Venezuela ha acaparado la atención durante las últimas décadas. Ha sido un laboratorio, primero para comprender la conflictividad social que generó el neoliberalismo en los 80 y 90 y luego como motor de inspiración para los aires de cambio que se produjeron en el continente desde comienzos de este siglo. Ya en la segunda década, fue un país paradigmático por el grosor de la crisis económica acaecida, y luego también por la experiencia sufrida de poseer un gobierno paralelo reconocido por decenas de países, incluido Estados Unidos, y unas sanciones financieras que le terminaron de infartar su industria petrolera, corazón único de la economía.
Pero ahora la “idea de Venezuela” ya no remite tanto a eso. La situación parece ser otra, debido a las perspectivas de mejora económica. Con la eliminación de impuestos a la importación, el bajón impresionante de los salarios, eliminación de los controles de precios y cambio, dolarización, y la eliminación fáctica de las políticas sociales, la economía, en medio de la asfixia, volvió a respirar.
En los últimos meses, imágenes de bonanza, conciertos, reactivación económica, y turismo brotan actualmente del país caribeña junto a previsiones positivas de la banca internacional para este 2022. Todo esto en adición a lo que se discute en torno a Venezuela en la comunidad de exiliados, y entre analistas y expertas citados en los medios internacionales hacen brotar la pregunta de si el país ¿se arregló? La Cumbre de las Américas en Los Ángeles pasó la página del enfoque trumpista sobre Venezuela, aquel que vendía a los votantes de Florida que una invasión a Venezuela estaba a la vuelta de la esquina. Entonces ya no se reproduce la idea de una situación calamitosa, de drama humanitario con hambre, pobreza y migración tumultuosa que requiere una inminente “ayuda humanitaria”. Sin embargo, emerge una “nueva realidad”, impulsada por liberalizaciones extremas, que produce paradojas para el mundo “progre” que en su momento fue seducido por la experiencia chavista.
Ahora, la emergencia de nuevas clases altas, la desigualdad social, y un estado empequeñecido a un nivel ínfimo, hace preguntarnos por los resultados de la Revolución Bolivariana. Pero el argumento del gobierno podría ser imbatible: con la industria petrolera sancionada y bloqueada financieramente, no hay manera de rescatar de manera rápida el papel del Estado como garante de derechos mínimos.
Las Estimaciones Para el 2022 Cambian el Enfoque Sobre Venezuela
El banco suizo Credit Suisse proyectó a comienzos de abril un crecimiento económico para Venezuela en 20 por ciento para el año en curso—“de las más altas del mundo este año”—después de una proyección anterior que la ubicaba en 4,5 por ciento. El Fondo Monetario Internacional mucho menos optimista reconoce que este año, después de casi una década de decrecimiento, habrá crecimiento en la economía del país.
A finales de abril, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) corrobora que el crecimiento del país no será tímido como inicialmente consideraba, sino que se proyecta de manera acentuada. El ente multilateral publicó un informe teniendo en cuenta especialmente el impacto en la región de la guerra en Ucrania, y en él, reubica a Venezuela en el top tres de los países con crecimiento en 2022, con 5 por ciento. Según el informe, Venezuela triplicará el promedio del crecimiento de Suramérica, siendo el país con mejores proyecciones.
Con estos datos se estaría confirmando un rebote en la economía en relación a la larga caída del PIB que se prolongó durante ocho años y qué, en varios de ellos, el decrecimiento se ubicó en dos dígitos. Como podría esperar un economista paciente, la economía venezolana no se suicidó, ni falleció, sino que “rebotó”.
A todo esto se suma ahora el relajamiento de las sanciones. En medio de muchos rumores, medios internacionales—citando siempre “fuentes anónimas”—hablan de la inminente relajación de las sanciones. Mientras tanto los voceros oficiales de Washington van girando su discurso lentamente y les toca desdecir varias de las decisiones, sin afirmar, ni negar los rumores.
Lo verificable es que el Aframax Minerva Zoe, un buque griego fletado por la petrolera italiana Eni, arribó la otra semana al país para cargar crudo liviano hacia Europa. Sería el primer cargamento que verifica las licencias que estaría otorgando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos a determinadas petroleras europeas. La llegada de este buque puede significar un “pistoletazo de salida” para las empresas y países que quieren comerciar con Venezuela, pero estaban temerosas debido a las amenazas legales de Washington. Mientras tanto, Chevron presiona, siempre según estos medios, para recomenzar su actividad comercial con Venezuela.
