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Con los triunfos en los últimos tres años, de varias fórmulas izquierdistas —en Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Honduras, Perú y Guatemala— la región latinoamericana experimentó un giro político que abarcó a casi todo el continente. El “ciclo de derecha”, que inició a finales de 2015 con el triunfo del presidente en su momento Mauricio Macri en Argentina y se radicalizó desde la administración del presidente Donald Trump (2017-2021), llegó a su fin más rápido de lo esperado.
Sin embargo, las recientes experiencias de Ecuador y Argentina, generan sensación bipolar, una saboración agridulce, desde la izquierda, sobre estos acontecimientos.
En Ecuador, por segunda vez seguida, un candidato conservador ha llegado a la presidencia, propinándole una derrota al correísmo. En Argentina, la victoria en primera vuelta del peronismo ha frenado por ahora el ascenso del candidato ultraderechista.
Con estos dos resultados, ya parece que no hubiera un sentido único hacia la izquierda en la región, sino que la disputa estuviera más cerrada. El péndulo derecha-izquierda oscila de manera vertiginosa en los eventos electorales. No nos dirigimos de manera inevitable hacia la consolidación de las hegemonías de izquierda como parecía en el primer ciclo progresista que se mantuvo desde comienzos de siglo hasta bien entrada la segunda década, sino a procesos de vaivén, porque el neoconservadurismo radical se ha posicionado y va en auge. Pero las derrotas parciales de los movimientos políticos nacional-populares, no significan la extinción de los mismos: todo lo contrario.
Ecuador: el triunfo del conservadurismo.
En el caso concreto de las presidenciales de Ecuador, que acaecieron a mediados de octubre, el partido del Movimiento Revolución Ciudadana, liderado por el ex-presidente Rafael Correa, repitió los resultados de las presidenciales de 2021. En esos comicios, el candidato Andrés Arauz logró el 32 por ciento en la primera vuelta y 47 por ciento en segunda, derrotado por el presidente Guillermo Lasso. En las elecciones anticipadas de este año, la candidata correísta Luisa González, con su binomio Araúz, consiguió un nivel de apoyo muy similar: 33 por ciento en la primera vuelta y 48 en la segunda. Ganó el candidato empresario y conservador Daniel Noboa, el presidente electo más joven de la historia de Ecuador.
La derrota del correísmo resulta sorpresiva porque Ecuador está culminando la infausta experiencia del presidente derechista Lasso, caracterizado por escándalos de corrupción, relación de parientes y amigos con el narcotráfico, medidas de ajuste que hicieron estallar protestas del movimiento popular y crecimiento desmesurado de la violencia delincuencial. Cuando el presidente en ejercicio estuvo a punto de ser destituido a apenas dos años de haber iniciado su mandato, tuvo que adelantar elecciones y hacerse a un lado.
En su lugar, el presidente electo Noboa ha ganado el balotaje con el mismo porcentaje que su predecesor: 52 por ciento. Parece paradójico que en un momento de mayor debilidad, la derecha vuelva a imponerse. Sin embargo, Noboa gobernará por un periodo de solo 18 meses, hasta el fin del período programado de Lasso.
Los resultados del correísmo en las últimos dos presidenciales quieren decir, por un lado, que el correísmo tiene un techo alto, un reconocimiento social. Es, de lejos, el movimiento progresista de lucha contra el conservadurismo más importante. Pero, por otro lado, también quiere decir que está siendo incapaz de articular y conquistar nuevos electores y bases de apoyo, para rehacer su relación con el movimiento indígena y para reconectar con jóvenes y las nuevas tendencias, especialmente presentes en las redes sociales, todos estos factores determinantes para construir nuevas mayorías sociales que le permitan vencer electoralmente. Por lo tanto, es un movimiento que sigue siendo preponderante en la política progresista ecuatoriana, pero en sí mismo no suficiente para garantizar un giro progresista en el país y rehacer la hegemonía política que logró imponer desde 2007 hasta el 2017 durante los mandatos de Correa. En otras palabras, sin Correa el progresismo es muy débil, pero solo con Correa no se puede ganar.
La crisis interna del correísmo después de esta segunda derrota en fila, da cuenta de que el movimiento va a tener que redefinir sus relaciones y su estructura interna, de modo de abrir el diálogo con los sectores indígenas y jóvenes, para así volver a optar por una política hegemónica como la que alcanzó de 2007 a 2017, y con ello conquistar las nuevas presidenciales que ocurrirán dentro de apenas año y medio.
Esta experiencia es un ejemplo para América Latina sobre las limitaciones de los movimientos progresistas para crecer en las actuales circunstancias. Hoy, hay menos diatriba ideológica. Juega un papel el voto de los jóvenes que no vivieron el primer ciclo progresista, que por ende no votan por una rememoración del pasado, tal como se planteó la campaña de Luisa González. Además, los movimientos políticos tienen que lidiar con la imposición de nuevas estrategias comunicacionales que pasan por codificar los mensajes políticos según las claves de las redes sociales y que resuenan con un electorado más joven y desinteresado en la política tradicional.
Milei: un “león” ya no tan bravo.
