Este artículo forma parte del ejemplar de primavera 2022 del NACLA Report, nuestra revista trimestral.
Si bien la elección de Hugo Chávez en 1998 no dejó a nadie indiferente en Venezuela, los posicionamientos entorno a su gobierno en los movimientos universitarios de izquierdas se constituyeron en los primeros puntos de discordia dentro de las universidades. Hacia 2002-2003, mientras la polarización partidaria llegó a atravesar la sociedad en su conjunto con un golpe de Estado fallido y un largo paro petrolero, las tensiones nacionales se terminaron de incorporar a la política intra-universitaria. Dentro del mundo estudiantil, esas tensiones llegaron a su clímax hacia el 2007, en un contexto marcado por el cierre del canal RCTV y la reforma constitucional “socialista” de Chávez, así como una fuerte ola de inseguridad y delincuencia.
Nacido en Caracas en 1989, Damian es sociólogo e investigador egresado de Universidad Central de Venezuela (UCV) y llegó a adquirir un papel relevante en el chavismo estudiantil y juvenil en aquellos años, durante el segundo periodo presidencial de Chávez (2006-2012). Hacia el 2014, se distanció del gobierno hasta romper abiertamente en el 2016, en medio de una crisis económica y política sin precedentes en el país -crisis todavía en curso hoy en día. Aquí repasa esa experiencia y sus implicaciones para el futuro de la izquierda en Venezuela, en un momento en que tanto las infraestructuras universitarias como las condiciones de estudio y laborales están paupérrimas.
FA: Háblanos un poco de tu trayectoria política.
DA: Vengo de una familia de origen español y muy republicana. A los 14 años simpaticé con algunas células del Partido Comunista. Pero mi formación la adquiero esencialmente a partir del 2005 en el movimiento estudiantil Marzo 28, que tenía su mayor alcance en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Así me involucré en diferentes movimientos de izquierda que acompañan al chavismo. En 2008 participé en la fundación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y llegué a ser delegado al Congreso de sus Juventudes.
A mí me tocó toda la efervescencia generada por las movilizaciones de las Manos blancas, de la llamada “generación 2007”, ya con fuerzas estudiantiles opositoras mucho más grandes que las del chavismo. El gobierno había cerrado el canal de televisión privada RCTV y quería aprobar su reforma constitucional por referendo popular. Había marchas estudiantiles y la UCV era uno de los epicentros más importantes de ese movimiento, que generó todo un mensaje de “libertad”, contra “el comunismo”.
Fue un momento de mucha polarización y confrontación, la universidad estaba en el ojo del huracán: cualquier cosa que pasaba en las universidades autónomas, cualquier actividad era noticia. De ahí salieron figuras muy relevantes de lado y lado. En la oposición aparecieron liderazgos que en un primer momento pareciera que iban a eclipsar a los viejos líderes; en el chavismo salieron incluso ministros.
En la UCV éramos una abrumadora minoría frente a una oposición -tanto estudiantes como profesores- que tenía control sobre casi todas las escuelas de la universidad y sus autoridades. Fue un espacio interesante, de mucho intercambio de ideas, de debate y conversaciones con la oposición, en clases o conferencias.
Al salir del movimiento estudiantil, en el 2012, empiezo a tener discrepancias con el gobierno, a cuestionar el manejo de la economía, la corrupción adentro, la falta de democracia en el PSUV. Hasta que planteé una ruptura al llegar puntos más álgidos como la usurpación de funciones de la Asamblea Nacional de mayoría opositora por parte del Tribunal Suprema de Justicia en el 2016 y la imposición de una asamblea constituyente a su antojo en el 2017, que fue, a mi criterio, la que terminó de marcar una deriva autoritaria dentro del chavismo.
FA: Parece que casi desde el principio el chavismo fuera minoritario entre los estudiantes. ¿Cómo se explica?
DA: Para nadie es secreto que el chavismo no se constituye a partir de un gran movimiento social -bien sea estudiantil, sindical, campesino, etc.-, o un fortalecimiento de los partidos de izquierda. Chávez aparece en la escena pública tras su golpe fallido contra el gobierno de Acción Democrática (AD) en 1992 y se va convirtiendo en una figura carismática, generando muchas expectativas, y no solamente en sectores populares. En un principio lo acompaña la clase media, que vio en Chávez una suerte de vengador contra la corrupción del bipartidismo de AD y Copei, pero también una figura de orden.
