Elecciones en Perú: entre un nuevo pacto social y la continuidad fujimorista

Pedro Castillo y Keiko Fujimori se enfrentan en una segunda vuelta polarizada. Más allá de los candidatos, un bloque nacional popular-rural clama a ser escuchado.

May 3, 2021

Una protesta en la ciudad de Lima, 17 de noviembre, 2020. (Samantha Hare / Flickr / CC BY 2.0)

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Las elecciones en Perú son un rompecabezas complejo y sobretodo, constante. El 11 de abril se llevaron a cabo las elecciones de cara al Bicentenario que se celebrará este 28 de julio del 2021. Los resultados electorales colocan al país camino a una segunda vuelta entre Pedro Castillo, docente y rondero cajamarquino y Keiko Fujimori, hija del dictador Alberto Fujimori.

Comienzo esta columna con una autocrítica necesaria. Quienes vimos por primera vez a Pedro Castillo, lo hicimos entre junio y septiembre del 2017 (durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski), cuando dirigió y protagonizó una protesta junto a miles de profesores, especialmente integrada por maestros del interior del país. Hasta ese entonces, nadie pudo anticipar o al menos darle el beneficio de la duda a las iniciativas de postularlo en elecciones futuras. Mucho menos, con los porcentajes que hoy ha obtenido. Lo olvidamos.

Entre los principales reclamos de aquella protesta de 2017 estuvieron el aumento de remuneraciones, el pago de la deuda social, la derogatoria de la Ley de la Carrera Pública Magisterial (fue aprobada por el Congreso en el año 2012 y establece una carrera docente basada en la evaluación de desempeño a la que, por obligatoriedad, deben ser sometidos todos los docentes del sector público) y el incremento del presupuesto en el sector Educación. En efecto, una de las promesas de la campaña electoral del ex-presidente Kuczynski había sido precisamente el aumento de los salarios de los maestros en todos los niveles, pero no se dio en el monto ni en el tiempo ofrecido.

Ese nuevo dirigente de las bases magisteriales agrupadas a nivel nacional, en una dirigencia opositora a la dirigencia tradicional del Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP), fue el profesor cajamarquino Pedro Castillo, quien trabajaba como docente en una comunidad campesina de Chota, en Cajamarca. En oposición a la dirigencia del SUTEP, las distintas bases a nivel nacional empezaron a conformar el nuevo SUTE-Regional o simplemente SUTER, con una dirigencia representativa del interior del país y dinámicas más asamblearias-horizontales y con la retórica izquierdista del intelectualista marxista José Carlos Mariátegui, en sus mensajes.

A Pedro Castillo no lo volvimos a ver hasta que las elecciones de abril nos hizo visualizarlo en los debates presidenciales organizados en la capital. Pasó casi desapercibido pero las encuestas empezaban a sincerar sus reportes y Castillo iba tendencia cuesta arriba. Estoy casi segura, que una parte de la dirigencia de Perú Libre, el partido de Castillo, tampoco concibió los resultados obtenidos.

Mapa electoral de la primera vuelta en Peru, 2021. (Dvj16 / CC0)

La noche del 15 de noviembre escribí un breve texto afirmando que hay nuevos actores sociales presentes en las manifestaciones populares que emergen fuera de la centralidad capitalina y cuya participación en la mesa de decisiones del Perú oficial, no cuenta con una silla permanente: hay líderes regionales, comunales, indígenas, juveniles y locales que se están forjando en sus lugares de origen y que terminarán constituyendo un sujeto político que vislumbrará una representación que vaya más allá del elenco político oficial actual. Es a estos actores a quienes no se les presta mucha atención pero que, sin embargo, pueden terminar asumiendo un rol importante en los próximos años. Y con ello me refiero a sectores que desde hace décadas votan por cambios sociales y que luego son traicionados y olvidados por quienes llegan a ocupar cargos de poder: campesinos, pequeños agricultores, trabajadores, comunidades andino-rurales, jóvenes, entre otros.

