gobierno estadounidense. Caracas había dependido en los intercambios de crudo por diésel para poder mantener un mínimo nivel de producción a pesar de las fuertes sanciones económicas sobre la industria petrolera desde el año 2019. Una vez aplicadas las sanciones, el departamento del Tesoro accedió, por cuestiones humanitarias, a permitir el intercambio a la estatal petrolera venezolana. Dichas transacciones con empresas internacionales como Reliance de la India, Repsol de España y Eni de Italia, lograron abastecer el país en el transcurso de estos años.
“Estamos tratando de impedir la exportación de crudo del régimen de Maduro en Venezuela, y una de las maneras de frenarla es evitar que intercambien productos por ella,” dijo Abrams al introducir esta nueva sanción el año pasado.
El 9 de marzo, la Cámara de Transporte del Centro (Catracentro), de oposición, reconoció que hasta finales de 2020 el abastecimiento de diésel “había sido fluido”, pero desde entonces se ha secado. El diputado oficialista Jesús Faría dijo esa misma fecha que desde noviembre, el país no ha recibido más diésel.
Según fuentes no confiables, de sindicatos petroleros de la oposición radical (Fedepetrol) para finales de 2020 PDVSA producía, unos 25 mil barriles diarios. Esas mismas fuentes estiman que se requieren 100 mil para abastecer el mercado nacional. No hay información oficial al respecto.
PDVSA producía el diésel para el consumo nacional y para exportación. No necesitaba importarlo. Pero siempre dependió de insumos químicos e industriales para la refinación de crudo. Cuando el bloqueo se acentúo, no pudo adquirirlos más. Cómo el resto de la problemática de la refinación petrolera, la crisis actual obedece tanto a problemas internos en la industria como a las sanciones de Washington. El bloqueo financiero que sufre dicha empresa es un factor de peso, aunque no el único.
Pero desde que Abrams agenció esta nueva sanción, el diésel no fue más abastecido por varias empresas petroleras internacionales que tenían acuerdos de intercambio por crudo venezolano.
Entre seguidores de gobierno y oposición siempre hay una constante culpabilización mutua por la grave crisis económica y especialmente por la del combustible. Ambos tienen argumentos contundentes para señalar al otro de lo que ocurre.
Sin embargo, con el bloqueo al diésel se hace patente el tamaño de la carga que suponen las sanciones económicas. Ahora, es muy difícil relativizar esta responsabilidad que señala al gobierno de EE.UU. y por ende a la oposición radical encabezada por Guaidó que solicita sanciones de este tenor.
Quizá por esto último, el propio Abrams en sendo artículo publicado por el Consejo de Relaciones Exteriores, pidió al nuevo gobierno del presidente Biden, pocas semanas después de su toma de posesión, que levante las sanciones al diésel en Venezuela y que a cambio el gobierno de Maduro acceda al ingreso del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Abrams confiesa que esta sanción ha abierto un debate interno debido a la situación humanitaria que podría generar. Y menciona que “los defensores de permitir los intercambios de diésel sugieren que se avecina una escasez real”. Además, sugiere que todo esto puede ayudar a Maduro a “derramar lágrimas de cocodrilo”.
“Es lógico,” escribió. “Si los intercambios de diesel están destinados ayudar a la situación alimentaria, exijamos que el régimen permita una ayuda seria y directa a los venezolanos que la necesitan.”
¿Se había convertido el viejo halcón en una cándida paloma? ¿había tenido una epifanía? ¿le preocupaba la imagen que tendría su país si comenzaba a avizorarse un desastre humanitario? ¿por qué se retracta de su iniciativa?
En todo caso, el funcionariado republicano luego de esta sanción dejó un campo minado sobre el tema Venezuela, y ahora el gobierno de Biden es el único responsable de desactivarlo.
El martes 23 de marzo, el senador Chris Murphy de la comisión de relaciones exteriores de la cámara alta pidió por medio de una misiva enviada al secretario de Estado Antony Blinken, levantar las sanciones relacionadas con el Diesel sobre Venezuela.
Nunca antes el trumpismo fue tan efectivo y ha causado tanto daño en Venezuela como durante estos primeros meses del nuevo gobierno demócrata.
La agudización de la situación alimentaria y sanitaria, una vez se sienta con rigor el desabastecimiento, acompañado de hipotéticas imágenes de comida pudriéndose en sus lugares de origen sin poder ser trasladadas, de generalización del hambre, de largas colas por surtir combustible, escases tremenda y masas de gente caminando para poder llegar a sus lugares de trabajo o obtener comida, puede preocupar a los sectores más sensibles y militantes de Estados Unidos y el mundo sobre la política de Biden en torno a Venezuela.
Y también generará mayor rechazo de la población general sobre la dirigencia de la oposición venezolana radical que pide y aplaude este tipo de sanciones.
Nada de ello acerca una salida política y mucho menos el derrumbe del gobierno de Maduro. Todo lo contrario.
Juan Vicente León, un reconocido analista opositor lo dice de esta manera por medio de un tweet: “2+2=4. Si se prohíbe importación de Diesel a través de swap por petróleo, se genera colapso de abastecimiento, mayor control del gob en asignación de cuotas, monetización del petróleo que le liberan y dolarización del diesel interno que ahora cobra. Un regalo con lacito a Maduro”.
Pronto veremos los estragos de esta sanción a menos que suceda algo que cambie el panorama, como apoyo de los aliados del gobierno o un cambio de política del nuevo gobierno.
Por lo pronto, la escasez de diésel parece un grave problema inadvertido por una ciudadanía acostumbrada a la crisis.
Ociel Alí López es analista político, profesor de la Universidad Central de Venezuela y colaborador en diversos medios de Venezuela, América latina y Europa. Con su libro Dale más Gasolina fue ganador del premio municipal de Literatura mención investigación social.