Al llegar Chávez a la presidencia, muchos importantes liderazgos universitarios pasan a funciones de gobierno. Se debilitan estas pequeñas estructuras y nacen otras, pero en espacios no tradicionales de la izquierda: lejos de las fábricas, de los estudiantes, más bien cerca de zonas excluidas, de pobreza extrema. Se constituyen organizaciones con lógicas diferentes.
En el 2001, la toma del rectorado del UCV -origen del movimiento Marzo 28- llamó a la transformación universitaria, a que la universidad se pusiera a tono con el país, con las comunidades y con el siglo 21. Llamó a que se renovara, que se abriera un espacio de discusión y que se revisara la forma de elegir a las autoridades. Los estudiantes que participaron sentían cierta identificación -algunos mucha- con el gobierno de Chávez, pero fue una coalición bastante amplia de muchísima gente sin dirección partidista clara.
Ese proceso fue muy bien resemantizado por la oposición y las autoridades como una “toma gobiernera”, un acto ordenado por Chávez para apoderarse de la UCV. Todas las universidades autónomas tienen una historia de tensión con todos los gobiernos, ligada a la disputa por los presupuestos y por la autonomía. Ahí se gestó este espíritu anti-gobierno.
Además, ya para el 2001 la clase media -de donde salen buena parte de los estudiantes universitarios- se había desencantado de la figura de Chávez, quien no resultó ser un caudillo de orden y progreso sino de corte popular. Con la toma, empiezan a darse choques entre los tomistas y los profesores y estudiantes adversos. Un sector de los tomistas decide negociar, y los que se quedan –obreros y estudiantes sacados a patadas del rectorado por una movilización de estudiantes y profesores opositores– los expulsan por cinco años.
Es todo un símbolo de gran derrota del chavismo en las universidades, siendo la UCV una de las más importantes del país. Al chavismo le costó mucho reconstruir propuestas electorales exitosas dentro de las universidades autónomas porque una mayoría planteaba que el gobierno se quería apoderar de la universidad y que había que defenderla. Comienza un proceso de decadencia: de una izquierda estudiantil fragmentada, con escasa capacidad de movilización pero con algunos espacios de representación, pasamos a ser una franca minoría. Y pasó lo mismo en las demás universidades autónomas, salvo quizás en la de Oriente (UDO). En 2002-2003, cuando se da una confrontación muy fuerte y violenta en todo el país con hechos de calle como el paro petrolero y el golpe de Estado, en la universidad el chavismo ya se encuentra derrotado.
Además, la mayoría de los estudiantes de clase media de las universidades autónomas tienen padres que gozaron de la bonanza petrolera de los años '70, y luego vivieron en los '80 y '90 la decadencia del petro-Estado, por lo que se afiliaron a ideas más conservadoras. Estos padres vieron con mucho horror el Caracazo, un estallido popular que generó mucho terror con los saqueos e incluso cambió mucho Caracas urbanamente con urbanizaciones cerradas con rejas y muros y fenómenos de vigilantismo. Y los índices de violencia se dispararon en los '90.
Los hijos de esta generación fueron de alguna manera herederos y consumidores de ese miedo. De hecho uno de los hitos fundamentales para la articulación del movimiento opositor fue el caso de los hermanos Faddoul, unos jóvenes que fueron secuestrados y asesinados en el 2006.
Pero también fueron los primeros que se criaron con el internet a la mano, con televisión satélital, con una mirada más puesta hacia afuera del país. Esto llevo en algún sentido a sobrevalorar lo que ocurría afuera y desdeñar un poco aquella noción de “lo propio”. Tenían una “identidad altercentrada”, como decía la psicóloga y politóloga Maritza Montero. Y el chavismo se presentaba a sí mismo como todo lo contrario: una revalorización de lo propio, de lo nacional desde el principio. Así que también hubo un choque desde el punto de vista del imaginario. Y el rechazo de esta clase media al chavismo se expresó en la universidad.