Continuaba afirmando (y continúo) que el malestar de la ciudadanía pide cambios y no intercambios entre los mismos actores políticos que son responsables de haber provocado un quiebre institucional y constitucional. En noviembre del 2020, Manuel Merino, congresista de Acción Popular (AP) lideró una maniobra política ilegítima desde el Congreso para vacar al entonces-presidente Martín Vizcarra —a tan solo ocho meses de las elecciones del 2021. Merino asumió la presidencia provisional, y una gran movilización ciudadana obligó a renunciar luego de cinco días. Y es así como en tan solo una semana, el Perú tuvo 3 presidentes.

Un mes más tarde, en diciembre del 2020, con un gobierno de transición delegado a Francisco Sagasti, congresista del Partido Morado, estalla una protesta masiva de trabajadores y jornaleros agrícolas que logran derogar la Ley Agraria, legado del gobierno de Alberto Fujimori. La derogación de la ley, prolongada por 10 años por el gobierno del expresidente Martín Vizcarra, era una exigencia constante de los agricultores que pedían mejoras sustanciales en su régimen laboral: aumento de salario, ingreso a planilla, gratificación, asignación familiar y bonos.

Lo que hay de fondo de la crisis de régimen que vive el Perú, es la construcción de un proyecto de país que incluya a todos y que termine siendo impulsado por los legítimos representantes de esta construcción popular. Y cuya responsabilidad recae en los sectores progresistas del país en reconstruir un nuevo pacto social basado en la defensa férrea de los derechos ciudadanos y los valores de la igualdad y la justicia.

Es así que nos encontramos frente a un acontecimiento político muy peculiar en la historia peruana que ubica a un maestro de escuela rural, ganador de la primera vuelta de una elección presidencial en la que compitió bajo las mismas reglas de juego con George Forsyth (calificado de outsider), Keiko Fujimori (el fujimorismo original), Hernando de Soto (el fujimorismo tecnocrático), López Aliaga (el fujimorismo ultraconservador) y Yhony Lescano de Acción Popular. Todos ellos contrincantes de derecha con mayores recursos económicos, estrategas de campaña, voceros políticos y mediáticos, equipos en redes sociales y mayor presencia en los medios de comunicación.

Si analizamos las cifras de la primera vuelta 2021 y las elecciones del 2016, nos daremos cuaenta de unas diferencias marcadas. En 2016, la izquierda tuvo la opción de pasar a segunda vuelta. No participó Perú Libre, pero si otra propuesta de izquierda como la de Verónika Mendoza, la candidata del Frente Amplio, una coalición política de varios grupos y movimientos de izquierda que se conforma en el 2010 y que, posteriormente, se dividen después de las elecciones del 2016. Mendoza obtuvo el 18.7 por ciento de los votos válidos en 2016, y ahora tan solo el 7.8 por ciento. De los 20 congresistas del 2016 los escaños del Frente Amplio se han reducido a seis en el 2021. En contraste, Castillo ha obtenido el 18.5 por ciento de los votos y su partido Perú Libre gana la primera minoría en el Congreso con 37 parlamentarios. Por su parte, el Frente Amplio no logra pasar la valla (cinco representantes y 5 porciento del voto en la elección del Congreso) y pierde su inscripción electoral.

El nuevo Congreso 2021 (CarlosArturoAcosta / CC BY-SA 4.0)

¿Qué explica estos resultados? En un esfuerzo muy serio y realista por encontrar y describir los elementos de respuesta, podemos atrevernos a indicar que la victoria inicial del candidato Castillo se debe al voto de miles de maestros, campesinos rurales y migrantes andinos ubicados en los estratos socio-económicos con menos ingresos y en situación de pobreza (conocido como Sector D) y pobreza extrema (sector E). No concuerdo en que el voto de este sector manifieste una protesta, por el contrario, es un voto de esperanza y de lamento a la vez.

