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El levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hace 30 años, consiguió colocar la autonomía en el centro de los objetivos de algunos movimientos sociales de América Latina. Hasta ese momento no existía una corriente política y cultural orientada en esa dirección, implantada en la mayoría de los países de la región latinoamericana, como sucede en estos momentos. A lo sumo, había posiciones autonomistas inspiradas en el “operaísmo” italiano que dio origen al “autonomismo” europeo. Esa corriente, que cobró forma en los análisis de los filósofos italianos Antonio Negri y Mario Tronti, nunca tuvo un peso real en las luchas y los movimientos latinoamericanos y su influencia se concentró en las universidades y entre intelectuales marxistas.
El EZLN se formó en 1983 en las regiones indígenas de Chiapas. Durante diez años se fue arraigando en los pueblos y luego de una amplia consulta a unas 500 comunidades, decidieron ir a la guerra, que se concretó en el alzamiento del 1 de enero de 1994, el mismo día que México ingresaba al Tratado de Libre Comercio (NAFTA). La guerra duró menos de dos semanas ya que la sociedad civil se movilizó exigiendo paz y se abrió un período de diálogo entre el gobierno y el EZLN.
El zapatismo no sólo colocó el debate sobre la autonomía en el centro de su pensamiento y práctica políticas, cuestión que se evidenció en los Acuerdos de San Andrés en 1996, negociados con el gobierno de México, sino evidenció el protagonismo de los pueblos originarios que son los sujetos más destacados de la lucha por la autonomía.
El hecho de que el zapatismo se dirigiera a los más diversos grupos de la sociedad, pero en especial a jóvenes urbanos rebeldes (gais, lesbianas, precarios y desocupados) y no utilizara los conceptos tradicionales en la izquierda como “proletariado”, “lucha de clases” y “toma del poder”, resultó sumamente atractivo para los sectores que estaban ya cansados del lenguaje monótono de las izquierdas.
La influencia del zapatismo en América Latina puede detectarse a dos niveles: una más directo relacionado con los militantes más activos y formados en los llamados nuevos movimientos sociales —como los piqueteros argentinos, sectores de la educación popular, jóvenes críticos y artistas— y, en segundo lugar, de forma más indirecta y transversal en los movimientos de los pueblos oprimidos, en particular indígenas y afrodescendientes.
Las huellas del zapatismo pueden rastrearse sobre todo en los movimientos menos institucionalizados. De algún modo, una parte considerable de los nuevos movimientos se sintieron atraídos por tres cuestiones centrales que encuentran en el zapatismo: el rechazo a la toma del poder estatal y la opción por crear poderes propios, la autonomía y la autogestión, y la forma de entender el cambio social como la construcción de un mundo nuevo en vez de transformar el mundo existente.
La influencia ética y política del zapatismo así como con el fracaso de la revoluciones centradas en la toma del poder y el cambio “desde arriba”, llevaron a unos cuantos activistas a la convicción de que los cambios deben estar ligados a la reconstrucción de los vínculos sociales que el sistema destruye a diario.
La creación de los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno, recientemente desarticuladas por el propio EZLN, mostraron que es posible gobernarse de otro modo, sin crear o reproducir burocracias permanentes como han hecho las revoluciones triunfantes. Atraídos por sus particularidades, miles de activistas de todo el mundo, en su inmensa mayoría europeos, llegaron a Chiapas para conocer de primera mano la realidad zapatista y contribuyeron donando recursos materiales.
Sería error creer que el zapatismo influye o dirige de algún modo a toda esta variedad de colectivos. Más de mil grupos apoyaron la Gira por la Vida, realizada en 2021 por varios países y regiones de Europa, para escucharlos y confraternizar. Creo que lo más adecuado es hablar de confluencias, ya que en todo el mundo han estado formándose y creciendo colectivos que reivindican la autonomía como práctica política, referenciándose en el zapatismo, sin duda, pero no en relación de mando y obediencia.
Los movimientos feministas, de jóvenes precarios y desocupados, de emprendimientos autogestivos que se multiplican en todo el mundo, han encontrado en el zapatismo inspiración por su empeño en crear lo nuevo, su rechazo a las instituciones estatales y a los partidos de izquierda. Aunque las causas de las rebeldías tienen rasgos diferentes, en todas partes se respira un profundo cansancio con el sistema dominante y sus consecuencias sobre las juventudes, como la precarización laboral, la falta de perspectivas de vida digna y la persecución policial a quienes disienten.
Los pueblos originarios y negros
En las últimas décadas diversos pueblos están demandando autonomía, o bien la construyen por la vía de los hechos. Los pueblos originarios están en la avanzada de este proceso, entre los que destacan los mapuche de Chile y Argentina, nasas y misak del Cauca colombiano. Más recientemente, los pueblos amazónicos entraron de lleno en la dinámica de las autonomías, así como algunos palenques y quilombos negros.
El primer grupo autonomista mapuche fue creado en 1998, la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), que encarnó una nueva forma de hacer política a través de la acción directa contra las empresas forestales cuyos cultivos de pinos ahogan a las comunidades. Hoy existen al menos una decena larga de colectivos mapuche que se reclaman autonomistas.
Los más destacados son la CAM, la Resistencia Mapuche Lafkenche (RML), Resistencia Mapuche Malleco (RMM), la Alianza Territorial Mapuche (ATM) y Weichán Auka Mapu [Lucha del Territorio Rebelde], que impulsaron una oleada de recuperaciones de tierras que se estima en 500 territorios o fundos. Las más radicalizadas son Weichan Auca Mapu (WAM) y Resistencia Lafkenche, además de la CAM, que se destacan por acciones directas contra la industria forestal. También hay organizaciones de mujeres mapuche.