FA: En aquel momento yo conocí a tanto estudiantes chavistas favorables como críticos del cierre, y aún más de la reforma constitucional del 2007, así como opositores molestos con sus autoridades. Pareciera que la polarización partidista arrasó con toda postura un tanto autónoma dentro del mundo estudiantil.
DA: Hay que tomar en cuenta que ya desde el 2003, el gobierno comenzó a generar una estrategia para debilitar el peso de las universidades autónomas, creando un conjunto de universidades o paralelas, como la Bolivariana (UBV), y otras experimentales. Por cierto, hubo logros, como la apertura a los civiles de la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas (UNEFA), que era para familiares de militares y militares. Sin embargo, en estas universidades muchas veces se pretendió crear un movimiento desde arriba, y por ser aliado del gobierno no podía tener luchas propias. Ello le restó mucha credibilidad. En muchos casos ni tenían derecho a elegir ni a luchar contra las autoridades.
Aunque estas universidades tenían capacidad de movilización y apoyo financiero para hacerle frente a la oposición, no lograba consolidar un movimiento estudiantil autónomo. Un movimiento estudiantil, por más que coincide con el gobierno y es de izquierda, tiene que ser contestatario, rebelde. Tiene que poner el dedo en la llaga, porque si no se convierte en un movimiento cooptado. Y es lo que pasó ahí.
Ahora, quienes no éramos de universidades alternativas, nos tocaba defender posiciones del gobierno en una universidad mayoritariamente opositora. Éramos contestatarios con las autoridades, pero caímos en algunas contradicciones. Por ejemplo, el movimiento estudiantil salía a marchar por más presupuesto, y pese a que muchos estábamos de acuerdo, era muy difícil expresarlo en un clima tan polarizado. Al salir defender esta bandera, se nos hubiese catalogado como opositores. Igualmente, si el movimiento estudiantil opositor hubiese criticado a las autoridades, generalmente también opositoras, por la falta de rendición de cuentas y democracia interna, se les hubiesen tachados de chavistas.
Esta dinámica de polarización partidista excesiva hizo mucho daño tanto al movimiento estudiantil chavista -por la falta de crítica al gobierno- como al movimiento estudiantil opositor, que se negaba a objetar serios problemas institucionales que tenían -y todavía tienen- nuestras universidades tradicionales. Así que se produjeron dinámicas de cooptación de ambos lados. El chavismo prácticamente desapareció de la universidad y los estudiantes opositores se enfrentan a las mismas autoridades que antes defendían.
De hecho, la ola de protesta conocidas como las guarimbas en 2014 fue la última gran movilización estudiantil significativa. Había fallecido Chávez, los resultados de las presidenciales entre Maduro y Capriles en 2013 fueron muy estrechos, y se rodaba el rumor de que había habido fraude. Y eso fue generando un descontento muy grande en la oposición.
Ese intento de insurrección tuvo un costo enorme para toda la oposición, no solo represivo -con la judicialización de estudiantes acusados de haber participado en hechos violentos-, sino porque toda derrota trae desánimo y desafiliaciones. Justo después viene el periodo más duro de la crisis económica, con el disparo de la inflación, la escasez, las grandes colas. Y empieza un éxodo masivo de estudiantes que se van del país, en medio de una gran decepción política. Además, los salarios de los profesores van cayendo en picada. Y se va generando un clima de apatía y debilitamiento en todas las universidades. Las masivas protestas del 2017 ya no fueron protestas estudiantiles como tal, sino de origen popular y de clase media.
Hoy en día el mundo universitario se enfrenta a una papa caliente: el problema de la renovación de las autoridades ha generado mucha tensión entre los rangos profesorales y estudiantiles con respecto a cómo se debe dirigir la universidad y cómo renovarla sin que el gobierno mete la mano. Pero las autoridades, algunas con más de 10 años de ejercicio, no están interesadas en salir. Y ello en un clima de apatía general por la política, que trasciende al movimiento estudiantil, que vive también el movimiento sindical y otros movimientos y organizaciones -hasta los consejos comunales-, que se han vaciados mucho porque la gente está más en dinámicas de sobrevivencia, migración o refugio en su vida privada.
FA: ¿Cómo se sale de ese laberinto? ¿Cómo se (re)construye una izquierda democrática presente tanto en la universidad como en sectores populares y subalternos -en los barrios, las fábricas, el campo?