Sin embargo, el grueso de las sanciones que Washington aplica tanto a Venezuela como a los países que quieren comerciar petróleo con su gobierno, mantiene inalterado su estatuto desde los tiempos de Donald Trump. A pesar de la reunión en el mes de marzo de Juan González, director para las Américas del Consejo de Seguridad Nacional, con el presidente venezolano Nicolás Maduro en Caracas y el rumor de una probable nueva reunión entre ambos gobiernos, no ha cristalizado ningún cambio en la política de sanciones que mantiene Washington.
Allí hay cuestiones centrales para el pensamiento económico progresista: ¿por qué mejora la economía del país si el bloqueo financiero está intacto? ¿La forma en que Maduro está logrando eludirlas ha sido exitosa?
Salidas Heterodoxas Para una Situación Compleja
No son solo las proyecciones de las multilaterales las que impresionan; el rebote económico se hace evidente. Las ciudades se llenan de reactivación comercial. Nuevos “emprendimientos” inundan el tejido social. La hiperinflación ha sido abatida igual que la escasez. Comienza una seguidillas de grandes conciertos con artistas internacionales. Algunas aerolíneas internacionales retoman sus vuelos suspendidos desde la “experiencia Guaidó” en 2019. Los presidentes en la Cumbre de las Américas cambiaron su gramática sobre el gobierno y Venezuela. Influencers visitan al país y constatan una realidad muy diferente a la de la “crisis humanitaria”. Los ingresos del venezolano, aún siendo de los más bajos de la región, han mejorado. El país readecuó su economía con ingresos no petroleros como las remesas, el oro, las criptomonedas, y el comercio reanimado que repatría capitales. Y ahora se suma el aumento del precio petrolero.
Aunque su industria petrolera aún no sueña con recuperar su producción histórica, lo que logra exportar con el elevado precio del barril desde la intervención militar rusa en Ucrania, tiene repercusiones visibles para una economía enflaquecida y un Estado quebrado con gastos sociales mínimos.
Algunos han llamado a esta etapa la “economía de bodegón” (en referencia a nuevos establecimientos comerciales de venta de productos extranjeros), pero de seguro se merece una categoría más compleja que incluya a amplios sectores que lograron tener acceso a las divisas, con remesas por ejemplo, y quienes, de todas las clases, utilizaron la eliminación de impuestos a la importación comprando enseres en las fronteras para luego comerciarlo a lo interno.
Una de las características actuales se evidencia en la emergencia de una nueva clase importadora y en la exclusión definitiva de grandes sectores sociales a los que le cuesta asistir a la dolarización y en los que educación y salud—las grandes banderas de la revolución chavista—se están privatizando de manera informal como única manera de una subsistencia ya casi terminal.
El problema actual ya no parece ser el de la asfixia financiera, sino de la desigualdad que produce este modelo de liberalización radical de la economía. El país, que contaba con un Estado fuerte y la implementación de emblemáticas políticas sociales hasta comienzos de la década pasada, terminó siendo, al finalizar su empuje revolucionario, un país rendido ante un ajuste neoliberal de facto.
No obstante, y es aquí donde reside la complejidad, la apertura permitió que todos los sectores, incluyendo los de menos recursos, tuvieran nuevas formas de acceso a divisas y con ello pudieran superar la debilidad del Bolívar y la asfixia internacional.
Paradójicamente, mientras el Estado se venía abajo, la educación, la salud, y las políticas sociales del chavismo hacían aguas, los servicios públicos se desvanecían y el bolívar daba paso a la dolarización, en paralelo, el tejido social, desde el más excluido hasta el emergente, iba recuperando su fuerza económica, logrando salir a flote con nuevos ingresos, muchos de los cuales no están monopolizados por el Estado.
Por esto último, la mejora económica aun no implica resultados favorables en las finanzas propias del Estado. En la crisis venezolana, la soga rompió por el lado más grueso como era el Estado social de derecho que había construido el chavismo.
Y esto va teniendo impacto también en la política.
Por un lado, con las sanciones, el presidente Nicolás Maduro ha tenido el argumento perfecto para justificar la debacle económica, aunque ésta ya había ocurrido antes de la aplicación de aquellas. Por otro, la oposición luce derrotada después del fracaso del gobierno paralelo.