En Argentina la sorpresa ocurrió en la dirección opuesta. El auge de la derecha extrema de Javier Milei, (autodenominado “león”), se creía imparable. En las primarias (PASO-Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias-) que ocurrieron en agosto, Milei logró el 30 por ciento de los votos. Su ascenso se presentó como meteórico, sobre todo debido a la crisis inflacionaria que el gobierno peronista no ha podido controlar y cuyo principal responsable es el propio candidato y Ministro de Economía Sergio Massa.
El peronismo, que obtuvo 21 por ciento en el PASO, mostró entonces su lado más débil ubicándose en una situación de riesgo, incluso a punto de no entrar en el balotaje por primera vez en su historia.
Pero después de la primera vuelta de este 22 de octubre, ha cambiado tremendamente el escenario. El peronismo, como ha demostrado en cantidad de oportunidades, tuvo la capacidad de reinventarse y redefinirse según cada coyuntura electoral. Anteriormente hemos visto como el peronismo puede vestirse de derecha neoliberal (como con el ex presidente Carlos Menen entre 1989 y 1999), de izquierda radical (durante el kirchnerismo de 2003 a 2015), o de movimiento reformista, según sea la tendencia política del momento. En el caso de Massa, el peronismo apostó por un actor moderado, que ha demostrado su capacidad de conectarse con los sectores más desfavorecidos, articular diferentes públicos y electores y, con ello, parar el ascenso de Milei.
Massa logró 37 por ciento mientras que Milei quedó con 30 por ciento. La conservadora y ex-ministra de seguridad Patricia Bullrich terminó en tercer lugar con 23 por ciento.
El peronismo logró reponerse y en cuestión de semanas ya se ubica como la principal fuerza política del país, que, independientemente del resultado en segunda vuelta, va a tener un peso significativo en el desarrollo institucional argentino, cuando hace pocas semanas se proyectaba su disolución.
La derecha radical de Milei ahora ha comprendido que, incluso si gana, tendrá que convivir con el peronismo y que en apenas dos años tendría que soportar unas elecciones de medio término con el histórico movimiento haciendo lo que sabe hacer: acechar políticamente. Durante su larga vida, desde 1945, el peronismo solo ha perdido tres elecciones presidenciales (1983, 1999 y 2015), ha ganado diez, y cuenta con una organización socio-política que ha sobrevivido las más cruentas dictaduras y siempre está dispuesta a cambiar la correlación de fuerzas en cualquier escenario.
Por su parte Milei, después de los resultados, ha tenido que desmontar su discurso radical de derecha y preocuparse por desdecirse de la eliminación de políticas sociales, tal lo propuso en la campaña de la primera vuelta.
Correísmo y peronismo en sus encrucijadas.
Los gobiernos izquierdistas, todos con férreas oposiciones, y con el riesgo de perder las siguientes presidenciales requieren analizar con detenimiento estos resultados de Ecuador y Argentina. Detener el avance de esta nueva derecha radicalizada, es su objetivo primordial.
Observamos dos conceptos totalmente diferentes en las experiencias vividas las ultimas semanas en la región. Uno, el peronismo, capaz de moverse mucho más rápido en el campo ideológico con tal de conseguir una reagrupación de grupos sociales afines. Otro, el correísmo, al que le ha costado mucho renovar sus enfoques con el fin de continuar la carrera hegemónica y ha tendido hacia el estancamiento.
El resultado de la primera vuelta en Argentina representa un aire fresco que le llega al mundo progresista con relación a las formas precisas que puede utilizar para detener el avance de la ultraderecha. Hablamos de una derecha radical, populista, que se reconoce como enemiga de todo programa social, que oferta la persecución y criminalización a éste, acogiéndose sin miramientos a la agenda conservadora más extrema. La derrota parcial de Milei es una manera de que la izquierda se sienta fortalecida porque comienza a captar las limitaciones que tienen estos discursos y pueda posicionarse mejor a la hora de contraatacar, como ha hecho el peronismo.
Pero a la vez el conservadurismo también puede verificar sus propias barreras, sus techos. Y va a estar obligado a moderar su discurso ideológico y comenzar a preguntarse por el mundo popular, por la lógica de los movimientos nacionales cuyo fortalecimiento les sorprende. En el caso concreto de Noboa, supo enarbolar un discurso fresco, juvenil, no polarizante, moderado. Milei ha sido obligado por las circunstancias del resultado de la primera vuelta, a ensayar un nuevo esquema mucho más moderado.
Ambos ganadores, Noboa y Massa, lo lograron girando hacia el centro. Mientras que los perdedores, Milei y González, se han atado a sus posiciones más intransigentes.
Para seguir ganando presidenciales, los sectores de izquierda tendrán que moderar sus expectativas, lo que pone en peligro las políticas de transformación profunda que han ofrecido en sus respectivas campañas. Se trata de un viaje hacia el centro, intentando no morir en el intento.
¿Lo lograrán? La primera respuesta la veremos el 19 de noviembre, día del balotaje que definirá el rumbo de la Argentina. En el caso ecuatoriano tendremos que esperar año y medio.