No es novedad que el Perú sea uno de los peores países en el mundo en su manejo por controlar la pandemia según cifras del Financial Times que revelan el verdadero impacto del Covid-19 en la mortalidad. Los problemas de los millones de familias pobres que han tenido que vender sus propiedades por acceder a una cama UCI o por comprar oxígeno derivaron en el rechazo y la desconfianza de candidatos que no lograron conectar con el sufrimiento masivo y la impotencia de los asentamientos humanos de la propia Lima y de las olvidadas comunidades campesinas.

Así mismo, mientras a miles de niños y niñas el sistema educativo les proponía claves virtuales, en redes sociales se compartían videos de familias enteras y maestros que caminaban kilómetros por captar la señal de internet o radio. En pocas palabras, la pandemia no afectó a todos por igual, nos ha llevado a cuestionar el tan cacareado modelo de desarrollo exitoso sostenido en el “milagro peruano” de la exportación de minerales. Años de bonanza económica que no significo más presupuesto para los sectores salud y educación, por dar un ejemplo. Ese mito es el que se ha derrumbado.

¿Cómo no se iban a identificar con Castillo, estos sectores, si lo vieron como uno de ellos? En facciones étnicas, en origen, en practica cultural y hasta en el lenguaje y emociones. Mientras tanto, Lima, la capital, no se siente identificada con nuestra base civilizatoria andino-amazónica y tiende a respaldar propuestas que ofrezcan mantener el status quo o cambiar algo para no cambiar nada en el fondo.

Al cierre de esta columna, una encuesta publicada el domingo 2 de mayo, ubica al profesor Castillo con el 43 porciento de intención de voto para la segunda vuelta y a Keiko Fujimori con un 34 porciento. Keiko Fujimori cuenta con mayor respaldo en los niveles socioeconómicos ricos y pudientes como el A (81 porciento) y el B (45 porciento). Así como un porcentaje del sector socioeconómico de ingresos medios como el C (41 porciento). Por su parte, la población de sectores socioeconómicos pobres, donde se concentra la mayoría de la población, votarían por Pedro Castillo, como el D (46 porciento) y pobres extremos como el E (60 porciento). Respecto a la actitud del elector, un 22 porciento de peruanos definitivamente votaría por Fujimori y un 50 porciento definitivamente no votaría por ella. Sobre Castillo, un 36 porciento de encuestados definitivamente votaría por él, mientras que un 36 porciento definitivamente no votaría por él.

Ambas opciones electorales han abierto un proceso de polarización expresado en cuestiones programáticas, posicionamiento político, propuestas claves y tesis principales que no solo expresan una confrontación centralmente ideológica: derecha vs izquierda; sino política y social: cambio vs continuismo. En el Perú, ser un Virreinato nos hizo creer que nada puede cambiar. Aún se espera que muchos de los cambios que ofrecen ambos candidatos garanticen a su vez, el respeto por aspectos conseguidos en los últimos 10 años: respeto a los derechos humanos, libertades sexuales y reproductivas, respeto y cuidado de las comunidades indígenas, así como el mantenimiento de la estabilidad constitucional, políticas y económicas.

Finalmente, el sujeto político en el Perú no es Pedro Castillo. El sujeto político (activo), es la existencia de un bloque nacional popular-rural que desde hace décadas vota por cambios sociales y que luego son traicionados y olvidados por quienes llegan a ocupar cargos de poder. Este bloque se ha ampliado y ha conquistado derechos, pero no ha logrado cuajar aún. Esos derechos laborales, ambientales, de género, entre otros merecen seguir garantizándose. Esperemos que así sea, toca exigirlos. Los votos no son un cheque en blanco.

El Perú de hoy necesita más de José María Arguedas, uno de los más grandes representantes de la literatura andina del Perú, que, de Mario Vargas Llosa, el autor peruano radicado en España que ha hecho un llamado a votar por Keiko Fujimori.


Alejandra Dinegro Martínez es socióloga de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), egresada de la Maestría en Política Social. Es articulista y analista con experiencia en gestión pública y autora de dos libros sobre empleo juvenil y comedores populares.

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