En Colombia, el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) fue creado en 1971 en un proceso de recuperación de tierras. Hoy cuenta con 84 resguardos en el Cauca y 115 cabildos a los que pertenecen ocho grupos étnicos. Gestionan programas de salud y educación con apoyo del Estado, construyeron formas económicas propias como empresas y tiendas comunitarias, asociaciones de productores y una institución de tercer nivel, el Cecidic (Centro de Educación Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad). Crearon con un sistema de “justicia propia” y se autogobiernan a través de la elección de sus autoridades de los cabildos. La Guardia Indígena, entidad dedicada a defender los territorios y formas de vida indígena, es la creación autónoma más importante.
Tanto grupos mapuche de Chile como el CRIC tienen relaciones con el EZLN, siendo probablemente los movimientos indígenas más cercanos políticamente al zapatismo.
Las experiencias se van multiplicando. Así como en Chile hay más de una decena de grupos autonomistas (algunas fuentes mencionan que existen 15 colectivos), en el Cauca se han formado la Guardia Cimarrona entre los afrocolombianos y la Guardia Campesina, inspiradas ambas en la Guardia Indígena.
Probablemente la organización autonomista con mayor presencia sea la Teia dos Povos de Brasil, nacida hace una década en el estado de Bahia. Congrega comunidades y pueblos originarios, campesinos sin tierra y quilombolas (pueblos negros descendientes de cimarrones), en una alianza de base que se va expandiendo por varios estados y tiene en la autonomía —y en el zapatismo— una referencia central.
Finalmente están los pueblos amazónicos. En el norte de Perú se han creado nueve gobiernos autónomos desde que en 2015 se formó el primero, el Gobierno Territorial Autónomo de la Nación Wampis, como forma de frenar el extractivismo petrolero y forestal, así como la colonización. En total controlan más de 10 millones de hectáreas y en un reciente encuentro en Lima se aseguró que hay otros seis pueblos en el mismo proceso de construcción de autonomía.
Por su parte, en la Amazonia Legal brasileña se han desplegado 26 protocolos de demarcación autónoma, que incluyen a 64 pueblos indígenas en 48 diferentes territorios. Los pueblos lo hacen ante la inacción de los gobiernos que están obligados a demarcar sus territorios por la Constitución de 1988, pero lo hacen en muy pocos casos.
Por lo demás, sólo mencionar que decenas de pueblos originarios que habitan México han seguido los principios zapatistas al agruparse en el Congreso Nacional Indígena (CNI), donde participan 32 pueblos que luchan por su autonomía. En el año 2006, el IV Congreso el CNI decidió suscribir la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y ejercer la autonomía en los hechos.
Nuevos rumbos para seguir siendo
Mientras las autonomías se van desplegando sin pausa en la región latinoamericana, el zapatismo ha decidido dar un giro importante en su proceso.
Desde el 22 de octubre de 2023, el EZLN ha librado una serie de comunicados en los que informa cambios importantes para afrontar la nueva etapa de colapso sistémico y ambiental. Dejan de funcionar las juntas de buen gobierno y los municipios autónomos, estructuras organizativas creadas dos décadas atrás y símbolo del autogobierno zapatista. En lugar de una treintena de municipios autónomos, habrá miles de estructuras de base, Gobierno Autónomo Local (GAL), y cientos de Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas (CGAZ) donde antes había 12 juntas de buen gobierno.
Las decisiones que han tomado tienen un horizonte de 120 años, o siete generaciones. El EZLN observa que por delante habrá guerras, inundaciones, sequías y enfermedades y, por lo tanto, “en medio del colapso tenemos que mirar lejos”.
Realizaron una autocrítica sobre el funcionamiento de municipios y juntas, concluyendo que las propuestas de las autoridades ya no bajaban y las opiniones de los pueblos no llegaban a las autoridades. De hecho dicen que funcionaba una pirámide y por eso decidieron cortarla.
Quizá el punto más importante consiste en que se proponen “ser buena semilla” de un mundo nuevo que no verán, para “heredar vida” a las futuras generaciones en vez de guerra y muerte.
“Ya podemos sobrevivir a la tormenta como comunidades zapatistas que somos. Pero ahora se trata no sólo de eso, sino de atravesar ésta y otras tormentas que vienen, atravesar la noche, y llegar a esa mañana, dentro de 120 años, donde una niña empieza a aprender que ser libre es también ser responsable de esa libertad”, continua el comunicado.
Sembrar sin cosechar, sin esperar recoger los frutos de lo sembrado, es la mayor ruptura conocida con la vieja forma de hacer política y de cambiar el mundo. Se trata de una ética política anti-sistémica que el zapatismo nos entrega como un regalo para ser valorado en toda su tremenda dimensión.
Las ilustraciones que aparecen en este artículo fueron realizadas por Dante Aguilera Benitez (IG: el_dante_aguilera) y Rulo ZetaKa (IG: rulozetaka), para el Taller de Gráfica Pesada Juan Panadero (IG: tallerjuanpanadero).
Se encuentran en esta carpeta bit.ly/Gráfica-Libre-Zapatista, compartida por la organización Zapatista en Facebook. Las ilustraciones pueden ser utilizadas libremente para su reproducción, impresión y manipulación, pero no para ánimo de lucro o venta.
Raúl Zibechi es escritor, educador popular y periodista. Ha publicado 20 libros sobre los movimientos sociales y escribe para varios medios latinoamericanos que incluyen entre otros La Jornada, Desinformémonos, Rebelión y Correo da Cidadania.