DA: Evidentemente después de todo lo ocurrido con el chavismo, y especialmente con Maduro, es sumamente complicado imaginar un nuevo movimiento de izquierda en Venezuela.
Aquí nunca hubo algo similar a la CONAIE en Ecuador o a los diferentes movimientos que hay en el MAS en Bolivia, que tienen autonomía y son capaces de pugnar con liderazgos carismáticos. Frente a Chávez no hubo capacidad de autonomía de la izquierda para apoyarlo con una mirada crítica. Reconstruir y revalorar la autonomía de los movimientos sociales es clave.
Por otra parte, volviendo al tema universitario, la universidad siempre se mira mucho el ombligo. Al movimiento estudiantil le cuesta participar en actividades de los profesores, y a éstos les cuesta participar en las movilizaciones estudiantiles, ni hablar del movimiento de los trabajadores.
Ciertamente, en esos años 2008-2012, había pequeñas organizaciones que sí acompañaban luchas afuera de la universidad, como la de los indígenas Yukpa por sus tierras en la Sierra del Perijá, o de los comuneros por más autonomía, o el tema de la minería. Pero eran más pequeños grupos de estudios o de reflexión. Y como no hay ni hubo tampoco una dinámica fuerte de sindicalismo -salvo quizás en el estado Bolívar, con las empresas tomadas o recuperadas–, no se ha visto una solidaridad de movilizaciones en su conjunto.
Los movimientos estudiantiles respondían mucho a dinámicas propias de la universidad. Se expresaban por grandes temas nacionales, pero con poca incidencia en alianzas y reivindicaciones puntuales. Y cada vez la universidad tiene menos vínculo con luchas y reivindicaciones ajenas. Hoy en día los estudiantes están en una dinámica de sobrevivencia, como cualquier otro trabajador. Quedan solo unos pequeños grupos que se pueden dedicar a la política.
La crisis económica y el colapso general de las universidades produjeron una dinámica muy horizontal. El profesor que antes tenía un poder y era una autoridad ha perdido mucha fuerza y a menudo el salario no le alcanza ni siquiera para acudir a clases. Entre obreros y estudiantes, ahora hay menos tensión que antes porque se encuentran en las mismas luchas, los mismos problemas por la falta de comedor, por la falta de cosas de las más básicas. Tal vez esto sea una condición para volver a pensar la universidad más de manera común.
Decía el político venezolano Alfredo Maneiro que hay que ir “más allá de la izquierda”. Creo que es el camino, no solamente para reconstruir el movimiento estudiantil sino para también ir elaborando en muchos espacios de lucha un trabajo con mucha paciencia para reivindicar las conquistas que han sido arrebatadas y hacer un balance de estos 20 años. Es un trabajo de largo aliento, que no puede emprenderse desde el sectarismo de izquierda. Hay que construir un frente amplio, buscar espacios de coincidencia con otros movimientos, y desde ahí rescatar la credibilidad de la izquierda y su tenor en la lucha. Y eso debería empezar por una lucha real por las conquistas históricas que han sido arrebatadas al movimiento estudiantil: becas, autonomía o autogestión de la universidad, los salarios de los profesores.
Es una situación sumamente precaria, con una gran apatía y una muy mala gestión de las autoridades. Hay que generar actividades que recreen lo que fue en un momento la vida universitaria, donde pese a todos los errores por la polarización, hubo intercambio de ideas, debate, confrontación de proyectos y tensiones creativas. Hace falta mucha creatividad para ver cómo se reconstruye ese campo de la centro-izquierda, que interpele la sociedad desde la universidad y viceversa, y a sí mismo como jóvenes y estudiantes, fuera de la zona de confort de los partidos tradicionales de la oposición o de los minúsculos grupos de izquierda inmersos en el narcisismo de las causas perdidas, de círculos de lecturas entre muy pocos, con un lenguajes petrificado y con rituales repetitivos. Pensar más allá de la izquierda, es clave para reconstruir una izquierda en Venezuela.
Fabrice Andreani es politólogo, candidato al doctorado de la Universidad Lumière Lyon 2.
Damian Alifa es sociólogo e investigador egresado de Universidad Central de Venezuela (UCV).