Cuando González del Consejo de Seguridad Nacional dice que el status quo no va a cambiar en base a más sanciones que se le pongan a Venezuela, sentencia el fracaso de la cruenta política que heredó el actual presidente Joe Biden de Donald Trump, no porque no hayan impactado negativamente su economía sino porque no logró su objetivo político.
Resulta significativo que un grupo de conocidos economistas y empresarios, afectos a la oposición, pidan, por medio de una carta dirigida a Biden a mediados de abril, el cese de las sanciones: “Si bien las sanciones económicas no son la raíz de la emergencia humanitaria en Venezuela, han exacerbado gravemente las condiciones para el venezolano promedio”. Entre los firmantes se encuentran dos ex presidentes de la patronal venezolana como Ricardo Cussano y Jorge Botti, además de economistas que han sido abiertos activistas pro oposición y contrarios al gobierno del presidente Nicolás Maduro como ex diputado José Guerra y Rafael Quiroz.
Esta carta da cuenta del deslave interno en la oposición y el giro que están dando sus sectores más institucionalizados que ya se han pronunciado contra el bloqueo financiero, después de varios años de silencio debido al bullying mediático que se dispara contra quienes hacen críticas al modelo trumpista de intervención en Venezuela.
Después de la Cumbre de las Américas, Carlos Malpica Flores, ex vice presidente de Petróleos de Venezuela y sobrino de la esposa de Maduro, fue excluido de la lista de privados sancionados por el departamento de Tesoro. Junto con el reinicio comercial con las petroleras europeas han sido los primeros pasos de desmontaje legal de las sanciones, aunque el grueso de estas se mantienen intactas.
Presidenciales 2024
Obviamente, el chavismo está consciente qué con la debilidad de este Estado no puede ir al evento electoral de 2024. Desde comienzos de este año, y especialmente luego de la derrota electoral en Barinas, se viene preparando una reformulación del Estado que le permita posicionarse nuevamente como un actor económico de peso.
La medida más importante hasta ahora es la aplicación del Impuesto a Grandes Transacción Financieras (IGTF) aprobado por la Asamblea Nacional a comienzos de febrero. El Estado está retomando su papel recolector, tratando de pechar los dólares que se mueven en la economía para ganar algo del músculo financiero que le permita volver a la pelea social, abandonada tras la crisis.
El aumento de sueldos es otra señal. Ciertamente es aún risible. Ha pasado de $7 a $30 el mínimo mensual, pero es una señal desde el gobierno de que va a operar en ese sentido. Es de destacar que las mayorías tienen ingresos, por diversos medios, superiores al sueldo mínimo.
Resulta lógico pensar que en la medida en que se recuperan las finanzas públicas con los nuevos impuestos y el hipotético aumento de la exportación petrolera, el gobierno seguirá subiendo sueldos para llegar a las presidenciales de 2024 con unos medianamente equiparable a los de la región, y el Estado va a ir ganando músculo en la medida que recupera las finanzas para aumentar su inversión social.
Obviamente, el cese de las sanciones en la actual coyuntura geopolítica tendría un impacto favorable que podría recordarnos, rápidamente, a la Venezuela petrolera de la primera década.
Así como Venezuela ha sido paradigma para lo bueno y lo malo, debe ser objeto de estudio sobre el modelo económico a seguir por los movimientos de izquierda y progresistas, porque todas sus experiencias están siendo amenazados por similares problemas económicos y ninguno ha tenido fórmulas exitosas.
La salida heterodoxa que ha dado Maduro a la encrucijada venezolana echó por tierra todos los principios sociales de la izquierda pero logró, ciertamente, el reflotamiento económico.
Queda comprender lo sucedido en Venezuela, fuera de todo dogma, como modo de rediseñar las políticas de izquierda en el continente que lucen muy poderosas cuando esta está en la oposición pero que al llegar al gobierno empiezan a recalentarse.
Esta parte de entender cómo se estabilizó la economía usando el liberalismo y los postulados monetaristas que tanto demandan las derechas del continente, exige de los pensadores y políticos progres del continente todo, una profunda reflexión sobre los modelos económicos y de Estado que se están propiciando y qué se puedan propiciar.
Venezuela sigue siendo un laboratorio.
Ociel Alí López es analista político, profesor de la Universidad Central de Venezuela y colaborador en diversos medios de Venezuela, América latina y Europa. Con su libro Dale más Gasolina fue ganador del premio municipal de literatura mención investigación social.